Un recorrido por los discursos más importantes de nuestros políticos

Adolfo Suárez, presidente del Gobierno entre 1976 y 1981.

Pese a que, según nos dicen, vivimos en la era de las imágenes y las pantallas ubicuas, las palabras siguen teniendo peso y prestigio. Frente a la velocidad y caducidad de las imágenes, las palabras fijan la historia y dan sentido –o lo intentan– a los acontecimientos. De ahí la importancia creciente de los discursos. El sociólogo y consultor Joan Navarro y el profesor de ciencias políticas Miguel Ángel Simón acaban de publicar La democracia en palabras (Punto de Vista Editores), donde han seleccionado algunos de los discursos más importantes y determinantes de la historia desde la recuperación de la democracia. Un interesante resumen de nuestra historia reciente a través de las palabras que la definieron y la moldearon. Conversamos con los coordinadores del libro.

Se trata de un trabajo de memoria complementado con otro muy fino de contextualización, a cargo de periodistas como Lucía Méndez, Gabriela Cañas, Joaquín Estefanía, José Antonio Zarzalejos y Àngels Barceló, y de tres jefes de Gabinete de presidentes del Gobierno como José Luis Ayllón, José Enrique Serrano y Carlos Aragonés. Aparecen aquí palabras de esperanza y de prudencia, como las que alumbraron los primeros pasos de la democracia pronunciadas por el rey Juan Carlos o por Adolfo Suárez, y también otras de alegría como las que celebraban el final de la banda ETA. También otras, como las de Oriol Junqueras en el otoño de 2017, que aún marcan el día a día de nuestra política.

Lo primero que me llama la atención (y aplaudo) es que haya nacido la iniciativa, porque parece que ahora los discursos cuentan menos que la imagen u otro tipo de forma de llegar al público. ¿Cómo surge la iniciativa? ¿Precisamente contra eso?

Joan Navarro: Surge precisamente de esa convicción. La palabra es la herramienta fundamental de la política porque es el instrumento con el que nos entendemos. Si el espacio de la palabra, del discurso, se achica también se recortan los espacios de entendimiento. Hay otras formas de comunicar, es cierto, no son excluyentes y cada una tiene sus virtudes, también sus consecuencias. Reducir la política a la creación y gestión estrictamente de una imagen sería un empobrecimiento. Pero el libro también es fruto de una constatación: este tipo de recopilatorios son habituales en otros países, pero incomprensiblemente no había un trabajo similar en España. Creemos que merecía la pena llenar ese vacío.

Entonces, pese a todo, ¿los discursos siguen siendo fundamentales?

Miguel Ángel Simón: Sí, centrales. Son tan visibles y estamos tan acostumbrados a ellos que a veces ni lo percibimos, pero casi todo lo que hace públicamente un político tiene que ser comunicado y en eso es importante el discurso. Tendemos a pensar solo en los grandes discursos, los históricos, pero el día a día de un político está jalonado de discursos grandes y pequeños, de intervenciones que marcan una imagen, que comunican compromisos y valores, que transmiten confianza o inseguridad.

J.N: El discurso político no está en retirada, se ha acomodado a estos nuevos tiempos, pero sigue ocupando un espacio central. Hace poco más de cuatro años presidía EE UU uno de los mejores oradores en la política contemporánea, le sucedió uno de los peores, pero uno y otro han construido sus presidencias con discursos, intervenciones y palabras. Diferentes en el tono, el contenido y prácticamente en todo, pero con palabras. 

¿Cómo se podría resumir la evolución de los discursos en la democracia española? Claro está que hemos dejado atrás la épica con algo de lírica de los 70 y pasado a una comunicación más fría.

J.N: En el recopilatorio se ve muy claro el paso de los discursos de la Transición, de un momento en el que la democracia está por hacer y todos eran conscientes de ellos, a los más actuales en los que hay más confrontación. Hay dos puntos de vista sobre esto: el primero mira con cierta nostalgia a aquella unidad perdida y lamenta el tono actual; el segundo ve en lo primero una excepcionalidad y celebra lo segundo como lo normal en una democracia asentada y segura de sí misma. Que el lector elija su posición, nosotros creemos que en ambas hay sus gotas de verdad. En cada momento, los discursos sirven al espíritu de la época, pero también lo guían y lo orientan y esto es algo que no debería olvidar ningún dirigente político. Lo que se dice en el Congreso, en un mitin o en cualquier tribuna pública resuena en las calles.

¿Cuál ha sido el criterio? ¿La importancia? ¿La belleza? ¿La historia cronológica de la democracia española?

M.A.S.: Optamos por elegir los discursos más relevantes de nuestra democracia, limitándonos –por razones de espacio– a presidentes del Gobierno, jefes de Estado y máximos dirigentes de los partidos políticos. Por eso hay discursos bastante extensos y otros más cortos, pero que marcaron un momento.

Leyendo vuestro libro, tanto el contexto que vais introduciendo como los propios discursos que incorporáis, lo que se ve es que eran ocasiones muy especiales, y que quizá antes los líderes no pronunciaban discursos con la asiduidad de hoy. Antes, cuando un líder hablaba, se le prestaba más atención porque había menos canales, no había redes, y la atención estaba más concentrada. ¿Cómo ha afectado el paso del tiempo a los discursos?

J.N.: Es cierto lo que señalas. Hoy un dirigente político puede hablar públicamente hasta tres veces en un solo día, en campaña es frecuente. Además, el discurso está sometido a las exigencias de los nuevos medios de comunicación, las redes, el corte de 15 segundos, los ciclos de las noticias cada vez más cortos, la presencia de menos medios, la diversificación de públicos, la lucha por lograr un espacio mediático muy saturado y competido. Todo esto ha afectado al discurso, el mensaje se concentra, se encapsula para entrar en un corte de telediario, se trocea para entrar en tuits, se busca el efecto que asegure un espacio en los medios, se matiza y se pule el mensaje para alcanzar a determinados públicos concretos.

M.A.S.: El político nunca habla para un solo público sino para tres, cuatro o cinco públicos distintos que escucharán cosas diferentes en las mismas palabras. El discurso eficaz hoy exige una labor de precisión que, sin embargo, debe combinarse con mantener la naturalidad, la espontaneidad, la credibilidad.

Hay discursos míticos de buenos oradores en la historia de España, y también los ha habido en la democracia, como bien representáis. Sin embargo, cuando en España mencionamos discursos u oradores nos vamos a Kennedy, a Mitterrand o De Gaulle, o más recientemente a Obama. Quizá la excepción sean algunos discursos de Suárez escritos por Fernando Ónega. ¿A qué lo achacáis?

M.A.S.: En España no somos ni mejores ni peores que otros países en eso. Por cierto, este arte también se aprende. El lector curioso puede acudir a los discursos del Kennedy que empezaba su carrera y probablemente se lleve una sorpresa, desde luego no hablaba como el presidente que luego fue. Ha habido grandes oradores en nuestro país. Suárez era muy preciso y sabía utilizar las herramientas de la retórica, Felipe González arrastraba con la razón y la emoción, Aznar ha sido el rey de la anáfora.

J.N.: Es cierto que la sociedad española aún no está tan habituada a valorar la retórica política –lo que no quiere decir que esta no cumpla su función– y que hayamos tenido que esperar 40 años para tener este recopilatorio es prueba de ello. La importancia de un discurso, lo que le hace memorable, depende también del contexto. La retórica de Churchill se consideraba aburrida y engolada hasta que llegó la guerra y encontró su espacio para el discurso épico.

¿Qué momento y discurso destacarías de entre todos los que seleccionáis? ¿Por qué?

M.A.S: Todos los de la primera etapa. El Rey, Suárez, Carrillo, González, la sensación de que se estaba construyendo algo nuevo, de que ahí empezó todo está en cada frase y en cada palabra. En algunas de ellas se nota la contorsión de buscar la fórmula precisa, incluso forzada, para decir exactamente lo que hay que decir, ni un milímetro más ni menos. En cada discurso se nota el peso de la historia sobre las espaldas del orador. Hay muchos, por supuesto, el discurso de José Luis Rodríguez Zapatero sobre el fin de ETA. Es toda nuestra historia lo que está ahí, muchos inicios y algunos finales.

¿Qué diagnóstico hacéis de la profesión y del estado y calidad de los discursos hoy en España?

J.N.: Como profesión, es una labor que exige experiencia y oficio. Se nota enseguida cuando tras un discurso hay un buen orfebre. Se nota inmediatamente. Muy despacio se va abriendo paso cierto reconocimiento, pero aún estamos muy lejos de que exista un reconocimiento abierto de ese trabajo. Respecto a la calidad de los discursos hoy en España, son equiparables a los que se dan en otras democracias. Ocasionalmente surge un orador excepcional que tiene un impacto mundial, aunque, por regla general, los discursos en España, como en otros países, son evidentemente mejorables. Pero también lo eran ayer y también lo serán mañana. Ese es el único secreto de todo esto, que siempre es mejorable.

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Comentarios

  • Julio Alfonzo

    Por Julio Alfonzo, el 27 diciembre 2022

    Los grandes discursos contienen ideas simples, reverberantes y cargadas de historia y comprensión de la naturaleza humana. Los escritores de discursos, junto con el dominio técnico de habilidad, deben haber experimentado cómo ciertas expresiones son gatillos de sentimientos y emociones.

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