¿Qué vidas merecen contarse en un libro?
En un mundo tan oscuro como el que vivimos, gente anónima como Alberto –que murió recientemente atropellado cuando montaba en bici en Madrid; luego os cuento su triste historia– aporta un poco de luz. Como la que nos ilumina cuando leemos un buen libro, como ‘Los años’, en el que Annie Ernaux (Lillebonne, Francia, 1940) revoluciona el género autobiográfico.
Me enteré de la noticia por un artículo de Concha López para El Caballo de Nietzsche. No había oído hablar de Alberto. Según he leído en el precioso homenaje de López, además de bombero, Alberto se dedicaba a salvar vidas, no solo humanas, también de otros animales en situaciones de riesgo. “El lunes por la noche, un día festivo en el que la mayoría de la gente estaba con su familia, sus amigos… el grupo de rescate de gatos ‘Los cuatro de la empanadilla’, del que él formaba parte, recibió un aviso, una gata había caído por una bajante. El aviso era cerca del domicilio de Alberto, así que, mientras otros compañeros se dirigían allí en coche con todo el material de rescate, Alberto cogió una Bicimad, una de esas bicis que se pueden coger y dejar en varios aparcamientos municipales por toda la ciudad. Tardaba en llegar, así que sus compañeros le llamaron al móvil, y la llamada la respondió un policía municipal. Alberto había sido atropellado por un coche que se había dado a la fuga. Había sido trasladado al hospital La Paz, donde fue operado de urgencia, pero falleció debido a las heridas que había sufrido en el atropello. Horas después, el conductor se entregó en una comisaría cercana”, escribe López.
¿En qué pensaba este conductor cuando se dio a la fuga?
En un mundo tan oscuro como el que vivimos, gente anónima como Alberto aporta un poco de luz. Como la que nos ilumina a veces mientras leemos un buen libro. He sentido eso con Los años (Cabaret Voltaire), en el que Annie Ernaux revoluciona el género autobiográfico.
La autora francesa, nacida en Normandía en 1940, parte de fotografías personales para edificar un magnífico relato en torno a la memoria, no solo personal, sino de época. A diferencia de lo que podríamos llamar la “literatura del selfie”, Ernaux no cae en el ombliguismo de ciertos autores que, sin ningún tipo de tamiz literario ni de pudor, han contado su vida como si, en sí misma, ya fuera interesante y justificara que se escribiese un libro en torno a ella. Todas las vidas merecen un relato, es verdad. Pero hay que saber contarlas. Y ese relato no se puede escribir de cualquier forma.
En Los años, Ernaux entrevera su propia vida con el devenir de Francia. Uno de los grandes aciertos de este libro es precisamente esa mirada colectiva que nos aporta la autora y la distancia que establece respecto a su propio yo. De hecho, cuando se refiere a sí misma lo hace como ella, como alguien diferente de quien escribe. Eso le permite mirarse desde fuera, con una mayor objetividad. Un ella que es en realidad un nosotros, o viceversa, porque el personaje colectivo (los franceses, o más bien una parte de los franceses, la generación de la autora) se fusiona con las propias vivencias de Ernaux.
Los distintos momentos de esa vida, de esa época, nacen a partir de las imágenes, como si a través de un álbum personal nos mostrase a la vez la historia reciente de Francia hasta 2008, cuando se publica el libro: el rigor de la posguerra, la liberación de los 60, el nihilismo posterior a una época muy ideologizada, la perplejidad del mundo de hoy y esa sensación colectiva de que nos sentimos perdidos. “Por la forma de vestir, de llevar camisetas de tirantes y zuecos, pantalones de pata de elefante, de leer (Le Nouvel Observateur), de indignarse (contra las nucleares, los detergentes en el mar), de admitir (los hippies), nos sentíamos en consonancia con la época, de ahí la certidumbre de tener razón en cualquier circunstancia”, escribe sobre Mayo del 68, cuando la sociedad ya tiene un nombre, “sociedad de consumo”.
Como ocurre con los buenos libros, Los años es como una cebolla y esconde muchas capas. Por un lado, tenemos un retrato sociológico de cómo ha cambiado Francia (y en gran parte el mundo occidental), tanto en las costumbres como en la política y en las relaciones familiares. Por otro, hay un recuento de su propia vida, un intento de detener el tiempo en cada momento de esa vida para ver los estragos de los años, los sedimentos que ha ido dejando la experiencia. “A veces se observa desnuda, en el espejo del cuarto de baño, el torso y el pecho menudos, la cintura muy marcada, el vientre ligeramente abombado, los muslos pesados con una hinchazón justo encima de las rodillas, el sexo bien visible ahora que el vello lo clarea, una raja pequeña en relación a las exhibidas en las películas X. Pequeños surcos azules cerca de la ingle, huella de las estrías de su embarazo. Se asombra: es el mismo cuerpo desde que dejó de crecer, alrededor de los dieciséis años”, cuenta Ernaux, cuando la autora se observa al llegar a los 50 años.
Los años está narrado con una escritura precisa, reflexiva, a ratos poética y de una gran plasticidad. Viene a ser la historia de un viaje, interior y personal y a la vez colectivo, la búsqueda de un tiempo perdido, a la manera de Proust, en el que la autora nos plantea la gran pregunta de quiénes somos o llegamos a ser en realidad.
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