Roger Waters, símbolo de resistencia ante los lobbys de censura israelíes

Un momento del primer concierto en Madrid de la gira ‘This Is Not a Drill (No es un simulacro)’ del músico Roger Waters. Foto: Manuel Cuéllar.

Este mes, Roger Waters, ex líder de Pink Floyd, ha llenado dos estadios en Buenos Aires dentro de su gira This Is Not a Drill (No es un simulacro)’, vigilado por un fiscal y sin poder reservar una habitación de hotel en la ciudad. A pesar de las presiones sionistas para censurar sus conciertos, los miles de personas que acudieron a los conciertos estuvieron horas expresando su profunda indignación contra la injusticia, contra la guerra, contra la hipocresía y las mentiras oficiales, a una sola voz, secundando las canciones que la mítica banda desplegó durante su trayectoria en el siglo pasado.

¿Qué importancia tiene cantar a pleno pulmón que no necesitas ser adiestrado? ¿Y plantarte ante un soldado imaginario en compañía de miles de personas y preguntarle, al son de la música, ‘¿A quién diablos vas a matar a continuación, a quién más vas a matar?’. ¿Qué hay de peligroso en dejar que tu cuerpo exprese su rebeldía contra los poderes establecidos mientras coreas que sabes que “les gusta el miedo y el odio, les gusta la muerte o la gloria y les encanta una buena historia”? ¿Qué pueden temer ciertos círculos de poder ante miles de personas cantando una misma canción?

El hecho de que el concierto pudiera llevarse a cabo ya dejaba en la boca de los asistentes el sabor de una victoria. La Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas había solicitado días antes la suspensión de sus conciertos por “promover discursos de odio”. Paralelamente, los hoteles Faena y Alvear habían declarado persona non grata al cantante, negándole el alojamiento y presionando a las cadenas hoteleras de la ciudad a que hicieran lo mismo. A pesar de todo, el cantante había subido al escenario, vigilado por un fiscal, encargado de vigilar lo que decía e incluso cómo se vestía, y el público le arropaba, coreando sus canciones.

Todo el mundo sabía a lo que iba. Durante el largo año que lleva en marcha esta gira, los conciertos siempre han empezado con este mensaje de apertura en la exposición multimedia: “Si eres de los que dicen: ‘Me gusta Pink Floyd, pero no soporto la política de Roger’, harías bien en irte a la mierda e ir al bar en este momento”. La propuesta cobraba especial importancia en un Buenos Aires exhausto después de que Javier Milei arrasara en las elecciones y le diera una de sus peores palizas electorales al peronismo. Ninguna de las 170.000 personas que acudieron a cada concierto se fue al bar.

Waters apareció en el escenario sentado en una silla, vestido de médico frente a un muñeco en silla de ruedas, a modo de puesta en escena para Comfortably numb, una de las canciones más emblemáticas de The Wall. Con imágenes distópicas de fondo, la canción convidaba al encuentro y señalaba la impotencia que puede atravesar a cualquiera que habite el planeta de manera consciente en estos momentos:  “¿Hola? / ¿Hola, hola, hola? / ¿Hay alguien ahí? / Solo asiente si puedes escucharme / ¿Hay alguien en casa?  / Ven ahora / He oído que te sientes deprimido…”. El siguiente temazo, Another brick in the wall, permitió exclamar, bien alto: “No necesitamos ninguna educación. / No necesitamos ningún control de pensamiento…”. Tema tras tema, la conciencia y la energía y la voluntad de rebeldía fueron tomando fuerza hasta que Waters se sentó al piano, tomó el micrófono y dijo unas palabras antes de cantar The bar: «Estuve en esta hermosa ciudad muchas, muchas veces, e hice música para una audiencia maravillosa, porque aquí hay un gran público. A pesar de toda esa historia de música y amor y noches cálidas, por alguna razón los dueños de los hoteles en este pueblo ¡no dejan que me quede! En realidad sé por qué no me dejan, y lo voy a compartir con ustedes ahora, antes de sentarme a hacer la próxima canción. La razón por la cual no dejan que me quede en los hoteles en Buenos Aires es porque yo creo en los derechos humanos. (Ovación). ¡Creo en eso y siempre lo hice! Mi madre me enseñó sobre los derechos humanos cuando era muy chico y nunca lo olvidé. Así que aquí el tema de fondo son los derechos humanos”.

“Tratan de silenciarme porque creo en los derechos humanos y hablo abiertamente del genocidio del pueblo palestino y voy a seguir haciéndolo porque se está cometiendo ahora y todos los días en la Franja de Gaza y en Cisjordania y en todos los territorios ocupados y debe detenerse. Y esto quizás sea algo controvertido: si nosotros logramos convencer a los que tienen el poder que insistan en la igualdad de derechos humanos para todos nuestros hermanos y hermanas, sin importar su etnia, religión ni nacionalidad, del río Jordán al Mediterráneo, entonces no habrá más matanzas. Y eso sería algo muy bueno”.

La frase ‘Que jodan al antisemitismo’ (‘Fuck antisemitism’) es uno de los muchos mensajes que Roger Waters proyecta durante sus conciertos de la gira ‘This is not a drill’. Foto: Manuel Cuéllar.

El concierto continuó entre mensajes como estos: Resistir contra el fascismo, frenar el genocidio, respetar los derechos humanos en Palestina, denuncias contra la violencia policial de Argentina a Brasil o Estados Unidos y contra el trasfondo de grabaciones de la policía y bombardeos militares. Con The Bravery of Being Out of Range (La valentía de estar fuera de rango) señaló a cada presidente estadounidense desde Ronald Reagan con descripciones de sus políticas exteriores asesinas y colocando las palabras Criminal de Guerra sobre cada una. Como en otros conciertos de la gira, Run Like Hell (Corre como alma que lleva el diablo) sirvió como base para mostrar grabaciones de un helicóptero arrojando misiles sobre un barrio residencial. El texto explicaba que son grabaciones de diez civiles y periodistas asesinados en Irak en 2007. Añade que el vídeo fue “filtrado valientemente por Chelsea Manning” y “publicado valientemente por Julian Assange” (fundador de WikiLeaks) para luego añadir: “¡Liberen a Julian Assange!” y “¡Encierren a los asesinos!”. Después de casi tres horas de concierto, el cantante y su grupo cerró con Two Suns in the Sunset (Dos soles al atardecer), con el que convocó a los líderes mundiales a que “se sienten frente a una cerveza” para pedirles que desistan de llevar al mundo a una “tercera guerra mundial”.

Esta puesta en escena hace evidente que los poderes fácticos se inquietan ante lo revolucionario que puede ser en nuestra época de agitación y sufrimiento inauditos que el arte sostenga el elemento de la protesta. Sin ir más lejos, están impidiendo que personas con impacto en la opinión pública sigan manifestando su apoyo a Palestina, no sólo tachándolo de antisemitismo, sino alcanzando acusaciones mayores: considerándolo un acto terrorista porque de forma indirecta apoya a la Yihad islámica.

A las celebrities de Hollywood que mantienen la defensa de los derechos del pueblo palestino ya les está costando cancelaciones, despidos y hasta pérdida de representantes. Este mes, la principal agencia de Hollywood, United Talent Agency (cuyo director ejecutivo es el judío Jeremy Zimmer), ha dejado de representar a Susan Sarandon después de que ella participara en una manifestación pro-palestina en Nueva York. Paralelamente, la productora Spyglass Media Group (cuyos CEOS Gary Barber y Roger Birnbaum proceden de familias judías) han expulsado de su franquicia a la estrella de Scream, la mexicana Melissa Barrera, por la misma razón.

El músico Roger Waters reivindica los derechos de los palestinos y también de la comunidad trans. Su batería de mensajes termina con un general «We all need rights» (Todos necesitamos derechos). Fotografías tomadas el pasado marzo en el concierto en Madrid por Manuel Cuéllar.

Se trata de una mordaza que va más allá del papel couché y la persecución personalizada de personas con tirón mediático. El diario Le Monde Diplomatique abría la edición de noviembre con un editorial que hace referencia precisamente a esta voluntad organizada de controlar el malestar y el pensamiento crítico de la ciudadanía. Y como muestra, recuerda que la semana siguiente al ataque de Hamás, el Gobierno francés prohibió manifestarse en apoyo a Palestina a través de una circular enviada por el ministro de Justicia a los fiscales en la que se consideraba que apoyar al pueblo palestino es una incitación “a formarse un juicio favorable a Hamás o la Yihad Islámica” por mucho que esas declaraciones se produzcan “en el marco de un debate de interés general y se presenten como un discurso de carácter político”. Según su análisis, este planteamiento no ha encontrado ninguna crítica en la mayoría de las Redacciones debido a su “radicalización prooccidental”, una complacencia que se ve abonada por el hecho de que  la información está dominada por imágenes instantáneas y por una cultura que manipula las emociones al tiempo que ahoga el espíritu crítico. El poder del concierto de Roger Waters precisamente fue revertir esto último: ligar las emociones con la consciencia de rebeldía.

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