‘Purple’ mete el cambio climático en el corazón del museo Thyssen
Ha sido necesario incluso remover muros en el corazón del museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, según reconoció su director artístico, Guillermo Solana, para acoger ‘Purple’, la espléndida video-instalación del artista y cineasta británico de origen ghanés John Akomfrah en torno a los efectos del cambio climático y sus consecuencias en la biodiversidad y en las comunidades que habitan el planeta. Ahí estará, producida por la Fundación TBA21, en el corazón de este museo, removiendo conciencias, con un lenguaje con gran capacidad de evocación, el artístico, hasta el 25 de marzo.
Purple es un hipnotizante collage con gran poder metafórico y alegórico, de asociación de ideas, de sensaciones visuales proyectadas en seis enormes pantallas. A lo largo de una hora se mezclan imágenes de archivo con las grabaciones de Akomfrah en diez países, identificando paisajes llamados a desaparecer, desde las heladas tierras y mares de Alaska y Groenlandia al Reino Unido y las volcánicas Islas Marquesas, en el Pacífico Sur. Pero hay mucho más. Hay mataderos, experimentos con animales, mareas negras, centrales eléctricas, pruebas nucleares, pozos petrolíferos, tráfico intenso, bosques talados, mineros, gente bailando, grandes líderes históricos, ríos, imágenes nocturnas de fábricas, fotos de familias africanas sumergidas en el agua, líneas de alta tensión, escuelas, gente bailando, metros, trenes, protestas de Greenpeace, gente paseando por la calle, desfiles, cadenas de producción automovilística, gente bailando…
En Purple (púrpura; color que surge de la mezcla del rojo y el azul, y eso para el artista simboliza la fusión de los contrarios) asistimos a una hora de fogonazos de imágenes que producen una extraña sensación de inmersión en la historia de la Humanidad de las últimas décadas y en que algo se está perdiendo. Irremediablemente perdiendo si no nos ponemos manos a la obra. En ese efecto de hipnosis tiene mucho que ver el complejo y cuidadísimo entramado auditivo en el que se escuchan en capas superpuestas voces de anuncios y de mítines, cantos tribales y canciones tradicionales, sonatas de Beethoven, canciones de Billie Holiday, música de Glenn Hardy, permanentes ruidos de fábricas y sonidos de agua… “El sonido es tan importante como la imagen para transmitir unas sensaciones”, explica el artista. “El audio está compuesto por 350 capas de sonido”.
Termina la video-instalación con gente bailando, música de Philip Glass y el murmullo del agua. Y no se sabe bien si con esa gente danzando el artista quiere enviar un mensaje optimista sobre lo más amable y armonioso de la Humanidad o quiere dejar patente cómo, mientras todo se va desmoronando a nuestro alrededor, cómo mientras este Titanic que es el planeta se hunde, la gente sigue, despreocupada, bailando…
Pero la sensación queda clara. Y lo confirma el lienzo que el Thyssen ha elegido como introducción a la oscura sala donde se proyecta la película artística de Akomfrah: Expulsión, luna y luz de fuego, una obra en la que el artista norteamericano Thomas Cole representó a principios del siglo XIX la expulsión de Adán y Eva del paraíso en una composición en la que, como señala el museo, “el mundo entero toma conciencia del caos provocado por la presencia de los humanos en la Tierra”.
Es la sensación que provoca la obra de Akomfrah, cuyos padres proceden de una pequeña comunidad de lo que ahora es la costa de Ghana, de expulsión, de pérdida irresponsable del paraíso, de soledad, de vacío… En obras anteriores, como Vertigo Sea (2015), sobre la crueldad de la caza de ballenas, este artista, que vive y trabaja en Londres, ya ha reflexionado sobre temas medioambientales. Recientemente ha recibido el Artes Mundi Award, el más destacado galardón británico que reconoce la obra de artistas contemporáneos vinculada a temas sociales, políticos y sobre la condición humana.
Purple supone además algo muy importante para el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Es la primera colaboración entre este centro y la fundación creada por Francesca von Habsburg, hija del barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza, a través de la fundación de arte contemporáneo que creó en 2002, la TBA21 (Thyssen-Bornemisza Art Contemporary) , y su apéndice, la TBA-21 Academy, “institución que promueve la defensa de la conservación de los océanos a través de programas interdisciplinares y de producción artística”.
De esta manera, y como destacó Guillermo Solana en la presentación de la obra la semana pasada, la tercera generación del coleccionismo Thyssen, comprometida plenamente con el arte contemporáneo, “se incorpora con todo su esplendor, pompa y rigor a este museo, que es también su casa”, y adelantó el acuerdo de una colaboración anual con las producciones eco-sociales-artísticas de TBA-21.
Por su parte, Francesca von Habsburg recalcó, a su paso por Madrid, su activismo por la defensa de los derechos humanos y el medioambiente, señaló el poder transformador del arte “por la capacidad de mirar y comunicar el mundo que nos rodea” y se mostró convencida de todo lo que pueden aportar las colecciones artísticas; “vamos a ponerlas al servicio para hacer algo, para contribuir a salvar el planeta”; y más en esta era, a la que definió como Antropoceno, término acuñado por los científicos para referirse a la edad geológica en la que nos encontramos y que se caracteriza por la influencia de la actividad humana en el clima y el medioambiente.
Y concluyó: “El arte es un medio ideal para ayudar a que la gente piense, debata y actúe”. “Verdaderamente hace falta hacer algo ya”. Y, sin cortarse y motu proprio, también entonó un valiente mea culpa: “Soy también consciente de la responsabilidad del imperio industrial Thyssen en el deterioro del planeta y en el cambio climático. Hace 50 años estábamos orgullosos de ello, de ser parte del progreso y la industrialización, ahora debemos saber mirar y transformar esa responsabilidad en conciencia ambiental”.
Chus Martínez, comisaria de la instalación, insistió en nuestra equivocada relación con el planeta: “Necesitamos plantear un cuestionamiento radical de nuestro comportamiento con el resto de los animales y con el planeta. Esta compleja obra nos habla de la necesidad de una nueva empatía con lo natural, de una reconsideración epistémica” (recordemos lo que dice la Real Academia Española que es episteme: conjunto de conocimientos que condicionan las formas de entender e interpretar el mundo en cada época).
Aprovechando esta obra, el Thyssen ha creado, dentro de sus recorridos temáticos –algunos ya han sido recogidos en El Asombrario, como el LGTB y el de sostenibilidad, otro en torno al Arte y el Cambio Climático. En él conversan con fotogramas de Purple lienzos como Mata mua (Érase una vez) (1892), de Paul Gauguin, un canto a la vida del ser humano en armonía con la naturaleza; Nubes de verano (1913) y Nubes rojas, del artista alemán Emil Nolde; el paisajismo de impresionistas como Monet y El deshielo de Vétheuil (1860) y de norteamericanos como Catlin en Las cataratas de San Antonio (1871), que celebran el esplendor virginal de los paisajes del Lejano Oeste antes der ser contaminados por el mundo civilizado; o cuadros que reflejan los primeros pasos de la industrialización, como Fábrica a la luz de la luna (1898), de Maximilien Luce, o El puente de Waterloo (1906), de André Derain, quien se acerca a un Londres que ya sufría los efectos de la industrialización.
Y sí la gente sigue bailando rock, fox trot o los libres ritmos de los 60…
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