Recordemos a los héroes españoles de la Resistencia y II Guerra Mundial

Supervivientes del campo de Gunsen, mayo de 1945. Museo D’Historia de Catalunya. Foto: Francesc Boix.

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Apenas había capacidad de acción desde la sociedad civil, pero muchos hicieron todo lo que estuvo en su mano para mitigar los efectos más devastadores de la Segunda Guerra Mundial: el asesinato indiscriminado de judíos y otras minorías como homosexuales, anarquistas y comunistas. El libro ‘60 héroes de la Resistencia y la II Guerra Mundial’ (Anaya Touring), de Iván Gómez, repasa las vicisitudes de estos personajes que pasaron a la historia por su valentía. En estas líneas, apenas una pequeña muestra representativa de aquellos españoles dignos de recuerdo. Como el fotógrafo Francesc Boix, el espía Joan Pujol y la ´mugalari’ Maritxu Anatol.

El Ángel de Budapest o el Schindler español en realidad se llamó Ángel Sanz-Briz (Zaragoza, 1910). A él se le atribuye haber salvado la vida a más de 5.200 judíos húngaros mientras estuvo destinado como diplomático en Hungría, durante la Segunda Guerra Mundial. “Parece ser que lo hizo por iniciativa propia y sin el apoyo del Gobierno de Franco”, remarca el libro. Y apunta: “Según su hijo, Juan Carlos Sanz-Briz, a medida que los alemanes iban perdiendo la guerra, Franco necesitaba mejorar sus relaciones internacionales y pidió a su padre que dijera que había actuado en nombre del Gobierno, a lo que este accedió, pero era completamente falso”.

El procedimiento que siguió Sanz-Briz para rescatar a los judíos fue el de proporcionarles pasaportes españoles. En un primer momento solo lo hizo a los de origen sefardí por un decreto que lo permitía del gobierno de Primo de Rivera. Más tarde, otorgó pasaportes a cualquier judío perseguido. Para protegerles, Sanz-Briz utilizó edificios alquilados con los fondos de la embajada y, por tanto, considerado territorio español y con inmunidad diplomática. “Bajo el pretexto de la legitimidad diplomática, Sanz-Briz buscó a judíos activamente por las estaciones de donde salían deportados hacia su cautiverio y posible muerte”, explicita la monografía.

Tuvieron que pasar décadas hasta que este aragonés recibiera su justo reconocimiento. En 2016, la ciudad de Madrid le otorgó la Medalla de Oro, a título póstumo.

Descifrando a los nazis

Faustino Antonio Camazón (Valladolid, 1901) fue un criptógrafo, espía y alto cargo de la policía republicana. Ya durante la Guerra Civil trabajó descifrando mensajes para los servicios de inteligencia de la Segunda República, pero no es por eso por lo que aparece en 60 héroes de la resistencia y la Segunda Guerra Mundial. La histórica máquina criptográfica Enigma, descifrada por el reconocido Alan Turing, era bien conocida por Camazón, porque el gobierno alemán había proporcionado algunas a la Legión Cóndor.

Con la victoria franquista, este vallisoletano fue a parar a Francia. “Allí se constituyó el Equipo D, encabezado por Camazón e integrado por siete españoles exiliados procedentes del servicio secreto de la República”, explica Iván Gómez en su libro. Llegó a ser una figura esencial para descifrar los equipos de encriptación que los alemanes utilizaron durante la guerra. Terminó desempeñando sus funciones en Argel.

Una vez finalizada la contienda, Camazón retornó a Francia y trabajó para sus servicios secretos hasta su jubilación. Más tarde decidió volver a España y asentarse en Jaca, Huesca, donde falleció.

La verdad gracias al fotógrafo

Francesc Boix Campó (Barcelona, 1920) fue otro personaje que pasó a la historia de la Segunda Guerra Mundial después de haber integrado las filas de las Juventudes Socialistas Unificadas de Cataluña y haber luchado en el bando republicano durante la Guerra Civil española. Este fotógrafo de profesión se exilió en Francia en febrero de 1939. Dos años después, tras la invasión del país galo por los nazis, fue enviado al campo de concentración austriaco de Mauthausen. Era el recluso 5.185.

Debido a sus conocimientos en fotografía, fue reclutado para el laboratorio fotográfico del propio campo. “Boix consiguió robar, ocultar y sacar del campo unos 20.000 negativos de las imágenes tomadas por los fotógrafos de las SS para uso interno”, apunta la publicación. Este material sirvió posteriormente como prueba en los juicios de Núremberg contra la jerarquía nazi. “Las fotografías mostraban la cruda realidad del campo y las prácticas de exterminio sobre los presos”, añade Gómez en su texto.

Tras la liberación de Mauthausen, Boix trabajó en Francia como reportero gráfico para prensa de corte comunista. Falleció en París con 30 años. En 2017, sus restos fueron exhumados y enterrados con honores en un acto al que asistieron diversas personalidades.

La mentira del Desembarco de Normandía

Garbo fue el nombre que los británicos otorgaron a Joan Pujol, un doble agente español que trabajó al mismo tiempo para aliados y alemanes. “Su logro más importante fue el de haber engañado a los alemanes con relación al desembarco de Normandía”, comenta Gómez en el texto. Pujol proporcionó una información falsa a los nazis, haciéndoles pensar que el desembarco se produciría en otro lugar diferente a Normandía.

Como espía, emitía informes falsos para los alemanes, con información inventada por los servicios de inteligencia británicos. “Para no caer en el descrédito, en algunas ocasiones enviaba información verdadera, pero lo hacía de forma tardía, falsificando la fecha del matasellos de la correspondencia. De esta forma, la información carecía de utilidad para el enemigo, pero su credibilidad quedaba intacta”, desarrolla la publicación.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Garbo huyó supuestamente a Angola con ayuda del MI5 y fingió allí su muerte por malaria para esquivar así posibles represalias de supervivientes nazis. Se sabe que luego vivió en Venezuela, donde falleció en 1988, tal y como concluye su pequeña biografía.

El dulce aroma de los libros prohibidos

Joan Tarragó había perdido la nacionalidad española por su lucha antifranquista cuando llegó deportado a Mauthausen, donde recibió el sobrenombre de “bibliotecario de Mauthausen”. En la década de 1930, Tarragó pasó de las Juventudes Libertarias en 1932 al Partido Socialista Unificado de Cataluña, en 1936. Luchó en la Guerra Civil y, una vez perdida, se alistó en el ejército francés. Los nazis lo capturaron y le enviaron a Mauthausen en enero de 1941.

“Tarragó robaba comida y la repartía entre los presos y, a partir de 1943, organizó la biblioteca clandestina que sumaba unos 200 ejemplares escondidos en el barracón número 13”, cuenta el texto que le dedica Gómez. Consiguió salir con vida del campo de concentración cuando lo liberaron los estadounidenses. Se reunió con su esposa en Andorra y se exiliaron a Francia, donde consiguieron la nacionalidad.

La mugalari que abría las puertas de España

Maritxu Anatol tenía 28 años cuando estalló la Guerra Civil española y se trasladó al País Vasco francés. No sabía que allí conocería a Alejandro Iribarren, con quien trabajaría para la Resistencia francesa. Además de suministrar información sobre los movimientos de tropas alemanas, entre sus funciones también estaba la de actuar de mugalari, término en euskera que “alude a una persona que ayuda a cruzar la frontera a perseguidos políticos entre Francia y España”, tal y como lo define la publicación.

Así las cosas, comenzó a trabajar en el marco de la operación Le Réseau Comète (La Línea Cometa o Red Cometa). La red empezaba en Bruselas, ciudad en la que los refugiados esperaban su documentación falsa. La ruta seguía hasta Francia para, después, cruzar hacia España. Ayudaban, especialmente, a pilotos americanos, ingleses y rusos derribados en territorio enemigo. Anatol no actuaba sola. Otros cuatro vascos estaban con ella: Florentino Goicoechea, Ambrosio San Vicente, Martín Hurtado y el ya mencionado Iribarren.

Esta natural de Irún que nació en 1909 terminó ostentando diferentes y honrosos reconocimientos antes de su muerte en agosto de 1981. “El papel de la mujer va a ser fundamental en operaciones de rescate, de resistencia activa o pasiva, de protesta y de ayuda a los judíos”, explicita Gómez. Junto a Anatol, también destacan otras figuras femeninas como Irena Sendler, Gisella Perl, Eleonore Hodys, Nancy Wake, Sophie Scholl, Lucie Aubrac, Corrie ten Boom y Doreen Warriner.

El tren, el mejor escondite

La mayor parte del mundo desconocerá qué unen a los pintores Marc Chagall y Marx Ernst, a la cantante, bailarina y actriz Joséphine Baker y a algunos familiares de Sigmund Freud. Todos ellos tienen otro nombre propio como denominador común: Albert Le Lay. Aunque no es español sino francés, su heroicidad sí tuvo lugar en la península. Tras llegar en 1940 a la estación internacional de Canfranc, en Huesca, para trabajar como jefe de la aduana francesa, entró en contacto con uno de los jefes de la Resistencia francesa, el coronel Gilbert Renault.

Así, Le Lay se convirtió en una pieza clave para el traspaso de material o como enlace del correo entre los Aliados y la Resistencia, pero su gran hazaña fue salvar la vida a muchos judíos que huían de la Francia ocupada por los nazis. “Lo que hacía era ocultarlos en los vagones de los trenes en falsos compartimentos o incluso en los bajos de los convoyes. Otras veces viajaban camuflados con el resto de los viajeros. Una vez en Canfranc, les proporcionaba visados para que pudiesen continuar su camino”, explicita la monografía.

La Gestapo terminó descubriéndole, pero él huyó. Primero a Madrid, de donde marchó definitivamente, con la ayuda de la embajada del Reino Unido a Argel, junto a su mujer y uno de sus hijos. Allí pasó el resto de la Segunda Guerra Mundial. “Tras la guerra, regresó a Canfranc, rechazó todos los cargos y honores que le ofreció el nuevo Gobierno francés y expresó a su familia el deseo de que sus actividades quedasen en el anonimato”, recoge el libro. Mucho más tarde, su nieto, Víctor Fairén, hizo público el pasado de su abuelo.

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