‘Proyecto Palcos’: ¡ay, aquellas verbenas de pueblo!
Algunos subsisten sepultados entre la maleza o sirven de alpendres improvisados, en un eco de lo que fueron, como cajas de música rotas desafinando en el paisaje. Pero su valor inmaterial trasciende a las apariencias, y ahora un proyecto del CSIC lanza una plataforma ciudadana para localizar e inventariar palcos de música con el propósito de cosechar recuerdos y estudiar cómo estos espacios destinados a las orquestas rurales han ido mutando a lo largo del tiempo, mientras daban vida a los pueblos… Y cómo ha evolucionado con ellos el sentido del ocio y la fiesta en contextos rurales o rururbanos.
Los palcos parecían condenados a extinguirse, pero fueron ejes de la vida de generaciones y testimonio de un patrimonio que se resiste a desaparecer. El proyecto pone de relieve cómo las ciencias humanas están dinamizando una nueva y más profunda comprensión del mundo rural, al despertar desde su análisis interdisciplinar las múltiples dimensiones del paisaje. Lejos de una mirada nostálgica, el proyecto se centrará en el estudio de los palcos más recientes, ante fenómenos como el feísmo o la industrialización musical. Y en cómo su persistencia en el paisaje manifiesta el valor de los bienes comunes intangibles.
«La idea es estudiar la evolución de las fiestas parroquiales en Galicia en las últimas décadas a partir de su cultura material. Y tomar el palco y el entorno construido de la fiesta para ver cómo han cambiado las verbenas populares», explica el antropólogo y etnomusicólogo Íñigo Sánchez-Fuarros, responsable del proyecto e investigador Ramón y Cajal en el INCIPIT, el Instituto de Ciencias del Patrimonio del CSIC, que desde lo alto del monte Gaiás, en Santiago de Compostela, se ha convertido en todo un faro para las Humanidades y nuestra comprensión del paisaje: «Yo soy de Cantabria, y allí hay toda una tradición de verbenas populares, pero en los pueblos tenemos estructuras metálicas que se montan y se desmontan».
Sánchez-Fuarros se incorporó al INCIPIT hace 2 años, tras casi una década en el Instituto de Etnomusicología de la Universidade Nova de Lisboa, donde realizó estudios sobre cómo la gentrificación y la transformación urbana afectó al paisaje sonoro de los barrios céntricos, en el contexto de la investigación Sounds of Tourism, que incluyó un dosier sobre los sonidos del Antropoceno y la turistificación, «esa apisonadora que arrasa con todo».
El Proyecto Palcos, que fue presentado el lunes 10 de julio en la aldea de O Eixo, nació de un diálogo interdisciplinar dentro y fuera del INCIPIT, donde arqueólogos y antropólogos mantienen una fértil colaboración alrededor de esos debates sociales que los medios tendemos a simplificar, al ningunear el contexto histórico y humano en que tienen lugar: «El proyecto tiene que ver con el despoblamiento rural, pero tomando como excusa los palcos más desarrollistas, a veces construidos de bloques de cemento, los más feístas», aclara Íñigo. «Es un patrimonio conflictivo. De hecho, hay ayudas de la Xunta para derribarlos, pero la sensación en nuestra primera toma de contacto es que aunque no se usen, mantienen un lugar importante en la memoria colectiva de las parroquias y aldeas. Ya hay un proyecto de una asociación de amigos del patrimonio que hace inventario de los palcos históricos, pero nuestra idea es hacer un llamado a la ciudadanía para que nos ayude a localizar estos palcos más recientes y estudiar cómo su transformación tiene mucho que ver con los cambios en las propias formaciones musicales, con la electrificación de la música, con cuándo empiezan los primeros camiones o escenarios móviles».
El proyecto invita a identificar los palcos bajo 4 categorías, como explica Íñigo: «palcos vivos, que serían los que todavía se usan en las fiestas; palcos reapropiados, que serían esos a los que hoy se les da otro uso, como almacén de leña, alpendre, o incluso por los jóvenes, para sus botellones; palcos fósiles, que son los que están en ruinas o abandonados y tomados por la vegetación, como el de Portodemouros, que es muy bonito; y palcos lembrados, aquellos que ya no existen y sobre los que se ha asfaltado, pero que siguen muy presentes en la memoria local y que la gente, sobre todo la más mayor, todavía recuerda. El proyecto tiene 3 fases. Arranca este verano con la plataforma de mapeo participativo, donde la ciudadanía podrá subir una localización del palco y un audio contando alguna historia sobre el «campo da festa». Luego, nosotros visitaremos la zona para hacer una ficha arqueológica. En una segunda fase la idea es analizar estudios de caso significativos, como los conflictivos, desde una perspectiva etnográfica. La tercera fase se orientará, en colaboración con el Laboratorio de Experimentaciones Etnográficas del INCIPIT, a reactivar algunos palcos en desuso».
La fiesta al aire libre: rituales históricos que construyen futuro
Los clásicos quioscos musicales conformaron su estilo durante el siglo XIX, bajo una preocupación estética que conjugaba la elegancia modernista con la función acústica, ocupando un espacio central en las alamedas de las ciudades o los atrios de las iglesias. Materializaban la importancia de la música al aire libre, en espacios abiertos o entornos naturales, institucionalizando el valor ritual de la fiesta. Alrededor de estos palcos circulares giraba la interacción social, se estrechaban lazos y se forjaban parejas, hasta que con el tiempo y las modas fueron desplazados por las discotecas y palcos más industriales. «En ese sentido”, aclara Íñigo, “más allá de un discurso o narrativa del abandono, desde estos palcos observamos discursos que reivindican las fiestas de antes, como preguntándose para qué hacen falta esos camiones con tantos focos, cuando hay grupos locales que también pueden hacer la fiesta. Como las foliadas, que tienen un componente no solo de nostalgia sino de construcción de futuro».
Esa perspectiva histórica es transversal a los palcos, como reconoce Íñigo: «Otra cosa que nos interesa para el proyecto es el diálogo con los arqueólogos, porque sus métodos nos pueden aportar mucho». Y así lo corrobora David González Álvarez, arqueólogo e investigador Ramón y Cajal del INCIPIT, cuyo tema principal de estudio actualmente es la construcción del paisaje rural a lo largo de la historia: «Cuando ahora se buscan estrategias que posibiliten que se mantenga la vida en el campo tenemos que pensar que la gente que mantenga esa vida lo estará haciendo desde un contexto histórico y social particular, y tendrá que tener una serie de servicios y derechos. No sirve de nada poner en práctica estrategias de desarrollo rural que no sean comprensivas con el bienestar de la gente. En este ámbito de reflexión, temas de sensaciones, sonoridad, olores, prácticas o experiencias tienen que tenerse en cuenta, y nos ponen en contacto a arqueólogos con antropólogos o geógrafos. Los palcos que está estudiando Íñigo, por ejemplo, son un referente material que podemos analizar arqueológicamente, pero son también el escenario para que se produzca todo un ambiente sonoro festivo, en el que se socializan los vecinos, en el que se forman parejas y matrimonios, en el que se divierte la gente y se naturalizan costumbres e ideas».
Esa visión de futuro que trasciende a los palcos es extensiva a las fiestas de recreación histórica, que el propio David estudió hace unos años, y que han vivido un interesante auge en nuestro país desde el año 2000. Muestran la voluntad social de recuperar el espacio público y el sentido comunitario bajo disfraces y ambientes históricos que recreen ritos compatibles con temas o ideas actuales o con proyección de futuro, como la cocina kilómetro 0, la artesanía, la ecología o la sostenibilidad. «Es interesante ver cómo en las fiestas de recreación histórica, muchas veces hay temas de fondo que no son nada obvios, de identidades, de política, que se negocian y renegocian proyectados en el pasado de hace 2.000 años. Es un ejemplo magnífico para entender cómo la arqueología es una disciplina que apela a sentimientos, ideas y significados que tienen mucha fuerza y vigencia en el debate público actual», explica David González.
Feísmo: no es el objeto, es el uso comunitario
Cristina Sánchez-Carretero es vicedirectora del INCIPIT y coordinadora de la especialidad de Antropología. Ha liderado valiosas investigaciones sobre los procesos de patrimonialización rural vinculados al Camino de Santiago. Al hilo de los palcos, le pregunto por el debate sobre el feísmo: «Ten en cuenta que la disciplina de la antropología como tal no intenta tener un modelo explicativo sobre temas como el feísmo, sino entenderlos desde dentro, y pasar del explicar al comprender. Pretendemos entender, desde dentro, qué papel juega y por qué algunos le llaman feísmo, qué etiquetas entran en función y por qué. Porque para la gente que lo usa es simplemente «su palco». Y entender que el patrimonio es un proceso vivo en construcción. Hasta hace un tiempo el patrimonio se entendía solo sobre los objetos, pero esa visión se superó hace ya muchas décadas, tanto en museología como en antropología y arqueología, y fue sustituida por una visión más procesual o constructivista del patrimonio. Es decir, el patrimonio ‘es’ en cuanto que hay un grupo social que le da valor».
«Viniendo del periodismo ambiental entenderás bien el giro que en gestión patrimonial hubo de los modelos de conservación en sí, 100% conservación, a los modelos de salvaguarda. De hecho, lo copiaron de la gestión de los espacios protegidos. No se trata tanto de proteger el elemento en sí, sino la forma de vida que posibilita que esos elementos y prácticas sociales estén mantenidos. Es decir, en medio ambiente tú no proteges un árbol en sí, proteges el ecosistema que lo hace posible. Pues eso en patrimonio se llama el giro de los modelos de conservación a los modelos de salvaguarda. Y por ahí van más los tiros. De hecho, por ahí van más los tiros de un proyecto que estamos coordinando Íñigo y yo del plan nacional, que se llama HabitPAT: cómo crear modelos en los cuales no se trate de la conservación porque sí, sino que ponga las necesidades de la población en el centro, para que la gestión patrimonial o los modelos de gestión ayuden a remar en la misma dirección».
«En Galicia los bosques pagan las fiestas»
En ese sentido, Cristina recuerda su investigación sobre los procesos de patrimonialización en el Camino de Santiago, que recorría pequeñas poblaciones analizando el impacto del Camino y constatando la distancia que existe entre las políticas patrimoniales y lo que sus habitantes consideran digno de patrimonializar: «Una de las cuestiones que planteamos era adónde van los recursos económicos derivados del Camino (reconstrucción de iglesias, hórreos o pavimentación de caminos), pero se preguntaba a las comunidades qué consideraban ellas patrimonio o qué era lo más valioso de su aldea». El resultado era un repertorio muy amplio de elementos patrimoniales (materiales e inmateriales) que querían conservar, empezando por su paisaje o las corrientes de agua: “Que non desaparezan as fontes, as árbores, as casas vellas”, decía una vecina, en alusión a las casas construidas por ellos mismos con el esfuerzo de la emigración. «Hicimos un informe para los alcaldes de la zona y les entregamos este documento tan bonito sobre la aldea de Vilaserío. Una de las cosas que nos decían los vecinos era el poder seguir trabajando la tierra, pero no musealizada, reducida a un sector terciario de turistificación de la zona, sino viendo el propio sector primario como patrimonio. Para ellos el agua, los cauces del agua, el acceso al agua era su patrimonio. Y a eso se dedicaba cero euros. Para mí esto fue un proyecto fallido, no por la población local, a la que le encantó el resultado, sino porque los alcaldes no hicieron nada con este informe».
Íñigo añade que querría desarrollar la perspectiva de soundscapes (paisajes sonoros) más ligada a la biodiversidad: «De hecho, es una de las líneas de investigación futura que planteo en el proyecto ligado a la crisis ecosocial y el cambio climático. Pero en el proyecto Palcos también hay una conexión digna de explorar sobre la relación entre la naturaleza y las fiestas. Hay una frase que me dijo el otro día una persona: que en Galicia los bosques pagan las fiestas. Y es una frase muy potente en relación con las comunidades de montes y la forma en que éstas entienden su patrimonio».
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