Retrato de Jayne County, la primera drag queen rockera y deslenguada

La drag Jane County. Foto: David Shankbone

Desde que abandonó Georgia para probar las mieles de la contracultura, la historia de Jayne County sigue el arco de la liberación LGTBI en Estados Unidos. Se marchó de casa sin un duro para ver qué se cocía en la escena musical y artística en el Nueva York de los 60, se unió al grupo de mujeres trans que plantó cara a la policía en los llamados disturbios de Stonewall y salió del armario como persona transgénero mientras estaba de gira por Europa con su banda. Grabó discos, actuó por distintos países, conoció a todo el mundo, sufrió discriminación y fue reconocida como la auténtica pionera del travestismo en el rock. El libro ‘Man Enough to be a Woman’, escrito por la propia County con la ayuda del periodista Rupert Smith (y que hace poco se publicó por primera vez en español de la mano de Colectivo Bruxista), da fe de ello.

Bautizada con el nombre de Wayne Rogers, la cantante, compositora y actriz se crió en la Georgia rural de los años 50, en el seno de una familia conservadora originaria del Cinturón Bíblico. “Fui lo que en el sur se llama un niño mariquita, una nena”, asegura en el libro. “No sé si fue por mi entorno, por las hormonas de mi organismo o por las dos cosas. A mi madre le inyectaron grandes dosis de estrógeno mientras estaba embarazada de mí porque tenía un desequilibrio hormonal hereditario. Pero sin duda mi entorno también tuvo algo que ver, porque crecí prácticamente rodeado de mujeres”. Tras graduarse en el instituto en 1964, a los 17 años, County consiguió un trabajo en Atlanta, en la American Optical Company. “Cuando salía de trabajar me ponía a dar vueltas por las calles de Atlanta, en busca de algo”, explica. “Y fue entonces cuando contacté por primera vez con otras maricas. El día que vi por la calle a aquellas dos criaturas con el pelo largo, maquilladas y pegando gritos, supe que había encontrado lo que buscaba”.

Según relata en su autobiografía, el mundo gay y el mundo hippy estaban entonces muy solapados, y ella empezó “a gravitar de forma natural hacia los hippies”, sobre todo por la música que escuchaba. “Muchos hippies veían a las travestis como algo muy cool. Eran bastante liberales, y te veían simplemente como alguien que experimentaba con una forma distinta de vivir la vida”. Ya a finales de los 60, se fue de su casa para instalarse en Nueva York, donde aterrizó pelada y compartió apartamento con dos colegas drag queens, Jackie Curtis y Holly Woodlawn. Estando en la Gran Manzana, participó en los disturbios del bar Stonewall Inn, frente a cuyas puertas se rebelaron un grupo de personas contra la brutalidad policial, la discriminación y la desigualdad de las personas no normativas. “Hoy en día los disturbios del Stonewall se ven como el punto de partida de la liberación gay, pero para mí y otras travestis de la calle no fue un acontecimiento tan importante: ya estábamos liberadas”, presume County.

La estadounidense ejerció de DJ en el mítico Max’s Kansas City, que en los 60 era el cuartel general del underground neoyorquino. “El mundo gay, el de las drogas, el del teatro, el de la música, el del arte, todos tomaban ideas de los demás, y todos terminaban saliendo en una película, montando un grupo o algo así”, afirma. Fue en aquella época cuando se le ocurrió por primera vez subirse a un escenario, participando de la escena del Teatro del Ridículo, y escribiendo una obra titulada World-Birth of a Nation, que giraba en torno a la castración del sexo masculino y estaba coprotagonizada por Cherry Vanilla (que después se convirtió en una figura clave del entorno de David Bowie). Aquel trabajo le dio mucha popularidad en el underground de Nueva York, y la llevó a actuar en la primera producción teatral de Andy Warhol, Pork, donde encarnaba a la actriz Viva ataviada con un pelucón gigante y los labios morados. “El New York Times publicó una reseña estupenda de Pork con una foto enorme mía y de Tony Zanetta. La sacaron otros periódicos del país; mi madre la vio. La gente me paraba por la calle para felicitarme. Y entonces Ira Gale, una marchante de arte que llevó un montón de cuadros de Andy a Inglaterra, nos dijo que quería estrenar Pork en Londres”.

Así fue como, en agosto de 1971, County viajó a la capital de Reino Unido, donde Pork cosechó críticas horribles, pero captó la atención de un David Bowie que fue varias veces a verla junto a su esposa Angie. En un primer momento, el cantante le pareció demasiado comedido y educado. “En los camerinos les estrechaba la mano a todos y les decía, muy serio, lo mucho que le habían gustado sus actuaciones”, relata. “Pero a la vez estaba estudiando con atención nuestros maquillajes para copiarlos más adelante […]. Después de Pork, su androginia sutil a lo Lauren Bacall evolucionó a un estilo más contundente y atrevido”. La diva del punk cuenta que llegó a fichar por la compañía que representaba a David Bowie, MainMan, y que sus responsables le pusieron un piso y le prometieron la grabación de un disco que nunca llegó a producirse (según ella, Bowie no quería que nadie le hiciese sombra como rarito oficial del pop). “[David] Estaba interesado en producirme”, contó en una entrevista, “porque le había enviado mis maquetas y le encantaron, pero al final nunca las produjo. Lo que ocurrió fue que muchas de las ideas de esas maquetas aparecieron en sus discos. Simplemente, tomó las ideas y las utilizó para sí mismo. Así aprendí una lección”.

Pese a todo, County emprendió una carrera musical en la que, con bandas como Queen Elizabeth (que solía tocar con los New York Dolls), o Wayne County and the Electric Chairs (que grabaron tres álbumes para un sello inglés), se adelantó al glam y estiró los límites del punk. La anécdota más famosa de esa época fue aquella que tuvo lugar cuando el dueño del CBGB la contrató para tocar en ese famoso club y, nada más salir al escenario, Handsome Dick Manitoba le empezó a proferir insultos homófobos desde el público. Cuando el cantante del grupo Dictators saltó al escenario con una jarra de cerveza en la mano, County, pensando que le iba a atacar, agarró el pie de micro y le golpeó con él en la clavícula. “Él salió volando del escenario, cayó encima de una mesa y se abrió la cabeza al darse contra una esquina”, explica. “En la sala no se hablaba de otra cosa: ‘¡Wayne County le ha dado una paliza a Dick Manitoba, el luchador profesional!’. Salió en el Village Voice y en las noticias de la radio, pero por supuesto le dieron la vuelta: ‘Una drag queen enloquecida ataca a un pobre luchador indefenso’”.

A finales de los 70, County cambió su nombre por Jayne y comenzó a ser tratada conforme a su verdadera identidad de género, lo que le granjeó algún que otro problema de discriminación. “Me siento feliz estando entre dos sexos”, relata en el libro. “Me siento cómoda y me gusta la idea. Me atrae lo de no ser ni hombre ni mujer. Hay gente que lo encuentra demasiado ambiguo; o eres una cosa o la otra. Por eso muchas trans sienten la obligación de operarse, y no descansan hasta que lo consiguen. Yo nunca lo vi así, y el único motivo por el que me lo planteé fue porque muchas chicas tiraron por ese camino, y me pareció lógico seguirlo yo también”. Con el tiempo, sus atrevidas y transgresoras actuaciones en directo (en las que lo mismo aparecía ataviada con un puñado de pelucas como sacaba comida de perro de un inodoro o se follaba a sí misma metiéndose un consolador de dos cabezas en un coño falso) acabaron incomodando al movimiento de liberación gay estadounidense, y llegó un momento en el que las personas que llevaban su carrera musical no sabían ya cómo venderla.

“La época del punk fue especial”, comenta ella, “y mi locura particular fue aceptada en aquella época porque todo el mundo andaba a la búsqueda del próximo escándalo. Pero cuando las cosas se calmaron y todo volvió a ser más conservador, yo seguí avanzando en dirección contraria. Anuncié que era transexual. Ya no era un punki loco de Nueva York que iba demasiado pintado y cantaba canciones guarras; estaba entre un sexo y otro, cambié de aspecto y me cambié de nombre. Otros que vinieron después tomaron mis ideas básicas, las rebajaron un poco y se hicieron millonarios con ello, mientras que yo tuve que ponerme a hacer la calle”. County explica en sus memorias que, en su época de vacas flacas, pasó una temporada viviendo en Berlín (donde además de prostituirse trabajó en el teatro y el cine), y se vio incapaz de seguirle el juego a la industria musical, porque lo que ella hacía en el escenario y en sus discos “era una prolongación natural de lo que sucedía en mi vida. Nunca pensé en lo que era ‘aceptable’, porque lo importante no era eso, sino ser yo misma y decir la verdad sobre el mundo en el que vivía”.

“En los noventa, las cosas han dado un nuevo giro”, aseguró en Man Enough to be a Woman, publicado originalmente en 1995. “La atmósfera liberal de los medios, sobre todo desde que en Norteamérica llegó Clinton a la Casa Blanca, ha abierto las puertas a personas de sexualidades muy diversas, entre ellas transexuales de todas las clases, tamaños y colores […] El norteamericano medio por fin está aceptando que hay personas con distintas sexualidades y viven en el mismo mundo que él. Todo esto me pareció estupendo porque muchas de esas travestis me veían como una inspiración. Cuando actué en un drag ball de Kinky Gerlinky en Londres, la presentadora me anunció diciendo: ‘Y aquí está ella… ¡la madre de todas nosotras!’”. Efectivamente, por primera vez en años, los discos de County podían encontrarse en todas las tiendas de Norteamérica, su álbum Goddess of Wet Dreams recibió una crítica entusiasta en Billboard, y la reedición de 20 temas de la época de Safari en el CD Rock & Roll Cleopatra supuso un gran empujón para su carrera, le dio más visibilidad de la que había tenido en años y la ayudó a actuar por todo el mundo.

Las memorias de County terminan con un epílogo donde la artista explica que, a principios de los años 2000, regresó a su lugar de origen para cuidar de sus padres enfermos, que al morir la dejaron en una situación bastante acomodada. Parece ser que hoy día vive bastante tranquila y acompañada por 19 gatos en una casa que “queda a unos veinte minutos en coche de Atlanta” y cuenta con “un jardín enorme rodeado de bosques centenarios, con los árboles cubiertos de hiedra”. Aunque sigue grabando y actuando de forma ocasional, ahora dedica buena parte de su tiempo a la pintura, que empezó como una afición pero se ha acabado convirtiendo en una nueva carrera. “Cuando vivía en Nueva York y me dedicaba al rock estaba en una burbuja”, asegura la artista, que conserva a sus 75 años su espíritu contestatario. “Volver aquí me ha vuelto mucho más activa a nivel político y ahora colaboro con varios grupos de presión de los demócratas, porque como sigamos en este giro hacia la derecha estamos jodidos. Y no solo en Norteamérica, sino en todo el mundo. Durante la administración de Obama sentí que las cosas se equilibraban un poco, pero ahora aquello parece una antigua edad de oro”.

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