Primero de Mayo: una reivindicación de la ‘cultura obrera’

Manifestación del Primero de Mayo en 1979 en el desaparecido Scalextric de Atocha. Pedro M. Martínez Corada

Manifestación del Primero de Mayo en 1979 en el desaparecido Scalextric de Atocha, en Madrid. Pedro M. Martínez Corada

El 1º de mayo suele vivirse como homenaje / recuerdo de las muchas luchas de la clase trabajadora, casi siempre desde un punto de vista exclusivamente reivindicativo. Pocas veces se aprovecha para rememorar la multitud de actividades desarrolladas por las organizaciones obreras, que contribuyeron no solo a la mejora de la vida de buena parte de la población, sino también a cimentar algunas de las bases de nuestras sociedades actuales. Hoy repasamos en ‘El Asombrario’ algunas de sus aportaciones más significativas y pioneras a la cultura en nuestro país. 

Aquellas exposiciones pioneras son consideradas por algunos como parte fundamental de la historia de la cultura, catalogándola con el término “cultura obrera”. Denominación más que controvertida que ha sido punto de fricción, también entre las dos corrientes históricas de nuestro movimiento obrero. Para la corriente marxista, calificada por algunos como autoritaria y/o reformista, la clase obrera debería acceder a los bienes culturales existentes para disponer de herramientas para su lucha y acceso al poder. Para la corriente libertaria, la formación no es suficiente para lograr una verdadera transformación de la sociedad; es preciso dotarse de una verdadera cultura obrera. El acercamiento de los obreros a la cultura establecida era algo no compartido por el movimiento libertario. En consonancia con el estándar marxista, León Trotsky fue contundente: “No sólo no hay una cultura proletaria, sino que nunca la habrá, en realidad no hay motivo para sentirlo”, y apostó por la dirección de la sociedad por parte de las vanguardias instruidas.

Otra de las características que posiblemente ha hecho que las dinámicas culturales creadas por el movimiento obrero sigan siendo invisibles la tenemos en nuestra literatura, donde es prácticamente inexistente. Los que se han acercado lo han hecho sobre personas y personajes bien definidos, situaciones íntimas y concretas, en la mayoría de las veces desde un punto de vista paternalista, sin enfatizar actuaciones, objetivos, aspiraciones, logros, conquistas y fracasos colectivos. Estos olvidos han contribuido a que esas iniciativas sean obviadas. Vamos a recordar algunas, siendo conscientes de las carencias que supone la limitación de espacio, intentando suplirlo con una muestra diversa que ayude a conocer la pluralidad de actividades, animando a la curiosidad y a la investigación particular.

La historia del movimiento obrero en nuestro país corre paralela a sus luchas, reivindicaciones y formas de organización. Las primeras movilizaciones de las que se tiene constancia fueron en el sector textil catalán en 1823, 1827 y 1931, aunque el mayor conflicto tuvo lugar en 1835, cuando la fábrica El Vapor Bonaplata fue pasto de las llamas y cuatro trabajadores ejecutados por ello; la influencia del laudismo tuvo mucho que ver en aquellos acontecimientos. En febrero de 1839 se autorizan las asociaciones mutualistas, legalizándose ese mismo año la Sociedad de Tejedores del Algodón y el siguiente la Sociedad Mutua de Obreros de la Industria Algodonera.

Cuando se crea en 1864 en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), en nuestro país ya existían varias organizaciones en marcha. Poco después tuvieron lugar los primeros congresos obreros: Barcelona en 1870, Zaragoza y Córdoba en 1872 y el cuarto en Madrid en 1874, este último tras la programación de la I República, que trajo consigo multitud de revueltas locales y regionales, conocidas como cantonales. En los años siguientes se constituyen las principales organizaciones obreras: PSOE (1879), UGT (1888), Solidaridad Obrera (1907), CNT (1910), FAI (1920), PCE (1922) y POUM (1935).

Centros Obreros, Casas del Pueblo y Ateneos Libertarios

Entre los primeros puntos de encuentro de los trabajadores, mencionar la Velada de artistas, artesanos, jornaleros y labradores (Madrid, 1847), embrión de la primera gran asociación obrera, Fomento de las Artes y el Ateneo Catalán de la Clase Obrera (Barcelona 1861). El primer Certamen Socialista fue convocado el 8 de agosto de 1884, que intentó impulsar una cultura propia, “una literatura y un arte que sirviesen a la clase obrera como medio activo de propaganda”, tal como cuenta Manuel Morales Muñoz en La Idea libre. La cultura anarquista en España (1870-1910), editado por La Neurosis o Las Barricadas.

En el madrileño Centro Obrero de la calle Relatores se puso en marcha, a finales del siglo XIX, la Asociación Artístico-socialista de Madrid. Centros Obreros, Casas del Pueblo y Ateneos Libertarios se convirtieron en los lugares donde se concentraban buena parte de las actividades, puntos de encuentro con una clara vinculación política e ideológica donde se celebran charlas, conferencias, asambleas, mítines y congresos de sus respectivas organizaciones. Se calcula que durante la II República había en marcha más de 900 casas del pueblo y más de 500 ateneos libertarios.

Coros y orfeones, canciones revolucionarias y tradicionales

Con la reducción de la jornada laboral fue necesario cubrir el tiempo libre conquistado, y comenzaron a desarrollarse todo tipo de iniciativas. Una de las primeras fue la creación de coros y orfeones donde se entonaban canciones revolucionarias y tradicionales. Además, representaciones teatrales a cargo de compañías de las propias organizaciones e invitadas, dramatizaciones y lecturas de poesía en espacios propios. El auditorio central de la Casa del Pueblo de Madrid, situada en la calle Piamonte, tenía capacidad para 4.000 personas; llegó a contar con más de 100.000 afiliados.

En momentos de gran agitación política, como la proclamación de la II República, se puso en marcha el Teatro Proletario, que intentaba replicar el que surgió en la URSS o en la Alemania de Weimar; se trataba de una propuesta minoritaria que no podía competir con el teatro burgués, ampliamente anunciado en las carteleras de las grandes poblaciones. Las bibliotecas tuvieron un papel fundamental, la de la Casa del Pueblo madrileña contaba con más de 8.000 volúmenes; la sección de literatura era la más nutrida, combinando publicaciones ideológicas con otras de literatura social.

Por otro lado, el deporte huía de lo profesional, calificado como burgués; lo que trajo consigo múltiples polémicas con los seguidores de los clubs de fútbol más populares, que ya empezaban a despuntar. Salud y Cultura fue una de las asociaciones de referencia. Creada en 1913, llegó a contar con 4.000 afiliados. Alpinismo, excursionismo, atletismo y fútbol eran las actividades más habituales. En 1931 se creó la Federación Deportiva Obrera del Centro de España y un año después la Federación Cultural Deportiva Obrera de Castilla La Nueva. La asociación Natura era de las más activas. Muchos clubs deportivos, surgidos en el seno de las empresas, fueron creados por militantes anarquistas y socialistas.

Educación y ciencia para la emancipación de los trabajadores

La educación era un eje de intervención prioritario para una buena parte de la clase trabajadora, sobre todo en las zonas rurales, donde era analfabeta. Apostando por la educación integral, laica y racionalista, la Escuela Moderna de Francesc Ferrer i Guardia, fundada en 1901 en Barcelona, era la referencia. Se consideraba que la educación y la ciencia representaban elementos fundamentales para la emancipación de los trabajadores. Este modelo libertario de enseñanza integral era compartido por algunos maestros socialistas, aunque la mayoría seguían los fundamentos que dieron pie a la Institución Libre de Enseñanza.

El movimiento educativo laico y racional dio como resultado la puesta en marcha de espacios como la Escuela de Párvulos Cesáreo del Cerro, la Sociedad de Escuelas Laicas Graduadas, la Asociación de Profesores Racionalistas o la Asociación General de Maestros. La creación de la Escuela Obrera Socialista puede considerarse la primera experiencia en nuestro país de formación profesional. La Escuela de Aprendices Tipógrafos y la de Aprendices Metalúrgicos fueron algunas de las experiencias más reconocidas en este sector.

Editoriales y publicaciones para contrarrestar a la burguesía

Cientos de publicaciones se editaban con el objetivo de contrarrestar a la prensa burguesa y a la reaccionaria. Algunas de esas publicaciones periódicas dieron paso a iniciativas editoriales propias. Gráfica y editorial socialista fue la primera en el ámbito ugetista, aunque fue dentro del movimiento libertario donde se desarrollaron algunas de las más interesantes. Alejandro Civantos Urrutia da cuenta de ello en Leer en rojo. Auge y caída del libro obrero (1917-1931), editado por la Fundación Anselmo Lorenzo donde relata alguna de aquellas iniciativas. Sirva como ejemplo Renovación Proletaria, editorial creada en el municipio cordobés de Pueblonuevo del Terrible. Publicaron 21 títulos, llegando a vender 445.000 ejemplares en sus escasos cuatro años de vida, a pesar del alto índice de analfabetismo entre la población. Fue tanta su relevancia que en paralelo se constituyeron “un ateneo libertario con biblioteca, varias asociaciones culturales, una Escuela Racionalista para hijos de los trabajadores, además de varias publicaciones obreras, como el semanario Nuevo Rumbo”.

La gráfica era muy significativa en aquellas publicaciones. La estética y lo visual han sido siempre muy singulares dentro del movimiento libertario, al considerar el arte como una herramienta de intervención. Grandes ilustradores como Helios Gómez, Carles Fontseré, Alfonso Vila Shum, José Luis Rey Vila Sim, Ramón Acín o Baltasar Lobo contribuyeron con sus ilustraciones a mostrar el arte como un elemento de movilización y transformación social.

La historia del movimiento obrero siempre será incompleta, se escribe y renueva todos los días. Normalmente seguimos los parámetros culturales habituales que no deben ser excusa para no conocer ni valorar manifestaciones, intervenciones y creaciones desarrolladas por la clase de la que formamos parte la mayoría.

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