Redescubrir las estrellas con saharauis, nabateos y peregrinos
La contemplación del cielo estrellado evidenciaba en la Antigüedad la humilde posición que ocupamos en el Universo, empequeñeciendo nuestras diferencias lingüísticas, religiosas o raciales. El Cosmos era un orden superior que regía por igual la gran diversidad terrestre. Pero la contaminación lumínica vino a borrar este patrimonio universal de nuestro horizonte vital cotidiano, y esa humilde perspectiva inquisitiva que nos regaló el cielo desde el principio de los tiempos. Por eso hoy hablamos con dos miembros del CSIC especialistas en astrofísica y astronomía cultural, César González-García y Andrea Rodríguez Antón, que se dedican a recuperar la sabiduría astronómica de pueblos antiguos como el nabateo, en Oriente Próximo, o la memoria del desierto todavía viva en pueblos como el saharaui, además de estudiar la orientación solar y lunar de monumentos megalíticos ibéricos y africanos, o el peso que la luz natural tenía en nuestras iglesias hasta que la fiebre por la luz artificial las invadió.
«Viajábamos sobre todo cuando había luz de Luna, porque en las épocas de más calor, en el desierto se viaja de noche», le contaron los ancianos saharauis a Andrea Rodríguez Antón cuando visitó los campamentos de refugiados de Tinduf, Argelia, en 2019. «Hay una estrella que utilizan mucho para orientarse hacia el Sur, que es Canopo, que para ellos es Suhail, en árabe. Y luego, por supuesto, las constelaciones y el Sol, que usaban tanto para guiarse como para rezar o establecer su calendario. Tradicionalmente se organizaban en tribus y viajaban buscando las zonas más propicias según la época del año para alimentar al ganado, porque el lugar donde están ahora, en Tinduf, es absolutamente inhóspito. En los campamentos entrevistamos sobre todo a personas mayores, que habían vivido en el Sáhara Occidental y en el desierto antes de la ocupación marroquí de los años 70, o durante la guerra con Marruecos; personas que habían combatido y que durante la fase de guerrillas tenían que orientarse por la noche con las estrellas. Muchos hablaban de cómo las utilizaban para orientarse, para saber cuándo iba a llover, o nos contaban historias y mitos sobre los personajes que veían el cielo».
Andrea es Doctora en Astrofísica por la Universidad de La Laguna, especialidad en Arqueoastronomía con una tesis sobre astronomía y urbanismo romano dirigida por Juan Antonio Belmonte (Instituto de Astrofísica de Canarias) y César González-García, con el que hoy colabora en el INCIPIT del CSIC, en Santiago de Compostela. Hizo estas visitas a Tinduf con el proyecto ‘Amanar: Bajo un mismo cielo’, de la iniciativa internacional de educación científica itinerante y sin ánimo de lucro GalileoMobile, que promueve la divulgación astronómica en zonas rurales con pocos recursos y que ha trabajado con poblaciones indígenas de Brasil y comunidades de Perú, India o Tanzania.
Amanar («Pléyades» en bereber) cuenta con la colaboración del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) y la Asociación Canaria de Amigos del pueblo Saharaui (ACAPS), entre otras instituciones, y ha despertado el interés de la Oficina de Recuperación de la Memoria oral del Ministerio de Cultura saharaui, impulsando la creación de una Oficina de astronomía. El proyecto despliega tanto actividades en el desierto como con jóvenes que pasan el verano con familias de acogida españolas dentro del programa Vacaciones en Paz.
«Lo que Amanar tiene de singular dentro de GalileoMobile es que incluye el estudio de la propia cultura astronómica saharaui para recuperarla y ponerla en valor, defendiendo que la astronomía es cultura, no solo ciencia». En efecto, el Cosmos era también un lugar habitado por figuras mitológicas y escenario de diferentes historias que vinculaban su identidad con el paisaje nocturno. «La astronomía, que fue una herramienta esencial para la supervivencia en el Sáhara, ahora teje lazos entre culturas con el lema Bajo el mismo cielo», explica Andrea en un artículo. Debido a la forzosa transformación de los modos de vida tradicionales nómadas, iniciada con la colonización española del Sáhara Occidental y reforzada por la situación de refugio que se mantiene a día de hoy desde hace más de 40 años, es urgente recopilar testimonios sobre cómo medir el tiempo, cuándo empiezan las estaciones de lluvia, frío y calor o cómo volver al campamento si te pilla la noche lejos de la jaima». En sus visitas, Andrea explica que pudo conocer a los descendientes de un referente cultural para los saharauis, el sabio Chej Mohammed el Mami, que mantienen vivos sus conocimientos.
La cultura astronómica del desierto
El cielo nocturno del desierto es uno de los paisajes más evocadores del planeta, quizá por esa desnudez o «limpieza» que le atribuía Lawrence de Arabia, por el vínculo ancestral que los pueblos árabes tuvieron siempre con las estrellas, o por el refugio que la noche representa en las regiones áridas, inspirando mil y una noches… Una brillante estrella sobre el desierto guió a los Reyes Magos de Oriente, pero también fue «el más triste y el más bello paisaje del mundo» para el autor de El Principito, Antoine de Saint-Exupéry, que lo escribió inspirado por un accidente de avioneta que sufrió en el Sáhara, trance del que le rescató un beduino.
Los blancos caballos de Ben Hur llevaban nombres de estrellas bautizadas por los árabes: Antares, Rigel, Altaïr y Aldebarán. Y obras de ciencia ficción tan de actualidad como Dune han jugado con esta conjunción, inspirando la heroica resistencia de su tribu del desierto en los pueblos bereberes. «En el Sáhara, las lenguas originarias son bereberes (amazij)”, explica Andrea, “pero a diferencia de otras tribus beduinas, los saharauis hablan un dialecto muy parecido al árabe clásico, que es la hassania, porque proceden de una tribu de Yemen, de las poblaciones islámicas que llegaron desde Arabia en la Edad Media, hacia los siglos X y XI».
«Sería muy interesante ver si las tradiciones orales que conservan vienen de esa zona», añade César González-García, que profundiza en las raíces astronómicas de los pueblos árabes: «En febrero y marzo estuvimos en Arabia Saudita para completar un estudio que habíamos iniciado en Jordania sobre las tumbas nabateas, en Petra y otras zonas. Porque el otro núcleo importante dentro del Reino nabateo hace 2000 años estaba en Hegra, al Norte de Arabia Saudita». César es licenciado en Ciencias Físicas y doctor en Astrofísica por la Universidad de Groninga. Desde 2017 es el presidente de la Société Européenne pour l’Astronomie dans la Culture (SEAC). Sus líneas de investigación se centran en comprender las relaciones de las sociedades humanas con su entorno, especialmente con el cielo, sobre todo a partir de sus restos materiales.
«Los nabateos”, continúa, “eran una sociedad que en el siglo II a.C. se asienta en esta zona y se aprovecha de las rutas caravaneras que vienen del sur de Arabia para llevar el incienso al Mediterráneo. Entonces canalizan todas esas rutas a su zona para distribuirlas por los puertos mediterráneos. Eran una sociedad muy rica, económica y culturalmente. Además, ellos utilizan el agua, que por allí es muy escasa, de forma muy intensiva e inteligente, creando un montón de canales, aljibes y sistemas de regadío para producir agricultura de la que sería puntera en ese momento. De hecho, si vas a Petra puedes ver todavía muchos canales que sigue utilizando la gente. La última vez que estuvimos por allí fue muy curioso, porque vimos llegar a un paisano con su burro, levantó una piedra del canal, dio de beber a su burro y se fue. Como hace 2.000 años».
La resurrección del dios Dushara
Antes de los grandes monoteísmos, los dioses eran visibles y regían desde el cielo los ciclos naturales de la Tierra, como hoy… El Sol es el antecesor directo del Dios bíblico, talmúdico y coránico. «Sabemos por información de época nabatea que tenían una serie de deidades que asociaban al cielo. La deidad principal masculina se llamaba Dushara, que probablemente asociaban al Sol, y la femenina, que al mismo tiempo era su madre y esposa, la asociaban al planeta Venus. Y hemos visto que las orientaciones de ciertos edificios tienen relaciones muy claras con la salidas y puestas en los Equinoccios, que según nos dicen las fuentes eran muy importantes en su calendario y tenían marcados como fiestas. Una de las cosas que hemos visto es que muchos sitios no están dispuestos como les ha venido en gracia, sino que tanto su ubicación como su orientación están muy pensadas. Eran los edificios más importantes desde el punto de vista ritual, y que estuviesen en el sitio correcto, mirando al sitio que les interesaba en el momento preciso, era clave».
Esta sutil proyección de luz y sombra, que aprovechaban como sus canales de agua, la han visto de una forma preciosa en Petra, según nos cuenta César, en uno de sus edificios más grandes, llamado «el Monasterio», que está al final de una vía procesional gigantesca: «Al final de la vía subes una cuesta que parece que te vas a dejar los hígados, y cuando llegas arriba, te encuentras ante una fachada enorme, que está mirando a un horizonte cercano, y que tiene un perfil muy curioso. Porque durante el Solsticio de invierno la puesta de Sol sucede justo por detrás de ese perfil, produciendo una doble puesta de Sol: se oculta primero tras el risco recortado en la roca, y luego vuelve a salir para ponerse definitivamente. Con lo cual, dentro del edificio ves que el Sol se pone, sale y vuelve a ponerse, incidiendo así en un nicho interior donde estaría la imagen del dios. De esa forma, Dushara renace en el Solsticio de invierno, y lo que ves es precisamente esa muerte y renacimiento del Sol».
César indica que cuando toman una muestra amplia de estas mediciones aparecen concentraciones muy frecuentes de orientación a los Solsticios y Equinoccios, algo que también pueden hacer in situ o desde el instituto con imágenes: «En Arabia tomamos panorámicas para luego meterlas en el Arqueoplanetario del INCIPIT, que nos permite viajar en el tiempo y observar cómo era el cielo estrellado hace 2.500 años en esos lugares con mucho más detenimiento».
Desde Oriente al Camino de Santiago mirando el cielo
«Una cosa muy bonita es que a nuestras iglesias les pasa como a los templos nabateos, y lo sabemos porque nos lo han dejado escrito. Sabemos que lo hacían con intención, porque desde el siglo II d.C. quedó escrito en las Constituciones Apostólicas de la época que los rituales había que hacerlos orientados: tanto los fieles como el sacerdote tenían que rezar hacia el Este. Así que las iglesias tenían que estar orientadas, que es lo que quiere decir mirar hacia el Oriente. Pero claro, esa prescripción por así decir era un poco laxa, porque ¿qué quiere decir el Oriente? Según la época del año y el relieve, la cosa cambia, y esto fue algo que se tuvo que ir precisando con el tiempo. Era algo complejo, así que a lo largo de los siglos los calendarios tuvieron que ser reformados y ajustados en función de eventos astronómicos y festividades religiosas, como la Pascua».
César explica cómo el paisaje natural y hasta el contexto político que las vio nacer puede todavía leerse en la disposición de nuestras iglesias: «Las mediciones en iglesias románicas a lo largo del Camino de Santiago muestran que los templos se van construyendo de manera diferente según la época y la zona, porque justo en este momento además hay un cambio de ritual: en el resto de la península había un rito mozárabe o visigodo (el sacerdote se iba detrás del iconostasio y luego salía), rito que en Roma no gustaba. Pero llega un momento en que los reinos cristianos piden ayuda a Francia y a Roma para luchar contra los musulmanes en el Sur. Y estos les prestan ayuda, pero a cambio de sustituir el rito visigodo por el romano. Y lo van haciendo, pero a distinto ritmo en los distintos reinos, y eso ahora se puede ver. En la parte de Castilla, de hecho, están muy bien orientadas a la Pascua de esa época, y las iglesias que están en el Reino de León o Galicia están muy bien orientadas al Equinoccio de la época. Es algo muy bonito que acaba de defender la tesis de una investigadora del Instituto de Astrofísica de Canarias, Maitane Urrutia. Sabíamos que podía haber diferencias entre las llanuras y las montañas para la orientación arquitectónica, pero no también por cuestiones políticas».
Lo que hemos perdido; lo que podemos recuperar
Aunque parezca increíble, incluso desde los lugares con mayor visibilidad, plagados de estrellas, todas las estrellas que vemos a simple vista pertenecen a nuestra galaxia, la Vía Láctea, explica César: «Únicamente pueden verse algunas pequeñas manchitas que son otras galaxias, como Andrómeda en el hemisferio Norte, o las Nubes de Magallanes en el hemisferio Sur, pero lo que son estrellas, solo las de la Vía Láctea, entre las cuales, la más brillante es Sirio». La arqueoastronomía estudia el influjo de la astronomía en las culturas antiguas, y esa relación con el cielo que se ha perdido hoy día.
Pregunto a César si de alguna forma la astronomía cultural puede recuperar ese vínculo con nuestro entorno a través del patrimonio nocturno. «Aquí en la península hemos intentado algunas cosas. Por ejemplo, cómo los agricultores usaban los ciclos lunares para saber cuándo hay que sembrar o recoger los cultivos. Pero además, en varias iglesias de Galicia hay fenómenos de iluminación estudiados, en los que entraba un rayo de luz por determinado sitio para iluminar un capitel. De hecho, uno de esos sitios es la Catedral de Santiago».
«Antes se sabía que esto ocurría: la imagen del Apóstol se ilumina tres veces al año. Pero es algo que con el tiempo se fue olvidando, y hace unos años lo recuperamos a partir de una observación fortuita, en septiembre. Nos llamó la atención, empezamos a investigar y vimos que a principios de siglo XX había noticias sobre el tema, e incluso en las guías de turismo se advertía: «Hoy se ilumina el Santo». Se perdió por un tema de contaminación lumínica dentro de las iglesias. No suele tratarse la cuestión de la contaminación lumínica en interiores, pero a partir de los años 60 empiezan a instalarse focos para la iluminación interna de la catedral, y el efecto se acabó diluyendo».
Es un ejemplo fantástico de cómo al incorporar ciertas novedades técnicas hemos ido renunciando a una relación casi cutánea con el Universo y la realidad que nos rodea, aislándonos de ella. Y de cómo hemos perdido literalmente conciencia ambiental y conexión con los ciclos de la Tierra de forma tan inconsciente, distraídos por la luz artificial, en contextos además que se suponen espirituales o de reflexión. «Eso sí lo estamos intentando recuperar con el cabildo de la catedral, y sé que lo valoran. Yo lo veo de cajón. Date cuenta de lo que es entrar en una iglesia, con todo a oscuras, y un rayo de luz que con el efecto del incienso humeante del botafumeiro se hace todavía más claro, con música de órgano a todo trapo… Lo que sería una experiencia de sonido y luz barroca preciosa».
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