Rosa Montero: “Escribo para dejar de temer a la muerte”

La escritora Rosa Montero.

La escritora Rosa Montero.

La escritora Rosa Montero.

Acaba de publicar La Carne, una novela donde la atracción, el sexo, el paso del tiempo y la muerte son protagonistas. Hablamos de todo eso con Rosa Montero: «Uno escribe para poner un poco de luz en los desasosiegos. Lo que intentas con cada libro es volver a esos fantasmas, explicártelos a ti misma de una manera más profunda, más exacta y más bella, profundizar». «La normalidad no viene de lo más habitual ni de lo más común, la palabra normalidad viene de norma, de ley, de la horma social que se impone. Por eso valoro siempre al monstruo. Mis novelas están llenas de ellos».

Ojalá que dentro de muchos años en los colegios se siga estudiando Literatura. Parece éste un deseo baladí pero, con la extinción de la Filosofía en las aulas, imaginar a los alumnos adolescentes en décadas venideras estudiando La Regenta o El Quijote puede parecer cosa de ciencia ficción. Si siguieran estudiando Literatura, comprenderían que cada ser humano tiene una obsesión y que leer nos enseña a vivir. En ese sólo plausible futuro, los libros de texto dirían que la obra de Rosa Montero (Madrid, 1951) pasa por tiempos post-apocalípticos, por la Edad Media o por la vida de una generación que nace en los años 50 del siglo XX, entre muchos otros lugares y tiempos. Si esas páginas les enseñan que la obsesión de Rosa Montero es la muerte y que en ella la ficción no tiene frontera con la realidad esos futuribles alumnos de la enésima reforma educativa aprenderán que la literatura es un juego.

Esos alumnos, además, tendrían el placer de hablar con esta autora en, por ejemplo, su nueva novela: La Carne, en la que la autora se retrata a sí misma como si fuera su peor enemiga. O su mejor amiga. En un hipotético examen en el que se les preguntara por Rosa Montero estos alumnos no sabrían qué escribir –incluso los más estudiosos– porque dudarían sobre la veracidad de La loca de la casa, y no sabrían hasta qué punto la autora es Bruna Husky (la protagonista de Lágrimas en la lluvia y El peso del corazón).

Pero eso es sólo un futurible deseable. Hoy estamos en 2016 hablando con Rosa Montero sobre ella, una de las escritores españolas más importantes y más queridas por el público, y su nuevo libro, La Carne (Alfaguara).

Todas tus novelas hablan de la muerte, de cómo nos ronda y se aproxima, ¿qué aporta esta novela a las demás?

En realidad, todos los escritores trabajamos siempre sobre las mismas cosas, sobre nuestras obsesiones. Uno escribe no para enseñar, sino para aprender, para poner un poco de luz en los desasosiegos. Lo que intentas con cada libro es volver a esos fantasmas, explicártelos a ti misma de una manera más profunda, más exacta y más bella, profundizar, escribir de una manera más clara. Llegar a un rincón de más luz en esas zonas de sombra. Esta obra es un paso más, una vuelta de tuerca más sobre la muerte. Yo creo que escribo, a fin de cuentas, para intentar encontrar un sentido a la vida y dejar de temer a la muerte. Así de simple.

Además, tengo la sensación de que en los últimos tres libros estoy en un periodo de plenitud literaria: normalmente tardo tres años en escribir una novela y en estas he tardado menos. Gran parte de esos tres años es picar piedra, es muy duro, te pasas semanas en las que la novela no funciona, no te aclaras con los personajes, no salen las palabras, te tienes que arrastrar a la mesa…, crees que no pillas la idea que brillaba en tu cabeza. Y, sin embargo, en estas tres últimas novelas el proceso no ha sido así, ha sido mucho más suave, muchísimo más sedoso. Ha sido como bailar con las palabras. En esta novela es donde me he sentido más libre, ha salido fácilmente. Me ha divertido mucho escribirla.

¿Te acercas más a la ligereza?

Exactamente, me acerco más a la idea de ligereza de la que hablaba en La ridícula idea de no volver a verte.

En tu novela el sexo tiene una importancia capital, ¿la sociedad le da al sexo la importancia que merece?

Le dan una importancia desmedida pero equivocada, por ejemplo, a la hora de tratar las infidelidades sexuales. Es muy difícil vivir, las relaciones sentimentales son muy complicadas, así que cada cual se lo monte como pueda, pero me da una pena tremenda esas parejas que tienen una relación maravillosa y que la rompen y la tiran a la mierda porque uno de ellos se ha acostado una vez con otra persona. Se le da un importancia desmedida, equivocada, conservadora y puritana en ese sentido y no se le da la importancia lúdica, el lugar que debería dársele, el lugar cotidiano y natural que el sexo se merece.

La protagonista de la novela tiene más o menos tu edad. Alguien habrá dicho que eres tú…

Estoy súperhecha a que eso suceda, la gente tiene una tendencia espeluznante a confundir al personaje con el autor, algo que es muy infantil. Nabokov -que es uno de mis maestros- cuando escribió ese artefacto literario sofisticadísimo que es Lolita recibió un montón de cartas diciendo que era un pederasta, que era un pedófilo y que debería estar en la cárcel. Él lo cuenta en una reedición de Lolita y muestra su enfado no porque le llamaran pedófilo, sino porque decían que su obra tan sofisticada era una mierda de novela autobiográfica. Me parece muy inocente que haya gente que crea que yo soy Soledad (la protagonista de La Carne), porque no tiene nada que ver conmigo, me parece muy niño, un registro de gente que no sabe leer. El personaje que he escrito que más se parece a mí en lo profundo, no en lo superficial, es Bruna Husky, una androide. Me siento muy representada por la visión básica del mundo de esa androide.

Y la vecina de Soledad…

Uno cuando escribe está jugando, juegas contigo misma, con claves que no tienen por qué conocer los lectores. Es algo muy personal la escritura. Esa vecina es la protagonista de mi primera novela, se llama Ana, tiene un hijo que se llama Curro, de cuatro o cinco años y ella trabaja en una revista que acaba de cerrar. Y me gustó, me pareció conmovedor, dentro de ese juego personal, que mi personaje de los 60 años se encontrara con mi personaje de los 28. Pero tampoco soy yo. Fue muy emocionante escribirlo, me emocionó.

¿Cómo fue retratarte a ti misma?

Ése es otro juego que está en todas mis novelas. Lo sumamente borrosa que es la unión de lo fantástico con lo real. Creo que además la consciencia contemporánea de la realidad es poco fiable. Yo me fío muy poco de la realidad. Por ejemplo, me acuerdo de algo que me ha sucedido hace 20 años y a veces no sé bien si lo he vivido o lo he imaginado, no sé si es realidad o ficción. Por eso hago ese juego dentro de mis novelas. En ésta última la directora de la Biblioteca Nacional es Santos Aramburu, es ella de verdad, y parece que me he inventado el personaje. Cuando terminé el primer borrador se lo envié y le dije “oye, mírate, a ver si te parece bien” y la verdad es que ese juego me venía bien estructuralmente, me convenía para que hubiera una reflexión sobre la creación y lo que ésta te aporta. Eso es lo que cuenta esa Rosa Montero que aparece en la novela y que consigue que Soledad escriba, porque Soledad va a escribir. Y creo que la crítica de mí misma está bastante acertada. Bastante acertada.

En ‘La ridícula idea de no volver a verte’ dices que todos los humanos somos narradores, ¿qué es lo que le pasa a Soledad para no escribir?

Es la inseguridad que viene de haber tenido una vida muy difícil, lo vamos viendo según se desarrolla el personaje. Le ha faltado la estructura básica…, se ha salvado por un pelo de la catástrofe. Está en ese lugar con un equilibro fragilísimo. Para escribir tienes que creer un poco en ti mismo, tienes que quererte más y eso es lo que ella consigue de alguna manera…, que al final de la novela se tenga un poco de respeto a sí misma.

Ella está un poco maldita también.

Claro, por eso ese juego con los escritores malditos que aparecen en el libro y sobre los que Soledad organiza una exposición.

¿Hubo algo de maldita en aquella Rosa hippie de los sesenta?

Los hippies no nos considerábamos malditos, nos considerábamos contraculturales. Creíamos que estábamos inventando el mundo, que lo cambiábamos nosotros, era una sensación de potencia maravillosa. Siempre todos nos hemos sentido distintos. Yo me he sentido distinta desde niña, y uno de niño no quiere sentirse distinto, quiere sentirse igual que todos. Luego te llega un tiempo en el que comprendes que ser distinto es maravilloso y que hay otros distintos que son tu trigo. Pero te cuesta tener cierta seguridad básica. Esto nos pasa a muchos, yo creo que la normalidad no existe. La normalidad no viene de lo más habitual ni de lo más común, la palabra normalidad viene de norma, de ley, de la horma social que se impone, pero en realidad nadie se adapta a ella, todos somos disidentes, unos más y otros menos. Por eso valoro siempre al monstruo. Mis novelas están llenas de ellos.

Bruna está obsesionada por el paso del tiempo, pero también Soledad, ¿quién de las dos más, en proporción?

Está mucho más obsesionada existencialmente Bruna, por eso se parece a mí, que a los 10 años ya pensaba en la muerte. Esa obsesión de Bruna –mucho más exagerada que la mía, porque para eso está la literatura-, ese comerse la vida a bocados, esa vitalidad de pantera viene de saber que esta vida se acaba, que se va, que se va, que se pierde, que sabe con exactitud cuándo va a morir… Es algo terrible. Terrible y al mismo tiempo una capacidad de vivir el instante tremenda. En eso es en lo que me siento muy cerca de ese personaje. Mientras que lo que le pasa a Soledad es que está haciendo ese balance a los 60 años: ¿qué he hecho con mi vida?, ¿la he vivido?, ¿he podido vivirla con todas las cortapisas que he tenido? Está llena de frustración porque su infancia ha sido tan dura que considera que le ha escamoteado la vida.

Si hubieras sido más consciente de que ibas a envejecer, ¿cómo hubieras vivido?

Siempre he sido muy vitalista, muy disfrutona, pero pierdes tanto el tiempo discutiendo o preocupándote…, angustia en el trabajo, cosas que hacer… Hubiera intentado vivir con menos ansiedad. Punto. Hubiera hecho lo mismo en todo y hubiera intentado vivir con menos ansiedad.

Hay una entrevista tuya de 1978 en la que hablas de la distancia de los políticos de entonces con la calle.

Lo curioso es que lo dijera entonces y que sigamos así. Yo creo que ha debido ir a más, sí… Es imposible calcularlo, no recordamos el pasado, se nos olvida, me he dado cuenta cuando he hecho algún reportaje y he tenido que ir a hemerotecas para recordar cosas que parecían imposibles de olvidar. Es imposible de calcular porque recordamos cosas a través de lo que hoy somos y siempre manchas ese recuerdo. Estamos hablando de hace 37 años, me siento absolutamente incapaz de recordar cuál era entonces la diferencia de los políticos con la gente de la calle, pero sí, hoy ha ido a más.

En esa entrevista hay una Rosa Montero mucho más dura que la de hoy.

No me extraña nada, de joven uno siempre es más duro. Mis novelas de juventud son mucho más duras porque uno es muy grandilocuente y melodramático de joven. A medida que vas envejeciendo eres más empático, conoces mucho más el dolor…, el dolor propio y el de los demás. Eso si todo va bien, porque hay gente que se pudre, pero si ese dolor eres capaz de manejarlo te va haciendo más empático, va mejorando el entendimiento y la comprensión de la vida… La gente joven es muy dura.

La epifanía de ‘La ridícula idea de no volver a verte’ es una niña debajo de una higuera. ¿Dónde está esa niña en ‘La carne’?

No es un epifanía, no algo tan hermoso. Es un momento de alivio, de satisfacción, de serenidad…, un vislumbre de la serenidad: es cuando Soledad se queda encerrada en el baño y se angustia. De repente puede abrir la puerta, da un paso y sale. Lo que antes parecía imposible era facilísimo: sólo un paso. Es una metáfora, un paso que ha dado dentro de su propia vida, una cierta intuición de la serenidad. Ahí es posible esa serenidad, esa liberación, esa salvación.

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Comentarios

  • Javier

    Por Javier, el 07 octubre 2016

    Montero siempre aporta reflexion sobre uno mismo.

  • Joan Benavent

    Por Joan Benavent, el 07 octubre 2016

    Rosa Montero pertenece al ayer.Literariamente está más muerta que viva.Supongo que lo sabe…

    • Sonia Giménez

      Por Sonia Giménez, el 08 octubre 2016

      ¿Eres jóven Joan? Tu comentario es de un mal gusto horroroso y totalmente prescindible. ¿Quién eres tu para decir que alguien está acabado? ¡ Venga ya ! ¿Qué te pasa con tanta mala leche? Sin ser fan de Rosa he leído cosas suyas y lo que escribe tiene mérito, te guste más o menos . En esta entrevista me ha encantado leer lo que dice y me gusta su madurez y lucidez. No sé, Joan …me ha molestado esa dureza tuya que creo injusta. Saludos!

  • Leni

    Por Leni, el 11 mayo 2019

    Pienso como Sonia. Y la negatividad de Joan es descartable.

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