‘La reina del baile’: traumas, violencias y deseos de mujer

La escritora Camila Fabbri.

Cuando la violencia domina la idiosincrasia de un libro es imposible alejarse de él, aparcarlo, mirar hacía otro lado, salir indemne. Y más cuando está tejida desde la inteligencia y la interesante narrativa que siempre persigue el pulso literario de la joven escritora Camila Fabbri (Buenos Aires, 1989). Ya me había deslumbrado con su volumen de relatos, ‘Los accidentes’, un libro duro y con una magia emocional incuestionable, pero que se convierte en un animal mínimo tras leer ‘La reina del baile’, finalista del último Premio Herralde de Novela y que alberga una narración salvaje desde la más absoluta calma. Fabbri se enfrenta a la cloaca que es a veces el amor, la pareja, la familia.

La autora abre en canal a toda la sociedad y a todos sus individuos. Se convierte en la dueña de la ciudad, de la naturaleza y de todo aquello que habita en ambos cuerpos. Es una observadora que no hace concesiones:

“La libélula muerta me está mirando a los ojos, tiene cara de eternidad”.

“En esa iglesia me obsesioné con la escultura  del hombre huesudo que colgaba de la pared. Qué lindo que era y cuán torturado estaba. La belleza y el padecer podían ser algo sagrado. Tenía que ser”.

Una observadora que detalla todo aquello que cortará la respiración de quien lee hasta sumergirlo en un territorio sucio de dolor para después reiniciarlo. La vida diaria  de cualquier mujer tiene demasiados agujeros negros que a nadie le interesa iluminar; sin embargo, Fabbri hará de ellos luminescentes cuerpos y contará sus historias. Todo el relato tiene una fuerza estética omnipotente. Las imágenes que usa Fabbri para situar el cuerpo y el alma de sus protagonistas son luciérnagas llenas de vida, de luz, de verdad y en la mayoría de los casos la belleza que su vuelo alimenta es despiadada con el espectador:

“Felipe me agarró del brazo y yo hice caso. Me besó. Ya estaba dentro de él, de algún modo. Su saliva era como un postre sin sabor”.

“Bienvenida, esto es la soledad. Una es más una que nunca. Una ducha constante, desnuda y en silencio”.

“Yo también pienso que sí. Que la ciudad es eso también. Mujeres en estado salvaje averiguando cuánto tiempo les queda”.

Pero justísima con aquello que visiona, que despedaza y que expone sin esa piedad malsana de quien busca amparo en lo políticamente correcto para encajar en esa colmena cada vez más hedionda que es la humanidad.

Fabbri se enfrenta a lo largo de esta valiente historia  a la cloaca que es a veces la familia, a la cloaca que es a veces el amor y a esa cloaca que es a veces la pareja, y para ello construye tres sólidas protagonistas. Lara, una adolescente que sobrevive en el ámbito rural bajo el tiránico juego de su execrable hermano y  la ceguera de su madre. Maite, sometida a su deseo y a esa ansia de promocionar en ese duro departamento en que habita siempre el amor correspondido. Y Paulina, una mujer partida en dos mucho antes de que su vehículo acabe siendo un amasijo de hierros.

La reina del baile es un altavoz de paredes heridas. Una novela animal, pero profundamente lógica. Una novela desoladora de amplísimo espectro emocional. Nada que competa a la mujer se le escapa a Fabbri. Ni un solo halo de oscuridad escapa a su privilegiada mente.

Fabbri dibuja en esta novela un páramo cuya tierra acumula toneladas de inteligencia y la silueta de la maternidad, ese enigma que siempre vuelve loca a la mujer a causa de la esperanza que la sociedad pone sobre ella.

La reina del baile se asemeja a la piel de un esclavo que, tras haber sido castigado, encuentra la cura de sus heridas en las manos de un samaritano que jamás le correspondería por el  pecado cometido o por su estrato social:

“Me suena el teléfono y la sensación de ser buscada por alguien me hace temblar”.

Parece el testamento de todas aquellas mujeres que no están hechas para la vida, sino para acabar sitiadas sobre el pegajoso territorio de la violencia:

“El adolescente me abraza como si todo esto fuese consentido”.

“Maite me sostiene la frente y yo sigo vomitando, como si fuera una mismísima embarazada o una mujer a la que manosearon demasiado y que casi muere de miedo”.

“Abro el sitio de videos. Mi favorito. Mi compañero. Hay muchos videos a elegir, pero solamente podré elegir uno porque no puedo hacer mucho ruido acá. En esta casita del bien todos duermen y yo soy una gran falta de respeto”.

Fabbri habla del deseo femenino que aquí queda tipificado, para bochorno de la sociedad, como la consecución de un vicio y no como el pernicioso efecto de la desatención patriarcal y conyugal.

En La reina del Baile, cosa extraña, no hay violencia entre mujeres, sino un denso y longevo fogonazo de solidaridad. Podríamos decir que las mujeres de esta excepcional novela sobreviven para ayudar a otras mujeres.

La reina del baile es una novela en la que personajes y lector agonizan, una batalla llena de sucesos extraordinarios como reza el título del último capítulo.

La reina del baile es un poderoso animal tricéfalo cuyo susurro acaba siendo una voz firme y desacomplejada, el antídoto que deberían beber de un solo trago todas las mujeres del mundo para escapar de la precariedad emocional que con tan deliberado ensañamiento lidera el patriarcado.

‘La reina del baile’. Camila Fabbri. Anagrama. 171 páginas.

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