‘Samsara’, el ciclo budista de vida y muerte, en paz con el planeta

La película ‘Samsara’, de Lois Patiño.

Área de Descanso, domingo de ‘Samsara’. Entra en el ciclo budista de la vida y la muerte a través de la nueva película de Lois Patiño, una película no recomendable para ver, sino para mirar. Y entra en el pacto de paz con el planeta a través de los versos de ‘Las alas de la serpiente’, de Sol Mariño. “El retorno es el verdadero viaje”. Llega y descansa.

Una anciana a la que un adolescente lee El libro tibetano de los muertos le confiesa en su lecho de muerte, con la calma de quien sabe que la vida no se acaba ahí, que le gustaría reencarnarse en un animal.  Casi todo el mundo prefiere reencarnarse en una persona, pero a mí me gustaría un animal, le dice la mujer al chico. La frase de esta anciana, uno de los personajes de una hermosísima película, Samsara, me resuena aún más porque estamos en la cineteca de Matadero de Madrid, donde no hace mucho tiempo se mataba aquí mismo a los animales para el consumo humano.

Si uno agudiza el oído y se mete de lleno en Samsara, una de las películas más originales y atrevidas que he visto en los últimos tiempos, quizás escuche también los gritos de esos animales, su eco ancestral. Solo hay que prestar atención, como para adentrarse y experimentar esta película, la última del director gallego Lois Patiño. Ha recibido varios premios y el fervor de un público exigente. La cineteca está llena, hay gente que se ha quedado fuera, aunque mañana hay un nuevo pase. Lleva varias semanas en cartel en los cines Golem de Madrid y su presentación en Barcelona ha sido todo un éxito.

Samsara no es una película para ver, sino para mirar. Un cine que nos invita a meditar en directo, colectivamente. Ocurre en la segunda parte de la película, cuando la anciana que protagonizaba la primera se marcha de esta vida, aunque no sea definitivamente. En ese momento, el director nos invita a cerrar los ojos. A mirar hacia dentro. Y durante unos ocho minutos, que para algunos espectadores son veinte y para otros tres (nuestra mente reta a veces al titán Cronos), asistimos al tránsito entre la vida y la muerte.

La tercera parte comienza con una mano que acoge la luz. La iluminación. El samsara es el ciclo budista de la vida y la muerte. Todo es cíclico según esta religión o filosofía, alejada del antropocentrismo occidental. La primera parte está rodada en Laos y los protagonistas, con una luz que inunda siempre su vida, son unos monjes novicios budistas, la anciana que yace a la espera de transitar hacia una nueva vida y un adolescente que quiere ser rapero. Lejos del tópico, vemos a unos monjes en la vida de ahora, con teléfonos móviles y apasionados de esa música callejera.

La tercera parte transcurre en Zanzíbar, en una comunidad musulmana que vive principalmente de la recolección de algas para convertirlas luego en jabón. Un trabajo que realizan las mujeres. En una escena se quejan de lo laborioso de su oficio, de lo mal pagado que está y de cómo si estuviera mejor remunerado lo harían los hombres.

Rodada como si fuera un documental, decía que Samsara es una película para mirar, para contemplar desde la distancia y sumergirse en la belleza de las imágenes, pero no falta la crítica social, con un aguijonazo a la globalización que nos diezma y perjudica sobre todo a las comunidades locales. Esta tercera parte la protagoniza una niña que se hace cargo de una cabra recién nacida. Tanto la cabra como la niña aún viven en la inocencia. Sus ojos no están contaminados. En un mundo de tinieblas, la poesía visual de Patiño nos aporta belleza y nos invita a un viaje interior.

La poeta Sol Mariño.

“El retorno es el verdadero viaje”

Un viaje que me lleva a otro, el que nos propone la artista gallega Sol Mariño en As alas da serpe (Las alas de la serpiente, Aira Editorial), un libro híbrido en el que los poemas en gallego (con una separata de algunos de ellos traducidos al castellano) dialogan con las fotografías de la propia autora en un encuentro con el lector que es sensorial, indagatorio y transgresor. Tuve la suerte de asistir en persona a este viaje a finales del año pasado en la presentación en Madrid, en la librería Enclave de Libros, uno de los lugares del centro de la capital donde aún palpita el corazón de la libertad, no la de las cañas, sino la de la buena literatura. Como una vate celta, Sol Mariño parecía recién llegada en un barco de la Costa da Morte, o de Brasil, país en el que ha vivido durante años (el retorno es el verdadero viaje, dice una cita de Ursula K. Le Guin con la que abre el libro), acompañada de sus amigos y músicos Pablo Caamiña y Marta Seco.

El recital, con instrumentos que tenían la forma de una escultura de Juan Gris,  fue una toma de tierra, en todos los sentidos, pues la palabra tierra recorre el mundo que narra en estos poemas-canciones Mariño. La poeta y fotógrafa, artista polivalente, hunde sus manos en la tierra, la siente, y los lectores también sentimos el tacto del ritmo en una sugerente y bella sinestesia. Para orientarse y orientarnos, nada mejor que una rosa de los vientos, la herramienta que guiaba a los navegantes, como la del poema del mismo nombre: “Me deshago de los  silencios / de las muertes de las vidas / me quedo sin nada / deshago el futuro / penden de mis dedos caminos sin mapa / y nada me pertenece / y todo es para mí / los ojos del zorro me atraviesan me muerden / trago el agua de su luna y a mí / nada me pertenece / todo hace parte de mí / y la piel me abandona cada noche / y envuelve el tiempo con su olor a leña quemada”.

Este despojamiento, este desapego que nos ilumina y nos hace más leves, ¿no es el mismo que nos propone la anciana de Samsara cuando llega a su final? “Dejaré mi nombre / bien lejos de la carretera / en el medio del monte / donde nada más queda / donde mueren las hojas / y nacen las hayas / se pudre mi nombre / crece mi alma / nada me pertenece / todo es parte de mí / dejaré mi nombre / allí donde yo nací // nada me pertenece / tudo faz parte de min / ni todo lo que traigo entre las manos / fui yo quien lo viví // y nada me pertenece // e todo faz parte de min”, escribe Mariño en su último poema, Fin. Un final que, lejos de ser un cierre, nos abre múltiples y sutiles posibilidades de vivir en paz con el planeta.

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