‘Salvajes’: más fácil odiar al lobo que a las macrogranjas

Fotograma de la película ‘Salvajes: El cuento del lobo’.

El conflicto se masca en el aire entre las brañas de Asturias. Los pocos pastores que aún pasean las cumbres de Picos de Europa y la Cordillera Cantábrica están ‘en armas’. Hace ya años que la mayoría abandonó esos riscos y prados por los que unos cientos de cabras, ovejas y vacas andan a su aire. Sus dueños, en masculino casi sin excepción, se sienten como ‘el llanero solitario’, personajes de un western en versión ibérica. Así nos los ha querido retratar el cineasta Álex Galán en ‘Salvajes: el cuento del lobo’, el documental que dirige y ahora se va estrenando poco a poco por España, con un compendio de sus razones, de sus contradicciones, con toda su crudeza, mirando al lobo como ‘la gota que colma el vaso’ de los numerosos problemas que acorralan a la ganadería en extensivo. Por cierto, la Sierra de la Culebra (Zamora), donde esta semana han quedado calcinadas nada menos que 25.000 hectáreas es (o era) una de las principales (y más dialogantes) reservas del lobo ibérico. 

Galán, que además de documentalista es técnico medioambiental en la zona de Cangas de Onís y guía de expediciones en Asia Central, estrena estos días su película por España con el afán de que sirva para unir bandos desde su nada fácil posición de observador en un asunto en el que la violencia está a la orden del día y en el que las decisiones políticas contradictorias azuzan el enquistamiento.

Le entrevistamos justo el día que la Consejería de Ganadería de Cantabria decide autorizar la caza de 10 lobos, pese a estar en el listado de especies protegidas (LESPRE) en todo el Estado desde septiembre del año pasado. “Mi temor es que al final, toda la fauna salvaje, por culpa del veneno, sufra las consecuencias”, nos dice Galán. Lo emocional y lo racional es expuesto sin cortapisas en las imágenes que ha grabado recorriendo montes y cabañas, una historia en la que el lobo vivo no aparece. Sólo mientras es asesinado o decapitado en una foto.

Hoy en España hay, según algunos censos, unos 2.000 lobos al norte del Duero. La especie, tras décadas de declive, se está recuperando. En zonas como la Sierra de la Culebra de Zamora, en llamas cuando se escriben estas líneas, la concentración es elevada, pero allí también aumenta su convivencia con “el mono” del que nos hablan los pastores cántabros. En sus zonas más norteñas, el panorama es más complejo y Galán busca restaurar esa “bisagra” perdida entre dos mundos, rural y urbano, para que no sea un carnívoro con 300.000 años de historia el que salga perdiendo en el conflicto.

De momento, ya tiene el Premio del Público y una Mención Especial del Jurado en el FICMEC 2022, el Festival Internacional de Cine Medioambiental de Canarias.

Se han hecho muchos documentales sobre el lobo, pero ‘Salvajes’ nos relata su cuento de otro modo. ¿En qué momento y por qué decidió este enfoque?  

Yo hacía documentales por Mongolia y Siberia y al proyectarlos en España veía que el público empatizaba bien con los indígenas pese a estar tan lejos y me pregunté qué indígenas tendríamos en la Península Ibérica. Iniciamos entonces una convivencia de dos años con los últimos pastores de montaña de la Cordillera Cantábrica, que eran lo más parecido porque viven en los márgenes del sistema general, en conexión con la naturaleza. Enseguida me di cuenta de que el lobo era como una bisagra rota entre el mundo rural y el mundo urbano que impedía que se juntasen. Por un lado, el lobo demonizado en el ámbito rural y, por el otro, romantizado en el urbano. Si no conseguíamos juntarlos,  estarían condenados a separarse por un animal que no tiene la culpa.

Y es una película en la que el lobo salvaje no aparece en la película vivo… ¿Por qué motivo?

No aparece porque pensamos que era como bajarlo al barro. El lobo no tiene que defenderse de nada porque hace lo suyo: campea, se esconde, a veces mata animales o se va para otro lado. El conflicto está en el choque de mundos humanos. La especie hace lo que tiene que hacer para sobrevivir.

¿Fue difícil convencer a estos pastores en extensivo de esos montes, que viven  tan integrados en su entorno y que ya son tan pocos?

Costó ganarse su confianza porque es un mundo muy cerrado, casi todos viven en las cunetas del sistema y su primera reacción ante la cámara fue que íbamos a manipular o censurar su mensaje. Desconfiaban, como los siberianos. Nos llevó dos años convencerles, tras convivir con ellos, pastorear, dormir en sus invernales, escucharles. Y tuvimos claro que, nos gustara o no lo que contaban, teníamos que decirlo en bruto, sin matizaciones. Si no, les traicionábamos. Habrá gente que se identifique con la última familia que aparece, más sosegada, y otros con el furtivo del pasamontañas. La sociedad es así. Como técnico ambiental, llegué a pensar que  era una película demasiado bronca, pero recordé lo que decía Cousteau: “Para proteger la naturaleza hay que amarla y para amarla hay que conocerla”. Llevado al conflicto, creo que para resolverlo hay que entenderlo y para entenderlo hay que afrontarlo.

¿Por qué hay ese enconamiento hacia el lobo ibérico en esa zona como causante de todos los males del sector ganadero, cuando hay otros muchos factores, como es abandono del pastoreo por su dureza, los bajos precios que les pagan por sus animales, las jaurías de perros salvajes que también atacan animales, las macrogranjas… por mencionar algunos?

Es verdad que los perros salvajes atacan e incluso son más peligrosos porque se nos acercan a los humanos, cosa que un lobo no hace nunca. Creo que hay dos motivos en ello. El primero es un factor emocional: el lobo es el único animal que históricamente nos competía por la comida y por su inteligencia. En la Prehistoria, siete humanos nos organizábamos con lanzas para cazar un ciervo y cerca teníamos a otros siete lobos organizados para cazar la misma pieza. De hecho, se acabó convirtiendo en nuestro mejor amigo, el perro. Pero también se quedó ahí como un mito ancestral, un enemigo. Es la gota que colma el vaso para estos pastores. Los problemas del campo son otros y son cientos. En Salvajes, de refilón, sale la subida de precios de los combustibles como una noticia en una radio que se apaga. Un pastor se levanta cada día sabiendo que le pagan el cordero como hace 27 años, que el gasoil sube, el pienso sube, que hay despoblación y trámites burocráticos que les hacen abandonar. Si con todo eso, a su oveja favorita la mata un lobo, explota. Y es más fácil coger al lobo que al ministro de turno para plantearle por qué se importan corderos ultracongelados de la otra parte del mundo y no se desarrolla la ganadería en extensivo, la más sostenible. El mercado arrincona al mundo rural, lo deja en las esquinas. ¿Cómo luchar contra eso? Ir  contra el lobo que mata una oveja es más fácil.

¿Cómo queda el papel de las administraciones en este conflicto? En Cantabria acaban de  autorizar matar lobos, aunque la normativa estatal lo prohíbe.

A mí me da la sensación de que se fomenta el conflicto porque mientras pastores y ganaderos protesten y se manifiesten por el lobo, no se ponen delante de una gran superficie para denunciar por qué no les pagan más. Es más fácil odiar al lobo, que es lo que vemos en el documental. En cualquier parte del mundo, tratar de imponer una ley urbana en el mundo rural es complejo y peligroso. A veces perjudica a quien quieres ayudar. Y eso es lo que está ahí. La ley se ha hecho para proteger al lobo con la mejor intención, pero existe el riesgo de que se vuelva a los negros tiempos del veneno en el campo, cuando se comprometió el futuro de esta especie y de otras muchas. Y aquí ya iba estabilizándose poco a poco. No como en Portugal, donde sí que ha estado a punto de la extinción.

Hay una imagen en la que sí sale un lobo, cuando le matan… ¿Cómo fue grabar ese momento?

Fue muy duro. Estuvimos mucho tiempo con los furtivos para acercarnos a ellos. Lo importante ahí era dejar de lado los pensamientos personales y centrarnos en lo que queríamos contar. Lo más triste es el oscurantismo que rodea todo eso. Me pregunto si el problema solo se puede resolver así, con nocturnidad.

Cartelería contra el lobo y el Parque Nacional Picos de Europa en Cangas de Onís, en un fotograma de la película ‘Salvajes: el cuento del lobo’.

Hay zonas donde consiguen convivir la ganadería y el lobo, que incluso atrae al turismo ¿Por qué en Zamora se consigue y en Cantabria no?

Más lobos que en Zamora no hay en ningún lugar de Europa. Y también conviven en León con menos conflicto. Se trata de zonas donde se usa más el mastín para proteger al ganado, lo que no es tan común en Asturias o Cantabria. Y luego está la orografía: no es lo mismo tener un rebaño de cabras en Zamora que en Picos de Europa, con tantos riscos. Pero, además, ahí no están acostumbrados a los mastines. Para ellos es un gasto y el cambio les supone un esfuerzo mental. Lo más importante es que las decisiones políticas no hagan que las personas se sientan abandonadas. Cuando eso pasa, esa persona puede tomar malas decisiones, equivocarse. Y con los pastores, el primer error es usar veneno, luego el furtivismo, poner trampas… Hay que evitarlo. Con una ley puedes ganar una batalla, pero perder la guerra por esas malas decisiones.

Un ejemplo: yo voy tres veces al año a Kirguistán. Allí colaboro con una comunidad indígena, donde logramos convertir a los furtivos en protectores del leopardo de las nieves. ¿Cómo? Poniéndoselo fácil, no sólo explicándoles que es un animal bonito: les pagamos tres veces más que lo que conseguían por una piel a cambio de proteger la especie, por ser guías nuestros y observarles. Llevamos tres años haciéndolo y me dicen que es la primera vez que alguien les paga por mirar a un animal, en vez de matarlo. Llegará un día en el que no los protejan solo por dinero. Hoy no siento que se escuche a esa parte del mundo rural de Salvajes, cuando lo mejor es tenerles de nuestro lado.

También están los guardas que deben proteger la naturaleza y no lo hacen.

Sí, ahí tenemos el caso del guarda Xurde, que en 2018 fue expedientado dos meses por denunciar las malas prácticas de sus compañeros, dando por buenos daños de lobos que no lo son. Es otro reflejo del conflicto. No sólo no se investiga lo que Xurde denuncia, sino que se le castiga. Las presiones en el mundo rural son muchas. Pero, insisto, da igual que sea aquí o en el Amazonas: si las personas se sienten abandonadas, perderemos parte fundamental de la conservación de la naturaleza. Además, debemos tomamos igual de serio la protección de un animal salvaje que de un sistema alimentario sostenible. Si protegemos al lobo y llenamos todo de macrogranjas, tampoco hay futuro.

¿La conexión de los indígenas con la naturaleza es igual en ese mundo rural ibérico que aquellos con los que has convivido en otros países?

Lo que pasa es que en otros sitios hay pocos indígenas en mucho más territorio que aquí y eso es clave. Ahora bien, he convivido con indígenas en el Amazonas, China, Kazajistán… y no hay que idealizarles porque también hacen barbaridades. Son ellos los que se cargan al leopardo de las nieves. Está en la condición humana cometer errores. Eso sí, los indígenas en otros lugares lo hacen con una lanza, no con veneno. Nuestros indígenas cantábricos cometen errores, pero no dejemos de escucharles porque entonces defenderemos la naturaleza solo desde mundo urbano y es mal camino. Por ello he querido intentar que para esos dos mundos, desde una sala de cine, la bisagra rota se engrase.

¿Y se consigue? ¿Cómo está siendo la respuesta tras el estreno por el norte?

Pues es una respuesta sorprendente. Tras las proyecciones, el día del estreno hacemos siempre un coloquio y hay gente que nos cuenta que llevaba 30 años sin ir al cine.  Es bueno ver sentados muy cerca a los anti-lobos y a los pro-lobos, que  hablan y se escuchan. El niño de la familia que sale al final de Salvajes es la imagen con la que muchos se quedan. Esa familia vive en el suroccidente de Asturias, donde más daños de lobo se denuncian y, sin embargo, reconocen que están acostumbrados a vivir con ellos, comprenden que es algo que les va en el contrato de vivir en ese lugar, así que protegen a su ganado con mastines. Su hijo pequeño, que ha nacido y vive entre lobos, ya los ve de otra manera. Tras momentos siniestros, es el momento del optimismo.

‘Salvajes: el cuento del lobo’ (distribuida por Wanda Films) se ha estrenado este fin de semana en cines de Madrid, Valladolid y Santander. Antes, en Gijón, León, Salamanca y Ponferrada.

Y colorín, colorado… No, este cuento del lobo no se ha acabado; sigue en la gran pantalla por varias ciudades españolas.

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Comentarios

  • Elena

    Por Elena, el 23 junio 2022

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