¿Qué sucederá si la temperatura global sube 5 o 6 grados?

Un canal en Ámsterdam. Foto: Pexels.

La ciencia lleva muchas décadas intentando desentrañar cómo fue el clima de nuestro planeta en el pasado, y el impacto sobre la vida que tuvieron sus cambios,  para poder saber a lo que nos enfrentamos ante el acelerado calentamiento atmosférico global que vivimos. Dos de las personas que más han aportado en este campo son los norteamericanos Ellen Thomas, de la Universidad de Wesleyan y Yale, y James Zachos, de la de California, que han conseguido por ello el Premio Fronteras del Conocimiento en Cambio Climático de la Fundación BBVA en su última edición. Sus previsiones son preocupantes. Alerta Thomas:Si seguimos quemando combustibles fósiles hasta que se acaben o dejen de ser rentables para las empresas, es muy posible que regresemos al Eoceno, es decir, que tengamos que enfrentarnos a un mundo sin casquetes polares y, por lo tanto, con niveles del mar decenas de metros más altos que los actuales, lo que significará el ahogamiento de muchas ciudades en las zonas costeras”.

Profundizar en el trabajo de Ellen Thomas y James Zachos ayuda a comprender cómo habitamos un planeta vivo, en el que su temperatura global ha estado desde sus inicios ligada al desarrollo de la vida, transformándola al albur de los cambios que han tenido lugar a lo largo del tiempo. El episodio que Thomas y Zachos lograron identificar se considera un referente del pasado para lo que podría acabar siendo nuestro futuro, si seguimos con las actuales emisiones de CO2 a la atmósfera. Entonces, la Tierra era un astro habitado sobre todo por las aves, en el que se expandían las hormigas y en la Antártida había bosques tropicales. Hoy la habitamos 8.000 millones de seres humanos.

Fue en la década de 1990 cuando Thomas y Zachos descubrieron, ella en la Antártida y él en Wyoming (EE UU), que hace 56 millones de años, en la transición del Paleoceno al Eoceno, hubo emisiones masivas de CO2 y metano a la atmósfera que aumentaron la temperatura global entre 5º y 6 ºC.  Recordemos que los peores escenarios del panel de expertos de la ONU para el cambio climático (IPCC) prevén subidas de este calibre a finales de este siglo si seguimos aumentándolas hoy por la actividad humana. Aquel episodio, que investigaciones posteriores han atribuido a una intensa actividad volcánica, volvió más ácidos los océanos –lo que también ocurre ahora– y desencadenó una de las mayores extinciones conocidas de organismos de las aguas profundas en la historia terrestre. Aquel efecto invernadero, que generó el llamado Máximo Térmico del Paleoceno-Eoceno (PETM, por sus siglas en inglés) es, por tanto, comparable al actual cambio climático de origen humano y su hallazgo fue clave para los modelos de predicción que hoy se utilizan.

Ellen Thomas, profesora de la Universidad de Wesleyan y Yale. Foto: Fundación BBVA.

Precisamente, éste fue el argumento que expuso la catedrática de Paleontología Laia Alegret para nominar a ambos investigadores al Premio Fronteras del Conocimiento, y el jurado, compuesto por expertos de todo el mundo,  valoró la importancia de esa analogía con el presente calentamiento por sus similitudes en cuanto a emisiones de carbono, subida de las temperaturas y acidificación de los océanos. Ambos hallaron un auténtico “experimento natural” que estaba escrito en el libro de historia que ocultan los sedimentos.

El descubrimiento de aquel calentamiento terrestre, ocurrido en un pasado remoto, comenzó en el hielo. En concreto, en la Antártida. En 1987, Ellen Thomas, ya entonces dedicada a la micropaleontología y miembro del pionero proyecto Deep Sea Drilling (perforaciones en el océano profundo), participó ese año en una expedición para perforar el Océano Antártico. Recogía muestras de sus sedimentos para buscar foraminíferos bentónicos, unos organismos microscópicos que habitan en las profundidades del mar y cuyos restos, depositados en el fondo, ayudan a conocer lo ocurrido en el pasado. En la capa que corresponde a hace 56 millones de años, Thomas comprobó que había restos de organismos muy distintos: “No era en absoluto lo que yo esperaba, porque el océano profundo es el mayor hábitat del planeta y es muy estable, difícil que cambie en escalas de tiempo cortas”.

La  investigadora observó que en ese periodo había habido una extinción masiva sorprendente, lo que sólo podía deberse a un cambio dramático a escala global. ¿Qué había pasado? Tras estudiar la composición química de las conchas de los microorganismos, comprobó que también se había producido un elevado calentamiento global. “Era la mayor extinción de este grupo de organismos en los últimos 90 millones de años”, explica Alegret. Aunque no era la primera vez que se documentaba la extinción, Ellen sí fue la primera persona en relacionarla con un cambio climático a nivel planetario, el mayor calentamiento en los últimos 65 millones de años.

Esta conclusión se confirmaría poco después con las investigaciones de James Zachos, que también identificó, en sedimentos terrestres de Wyoming, que precisamente en la capa de ese límite Paleoceno-Eoceno había habido una gran liberación de carbono a la atmósfera en poco tiempo. “De repente, todas las piezas comenzaron a encajar como en un puzle y eran coherentes con la teoría del efecto invernadero”, destaca el premiado.

Ambos comenzaron entonces a colaborar para desentrañar los vaivenes climáticos del planeta. En 2001, finalmente, publicaron un memorable artículo en la revista Science con la curva de temperaturas más completa de los últimos 65 millones de años, conocida como “curva de Zachos”, aunque debiera serlo como “curva de Thomas y Zachos”. En ella, identificaban también otros eventos menores, llamados hipertermales, donde se habían producido calentamientos menores con otras emisiones de gases y a otras velocidades, lo que ha permitido conocer las consecuencias del efecto invernadero en diferentes escenarios. “Hemos podido comprobar que la teoría del efecto invernadero es básicamente correcta”, afirma James Zachos,  en un comunicado de la Fundación BBVA, “y eso nos ha dado confianza en nuestra habilidad para predecir el clima del futuro”.

Por tanto, gracias a los premiados hoy sabemos que la contaminación por gases como CO2 y metano ya hace 56 millones de años provocó sequías y severas precipitaciones. También que el exceso de carbono en la atmósfera tarda decenas de miles de años en eliminarse de forma natural, lo que hace poco factible que la solución se confíe solo a los bosques. Zachos, de hecho, defiende la captura de CO2 de la atmósfera para enterrarlo de nuevo, una tecnología de momento costosa y en la que algunos ambientalistas ven serios riesgos. De momento, en Europa hay, al menos, 76 proyectos para ello en marcha. Uno de los más grandes es el Northern Lights, que dirigen las grandes petroleras Total, Shell y Equinor. Tras décadas promoviendo el uso de combustibles fósiles, estas compañías ahora quieren convertir a Noruega en una potencia de almacenamiento de CO2 y preparan, cerca de la isla de Bergen, una terminal que capturará 1,5 millones de toneladas al año, producidas por la industria europea, para transportarlas por tuberías y almacenarlas a 2.500 metros de profundidad en el Mar del Norte, en pozos que se están perforando.

El profesor James Zachos. Foto: Fundación BBVA.

Pero más allá de estas alternativas, en las que unos científicos priorizan un cambio de modelo económico y otros la tecnología, los trabajos sobre el Máximo Térmico del Paleoceno-Eoceno son un aviso para navegantes, especialmente los de por nuestro entorno: “El PETM nos demuestra que en cuencas como la mediterránea, el nivel de oxígeno descendió tanto que muchos organismos no podían vivir y esto, por supuesto, llevó a una pérdida de biodiversidad”, alerta Thomas.

En aquel momento, como se apuntaba, los datos indican que la posible causa fue una gran actividad volcánica en el Atlántico norte. Según las estimaciones, se emitieron entre 2.000 y 7.000 gigatoneladas de carbono, gases que habrían generado una reacción en cadena, cambiando corrientes oceánicas, calentando sus aguas, desestabilizando el suelo helado, o permafrost, y liberando así aún más carbono y metano. El ritmo de emisiones desde finales del siglo XIX, debido a la actividad industrial humana, comenta Zachos, es unas diez veces mayor que el de entonces. No obstante, si bien piensa que un nuevo y destructivo PETM podría volver a ocurrir, cree que podemos aún evitar las peores consecuencias, aunque algunas ya las ve inevitables, como “el aumento de entre 1 y 2 metros del nivel del mar, incluso aunque redujéramos las emisiones de manera inmediata”. Más probable ve evitar que ese nivel aumente entre 10 y 15 metros. Pero ¿dónde estaría entonces la inmensa humanidad que habita en las zonas sumergidas?

Ellen Thomas, por su parte, es “bastante pesimista”. En una entrevista vía email, nos comenta: “En el pasado, los altos niveles de CO2 se corregían de forma natural, pero en escalas de tiempo demasiado largas para los humanos: a muchas personas no les interesará saber que los impactos del calentamiento global generado por el hombre mejorarán dentro de entre 10.000 y 100.000 años”. Y es que, nos recuerda, el problema no es para la Tierra, sino para la Humanidad: Si seguimos quemando combustibles fósiles hasta que se acaben o dejen de ser rentables para las empresas, es muy posible que regresemos al Eoceno, es decir, que tengamos que enfrentarnos a un mundo sin casquetes polares y, por lo tanto, con niveles del mar decenas de metros más altos que los actuales, lo que significará el ahogamiento de muchas ciudades en las zonas costeras”. “Los científicos”, argumenta, “llevamos décadas hablando del calentamiento global, pero no se ha hecho nada para reducir el aumento de CO2 en la atmósfera, que incluso durante  la pandemia creció”. Así que tiene claro que las medidas y acuerdos tomados hasta ahora en este asunto “son insuficientes, según evidencia la observación del clima”.

¿Y qué pasará con los hielos de la Antártida, con los que hizo gran parte de su investigación? “Pues depende de qué zona se trate. Sin hielo, la Antártida occidental sería un archipiélago, gran parte sumergida. Ahí, las capas de hielo son, en medida, plataformas de hielo que flotan en el mar, un agua que se ha ido calentando gradualmente, así que pueden volverse inestables y desprenderse del continente,  formando grandes icebergs que se derritan al ir hacia el norte. Esa es una amenaza a corto plazo, porque en años o décadas podría aumentar el nivel del mar unos siete metros, a los que hay que sumar los del deshielo de Groenlandia. La Antártida oriental es más montañosa, sin contacto con el océano y se necesitará mucho calor para derretir sus grandes masas de hielo, lo que no creemos que suceda en poco tiempo. De hecho, con temperaturas más cálidas, las nevadas pueden aumentar, de modo que su hielo podría permanecer estable en tamaño durante un siglo o más, si bien es un proceso que no se entiende bien”.

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