Una receta frente a la soledad y la melancolía: cuidar cuatro gallinas

La escritora Jackie Polzin. Foto: Travis Olson.

Cuando se termina de leer ‘Gallinas’, de Jackie Polzin, lo primero que se piensa es si esta historia ha existido de verdad, si ha habitado en nuestra casa, sobre nuestras manos, si su simpleza no es una boutade construida por el marketing. Cuando se termina de leer ‘Gallinas’, hay que respirar muy hondo, casi reconstruirse. Y tomar conciencia de lo profundo que ha calado esta historia en la que la supervivencia no es una pose, sino un herida sin final. En su debut literario, Polzin narra la oculta locura que le provoca un aborto espontáneo a su protagonista a través del cuidado de cuatro gallinas. Ella sobrevive viéndolas vivir, sin dramas, sin lamentos.

Polzin construye una fábula en la que la naturaleza es un feroz titán contra el que todos pierden.

Esta es una novela de fugitivos emocionales en la que la sencillez es la única biografía a la que son capaces de aspirar. Una novela en la que el frío borra los sueños o los encapsula para devolverlos como materia muerta o inservible cuando llega el verano.

Gallinas es una rara y riquísima revalorización del Carpe Diem.

Y a pesar de que se desarrolla en un ámbito rural, tiene mucho de lisérgica y gélida distopía, de claro homenaje a Phillip K. Dick:

“Sueñan las gallinas en tiempos más cálidos”.

De presente apocalíptico personificado en el cuerpo de cuatro gallinas. Ciencia ficción desde el realismo más extremo. Inteligencia y originalidad en estado puro.

Polzin trata, con una delicadeza y un aplomo que deslumbran, la cotidianidad. Es encomiable cómo, página a página, empodera a la rutina, cómo cambia su rumbo, cómo aligera su pesado cuerpo hasta convertirlo en un páramo que los lectores desean visitar a pesar del viento, de las bajísimas temperaturas y de la longeva tristeza con que la protagonista se desplaza sobre el paisaje:

“Los ratones nunca está ausentes; la colisión del grano en movimiento fue un canto de sirena para todos los ratones del vecindario”.

Lo que Polzin provoca en el lector es un fructífero hechizo. Lo convierte en un animal lento y concienzudo que deseará no pasar ni un detalle por alto.

Polzin es una detallista patológica, una narradora implicada con la realidad, una minuciosa avistadora de valiosos obstáculos.

Sus reflexiones son grandes espejismos que, sin embargo, hablan de lo tangible, de lo que nos oprime como seres humanos, de lo que pone en desventaja a las mujeres, pero sobre todo de lo que pone en desventaja a la naturaleza y a sus habitantes:

“El único consuelo que proporcionan unas temperaturas tan macabras es la promesa de una preservación perfecta”.

Polzi vincula al lector con un paralelismo social sumamente valeroso en el que habla de la vida sin cargar con ella a cuestas. La vida existe, sí, pero ella la aleja del poder humano.

Y para ello expone en cada uno de sus pequeños capítulos un inteligente expolio de lo superfluo.

Por eso al principio hablaba sobre el poder de esta obra, porque al acabar de leer caes en una irrealidad desarmante. Te cuesta creer lo que ha construido Polzin dentro del estómago de esta novela, no puedes acatar esa sencillez que acaba siendo un misterio que te atrapa.

Ella coloca dentro de la cabeza de una mujer de la limpieza, esposa y cuidadora de gallinas, las reflexiones que solo le corresponderían a un personaje fascinante. Polzin logra que ella provoque al lector con su experimentación y su filosofía bajo cero tan alejada de los grandes pensadores. Ella crece porque no aspira sino a vivir dentro del cálido refugio de la honestidad.

Gallinas es una metáfora de dolor y pérdida contada con una radicalidad desbordante sin hacer referencia a su forma de narrar este hecho:

“Una casa sin limpiar acumula polvo y por tanto tiniebla”.

“Una toalla dejada de cualquier manera bajo una luz tenue  semeja a un animal muerto”.

Polzin pone mucho empeño en que su historia sienta el abrazo del humor inteligente, de ese humor que pone su mano sobre la mano temblorosa del superviviente, de ese humor al que poco le importa de donde provenga su reciente victoria, aunque esta provenga de la insípida superación de un día cualquiera:

“En un momento dado, como el preparado era demasiado fácil y negaba a las amas de casa cualquier opción de intervención, se eliminó el huevo en polvo para que pudieran añadirse huevos frescos a mano, empoderando así a las mujeres que compran pastelitos industriales”.

Sus protagonistas se sostienen sobre incógnitas y, aun así, su firmeza emocional nunca decrece, viven en una reinvención constante pese a estar tan quietos que podrían ser confundidos con animales desahuciados o con cadáveres sociales. Incluso con masoquistas peleles que disfrutan desafiando al frío y al viento:

“Así son los sonidos del matrimonio: las preguntas no se formulan para ser respondidas”.

“Había dejado de limpiar casas para ser madre, ¿pero qué paso? Resulta que el mundo solo acepta el fracaso con la condición de que lo sigas intentando”.

Polzin entrega un regalo a quien decida leer su novela; eso sí, un primoroso regalo envenenado.

Leer Gallinas es toda una experiencia.

‘Gallinas’. Jackie Polzin. Traducción de Regina López Muñoz. Libros del Asteroide. 226 páginas.

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Comentarios

  • angel coronado

    Por angel coronado, el 23 marzo 2022

    “…el mundo solo acepta el fracaso con la condición de que lo sigas intentando”

    El intento. El deseo. El mundo es fracaso, pero el fracaso es vacío. Algo se llena en ese mundo vacío si algo deseas, no importa qué. Todo en el mundo es qué.

    “Una toalla dejada de cualquier manera bajo una luz tenue semeja a un animal muerto”.

    Dejada de cualquier manera. El intento, el deseo. Todo en el mundo es qué. La muerte. La resurrección también

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