Premios que yo te pinté

Ilustración

Ilustración François Matton

En España se conceden más de mil premios literarios cada año, la mayoría a costa de las arcas de algún ayuntamiento o ins­titución pública. El resto lo organizan y gestionan empresas privadas, como editoriales, revistas o fundaciones. Somos el país que más premios literarios da del mundo. Con este panorama, después de escribir buenos libros, el mayor mérito de un escritor español es no haber ganado nunca un premio.

Por ALBERTO OLMOS

Corre el rumor de que todos los premios están amañados. Obviamente, mil premios al año generan una enorme cantidad de perdedores proclives a crear, creer y difundir este tipo de opinión denigratoria. Yo mismo la difundo en la medida de mis posibilidades.

Después de tantos años escribiendo, y también leyendo todo lo que puedo de todo lo que se publica, sigo soñando con el premio perfecto, limpio, indiscutible. El premio Nacional para Técnicas de iluminación, de Eloy Tizón, por ejemplo; el premio Nobel para Javier Marías; el premio Nacional de Poesía Joven para Pablo Fidalgo. He participado como jurado en muy pocos certámenes, pero puedo afirmar con una seguridad absoluta que nadie ganará un premio si yo le apoyo. Lo siento por Tizón, y por los otros dos.

Quiero decir que no entiendo los premios, ni desde fuera ni desde dentro. Alguien me dijo que para que gane tu candidato lo primero que tienes que hacer es fingir que no te importa quién se lleve el premio. También hay que votar enseguida en contra del rival más fuerte. Ser ladino, en suma; esto es, no apasionarse nunca. Si defiendes con pasión la literatura en la que crees, premian la literatura en la que no cree nadie.

Este año he visto cosas muy llamativas en el mundo de los premios. El último Nadal se lo dieron a un pseudónimo. Antes hicieron pública la lista de los seis finalistas. Sólo dos eran pseudónimos. Siguiendo el orden contra natura en que he colocado la secuencia de acontecimien­tos, podemos afirmar que sólo podían ganar dos de los candidatos: los pseudónimos. Sin embargo, uno de ellos corrió ese mismo día a un pe­riódico local a anunciar la buena nueva: era finalista del premio Nadal. Por ello, sólo quedaba un pseudónimo/pseudónimo entre los candidatos, que lógicamente ganó.

Conozco todo esto porque siempre acabo esperando el fallo del Nadal en la madrugada del 7 de enero. Intento por todos los medios que me dé lo mismo, pero le tengo cariño al Nadal y, al cabo, me apetece que gane alguien que restañe mi romanticismo, ya en ruinas.

Qué bonito cuando ganaba José Ángel Mañas, aunque sólo fuera el finalista. Qué bonito lo de Pedro Maestre, con 28 años y en paro y con su primera novela. Aún se aloja en mi corazón algo de fe, y por eso estoy todos los años en la tele o en Twitter esperando a ver quién gana.

Y este año ganó pseudónimo. El resto de participantes, con nombre y apellidos, no tenían nombres y apellidos que casi nadie conociera. No eran escritores famosos, ni tan siquiera publicados en sellos de distri­bución nacional. Estaban en sus casas viendo sus nombres acompañar a pseudónimo, y toreando estúpidas felicitaciones en las redes sociales. Alguna madre seguro que llamó para decir lo orgullosa que estaba de su hijo finalista del Nadal.

Los finalistas no recibieron notificación directa de su logro, pues se enteraron por la prensa. Ni viaje a Barcelona ni cena en el hotel de lujo. Sólo la comparsa.

Uno cree sencillamente que así no se pueden hacer las cosas.

Y uno sigue con fe, y por eso participa de muy tarde en muy tarde en algún premio, por levantarse algunos días con ilusiones de más. Hace unos meses envié un librito de cuentos al premio Ribera del Duero, por ver si mis cuentos debutantes valían algo o debía dedicarme a otra cosa. El librito resultó finalista del certamen, entre 850 participantes, y junto a nombres señeros del relato en español de los últimos años. Me envanecí lo justo, pues el ejemplo del Nadal contado más arriba me ha­cía tomarme mi propia inclusión en una short list con alguna pre­vención. El fallo de este premio estaba previsto para el 9 de abril, pero algo antes me enviaron un mail desde la editorial (Páginas de Espuma) advirtiéndome de que el ganador, el que fuera, recibiría una llamada comunicándoselo tal día a tal hora. ¡Incluso de la hora del feliz anuncio estaba uno informa­do! Le agradecí a la editorial esta delicadeza admirable, y ellos me respondieron con estas palabras: “Es lo mínimo.”

¿Qué más cosas son “lo míni­mo” en un premio literario, uno que se pretenda impecable? Ha­bría mucho que debatir sobre este asunto, pero me atrevo a apuntar que nunca debería recurrirse al método de plica y pseudónimo. No hay nada indigno en ser de­rrotado en justa lid, y todos somos responsables de nuestros nombres. Se empieza ocultando un nom­bre y se acaba ocultando todo lo demás.

¿Qué pensar si no de premios como el Planeta, el Alfaguara o el, según se mire, más modesto (a fin de cuentas, son tres mil euros por un cuentito) premio de cuentos de la revista Eñe? Exigen pseu­dónimo y siempre gana alguien conocido; alguien, incluso, escandalosamente cercano a las entidades convocantes. Hay mansiones con enormes medidas de seguridad en las que acaba uno entrando por la puerta de servicio.

Me pasé buena parte de mi pos-adolescencia generando pseudónimos para mis primeros relatos y novelas, y cerrando sobres y yendo a una copistería a multiplicar mi obra para, sumado al precio de los sellos, perder un montón de dinero inútilmente. Creo que no mereció la pena. No sólo porque nunca ganara nada, sino porque no había la menor opor­tunidad de ganar.

Por eso, las palabras premio, certamen o concurso me ponen inme­diatamente de parte de todos aquellos que van a perder. Quiero que se les trate con respeto. Quiero que tengan nombre, que el jurado sea lo suficientemente valiente y honrado como para mirarles a los ojos.

Obviamente, los premios literarios no tienen nada que ver con la lite­ratura y no hay ni una sola novela premiada en todo lo que llevamos de siglo xxi que vaya a aportar nada ni al más minucioso manual de literatura del futuro. Pero tienen que ver con algo más importante.

Ética.

Quizá no sea una completa pérdida de tiempo ir a votar en las próxi­mas elecciones sabiendo la relación que guardan con los premios aquellos políticos que proceden del mundo de la literatura.

 Alberto Olmos (Segovia, 1975) es escritor. Ha publicado las novelas Trenes hacia Tokio, Ejército enemigo o Alabanza, entre otras. Gestiona la web de crítica literaria malherido.com

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Comentarios

  • Tomás Pardo

    Por Tomás Pardo, el 18 agosto 2015

    Buenos días.

    Sólo una pequeña anotación.

    La ilustración que encabeza este espléndido artículo es obra de Jacques Tardi.

    Aparece en la «novela gráfica», lo que antiguamente era un cómic, Ici Même (con guión Jean-Claude Forest).

    Los lectores de cómic, ahora novela gráfica, de vez en cuando también leemos libros… 😉

    Saludos

    Tomàs Pardo

  • Pepinus

    Por Pepinus, el 19 agosto 2015

    Jejeje, picante artículo. Voy a hacer de abogado de unos bien pagados diablos, aquellos que ganan los premios uno tras otro y que resultan ser escritores afamados. ¿Acaso no será que ganan, justamente porque son mejores ? Ya puedo atesorar cuanta genialidad sea en esto de componer cuentos, meditar ensayos de impostación irrefutable o novelas tan entretenidas como pedantes que si – bajo seudónimo o menos – tengo por rival a un Marías o a un Sánchez Ferlosio, voy directamente de culo. Ignoro pues si «algunos son más iguales que otros» o si, como escribió Primo Levi «Si tienes, te será dado y si no tienes, te será quitado» pero, amaños aparte, a veces se impone la lógica aplastante de la calidad literaria. Y es que un premio vive de eso, de su prestigio y de su vanidad… No vaya a ser que, por premiar a Juan García en detrimento de un laureado académico, una santa mano – anónima, por supuesto – acabe descubriendo una coma mal puesta aquí, un error de sintaxis allá en la obra premiada y todo el tinglao – que en ocasiones es un evento local, que atrae turismo y fondos – se nos vaya al garete. Así que, como sucede con los fondos de inversión de baja rentabilidad, pero garantizados por el Estado español, por Bruselas y hasta por el Padre Pío, premiamos al que ya tiene y que gire la noria.
    PD: Sugerencia-> Consolarse con un accesit, que siempre devenga unos durillos y unas palmadas en el hombro por parte de amigos y familiares y el modesto editor que, hartos de cava, no pararán de proferir: «Felicidades macho ! Questá muy bien! Si es que contra Javier Marías no podías ganar ! Que ya es la releche que hayas quedado segundo! Hala, dale un trago al cava …»

  • Pepinus

    Por Pepinus, el 19 agosto 2015

    Por cierto, hay una errata en el pie de la ilustración que encabeza el artículo. Dicha ilustración no es de Matton, sino de Tardi. 🙂

  • Luis

    Por Luis, el 19 agosto 2015

    Vaya al sicólogo compañero; tanto resentimiento no puede hacerle bien.

  • Nuria (editora con carrito)

    Por Nuria (editora con carrito), el 19 agosto 2015

    Muy buena reflexión. Me he sentido identificada con la parte de buscar pseudónimos para presentarse a concursos, que siempre tendré asociada a mi adolescencia 🙂

    Yo en mi ciudad casi-natal gané un par de concursos locales y aunque luego no he seguido escribiendo me alegra ver que en ambos premios las dos personas que ganaron la versión en euskera del concurso (yo me presentaba a la de castellano) tienen ahora libros publicados. Y en aquel entonces tanto ellas como yo éramos nombres anónimos que se presentaban bajo plica, así que al menos los concursos locales me dan cierta confianza.

    Y también le tengo especial cariño al Nadal, aunque creo que hace tiempo que el premio al que tú y yo le tenemos cariño ya no existe. Hace un tiempo escribí justo sobre eso: http://www.editoraconcarrito.com/2015/01/el-nadal-que-ya-no-existe/

  • Nuria (editora con carrito)

    Por Nuria (editora con carrito), el 19 agosto 2015

    Por cierto, que se me ha metido la música de Los Planetas en la cabeza y ahora no hay manera de sacarla…

  • Hanna

    Por Hanna, el 12 septiembre 2015

    Durante una líneas, consideré que estaba leyendo un texto en clave irónica, pero enseguida caí en que no, se trataba de un texto casi serio, aunque juguetón, en el país solemne por antonomasia.

    Sería el no va más, si diera nombres y apellidos de los que controlan el ‘mercado’ de los premios literarios, al fin y al cabo, ni escandaloso resultaría, estamos al cabo de la calle, si no todos, los más. Por ejemplo, una cosa así: el mundo de los premios literarios, en concreto, de poesía, pertenece en exclusividad a Luis García Montero y Chus Visor, junto con algún otro espabiladillo. A mí, aparte de lo feo del asunto, y el asombro por que no asome la justicia a exigir cuentas, me importa esencialmente en lo que me atañe, y no solo a mí, a mis amigos y exalumnos: nos quedamos sin poder leer a los poetas que aún alientan -y los hay en este país, tampoco media docena, pero dos o tres, seguro-, que no es lo mismo que decir poetas vivos, o más vivos, lo premiado no alcanza la calidad de las creaciones de los mayorcitos de mis clases de Literatura. También podría probar a retirarle la lectura, que no el saludo, a Javier Marías, el pobre.

    Pepinus, dispense: lo de «(…) a un Marías o a un Sánchez Ferlosio», es coña, ¿verdad? O usted no le ha leído una palabra a don Rafael, aparte El Jarama, libro que el propio autor hubo de poner en su sitio, en vista de la vista … perdón… de los llamados críticos literarios. Pero, ¿haylos en este país? ¿Novelistas, por supuesto, no digo críticos? Desaparecido Rafa Chirbes, y visto lo que llevo visto, diría que no, pero, a cambio, hay cátedros capaces de declararle su amor a Marías, a Cercas, a Grandes, a Millás o a Sánchez, Clara ella. Pero hay novela latinoamericana y en varias otras lenguas, laus Deo.

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