¡Salvad las estrellas de Van Gogh o la luz de Sorolla!  

Detalle de ‘La noche estrellada’, de Van Gogh.

Unos amigos me piden opinión sobre el activismo climático en museos y pienso en aquella mañana de noviembre de 1891 en que los madrileños se despertaron sobresaltados con la noticia de que el Museo del Prado estaba ardiendo y los cuadros de Goya y Velázquez eran pasto del fuego. Algunos corrieron al museo para finalmente comprobar que estaba intacto y todo había sido una falsa noticia difundida por el periodista Mariano de Cavia para denunciar el abandono de la pinacoteca, recordar al pueblo la valiosa fragilidad del arte y el riesgo real de perderlo, consiguiendo una inmediata reacción política, que tomó medidas para prevenir el desastre.  

Al día siguiente, el autor explicaba: “Estamos hartos de llenar columnas y más columnas sin lograr que los gobiernos salgan de su inercia, que los abusos se corrijan, y que la imprevisión oficial se cure. Estamos hartos de predicar en el desierto, y de ver que las catástrofes se suceden en racha interminable. Mi artículo de ayer, inspirado en lo que aquí está pasando todos los días y en lo que aquí puede pasar a todas horas, no es una broma. Hemos inventado una catástrofe para evitarla”. Aquel verano se habían producido ya dos pequeños incendios en el museo y los cuadros contenían la respiración, por lo que posiblemente el artículo evitó un mal mayor: poco después los políticos tomaban cartas en el asunto ordenando sustituir las velas por linternas y sanear las cocinas y almacenes de leña.

En su artículo, Mariano de Cavia enumeraba los fuegos accidentales que por entonces estaban sufriendo los monumentos nacionales, desde el Alcázar de Segovia al Alcázar de Toledo o la Catedral de Sevilla, glorias de un imperio en decadencia –y en caída libre hacia su Desastre del 98–. Hoy, cuando el consenso científico advierte que nuestra cultura se precipita por vía de no retorno, muchos se preguntan qué hacer para que los políticos respondan igual de expeditivos, protegiendo el rural de incendios masivos o saneando ciudades e industrias para paliar el calentamiento global.

Dalí cuenta que una vez visitó el Museo del Prado junto a Jean Cocteau y al salir del Ritz los periodistas les preguntaron qué se hubieran llevado o salvado del museo si sufriese un incendio. Cocteau respondió que el fuego. “Yo, como soy un poco teatral”, quiso aclarar Dalí, “hice ver que reflexionaba un poco, aunque ya lo había pensado y dije: «¡Dalí se llevaría nada menos que el aire, y específicamente el aire contenido en Las Meninas de Velázquez, que es el aire de mejor calidad que existe!». Dalí añadía que, como el fuego no es un elemento pictórico y el aire es el protagonista de la pintura, el propio Cocteau cogió dos pajitas de cóctel y se las puso en forma de bigote inclinando la cabeza.

El arte nació por imitación de la naturaleza. El mismo Goya decía que sus maestros habían sido Velázquez, Rembrandt y la Naturaleza. Pero hoy el aire de las Meninas no sería tan puro, ni las estrellas de Van Gogh tan brillantes, nubladas por la contaminación, como denuncian físicos y astrónomos. Ante el decadente panorama actual, apetece correr a salvar la luz de Sorolla y las noches estrelladas de Van Gogh. A salvar el arte no por el arte en sí solamente, sino por la belleza ambiental que captó e inmortalizó. Porque parece que a este paso los cuadros y los libros antiguos son los únicos refugios que nos quedarán para admirarla tal como los artistas lo hicieron.

Al pensar en los activistas de El Prado me pregunto por qué enfrentaron la sensibilidad ecológica con la sensibilidad artística en vez de aliarlas. El arte que atesoramos en museos y bibliotecas evocaba un contexto natural aún imperioso y sublime, heredero del Cosmos griego o de la Creación, mientras hoy nuestra cultura arrincona la naturaleza como el arpa de Bécquer o las viejas instalaciones de El Prado, en el otro extremo. En cierto momento, la creación de Dios fue sustituida por la creación del Hombre, y nuestro modo de vida vació de sentido la naturaleza devaluándola culturalmente. La desafortunada protesta de los activistas parece reabrir la pugna de reapropiación simbólica, eso que podríamos llamar el ‘dilema de Almeida’: aquel debate planteado cuando la selva del Amazonas y la Catedral de Notre-Dame sufrieron devastadores incendios en 2019, que opuso la cultura a la natura como la razón a la barbarie o lo sagrado a lo mundano. El problema de ese dilema es que hace mucho que mundanizamos lo sagrado, incluido el Cosmos, sometiendo el orden natural del que dependemos y sostiene nuestro desarrollo, a la cultura humana.

Y esa falacia sugiere que el ser humano es un verso suelto de la naturaleza que ha logrado superarla o zafarse de ella por su genio, anteponiendo la catedral o los cuadros de Goya a la selva como al barro, cuando en realidad tanto la técnica como el arte o la propia ecología son un continuum biocultural. Necesitamos la cultura para acondicionar la naturaleza y convivir cívicamente en ella, pero la biosfera siempre será su lienzo y su marco.

Uno de los responsables del colectivo activista decía estos días –al reprocharle que estas acciones conseguirán más rechazo que adhesión a la causa– que hay gente que los criticará hagan lo que hagan. Precisamente, si lo que buscan no es la atención de los negacionistas ni de los ya convencidos, sino de la parte de la sociedad y la política que aún desconfía del sesgo ideológico, fanático o radical de la emergencia climática, dudo que vayan a convencerla unos adolescentes con acciones próximas al vandalismo cultural, por agredir, aunque sea simbólicamente, lo que concita tanto consenso y considera más sagrado de su cultura. Antes de dividir sensibilidades parece más efectivo movilizar ese capital cultural mediante el capital científico de investigadores y expertos, que han empezado a atacar símbolos insostenibles y hacen de la naturaleza algo tan nuestro como el arte, interiorizando que la naturaleza es Cultura: biocultura, biofilia o biosofía. El patrimonio natural inmaterial  que defendimos en otros artículos. O sea, inculcar que en un mundo tan tecnificado el analfabetismo científico es la peor incultura, como demuestra adular el arte en museos mientras maltratamos su fuente de inspiración. Sobre todo ahora que la cultura dominante es urbana y virtual, que la cultura de la imagen lo ha iconografiado todo y ha enmarcado artificialmente nuestra forma de mirar tras sus dichosos filtros. Haciéndonos ver el mundo original tan pasivamente como una reproducción. Como si el mar y los montes fueran ya solo paisajes o decorados de un gran museo. Cuadros en un ángulo oscuro esperando que salte la chispa.

 

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Comentarios

  • angel coronado

    Por angel coronado, el 16 noviembre 2022

    Oposición entre cultura y naturaleza, he ahí una cuestión, según opino, mal planteada. Otra cosa es la capacidad, naturalmente humana (o humanamente natural), de plantear cuestiones de tal forma que puedan dar lugar a tomar partido de un lado u otro de tal oposición. Urge tomar partido, busquemos entre quienes o entre qué, pero desde luego no, según opino, ahora y aquí, entre naturaleza y cultura. Y mientras, pese a todos los pesares, mientras buscamos esa nueva verdad (cada uno a cuestas con la suya), tengamos por cierto que se hace camino al andar, que se hace camino al buscar. Ni Van Gogh es nadie aparte Van Gogh ni nadie Sorolla dejando a Sorolla aparte, como ninguna estrella ni luz ninguna es nada ni nadie (ni nunca lo fue) excepto esa estrella y esa luz. Ni me borres las estrellas ni me quites a Sorolla ni a Van Gogh. Y si haces una cosa, cualquiera de las dos, me tendrás enfrente siempre.

  • Joan Capdevila

    Por Joan Capdevila, el 16 noviembre 2022

    La acción de los activistas en los museos es una demostración de frustación , de impotencia y la manera fácil de «hacer algo». Hacer que se reduce a la tipica petición «que hagan ellos»:los gobiernos, las multinacionales, los fondos buitres …..
    ¿Se puede «hacer algo»? Primero hay que tener las ideas claras de qué está acortando la vida del Planeta : todos y cada uno lo hacemos en,el mejor de los casos, varias veces al dia. Después explicarlo a las puertas de los grandes centros de consumo, a los conductorse de automóbiles de gran potencia, etc….. Eslogans posibles, «destruye más una Barbie que un Colt»; «el consumo de este producto es perjudicil para el Planeta…
    Un modelo de forma de actuar son para mi los testigos de jehova. Claro que estas actuaciones no saldran en los medios

  • Ernesto Blanco

    Por Ernesto Blanco, el 16 noviembre 2022

    Lo que más me asombra, es cómo la gente se rasgan las vestiduras por estas protestas, pero ni se inmutan ante el desastre ecológico que estamos todos causando por nuestro voraz modo de vivir. Un derrame de petróleo, un bosque perdido permanentemente, animales perdiendo su habitat a diario, y la gente como si nada; la protesta de estos jóvenes es como la llamada de socorro desesperada a los oidos sordos de las multitudes. Y es que esta multitud es ignorante del verdadero desastre que se nos avecina, y llegado el momento de no retorno ya no tendremos ni paisajes naturales ni pintados.

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