Refrescante Alex Katz en el Thyssen para un tórrido verano madrileño

Alex Katz. ‘Big Red Smile’, 1993. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid.

Hace unos días visitó Madrid uno de los grandes genios contemporáneos de la pintura. Y tuvimos la suerte de estar con él. El neoyorkino Alex Katz, de 94 años, el artista pop vivo más cotizado, vino la semana pasada a revisar e inaugurar su gran exposición en el Museo Thyssen-Bornemisza, su primera retrospectiva en España. Las 40 obras –la mayoría de grandísimo formato– que componen esta muestra son una irresistible y refrescante propuesta cultural para el tórrido verano de Madrid. Hemos hablado con el artista y elegido nuestros hitos de la exposición

En la rueda de presentación de su exposición, Alex Katz, con traje blanco y camisa, corbata y gafas oscuras, se mostró irónico y esencial, y partidario de que las cosas fluyan. Y eso es lo que se adivina también en su coherente trayectoria, en la que se ha salido muy poco de sus coordenadas de figuración pop minimalista. Autor famoso por los enormes lienzos de rostros femeninos, cuyos rasgos se han reducido a pinceladas esenciales, pero tan firmes y decididas que son capaces de transmitir las emociones que otros, con mil recursos y perifollos, no logran.

Cuando en la presentación le pasaron la palabra a Alex Katz, este se limitó a decir: “Hola, creo que es una buena selección de mis pinturas la que se ha hecho. Gracias a mi familia por organizarlo todo mientras yo estaba ocupado pintando. ¡Eso es todo!”.

Luego, con las preguntas de los periodistas, se animó: “A medida que me hago mayor, dedico más y más tiempo a pintar”. “Me levanto todos los días a las 7 y media. Y pinto todos los días. Unas veces 20 minutos, y otras veces todo el día. Si trabajas demasiado, tampoco funciona. Cuando no haces nada, cuando estás haciendo nada, es cuando te vienen las mejores ideas, ideas maravillosas. Hay que aprovechar la nada”. “Quiero encontrar la verdad, que mis cuadros tengan sentido”. “Sigo buscando cosas distintas. Por ejemplo, los paisajes a gran escala. Ahora, estoy con cuadros enormes de hierba y de agua”.

Y habló de Miró y Picasso, de Matisse, de Pollock, de quien dijo que fue el pintor que cambió las reglas del juego en el arte.

¿Cómo le llega la inspiración? “A veces en un solo gesto de una persona, o en la iluminación que cae sobre una mesa. Es algo inesperado. No sabes cuándo llega”. ¿Cómo le ha impactado la pandemia? “Lo que ha provocado la pandemia es aislar a la gente aún más. Eso es lo que yo he visto. Pero el mundo sigue en marcha. Y el arte representa la energía de la cultura. En 70 años, nada me ha interrumpido, ni la guerra, ni la pandemia, ni los Gobiernos norteamericanos, a los que parece no interesarles nada el arte”.

En este sentido, Guillermo Solana, director artístico del museo y comisario de la muestra, quiso destacar que las dos últimas salas de la exposición –que cubre 7 décadas de trabajo en 40 obras– están muy volcadas en sus obras de los últimos 17 años, precisamente para destacar lo activo que sigue este hombre. Como si llevara en sus genes la energía de su ciudad. Más neoyorkino no puede ser: hijo de inmigrantes rusos, nació en Brooklyn, creció en Queens y en 1950 se instaló en Manhattan.

Por cierto, tras la austeridad impuesta por la pandemia, la presentación de esta retrospectiva de Alex Katz fue de alto rango, con presencia del ministro de Cultura, Miquel Iceta, la baronesa Tita Thyssen, su hijo Borja y su nuera Blanca, más el hijo del artista, Vincent, y su nuera, Vivien, y diversos coleccionistas llegados desde varias partes del mundo. La presencia de Borja y Blanca estaba más que justificada, ya que, según explicó Guillermo Solana, han adquirido uno de los grandes lienzos de Alex Katz –el retrato múltiple, cinco caras, Vivien (2016)– que pasará a integrarse en las colecciones del Thyssen de Madrid,  cubriendo lo que Solana definió como “una ausencia imperdonable”, ya que en esta pinacoteca no había ninguna obra de Katz. Vacío resuelto con sobresaliente.

Alex Katz. ‘Blue Umbrella #2’, 1972. Colección privada, Nueva York.

Alex Katz. ‘Round Hill’, 1977. Los Angeles County Museum of Art. Donación de Barry y Julie Smooke.

Solana también contó que esta exposición estaba programada para el verano de 2020, y que la pandemia hizo imposible cumplir con esas fechas. Ahora, Alex Katz será uno de los artistas con más proyección en 2022, ya que, tras esta muestra del Thyssen, el Guggenheim de Nueva York le organiza otra gran retrospectiva en otoño; de hecho, 12 de las obras expuestas en Madrid viajarán directamente a la Gran Manzana.

“Alex”, terminó Guillermo, “ha supervisado catálogo y montaje, hasta ha revisado la lista Spotify con sus temas preferidos. Lo que ha sido un privilegio inmenso”.

Como decía al principio, la exposición –que cuenta con préstamos de centros como el Whitney, el MoMa y el Metropolitan de Nueva York, el Albertina de Viena y el Reina Sofía de Madrid, más muchos otros de colecciones privadas– resulta fácil y refrescante, perfecta para el tórrido verano que, por lo que hemos visto en este tramo final de la primavera, se prevé en Madrid. Las gigantescas obras de Alex Katz son pinturas, pero también son como grandes carteles, como enormes viñetas de cómic, como fotogramas agigantados de una película, como vallas publicitarias. Su estilo está definido por sus colosales formatos y los fondos planos, monocromáticos.

Alex Katz. ‘Apple Blossoms’, 1994. Whitney Museum of American Art, Nueva York.

Alex Katz. ‘White Lilies’, 1966. Milwaukee Art Museum. Donación de Jane Bradley Pettit.

Y llega aquí el momento en que El Asombrario os recomienda una parada y atención especial a 11 obras:

Ada cabeza abajo (1965), perteneciente al MoMA de Nueva York. Su segunda esposa y musa, Ada del Moro, a la que conoció en 1958, se convirtió en su modelo más frecuente; protagonizó nada menos que mil de sus obras.

Paraguas azul (1972), una pintura enorme –nada menos que tres metros y medio de ancho por dos y medio de alto– en la que las gotas de lluvia se confunden con el rostro ensimismado de una mujer, hasta parecer lágrimas algunas de ellas.

Round Hill (1977), una relajada escena de amigos en la playa; una de las composiciones más movidas de toda la exposición.

Gran sonrisa roja (1993), otro lienzo enorme que pertenece a la colección del Reina Sofía de Madrid. Tiene otro cuadro titulado muy parecido, Sonrisa roja (1963), igualmente atractivo.

Lirios blancos (1966). Como con las mujeres, Katz opta por un primerísimo plano. Las flores fueron fuente de inspiración a finales de los 60; el artista volvió a ellas con el cambio de siglo.

Manzanos en flor (1994), muy zen, muy japonés, muy Pollock. Como en los retratos, Katz los quiere en un enorme formato –rectangular– para que envuelvan al espectador. “Para estar dentro del paisaje, este tiene que alcanzar hasta entre tres y seis metros”, ha llegado a decir.  Y entre tanta grandeza, una pequeña delicadeza: Invierno revisitado (1993), del que no cabe ninguna duda sobre su referencia a pollock.

Alex Katz. ‘Black Hat #2’, 2010. Albertina, Viena. The Batliner Collection.

Día Gris (1990), una pintura muy apaisada, en la que el rostro pensativo de una mujer aparece tan en primer plano que queda cortado.

Abrigo rojo (1982), perteneciente al Metropolitan de Nueva York. De nuevo el poderoso rojo dominando el lienzo y, de nuevo, un tan primerísimo plano que la cara de la mujer también asoma solo parcialmente.

Sombrero negro #2. Sobre fondo plano amarillo, con sombrero y gafas negras, una bellísima y enigmática mujer con la que soñar.

Alex Katz. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Con la colaboración de la Comunidad de Madrid. Hasta el 11 de septiembre.

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