¿Quedamos para llorar un rato? Es saludable

Foto: Pixabay.

No es extraño que el nombre de este libro, ‘Guía práctica del llanto’ (Nocturna) nos lleve a pensar, equivocadamente, que estamos ante uno de esos ejemplares del género ‘autoayuda’ que seguramente reventarían el mercado japonés; un país cuyos habitantes no saben llorar. Pero no. El libro de la comunicadora Laura Demaría habla de que las lágrimas pueden ser signos de madurez. “Aprender a llorar es importantísimo. El llanto es terapéutico y saludable”. “Del mismo modo que vamos a clases de cocina, hacemos rutas por la sierra, aprendemos a bordar o recuperamos el croché, ¿por qué no quedar para llorar? Pues porque en el fondo, sigue estando mal visto”. 

Los japoneses no sollozan cuando la pena les destroza el alma, ni cuando un porrazo les magulla el cuerpo. No lloran al cortar cebolla en la cocina, tampoco si ven una película con un final fatal, o una escena terrible y verdadera se desarrolla ante sus ojos; como mucho, emitirán un tímido gemido. En Japón no hay plañideras ni de oficio. ¿Lloran los japoneses al nacer? Parece ser que sí, pero su llanto se esfuma según crecen y cualquier adulto, con el paso del tiempo, se olvida de llorar. De ahí que necesiten acudir a esos llantódromos o clubs de llanto donde, solos o en grupo y guiados por un “instructor del llanto”, consigan concentrarse hasta abrir la trampilla de sus lagrimales y derramar parte de los más de cien millones de litros de lágrimas que el ser humano es capaz de producir al año. Japón ha sido una de las musas de la autora. Pero también el cine, las diferentes caras de la soledad, el humor y el surrealismo genético de su árbol genealógico.

El primer libro de Laura Demaría es bastante más que un manual,  aunque no prescinde de un lado muy didáctico. También es cinematográfico, cómico, y hasta un poco científico. “En mi familia somos de ojos delicados. Yo misma tengo retinosquisis”, cuenta la tarde de la presentación al público del libro. Una tarde en la que el cielo de Madrid se puso de su lado, rompiendo la sequía para llorar sus lágrimas de lluvia.

¿En qué consiste? ¿Es grave? ”Bueno, significa que tengo dos retinas. Puede ser grave, pero también es controlable con vigilancia médica. Tenemos que mirarnos la tensión ocular para evitar un desprendimiento de retina. La padece mi madre, Pol, uno de los protagonistas del libro, y la tengo yo”.

La retinosquisis consiste, dicho de una manera más técnica, en tener la retina desdoblada en dos capas. Es hereditaria, como los recuerdos de Laura Demaría  retocados hasta convertirse en sorprendentes anécdotas, en las que muchos de sus familiares van a verse reflejados y puede que hasta lloren de emoción en la lectura. Porque también lloramos cuando somos muy dichosos.

Guía práctica del llanto es una historia compuesta de otras muchas, con sus correspondientes cabezas de reparto, Lea y Pol, una pareja que comparte sus ganas de llorar ensayando las formas de estimular sus glándulas lagrimales.

La comunicadora Laura Demaría.

¿Está de acuerdo con que el título puede confundir?

Absolutamente. Ya me lo comentó mi editora, pero es que los títulos son lo primero que me viene a la cabeza cuando empiezo a contar una historia. (Demaría es periodista, gestora cultural y consultora de comunicación). Soy lectora compulsiva y muy cinéfila, algo que también se nota en la novela por las muchas referencias que hay a películas inolvidables para mí. Cuando ejerzo el periodismo suelo acertar siempre con los títulos y, en este caso, también pienso que vivimos unos tiempos muy necesitados de manuales.

¿Qué podemos aprender los lectores de ‘Guía práctica del llanto’?

Pues muchas cosas. Por ejemplo a desdramatizar, quizás a abrirnos en canal, ahora que las redes te proporcionan filtros para disimularlo todo. Hablar del llanto me lleva a detenerme en los ojos, porque los asuntos oftalmológicos relacionados son una constante en mi familia. Mi abuela, por ejemplo, se quedó ciega y nunca supimos por qué. Antes era muy común que las abuelas se quedaran ciegas, pero la mía fue un caso muy especial. Cuando llegó el momento en que solo veía luces y sombras, ella adaptó sus costumbres a la nueva situación, de forma que apenas notamos el supuesto terror que ha de suponer la pérdida de visión, el pasar de la luz a la completa oscuridad. Era una mujer muy moderna para su época, también cinéfila y lectora. Con el tiempo, entendimos que su mundo interior suplió la labor que ya no hacían sus ojos. Es la madre de mi madre, una mujer que me ha marcado muchísimo. El libro es un homenaje a mi familia, que es muy especial por la forma en que vivimos los dramas, siempre de una manera muy surrealista. Eso lo han heredado mis dos hijas y hasta una de mis sobrinas.

¿Hay secretos de familia? ¿Reacciones?

Sí, bueno, mi hermano por ejemplo me ha dicho que leerlo ha sido como recuperar aquellos veranos en los que la Yaya nos contaba historias y siempre le pedíamos más. Éramos insaciables. En general, les ha gustado y les ha divertido saber de algunas historias. Tampoco había nada de lo que no se pudiera hablar, ni grandes secretos o sorpresas.

¿Por ejemplo?

La historia de la madre de Pol, el protagonista, es una mujer que odia tener coche y está inspirada en mi tía abuela. Ambas se alegraron profundamente el día que les robaron el vehículo, al que llegaron a insultar y dar patadas. Mi tía también era de las que pedían ayuda para aparcar. Viviendo en plena calle de Príncipe de Vergara siempre decía: “ay, por favor, déjelo mirando hacia Madrid.

¿Por qué es bueno llorar?

Porque cuando lloramos, reconocemos lo que somos. El llanto no es símbolo de fragilidad, pequeñez o impotencia. Cuando uno llora, se encuentra, recupera muchas cosas y empieza a admitirse. Te dejas caer, te regocijas, pones el cuentakilómetros a cero y te liberas de una o de muchas cargas. A mí me cabrea que el llanto, en general, tenga mala prensa, siendo como es algo liberador que puede perfectamente manifestar fortaleza. ¿Por qué cuando los niños lloran tratamos de reprimir su llanto? ¿Por qué los adultos nos lo permitimos tan pocas veces? Sin embargo, reímos sin pudor, hasta con presunción. Se vincula el llanto con las mujeres, y si de pronto lloran Sergio Ramos o Rafa Nadal parece un acontecimiento. Los chicos lloran, ¿cuál es el problema? Las lágrimas pueden ser signos de madurez, de que nuestro centro está perfectamente colocado. Aprender a llorar es importantísimo. El llanto es terapéutico y saludable. Las lágrimas son imprescindibles para una higiene correcta del ojo.

Lea y Pol, los protagonistas del libro, necesitan llorar y ensayan juntos. Sueñan con regentar un local, Llantina, inspirado en los locales japoneses donde se aprende a llorar. ¿No son un poco raritos?

No, no. En el fondo asumen esa parcela donde compartir el llanto con naturalidad para seguir luego cada uno con sus vidas. ¿Te acuerdas de cuando nos parecía una bobada abrazar árboles? Pues parece que ahora lo hace casi todo el mundo. Del mismo modo que vamos a clases de cocina, hacemos rutas por la sierra, aprendemos a bordar o recuperamos el croché, ¿por qué no quedar para llorar? Pues porque en el fondo, sigue estando mal visto.

¿Ha llorado al escribirlo? 

Sí. Hay momentos duros, sucesos muy dolorosos que me han recordado escenas que he vivido relacionadas con la enfermedad y con la muerte. Cuando creas y recreas historias cercanas, te vuelve ese mundo de seres queridos. Ha sido una cobertura emocional perfecta para mí. Cuando estaba escribiendo, era un llanto agradecido con el peso de las ausencias. Te das cuenta además de que en el fondo el dolor equilibra. Alguien que no haya pasado por circunstancias duras no entenderá la generosidad de los momentos buenos. El dolor es una herramienta para darle la vuelta a ciertas cosas de la vida. Y agradecer cada buen momento cuando lo tenemos, porque mañana no sabemos qué va a pasar. El dolor no tiene que dar miedo, ni la tristeza, aunque sea complicado decirlo sin parecer un gurú del buen rollo sin serlo. En la vida hay que picar piedra y ser corredor de fondo.

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