¿Quién fue Ocaña?, ¿artista valiente y pionero, una loca sevillana?

Ocaña en una imagen que forma parte de los fondos del Museo Nacional de Arte Reina Sofía.

¿Es Ocaña un personaje conocido por gran parte de la población española? ¿Acaso dentro del colectivo LGTBIQ+? ¿Sabe la gente de Barcelona, ciudad en la que pasó gran parte de su vida, o de Sevilla, de donde era originario, quién era aquel pintor naif que decidió vivir totalmente libre en una época en la que hacerlo se pagaba bien caro? Preguntas como estas me asaltaron poco tiempo antes de plantear a la editorial Dos Bigotes el proyecto ‘Ocaña. El eterno brillo del Sol de Cantillana’, un libro que pretende rendir homenaje a este inclasificable artista en el 40 aniversario de su muerte.

La respuesta a todas estas preguntas siempre era la misma: “A Ocaña la conocemos tan solo cuatro raras”. No obstante, yo era consciente de que a mucha gente le sonaba su nombre, que relacionaban con las rocambolescas circunstancias de su muerte en una fiesta organizada en su pueblo el año 1983 (complicaciones de su hepatitis a raíz de las quemaduras sufridas por las bengalas que llevaba en un disfraz elaborado por él) o con el documental que dirigió Ventura Pons sobre su figura en 1978, Ocaña, retrato intermitente  . También sabía que las nuevas generaciones habían tenido un ligero contacto con su historia a través de los homenajes que Marina y Pakita le habían hecho en sus respectivas ediciones de Drag Race España. Es decir, tenía claro que su presencia se intuía, aunque no llegara a materializarse completamente.

Por tanto, decidí que había llegado el momento de, ya no solo homenajear a José Pérez Ocaña, sino también de reivindicarlo como una figura imprescindible en el devenir actual de la lucha por los derechos de las minorías sexuales en España. Y mira que escribir esto ya es arriesgado, ya que si Ocaña lo leyera, se enfadaría bastante conmigo, puesto que él siempre huyó de las etiquetas, del activismo institucional o de representar a ningún movimiento. Sin embargo, eso es algo que le suele ocurrir a las personas que han dejado, en cierta medida, huella en la historia: acaban por convertirse en referentes sin tan siquiera pretenderlo.

Dicho esto, creo que es necesario remarcar en primer lugar que uno de los principales motivos por los que es necesario reivindicar la figura de Ocaña en la actualidad es, precisamente, porque muchas de las cosas que hizo en su época –finales de los 70 y principios de los 80– no las podría haber hecho a día de hoy. Con un buen número de ayuntamientos y gobiernos autonómicos tomados por la derecha y la ultraderecha y obsesionados con censurar todo tipo de expresión artística no normativa, doy por sentado que Ocaña hubiera sido una de sus primeras víctimas. ¿Una performance en la calle de un señor travestido y a plena luz del día donde pueden verlo los niños? Ni hablar. ¿Un cuadro llamado Inmaculada de las pollas? Menudo sacrilegio. ¿Una persona que defiende el cruising de forma púbica y abierta? Por el amor de Dios.

Pero tampoco nos equivoquemos. Si los sectores más rancios de la sociedad lo hubieran crucificado bocabajo, dentro del colectivo tampoco hubiera corrido mejor suerte. ¿Una persona con pluma, que se viste de mujer, hace alarde de su promiscuidad y aboga por la destrucción de la familia como eje central de la sociedad? ¡Qué mala imagen! Me temo que a Pepe Ocaña le hubiera resultado bastante difícil escapar de las críticas de los sectores más normativistas del colectivo, aquellos que hacen alarde de la plumofobia o que optan por integrarse dentro de la heteronorma en vez de buscar la aceptación de la diversidad en su totalidad. Sin ir más lejos, hace poco alguien afirmaba en redes sociales que Ocaña fue una persona muy valiente, a lo que otra persona contestó: “No fue valiente. Fue una loca”. Quizá esta animadversión hacia lo femenino, que ya en su tiempo fue buque insignia de parte del colectivo y que ha llegado casi intacto hasta nuestros días, fuera uno de los motivos por los que no fue especialmente bien visto en algunos entornos aparentemente liberales. Pero eso es, ahora mismo, harina de otro costal.

Por cosas como esta consideramos que Ocaña es ahora más necesario que nunca. Porque su mera existencia ensanchó –y sigue ensanchando– el concepto de libertad. Dejó a un lado las etiquetas, los cánones y las obediencia a lo establecido y se preocupó de existir; en la gran ciudad, en el pueblo, donde hiciera falta. Así floreció en aquellos años semioscuros –o iluminados solo para algunos sectores de la población– esta figura tan poliédrica que, desde un pasado no tan lejano, continúa, a día de hoy, dándonos lecciones involuntarias de vida y de existencia.

‘Ocaña. El eterno brillo del Sol de Cantillana’, está coordinado por el escritor y activista cultural Carlos Barea (quien también estuvo a cargo de ‘Flores para Lola’). El libro reúne textos escritos por el director de cine Ventura Pons, su amigo íntimo Nazario, Roberta Marrero, el escritor Luis Maura, la concursante de Drag Race MARINA, el artista e investigador Pedro G. Romero o una entrevista de Álex Ander a su hermano mellizo, entre otros. En ellos se analizan su obsesión por el imaginario religioso en sus pinturas o performances, el contexto artístico-cultural en el que desenvolvió o su exilio casi forzado de su pueblo a Barcelona. Además, el libro incluye dos documentos inéditos: un relato biográfico firmado por el propio artista y una carta de su puño y letra que escribió a su amigo Felipe de Paco.

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