Un paseo por el Real Jardín Botánico, que ya es Patrimonio Mundial

El Pabellón Villanueva en el Real Jardín Botánico. Foto: Manuel Cuéllar.

A raíz de la reciente declaración del Paseo del Prado y Buen Retiro –Paisaje de la Luz– como Patrimonio Mundial de la Unesco, nos vamos a visitar el Real Jardín Botánico de Madrid. Nos acompañan dos de sus más expertas responsables. Aparte del espectáculo de luces que ofrece en horario nocturno durante la Navidad ­–alabado por unos; muy criticado por otros, por interferir en su esencia verde–, los valores naturales y científicos de este recinto merecen una visita a plena luz del día, en cualquier época del año –el Botánico siempre está inspirador y maravilloso– y con los sentidos bien abiertos.

“Ese ciprés es el abuelo del Jardín. En su etiqueta pone que tiene entre 220 y 240 años, pero creo que son bastantes más, al menos 260 años o así. Aquel olmo del Cáucaso es un poquito más joven, pero es el ejemplar más alto y ya pasa de los 200 años”, me indica M. Paz Martín, vicedirectora de Jardinería y Arbolado del  Real Jardín Botánico (RJB) . “Casi tantos como el Jardín”, apostilla Isabel Sanmartín, vicedirectora de Cultura Científica y una de las artífices de que este espacio, junto al Museo y el Paseo del Prado, haya sido declarado Patrimonio de la Unesco como Paisaje de las Artes y las Ciencias.

Me siento un privilegiado. Martín y Sanmartín son mis guías en esta visita a un lugar que frecuento a menudo cada vez que vengo al centro de Madrid. Uno entre los 400.000 visitantes anuales de media que había antes de la covid. Paradojas de la vida; durante la pandemia hubo que limitar el aforo en el momento en el que mucha gente se dio cuenta de la importancia de estar en contacto con lo verde, con la naturaleza, más en una ciudad como Madrid.

Es una mañana soleada de otoño. Estamos en una de las terrazas altas de este pulmón singular y único de la capital, justo donde se encuentra un pequeño estanque con nenúfares y la colección de bonsáis que regaló en su día al Jardín Botánico el expresidente del Gobierno, Felipe González. Un lugar desde donde se abarca con la vista las casi ocho hectáreas con las que cuenta el Botánico. Pequeño respecto a otros de Europa, como el de Kew, en Londres, con más de 35. Pero sus valores son otros. “Su importancia radica en que está en el centro de la ciudad, para el disfrute de los ciudadanos. En las primeras imágenes con que contamos se aprecia a los ciudadanos de la época disfrutando del Jardín, no existía la reja que hay actualmente”, explica M. Paz Martín.

Como explica la página web del Botánico, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), fue Fernando VI quien ordenó la creación del Real Jardín Botánico de Madrid el 17 de octubre de 1755, en la Huerta de Migas Calientes, en las inmediaciones de lo que hoy se denomina Puerta de Hierro, a orillas del río Manzanares. Contaba con más de 2.000 plantas, recogidas por José Quer, botánico y cirujano, en sus numerosos viajes por la Península u obtenidas por intercambio con otros Botánicos europeos. A partir de 1774, Carlos III dio instrucciones para su traslado al actual emplazamiento del paseo del Prado, donde se inauguró en 1781. Sabatini, arquitecto del Rey, y Juan de Villanueva, al que debemos el Museo del Prado, el Observatorio Astronómico y otras obras, se hicieron cargo del proyecto.

Orquídeas en uno de los invernaderos del Real Jardín Botánico. Foto: M. Cuéllar.

En esos años se construyeron las tres terrazas escalonadas, se ordenaron las plantas según el método de Linneo –uno de los botánicos más importantes de la Historia– y se construyeron también la verja que rodea el Jardín, los emparrados y el invernáculo llamado Pabellón Villanueva, en el que se encuentra la cátedra donde impartió sus clases Antonio José Cavanilles.

Desde su creación, en el Real Jardín Botánico se desarrolló la enseñanza de la Botánica, se auspiciaron expediciones a América y al Pacífico, se encargaron los dibujos de grandes colecciones de láminas de plantas y se acopiaron importantes herbarios que sirvieron de base para describir nuevas especies para la ciencia.

“La candidatura a la Unesco se presentó como un paisaje cultural, que es una categoría dentro de esta institución de Naciones Unidas, y en concreto como un paisaje urbano”, explica Isabel Sanmartín. “Se considera como el primer arbolado de Europa. Ha inspirado alamedas y paseos en América Latina. Tras su creación se van uniendo otros elementos, por ejemplo el Jardín del Buen Retiro. Posteriormente, Carlos III quiso que ese paseo arbolado se convirtiese en un paseo científico. La idea de Carlos III era muy innovadora, incluir la ciencia y el arte en una zona determinada. Esa combinación es lo que se argumentó en la UNESCO”, añade la vicedirectora científica.

“El Jardín Botánico es una institución científica”, recalca M. Paz Martín. “Aquí se estudia, se ha estudiado y se sigue estudiando; ni la Guerra de la Independencia ni la Civil pararon nunca la actividad científica del RJB, con todas las vicisitudes que tendrían. Se siguieron haciendo las tareas de conservación”. “Ese elemento que ha comentado Paz es muy importante”, tercia Isabel Sanmartín. Y añade: “Hay jardines botánicos más antiguos en Europa, ligados tanto a la Corona como a ayuntamientos, pero que nacieran con un fin científico no hay muchos”.

En general, los jardines botánicos se crearon para atemperar plantas que venían de América, pero el de Madrid no tenía esa función, porque había otro en las Islas Canarias que cumplía ese objetivo, y en Cádiz. “Por ejemplo, la dalia sí se trajo a este jardín y de ahí se fue introduciendo al resto de Europa”, señala Isabel Sanmartín.

Colores de otoño en el Real Jardín Botánico de Madrid. Foto: RJB.

Todas las expediciones financiadas en el siglo XVIII tenían como destino América del Sur, como la del Reino de Nueva Granada. “Un gran porcentaje de plantas se estudiaba buscando su utilidad, pero a la vez en todas ellas se descubrían nuevas especies, fueran o no útiles, y esta es la importancia de estas expediciones y lo que se guarda en el archivo del RJB. Tenemos colecciones originales, pintadas a mano”, explica M. Paz Martín, la vicedirectora de Conservación. “En ese sentido, el Botánico se unió a lo que se denomina la era de la exploración, los siglos XVIII y XIX. Pero lo más interesante del nuestro, y que no lo tienen muchos más, es esa unión de los archivos históricos de las expediciones y los propios ejemplares que están en el herbario y que algunos pueden incluso relacionarse en el tiempo y en el año y el lugar, con su archivo documental”, añade Isabel Sanmartín. “Eso nos permite estudiar procesos como la domesticación de especies. En el caso de la batata, podemos estudiar su ADN, su genética, su genómica y luego ver ejemplares modernos de batata y comprobar cómo ha cambiado ese genoma. Eso no sería posible si no existieran esas colecciones de herbario”.

Mientras paseamos por los parterres geométricos del Jardín, por el pabellón Villanueva (uno de los edificios más emblemáticos), por el emparrado, por la resalada (procedente de rosas antiguas, híbridos obtenidos antes de 1860), la zona de palmeras (peculiar por su transversalidad, diseñado por un paisajista inglés) o la de helechos (mientras caminamos, aquí uno puede pensar que se encuentra en un paisaje del Devónico, de hace 400 millones de años), Isabel Sanmartín y M. Paz Martín acompasan sus explicaciones con entusiasmo, con una compenetración tan afinada como el parecido de sus apellidos. “Soy una privilegiada por trabajar aquí”, asegura Paz Martín, quien camina al día más de 14 kilómetros en plena naturaleza. “Aunque cuesta conservar árboles tan antiguos en Madrid, con un clima continental, con plantas de diferentes partes del mundo, con sus diferentes condiciones”, reconoce la vicedirectora de Conservación.

Y aprovecho para preguntarles por la adaptación de estas plantas al cambio climático.

“Se va notando, como en todas las zonas, sobre todo en algunas especies. Lo de Filomena –de la que el Jardín se ha recuperado bastante bien y que afectó sobre todo a las coníferas­– no es un fenómeno esporádico. Tenemos plantas de todo el mundo; es un reto mantenerlas. Pero el Jardín es algo que también está vivo. Recientemente he estado en un congreso de Jardines Históricos y una de las cuestiones planteadas es qué conservamos, dónde está el límite. Sobre las especies que están muy adaptadas y que no soportan un frío extremo, tendremos que pensar qué hacer. De hecho, el Jardín es un poco cambiante. No cambia la estructura, tenemos que mantener sus dos primeras terrazas de estilo neoclásico, y la del estilo isabelino, pero las plantas pueden cambiar y se tendrán que ir adaptando de alguna manera”, explica M. Paz Martín. La vicedirectora de Cultura Científica añade: “También se nota en las especies invasoras. Tenemos plagas de insectos. Eso es consecuencia directa del cambio climático. La aparición no solamente de una especie exótica que llega, sino que se convierta en invasora, que no tenga competidores. Eso está relacionado con un cambio en la fenología de las plantas, un cambio en las condiciones de reproducción de las propias plagas. Existen ahora mismo algunos proyectos, por ejemplo el banco de semillas. Una de las funciones es la de preservar variedades que tal vez acaben extinguiéndose en el ámbito silvestre, pero que podría preservarse su código genético para utilizarlo incluso en la agricultura; esa es una de las ideas de los bancos de germoplasma”. Y de nuevo Martín: “Llevamos tres años tomando datos. Un investigador observa cada 15 días qué planta florece, cuándo acaba la floración, etc…, para comprobar si ha habido cambios y luego compararlo con registros que pueda haber en el herbario. No solamente en el nuestro, sino en los de todo el mundo”.

Uno de los invernaderos del Real Jardín Botánico de Madrid. Foto: M. C.

Que el Paseo de la Luz, del que forma parte el Real Jardín Botánico, haya sido declarado Patrimonio de la Unesco ha sido importante para impulsar algunas actividades, tanto de puertas adentro como de cara a los visitantes. Aparte de las visitas guiadas, las exposiciones temporales y el archivo, cuentan con una huerta, una escuela taller y varios proyectos científicos como el del aceite de ricino (una planta muy resiliente que se cree que ya habitaba la Tierra en la época de los dinosaurios).

Les pregunto por lo que ellas consideran que son los tesoros de este Jardín al que Radio Futura le dedicó una de sus primeras canciones, durante la Movida. Se lanza Isabel Sanmartín: “Los archivos históricos son una joya. De hecho, son Patrimonio de la Unesco anterior a este Paisaje de las Artes y las Ciencias. Eso sí, hace falta una mayor inversión para su conservación, revalorizarla aún más. Hay documentos que no existen en ningún otro sitio. De hecho, investigadores de los Jardines de Kew, en Londres, tuvieron que venir aquí para consultar unos pliegos de herbarios”. “A nivel botánico”, sostiene M. Paz Martín, “depende de cada persona, pero tenemos la zona de los cuadros de plantas ornamentales que en la época de los narcisos es impresionante. La época de las dalias, de los tulipanes, los árboles singulares, como El Pantalones. Es un olmo muy querido que resistió la grafiosis de principios del siglo XX,  la grafiosis de los años 70 del siglo XX, pero que no ha podido resistir del todo el último ataque de la última grafiosis, porque se trata de otra especie de hongo”.

Me cuenta Martín que tratan de que el mantenimiento del Jardín se realice con el mínimo posible de productos fitosanitarios. “Se realiza más control biológico y lo que más se utiliza es agua con jabón y productos lo más inocuos posible”. Hacen falta más científicos, más jardineros, coinciden las dos. “En el siglo XVIII, cuando se inauguró el Jardín se estimaba que debía haber como mínimo 15 jardineros. Ahora mismo tenemos 7,8”, dice M. Paz. Para colmo, algunos se jubilarán pronto y habrá que reemplazarlos. Una mayor sensibilización debe ir unida a un mayor apoyo por parte de todos.

Estas fiestas navideñas, el Real Jardín Botánico organiza talleres familiares y visitas guiadas. Entre el 26 de diciembre y el 4 de enero.

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Comentarios

  • Emilio Soto M.

    Por Emilio Soto M., el 10 diciembre 2021

    Poco se habla en estas líneas de D. Casimiro Ortega,antecesor de Cavanilles y quién influyó en el traslado del Jardín Botánico de lugar,entre otras cosas,siendo nombrado Primer Catedrático en 1771, además de médico y boticario del rey……

  • Jose

    Por Jose, el 11 diciembre 2021

    Excelente artículo, acompañado por dos científicas del jardín que viven por y para el jardín.
    Felicidades Javier. .

  • Maria

    Por Maria, el 12 diciembre 2021

    Gracias Javier,

    Es necesario, en los tiempos que vivimos, que la gente, independientemente de la edad, lea éste tipo de artículos donde nos dan a conocer pinceladas de Historia y de Ciencias Naturales de nuestro pais.
    Vosotros, los escritores , teneis que fomentar e inculcal a la juventud mensajes de nuestra riqueza histórica , científica y cultural que tiene España, y que rebosa ampliamente en cualquier tema.
    Gracias Javier!
    Suerte!!

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