Qué hacer con un matrimonio que naufraga: ‘Nadar’

La escritora Marianne Apostolides.

Mientras nada en la piscina, la protagonista reflexiona sobre los vaivenes del deseo, la culpabilidad, las renuncias que impone la maternidad temprana o el juego de percepciones equívocas en una relación de largo recorrido. Qué hacer con un matrimonio que naufraga. Si dijera que no me ha gustado ‘Nadar’, novela de 2009 de la canadiense Marianne Apostolides (ahora en Periférica), mentiría; pero si dijera que me ha gustado, lo haría también. ‘Nadar’ es una novela remolino que engulle a todo el que se asoma sobre sus movimientos.

Nadar es una metáfora agotadora que al mismo tiempo deslumbra con su belleza inaudita, casi increíble, casi mitológica. Llena de caos la memoria de quien lee, pero también de buena voluntad. El discurso de su protagonista atrapa de esa forma en que la picadura mortal de un animal atrapa la velocidad de quien se cruzó en su camino.

Nadar es una novela difícil de definir, de asir y, sin embargo, es una trampa que atrae la mirada del lector hasta obtener de él un compromiso casi enfermizo. Es una novela muy, muy ambiciosa desde lo estético. Ese monólogo disfrazado de balbuceo con el que la protagonista se comunica hace mella en quien lee como lo hace ese pellizco que un hermano malintencionado inflige a otro por debajo de la mesa:

“Nadará treinta y nueve largos –uno por cada año de su vida– y moviéndose por el agua, algo inusual, llegará a una conclusión. Sabrá que debe dejar aquello que ya no existe”.

Nos hace reflexionar sobre la naturaleza de nuestro lenguaje, nos entrega su etimología como materia de defensa, como fortaleza y como cadalso. Hablar es delimitar las emociones, entregárselas a veces a un lugar contaminado y contaminante.

Y nos habla sobre el tiempo extra que ofrece a los sueños de algunas mujeres la maternidad y también sobre el riesgo de ser asfixiada por la finitud de estos:

“Aquella noche acarició el pelo de su hija y notó la calidez– lo potente/lo posible de un niño que duerme”.

Apostolides siembra su historia de un lirismo extenso e insumiso que se acopla a las mil maravillas con la lucha interna que mantiene Kat, su protagonista, y hace de Nadar una narración que se acerca a lo onírico, sin que ese universo siempre tan potente y totalitario anegue toda la angustia y toda la verdad que acoge este texto:

“Un color es la ausencia de todos los demás”.

Nadar habla de violencia, pero no nombra esa sombra capaz de ridiculizar las ansias de futuro de su protagonista.

Como decía más arriba, Nadar es tomar una metáfora (sí, agotadora) como biografía, un hecho memorable en esta novela delgada y magnética que tanto exige y que tanto gozo proporciona.

“Siempre fueron (sólo) agentes que actuaban uno sobre otro –sujeto sobre objeto, y luego, invirtiendo sus posiciones, arriba y abajo, objeto sobre sujeto–cabalgando los dos hacia delante, hacia un clímax–individual–el relato/la fantasía, diferente en sus respectivas cabezas”.

Apostolides crea un hogar en el que la alternancia de la carne y del alma dota a la narración de una potencia plástica a priori inimaginable para el lector.

Contrapone palabras y emociones para crear un efecto narrativo que posibilite que todo lo contado pueda ser verdad, pero también mentira. Apostolides no cree en un único significado para ellas:

“Todas las familias tienen sus historias, pero no todas tienen quien las cuente”.

“El simbolismo de la rosa depende de sus espinas”.

“Kat nada buscando una metáfora en este país de mitos y símbolos –señales y cuerpos– historias sin progresión lineal, tejidas entre dioses y mortales, ninfas (núbiles) de catorce años”.

Es una narradora dura, inmisericorde, tajante, que abre en canal el dolor para nadar sobre la herida, para hidratarse con esa sangre reseca que deja lo inesperado, para recaer en la polifonía que requieren los múltiples verdugos que la acechan:

“Piensa en las noches que pasaba echada en la cama, sola, contando objetos –calorías ingeridas–, la comida eran cifras, el imperio de la lógica”.

“Aquellos años, se quedaban allí tumbada, a oscuras, anoréxica”.

Sin embargo, y a pesar de todos estos milagros con que traspasa el cuerpo de quien lee, diré que Nadar es una novela que avanza con un ritmo demasiado irregular, tanto que en demasiadas ocasiones emborrona su valor global con esa falsa densidad a la que se aferra el diálogo interior de la febril nadadora.

Nadar es una novela para amantes de los experimentos, para aquellos lectores que desean perlar su trayectoria con el manto del más flagrante esnobismo, pero aviso de que es un texto tan experimental que el lector naufraga sobre su enigmático paisaje.

A mí me ha dejado una sensación agridulce, una indecisión nada habitual en mí. Por eso volveré a escribir como ya lo hice hace un par de semanas que no seré yo quien desaconseje su lectura, porque a veces, en los territorios más indefinidos, si sabemos mirar, están aquellas emociones o el destino que nos define.

‘Nadar’. Marianne Apostolides. Periférica. 125 páginas.

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