Las reflexiones de Arsuaga y Millás sobre la vejez y la muerte

A la izquierda, el paleontólogo Juan Luis Arsuaga. A la derecha, el escritor Juan José Millás. Foto: JEOSM.

El tándem del paleontólogo y el escritor, Juan Luis Arsuaga y Juan José Millás, estrena nuevo libro con sus reflexiones sobre lo que significa el envejecimiento, la selección natural, la muerte, la enfermedad y la supervivencia, tras el éxito rotundo de su anterior obra conjunta, La vida contada por un sapiens a un neandertal’. 

Ha pasado casi un año y medio desde que un sapiens científico llamado Juan Luis Arsuaga y un supuesto neandertal que escribe con el nombre de Juan José Millás dieron a luz su primera criatura juntos, un divertido y divulgativo ensayo sobre la vida y la evolución que, para sorpresa confesa de los propios autores, ha sido un éxito rotundo. Tal como anunciaron en las últimas páginas de aquella obra, no han tardado en volver a encontrarse para una nueva obra: La muerte contada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara), donde abordan cuestiones que tanto protagonismo tienen en nuestro devenir como seres humanos: la muerte, la enfermedad, la vejez, la longevidad o la selección natural.

Como también hace poco más de un año, la entrevista con ambos es en un hotel de Madrid, cuando aún hay que llevar mascarillas en los interiores, así que lo primero es responder a una duda: ¿Cómo es que en un libro sobre la muerte no haya referencia a la pandemia durante la que se escribió? “El covid-19 es un asunto con fecha de caducidad y no queríamos que el libro la tuviera”, explica raudo Juan José Millás.

Más explícito es su compañero de aventura editorial, que aprovecha y resume en su respuesta un eje fundamental de las conversaciones que contiene la obra: “En realidad de lo que hablamos es de la muerte interna y de la externa. La pandemia forma parte de la muerte externa; el coronavirus tiene el mismo interés que un accidente, un terremoto, una bomba… No son un misterio. A nivel biológico, la cuestión es cómo a partir de cierta edad surgen enfermedades que nos vienen de dentro, que es donde centramos nuestro foco. Hablamos también de las causas externas de muerte, pero son mucho más complejas las internas”.

En ese centrarse en lo que no podemos controlar, descubrimos con ellos una gran infinidad de reflexiones sobre cómo nos ha tratado la evolución como especie y cómo somos la única consciente y preocupada por esa vejez al final de la vida que tanto se investiga en la actualidad. Millás, por ejemplo, tras una visita a un laboratorio universitario con Arsuaga, descubre gracias a un análisis de sangre que le quedarían 14 años de vida; eso sí, como precisa el paleontólogo, desde un punto de vista estadístico. Y en otra salida, un test celular le descubre que su edad biológica envejece como si tuviera 50 años, bastantes menos de los que tiene en su DNI. “Al terminar el otro libro pensamos que no redondeábamos el tema si no hablábamos de la muerte, aunque en el fondo hablamos de la vida también. También nos ha estimulado la buena acogida del primer libro y, de hecho, para completar esta aventura iniciada hace un par de años, ya tenemos previsto hacer otro más”, apunta Millás.

La entrevista fluye como uno de esos diálogos hilvanados entre ambos en alguno de los encuentros que retratan en el libro, ya sea en un gimnasio, un bosque, un museo, en Atapuerca o en el vertedero de Colmenar Viejo. “Como en el fondo ni es literatura ni es ciencia, cuando publicamos el primero no sabíamos si iba interesar a alguien, porque no teníamos referencias. Lo llamábamos el engendro. Pero la fórmula funcionó y decidimos que el siguiente sería algo distinto. Es verdad que somos los dos mismos personajes y que vamos a diferentes sitios que dan lugar a reflexiones, pero ahora hay un argumento, en torno a un tema relacionado con la evolución que está en todos los capítulos: lo relacionado con la muerte y con ella, con la enfermedad, la longevidad, la vejez… Y el próximo que dice Millás será sobre la consciencia”, añade Arsuaga.

Son tantos los aspectos de la biología y la historia evolutiva de los seres vivos que salen a relucir en estas 306 páginas que cada persona se quedará con una lección de las que ofrece el sapiens. Pero ¿cuál es la que más ha sorprendido a Juan José Millás? “A mí me impresionó descubrir que la vejez y la enfermedad son solo inventos de la cultura. Que la decrepitud sólo existe en nuestra especie o en los animales domésticos y en los de los zoos, pero que en la naturaleza salvaje no hay nada más que plenitud o muerte. Era algo que no se me había ocurrido. Nosotros proyectamos nuestra historia sobre todo y yo me imaginaba una naturaleza con animales viejos y enfermos. Pero no sobreviven lo suficiente: un ciervo joven con una pata rota está liquidado en dos horas. Y tampoco viven la muerte como nosotros. Conclusión: igual somos capaces de inventar el microondas que la vejez”.

Y continúa el biólogo: “Lo que mueve al científico es el conocimiento. La ciencia plantea preguntas difíciles. Y una inevitable es saber por qué envejecemos. Si la biología nos dice que a partir de una célula se construye una ballena azul, ¿por qué falla entonces el mantenimiento de esa vida? En realidad, creo que no hay una preocupación filosófica universal sobre la vejez, pero sí que la hay por solucionar ese dolor que surge al envejecer, por ejemplo, a causa de la artrosis, porque duele”.

Ese darle la vuelta a las cosas cuando se está en compañía de Juan Luis Arsuaga lo refleja muy bien el neandertal Millás en otro de los capítulos, que tiene como eje el paseo por los alrededores del vertedero urbano. “No podía imaginarme que en un lugar así hubiera esa nube de aves como la que vimos. Me dio mucha tristeza ver aves tan míticas como el buitre, el halcón o la cigüeña en un vertedero, como aves indigentes. Y lo mismo me pasó con las gaviotas, que asocio al mar. Por un lado, era un espectáculo y por otro era triste”. “Fuimos”, explica el científico, “porque necesitaba mostrarle un sitio con muchas aves, y a ser posible cerca de Madrid, para hablar de su vida, y se me ocurrió que un vertedero era un buen sitio, porque además tiene la gracia de la contradicción, que es lo más interesante. Veíamos el Antropoceno y a la vez a los animales afectados por el ser humano que, aunque no ha cambiado su biología, sí lo ha hecho con la reglas, afectando a la biodiversidad… Es como lo que pasa con los insectos: ahora hay más en las ciudades que en los campos, porque los matamos con los pesticidas. Ves más mariposas en un parque urbano que en un pueblo”.

¿Y qué decir del afán de inmortalidad humana, tan ajeno a la evolución? “La inmortalidad a nivel biológico es en realidad el instinto de supervivencia. El deseo de no morirse. Pero como idea es algo de nuestro mundo cultural. No me imagino a los prehistóricos hablando de la inmortalidad, ni tampoco a los bosquimanos del Kalahari”, señala Arsuaga. “En realidad”, continúa Millás, “ahora sí que la ciencia nos habla de esa inmortalidad. Desde la Medicina nos dicen que la vejez es reversible, algo de lo que hablamos mucho en el libro. Yo veo dos tendencias: la de los cuerpistas, que creen en la inmortalidad por la crionización del cuerpo entero o incluso de la cabeza únicamente, porque dicen que lo demás será una prótesis; y la de los trashumanistas, que creen que podremos transferir nuestra identidad a una máquina. La cuestión será dar con el conector, una especie de USB que permita comunicar el cerebro y el ordenador. Yo lo veo verosímil, aunque Arsuaga me dice que no, porque el cerebro no es binario, como lo son los ordenadores”.

Otro asunto que sacan a relucir es el de la posible programación de la muerte: “Hay etapas en la vida, como cuando eres feto, lactante, niño, adolescente… en las que los cambios de una a otra no los decide la persona. Llegan cuando llegan. Ahí sí que podríamos decir que están programadas genéticamente. Podría esperarse entonces que la muerte también lo estuviera. Pero como le explico a Millás, en ciencia no funciona lo que es de esperar y la realidad es que la muerte no está programada. Ojalá lo estuviera, porque así la podríamos hackear”.

Entre las dudas del uno y las respuestas del otro, se siente el consenso que está preestablecido desde el inicio entre dos mentes distintas y complementarias. Uno enseña y el otro comprende y escribe. También hay algún tropezón, como el que tuvieron con una ecuación que, al final, no está incluida. “Arsuaga quería ponerlo, y creo que como una provocación. Hay un pacto por el cual él no puede tocar nada de lo que yo escribo, salvo si es un error. Pero está quejoso de la asimetría entre ambos, porque no le dejé poner una ecuación y yo sí menciono el mito de Sísifo”, reconoce el escritor.

“Es una queja mía universal con la divulgación científica. No con Millás, sino general. En otros libros míos, también me han pedido eliminar palabras científicas, cuando en cualquier libro de arte te encuentras palabras o conceptos culturales que tampoco conoce la mayoría de la gente. ¿Por qué se puede mencionar a Gigamesh y yo no puedo contar que el ADN no es como el ARN? Tenemos tolerancia cero con lenguaje científico porque se considera al español un ignorante absoluto para la ciencia, cuando el 50% de los que estudian Bachillerato eligen ciencias y la otra mitad letras”, argumenta Arsuaga.

“Lo siento, pero en este caso Arsuaga no lleva la razón”, apostilla Millás. “Él quería explicar que el ratón tiene más piel en términos relativos que el elefante. Y eso se entiende perfectamente sin una ecuación. Yo creo que las Matemáticas deben ser maravillosas cuando se entienden, pero yo tengo carencias en ellas y pienso que el lector también”. “La verdad es que el resultado funciona, porque lo lee gente interesada en la ciencia y otros que no”, reconoce finalmente el científico.

La cuestión es que tampoco buscaban un equilibrio, un punto intermedio entre ciencia y literatura, sino que es la obra escrita por un literato sobre unas experiencias –siempre inesperadas– con un científico: “Arsuaga me llamaba y me decía: ‘mañana lleva zapatillas o mañana abrígate’, sin darme más pistas de dónde me iba a llevar. Eso tiene la ventaja de que uno no tiene la tentación de documentarse. Se guarda mejor el equilibrio entre ignorancia y conocimiento, como al hacer un reportaje. Si llegas al lugar pensando que lo sabes todo, sólo ves lo que esperas ver. Pero con él siempre es una sorpresa. Luego me informaba a posteriori. Además, que te cuente cómo se lo preparaba, porque hacía toda una producción”.

“Claro. A cada sitio que visitamos, yo iba antes. Si era en un restaurante, acordaba con antelación el menú que me venía bien para el tema que quería tratar en ese capítulo. Se trataba de desarrollar cada argumento en un lugar distinto. No íbamos a ver qué pasaba, sino que ya había una idea previa sobre lo que quería contar a Millás”.

¿Y qué os gustaría que la gente aprendiera tras leeros? “A mí que la vejez es cultural”, responde el escritor. “Pues yo”, concluye Arsuaga, “destacaría esa diferencia entre la muerte de fuera y de dentro”.

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Comentarios

  • Joaquín

    Por Joaquín, el 09 marzo 2022

    Dos tipos estupendos.
    Les admiro profundamente

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