Refugiados, perros callejeros, artistas ‘outsiders’…, lo nuevo de Ricardo Cavolo

Extracto del nuevo libro ilustrado de Ricardo Cavolo.

Extracto del nuevo libro ilustrado de Ricardo Cavolo.

Extracto del nuevo libro ilustrado de Ricardo Cavolo.

Extracto del nuevo libro ilustrado de Ricardo Cavolo ‘Periferias’.

‘Periferias’ (Lunwerg) es el nuevo libro ilustrado de Ricardo Cavolo, uno de los artistas españoles actualmente con más proyección. El salmantino desarrolla, con su inconfundible estilo naíf, una galería de colectivos, lugares, animales y personajes, que son repelidos por una centralidad que no admite divergencias. Albinos, prostitutas, niños soldado, favelas, campos de refugiados, perros callejeros, artistas ‘outsiders’…, el ilustrador repasa hasta un total de 150 realidades marginales a través de las que da cuenta de su capacidad para plasmar singularidades tan diversas.

Por JAVIER ALBERDI

Ricardo Cavolo es uno de los artistas con presencia destacada en Urvanity, la nueva feria de Madrid surgida en la órbita de ARCO y especialmente dedicada al street art; se celebra esta semana en el Palacio de Neptuno y ofrece una colorista selección de 17 galerías, la mayoría llegadas desde otros países europeos, desde Ámsterdam a Londres, Bruselas, París, Zúrich, Londres y Berlín.

Los dibujos de Cavolo constituyen todo un derroche de color y simbolismo. Sus célebres llamas espontáneas, sus típicos ojos replicados y sus rojeces cutáneas están respaldadas, en esta ocasión, por un texto, de cosecha propia, que sorprende inicialmente por su candidez pero que termina cautivando al lector justamente cuando ha conseguido convertirte en un niño.

Cada historia consta de una presentación de la circunstancia tratada y de un relato fantástico que la justifica o revitaliza. Pero Cavolo niega la irrealidad de dichas propuestas. La presunta fantasía no es más que magia y, si algo pretende demostrar con este libro, es su existencia en el seno de cualquier periferia.

«Os invito a mirar de una manera diferente. A partir de ahora mirad bonito. Mirad buscando lo bueno». ¿Lo que es la periferia y la centralidad lo determina la mirada hacia lo diferente?

Yo creo que sí, la mirada, más allá del asunto biológico del ojo, son los filtros y capas que nos han puesto de tópicos, de estereotipos y de prejuicios desde que somos niños. La mirada la tenemos manchada. Siempre digo que para mirar bonito basta mirar como un niño. Eso es muy difícil. Es como lo que decía Picasso, que «pintar como un Miguel Ángel o como un Rafael no era tan complicado como pintar como un niño». Lo difícil es mirar con esa mirada limpia.

En su prólogo, Santi Balmes define ‘Periferias’ como un atlas de realidades que han sido marginadas por apartarse de la norma. Sin embargo, son circunstancias que pueden encontrarse a la vuelta de la esquina, ¿tanto puede alejar una mirada?

Hay gente que se niega a que algo exista. Primero porque les da miedo. Es como cuando tienes un trauma con algo y no lo miras para que desaparezca.

Mucha gente aparta la mirada cuando pasa al lado de un indigente…

Yo no me voy a incluir porque hago el ejercicio diario de no mirar hacia otro lado. Pero en Occidente nos viene muy bien generar esta dinámica. Si no lo miras, no te sientes incómodo y justo después puedes entrar en una tienda de ropa y gastarte el dinero en algo que ni necesitabas. Es justificar nuestro comportamiento social al no mirar. Eres libre de pecado.

En el libro comentas que creciste en el seno de una comunidad gitana. Tienes la virtud de haber vivido en la periferia y la centralidad a la vez. ¿Cómo marcó esa experiencia tu mirada?

Pues de alguna manera me gusta pensar que la mantengo bastante limpia. Para mí ha sido algo natural desde los tres años. Yo tenía los dos caminos siempre. Mi padre era artista, tenía una vida más o menos oficial y mi madre vivía con los gitanos. Fue un proceso natural, aunque luego te das cuenta de que sí que hay fronteras. Pero yo me crié sin ellas y así lo mantengo.

¿Puede ser que la propia periferia, en este caso la gitana, también actúe a veces desde la centralidad, no queriendo ver más allá?

Absolutamente. Esto siempre lo explico con colores, porque es lo mío. Es como si ellos son rojo y el rojo les vuelve locos. Es su vida. Los de fuera somos amarillo. Y el amarillo les resulta interesante y les gusta, pero quieren tanto al rojo que saben que si comienzan a mezclar termina en naranja. Y quieren que quede el rojo. Son muy celosos de su cultura. Pero también hay un efecto rebote. Los de la centralidad no quieren a los de la periferia. Y si no me quieres, pues yo tampoco te quiero.

Las mujeres soldados kurdas son uno de los personajes del nuevo libro ilustrado por Ricardo Cavolo.

Las mujeres soldados kurdas son otros de los personajes del nuevo libro ilustrado de Cavolo.

¿Cómo explicas la paradoja de que en un mundo hiperconectado se dé un drama como el de los refugiados y que, en cambio, la generación de nuestros abuelos, sin estos avances que en teoría nos aproximan, resultara más acogedora?

Creo que hay dos situaciones. La más inmediata es que todo el tema de la tecnología, siendo yo usuario a todos sus niveles, nos deshumaniza un poco. Nos cosifica y nos hace un trabajo de ego maravilloso. Pero bajo mi punto de vista todo esto viene por el sistema capitalista. La red se utiliza para vender y generar dinero, es un caldo de cultivo maravilloso para generar este gasto constante. Las ventajas de las tecnologías, que es el hecho de estar conectado con todo el mundo, no pueden con ese sistema. El drama de los refugiados es, entre otras cosas, consecuencia del capitalismo. La mayoría de las guerras, hoy en día, son para vender armas, para conseguir petróleo, para ganar dinero en definitiva. Por muy conectado que pueda estar yo con alguien de Sri Lanka después de una inundación, todavía hay gente que lo que quieren es llegar allí para vender cosas después de una catástrofe. El beneficio de la tecnología todavía no puede con la mierda y el barro del capitalismo.

Hay otro concepto muy frecuente en la galería de relatos de ‘Periferias’ que es el nomadismo. ¿En qué medida ser nómada influye en la percepción de las cosas?

Cambia mucho. Yo no soy nómada, pero he viajado mucho desde que era niño y eso te genera cosas buenas y cosas malas. Hay un desarraigo del sitio en el que estás. Te quedas un poco sin la patria, que puede ser una putada o bien te contentas un poco con lo de Rilke de «tu patria es tu infancia». Pero sí que cambia la mirada. Alguien que siempre está en el mismo sitio sabe menos. Mi padrastro gitano era analfabeto y con 40 años era una de las personas más sabias que he conocido gracias a sus vivencias.

A raíz de esto que cuentas, si algo define a los colectivos de personas que retratas, es su autenticidad. ¿Esa es la magia que les atribuyes en el libro?

Esa es parte de la magia. La diferencia es mágica. Pero la magia también la traslado a lo cotidiano. Con algo tan sencillo como una risa, con un momento divertido, con un parto, con una boda…, cosas que son muy normales, pero que no las imaginamos en la Cañada Real, porque aquello es una mierda. Y sí, es una mierda, pero a pesar de ello la gente se lo pasa bien, porque no les queda otra. Eso me parece mágico. Que cosas cotidianas que suceden aquí, donde estamos tú y yo ahora, sucedan entre ratas y basura es brutal. Es una maravilla. Eso es la magia.

Otro aspecto que transmites en el libro es que vislumbras el renacimiento de estos colectivos. Santi Balmes, de hecho, apunta que “lo que hoy es periferia mañana será centralidad”. ¿Compartes ese optimismo?

Sí, porque soy optimista y soy muy de las periferias. Sobre todo porque quiero que ganen las periferias. El libro está bañado de amor hacia toda esta gente que está puteada, quiero que destile amor para que se le impregne al lector. Y ese amor va cargado de optimismo.

Cuando te adentras en ‘Periferias’ lo primero que se percibe en sus textos es una inocencia poética casi infantil, pero conforme vas avanzando, se consolida todo un entramado mitológico. ¿Es el mito un lenguaje muy similar a como pintas tú?

Es que me fascina el mito. Yo hago lo que hago, porque desde que soy niño me flipan los cuentos y las mitologías. Me parece una manera maravillosa de explicar la vida. Antes de que yo cogiera un lápiz, a mí eso ya me fascinaba.

El libro no solo se orienta a las personas, sino también a los animales y las plantas. Hay de hecho una denuncia persistente a la degradación que sufre la naturaleza. ¿Son los colectivos periféricos más respetuosos con la naturaleza?

Creo que sí. (Silencio reflexivo). Habría que hacer un estudio. Pero diría que sí, para empezar porque la naturaleza es el sustento directo de muchas de estas periferias. El ejemplo más claro son los nativos americanos, que son el buque insignia de los defensores de la naturaleza. También sucede que muchas de estas periferias, culturalmente, mantienen mucha raíz mitológica relacionada con la tierra, con el planeta, con la naturaleza.

Respecto a la naturaleza, te muestras algo más pesimista en el libro. Incluso lanzas una advertencia de su venganza.

Sí, defiendo mucho la venganza de la naturaleza. Nos la merecemos. Es evidente que nos estamos abocando a algo muy feo.

En cuanto a la galería de artistas ‘outsiders’ que nos presentas (William Blayney, William Thomas Thompson, Maria Primachenko, Daniel Johnston…), no he podido evitar indagar en sus obras y resulta evidente la influencia que han tenido en la tuya.

Bueno, claro. Uno de los mejores profesores de pintura que tuve en la carrera, que ya murió el pobre, me dijo una cosa maravillosa. Porque la gente estaba muy obsesionada con sacar su propio estilo, se rompían mucho el coco con que fuera único. Y yo esto siempre lo cuento en las charlas: al menos en el asunto plástico está todo inventado. La diferencia la generas con la mezcla, con la combinación de diferentes cosas que te gustan. Y en función de qué mezcles y en cuánta cantidad de cada cosa puedes conseguir una mezcla diferente. Y aquel profesor, Joaquín Secall, me decía: «El que no tiene padre en la pintura es un hijo de puta», con perdón. Y es verdad, hay que tener padres. Si ves mi estilo y mis referentes es evidente. Y lo hago con mucho orgullo.

Extracto de ‘Periferias’.

¿Tú te consideras un ‘outsider’?

No, no, no. En esto sí que me pongo un poco talibán. Porque para mí outsider es alguien que está aparte, que vive aparte. Los artistas outsiders generan arte, pero no lo generan para venderlo, ni para exponer en una galería, ni para salir en un periódico. Ellos lo hacen por amor. Amo a mi perro, porque es el ser más querido de mi vida y entonces hago una casa para él rellena de conchas que luego las pinto de color porque lo adoro. Y luego viene un galerista y le dice que es maravilloso, pero ya le puede ofrecer todo el dinero que no se la lleva porque es para su perro. No me puedo considerar outsider. Yo estoy en el circuito.

En alguna periferia mencionas la creación artística como un medio terapéutico, ¿y el disfrute del arte también puede resultar sanador?

Absolutamente. Por supuesto.

¿Es el objetivo de este libro?

No. Eso sería un poco grandilocuente. Quien sepa hacerlo me parece genial. Pero yo no sé. Todos los libros que hago son un ejercicio de amor a algo que a mí me gusta. Para mí el beneficio de este libro es que alguien que descubre algo lo empiece a mirar de otra manera. O que alguien se sienta reconocido y le guste.

Has vivido en Salamanca, Italia, Madrid, Brighton y Barcelona, y viajas a menudo. Conoces el panorama artístico de muchos lugares. ¿Resulta más sencillo para un artista salir hacia delante en otros lugares que en España?

Depende de dónde. Es evidente que en sitios como Inglaterra o Estados Unidos, la cosa cambia mucho. Pero también voy mucho a México y hay que sentirse afortunado si eres artista y trabajas en España porque es más fácil. La suerte que hoy tenemos es que puedes trabajar para cualquier otro punto del mundo. Yo lo hago de hecho. Afortunadamente, esa pregunta, que a día de hoy todavía hay que hacerla, cada vez va haciendo menos falta.

¿Cómo ves el panorama de los ilustradores en España?

Pues con bastante salud. Siempre digo lo mismo, gente interesante siempre la ha habido. No es que ahora se hagan cosas más interesantes en ilustración y por eso haya este boom. En España ha llegado tarde, pero se ha empezado a ver que esa otra manera de hacer arte puede ser interesante como disfrute, como posiblemente sucedió con la fotografía en su día. La ilustración ha comenzado a estar ahí, porque se ha comenzado a abrir la mente y por esto mismo se ha abierto un mercado. Cada vez que entras a una librería encuentras muchos más libros de ilustración y la gente comienza a concebirlo como otra vía por la que puedes consumir cultura. Por eso, ahora mismo, es cierto que goza de mucha salud. Al menos la plataforma, porque habrá una criba. Yo me encuentro a muchos estudiantes que desean dedicarse a la ilustración y con todo el amor del mundo no sé si todos quieren dedicarse a esto o es fruto de una fiebre que hay ahora mismo. Y esto hay que quererlo mucho, porque cuesta mucho. Hay que saber elegir.

Ilustrador, muralista, paisajista… ¿Con que etiqueta te sientes más identificado?

Hago cosas muy diferentes. Desterré la palabra ilustrador, porque yo ahora mismo voy a hacer mi propia ropa, he hecho instalaciones, he pintado murales, es decir, creo que toco los suficientes planos como para considerarme simplemente artista. También porque a lo mejor dentro de diez años ya no cojo un lápiz y estoy haciendo un videoclip o estoy cubriendo un edificio con una sábana gigante como Christo Vladimirov.

Para terminar, ¿qué es la hermandad de la Gran Villa?

(Risas). Se habla poco de esto en el libro, porque pretendemos, o pretenden, que esto sea un poco secreto, un poco subterráneo. Siempre ha habido un underground oficial y luego un underground real. Está por cosificarse. Para mí es como un ente que conforman algunas personas para cambiar el mundo a través de lo que saben hacer, que en este caso es gente que sabe hacer algo plástico. Pero en realidad es una invención, para ver si nos animamos unos cuantos a generar esta hermandad de verdad y mover un poco las cosas.

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