Robert Poynton, ¿cómo escapar del yugo de la ocupación permanente?
El británico Robert Poynton vive en un pueblo de Ávila, en la España rural, esa que se ha ido vaciando y que lo hará aún más en las próximas décadas. Frente al imperativo de estar siempre disponibles y conectados, siempre dispuestos, veloces y tendentes a la productividad, “a la prisa indecente y sudorosa”, que decía Nietzsche, Poynton defiende la idea de pausa, de ir más despacio, de ser capaz de parar, con el objetivo de abrirte otras ventanas, otras posibilidades con uno mismo y los demás. Para explicar su pensamiento, su filosofía de vida, ha publicado ‘Pausa. No eres una lista de tareas pendientes’ (Editorial Koan), donde asegura que nuestro tiempo no es una mercancía, no es lineal, uniforme.
“Nos estamos adaptando a las máquinas y nos regimos por sus mismos patrones: se juzga a las personas por lo rápido que responden, no por la calidad de sus respuestas”, escribes al comienzo de ‘No eres una lista de tareas pendientes’. ¿Qué consecuencias tendrá para el ser humano esa desconexión con su esencia, ese vivir en contra de su naturaleza?
Por un lado nos causa estrés y ansiedad. Que a la larga afecta no solo a la salud mental, sino a la salud física. Asimismo creo que hace que nos confundamos, y perdamos de vista lo que más nos llena en la vida, por lo que acabamos corriendo hacia no sabemos qué, sin saber por qué. Así que nos aleja del significado de la vida.
Hoy día siempre andamos ocupados. Disponibles. Conectados. Operativos. Preocupados. Séneca, hace 2.000 años, ya hablaba de la ocupación humana: “Es triste la condición de todos los ocupados y aún peor la de quienes se ocupan de sus cosas, duermen conforme al sueño ajeno, caminan según el paso de otro, y para amar y odiar, las cosas más libres que hay, reciben órdenes.” ¿Cómo escapar del yugo de la ocupación permanente?
Si hubiera una respuesta simple a esa pregunta, no sería un tema desde los tiempos de Séneca. Creo que hay que tener una práctica, hábitos que nos recuerden la tendencia de estar siempre ocupados. Y que con esos hábitos (de meditación, contemplación, manualidades, los que sean) actuar como un tipo de espejo que nos permita ver, aunque sea momentáneamente, cómo estamos. Dado que el fracaso es inevitable, también uno tiene que tener compasión hacia uno mismo, y aceptar que tal y como vamos a ir… se puede volver.
Frente al vértigo y la celeridad que definen nuestro tiempo, propones hacer pausas, frenarse, parar, dar un paso atrás. ¿Qué posibilidades y alternativas se abren si somos capaces de detenernos un instante en medio de la vorágine?
Para mí una pausa no tiene que ser necesariamente un paso atrás. Una pausa puede ser muy activa, parte de la acción, no en contra de ella. Abre muchas posibilidades, como conectar con partes de uno mismo o con los demás, ver con más perspectiva, apreciar lo que tienes delante (la belleza, por ejemplo), crear una conexión más vital con lo que te rodea, sentir lo que realmente es importante para ti, llamar la atención…
¿Cómo habría que hacer estas pausas para que tuvieran efecto en nuestra forma de estar en el mundo?
Cada uno tiene que explorar y descubrir por sí mismo qué tipo de pausas le viene bien en el momento en el que se encuentra. No hay recetas. Es un proceso de exploración y en esa misma exploración hay gran parte del beneficio.
Señalas que caminar es igual que respirar, “algo que hacemos de todas maneras, así que cualquier forma de caminar representa una oportunidad para ejercitar la pausa”. Nietzsche diferenciaba los “pensamientos caminados” de los pensamientos que se tienen sin movimiento. ¿Qué puede aportar el darse una caminata en momentos de máxima tensión diaria?
Integración y perspectiva. Caminar es una forma de conectar mente y cuerpo, o si prefieres, las diferentes mentes que tenemos. La cognición sola, estar en procesos abstractos mentales es una forma potente, pero limitada de pensar. Cuando te pones a andar, además del efecto físico directo (de oxigenar, etc…) conectas e integras esas mentes y, por lo tanto, te ayuda a pensar en un sentido más amplio, profundo, y sutil. El movimiento en sí te da perspectiva y hace que veas las cosas desde otro ángulo.
Nos guiamos más que nunca por el tiempo lineal, por el ‘cronos’, pero está ese otro tiempo, el tiempo de vida, la calidad del tiempo, lo que los griegos llamaban ‘kairos’. Tuvo que ser hermoso esas prácticas culturales en las que nos movíamos de acuerdo a las estaciones, las cosechas y las mareas. ¿Es posible recuperar esa forma de vivir o ya no hay vuelta atrás?
Realmente no sabemos cómo era, pero creo que podemos desarrollar elementos de ese pensamiento como parte de nuestras vidas. Tenemos más capacidad de diseñar nuestro tiempo de lo que habitualmente reconocemos. Conozco a gente que incluye periodos de tiempo –cortos o más largos– donde siguen sus impulsos interiores o las fases de la naturaleza. Para hacer esto, habrá que delimitar un tiempo para hacerlo, pero creo que se puede.
En España tenemos la siesta. Antes era sagrada, pero ahora no tenemos tiempo ni para eso, al menos en las grandes ciudades. Una siesta de diez o quince minutos te alegra el día…
Para mí es imprescindible, ¡pero vivo en el campo! Incluso así, en medio de un curso de liderazgo en la Saïd Business School en la Universidad de Oxford, muchos días me retiro a mi habitación para echar una cabezadita, aunque sea solo diez minutos. Para mí, el beneficio está claro.
El paleontólogo Juan Luis Arsuaga dijo en una entrevista que la vida no puede ser trabajar toda la semana e ir el sábado al supermercado. Tú señalas que la vida es algo más que esa lista de tareas que nos ponemos para realizar. ¿Qué sería para ti una vida equilibrada?
Para mí, en cada periodo de tiempo – cada día, semana, mes o año– me conviene combinar actividad intelectual, social, física y espiritual (o contemplativa o de reflexión). No de forma fija, no es una cuestión de porcentajes, pero de forma viva, para que nuestras vidas tengan variedad y modulación.
¿Se puede ser optimista ante un mundo que parece ir rumbo a peor?
No pienso en optimismo o pesimismo, creo que los dos llevan igual a la apatía.
Y me parece importante tener perspectiva histórica. En cada época, el ser humano tiene la tendencia de creerse especial. Es verdad que tenemos problemas globales, pero ¿podemos decir que el mundo es peor, o va peor que antes? Siempre hay problemas y dificultades. Nuestra globalización nos ha dado la pandemia del coronavirus, pero también nos ha dado las vacunas, cosa que no pasaba en los años de 1919-1920, cuando se murieron millones de personas de la gripe.
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