Sara Jaramillo: “Hay cosas mal vistas en la ciudad, pero allí son justificables”

La escritora Sara Jaramillo. Foto: Gustavo Restrepo.

La periodista y escritora Sara Jaramillo Klinkert (Medellín, 1979) nos deja en su nueva novela, ‘Escrita en la piel del jaguar’ (editorial Lumen), una mágica historia de ‘outsiders’. Lila y Miguel dejan atrás su cómoda vida en la gran ciudad y terminan varados en un lugar idílico frente al mar, pero asolado por una gran sequía. Atrapados en un tiempo sin medida, oyen hablar de curanderas con pies de elefante y fuego en la boca, peces que comen ojos, hombres de dos caras, flores del sueño y leyes impuestas por fuerzas invisibles… Encontrarán el desafío desazonador de la naturaleza y la comunidad de nativos, pero también de ellos mismos y sus limitaciones, pues en ese lugar tan luminoso como oscuro emergen los aspectos más inquietantes del ser humano. Hablamos con la autora.

Sara, su prosa posee una belleza estética descomunal; sus escenarios queman en la memoria del lector como quemó el porvenir de Moisés aquella zarza ardiendo. El lector no tiene escapatoria una vez que se sumerge en alguna de sus novelas. Se percibe la intrínseca perfección que hay en lo imaginado y, sin embargo, las páginas fluyen como si el significado de cada imagen fuese ilimitado, infinito. Sus personajes entran a formar parte del árbol genealógico del lector en cuanto se topa con ellos.  Sus protagonistas son ‘outsiders’ con un innato talento emocional. Parece que nacen de la imaginación más extrema y, sin embargo, hay algo en ellos que hace pensar al lector que son completamente reales. ¿Cuánto de realidad y de creación hay en los protagonistas de ‘Escrito en la piel del jaguar’? ¿Me equivoco si le digo que encuadro a los protagonistas masculinos en la casa de la imaginación y a las protagonistas femeninas en la del realismo más tangible?

Escrito en la piel del jaguar es una novela cuyo trasfondo tiene mucho sustrato en la realidad. Comenzó a gestarse cuando me enteré de un suceso impresionante que había ocurrido en un lugar recóndito y aislado al que suelo ir con frecuencia. Lo que ocurrió fue que empecé a escribir inspirada en el suceso, pero en el camino me di cuenta de que había muchos otros temas interesantes orbitándolo. Pensé mucho en cómo abarcarlos sin siquiera nombrarlos, porque, la verdad, es que muchos de esos temas son innombrables en un país como Colombia. Una parte de la solución fue recurrir al simbolismo, a la metáfora y a los mitos. Aunque la mayoría de los personajes están inspirados en personas reales, el lector, como dices, percibe más a las mujeres porque me esmeré en resaltar sus problemáticas, que son bastante palpables en un país con tantas desigualdades, violencias y machismos.

Sus palabras tienen siempre ese poder de la creación al margen, ese valor de quien escapa continuamente de los límites, de quien coordina imaginación e intrahistoria con una incuestionable valentía. No le teme a lo mágico ni a la naturaleza y, sobre todo, no le teme a escapar de las políticas literarias. Ahora que todo es autoficción en las mesas de novedades, usted construye una novela como ‘Escrito en la piel del jaguar’, una novela de perfil áspero, cortante, de denuncia ininterrumpida. Una novela que pone en el mapa a los olvidados con una potencia visual que arroja al lector sobre un paisaje incómodo, pero muy fructífero. ¿Por qué sigue rehaciendo de la manera en que lo hace el trasnochado realismo mágico? ¿No le impresiona que la crítica la tache de intrusa, o de algo peor, de vivir de las rentas que acumulan las nuevas generaciones?

Desde que estaba escribiendo la novela supe que iban a etiquetarla dentro del realismo mágico. Cómo no, si hay curanderas con pies de elefante, los peces comen ojos, hay un ángel sin alas, las heridas se curan con sangre de dragón, hay hombres de dos caras y una zahorí a medio camino entre mujer y jaguar. Sin embargo, cuando el lector llega al final, se le cae esa etiqueta, porque se da cuenta de que todo, absolutamente todo eso que sonaba tan mágico al principio, tiene una explicación real. Es mi manera de decir que las etiquetas son una falacia y que es obligación leer más que la sinopsis, llegar hasta el final antes de emitir un juicio de valor. Aun así, hay lectores que se empeñan en ver sólo lo mágico. Y está bien. Yo adoro el realismo mágico, las historias que me permiten interpretar lo que nos rodea con otra lente, que le ponen zancadillas a la realidad. No me da miedo pisar esos terrenos.

Sus personajes no le temen a nada, son a priori animales resistentes, animales con la piel ajada por los vicios y el corazón vacío de virtudes. Sus reflexiones son sentencias inamovibles, pautas marcadas por su condición social. Da igual si son ricos o pobres; todos se mueven por instinto y por supervivencia. Todos son buscadores, pero no buscavidas. ¿Cómo se consigue equilibrar personajes del calibre de Antigua Padilla y Lila, tan en las antípodas y al mismo tiempo tan sincronizados en sus anhelos?

Ellas dos son una dupla meticulosamente creada para que funcione como un espejo. El reto era lograr que se correspondieran siendo tan diferentes. Al fin entendí que los seres humanos somos bastante parecidos sin importar cómo lucimos, de dónde venimos o qué tenemos. Los miedos, inseguridades y sentimientos en general suelen afectarnos de la misma forma. Todos vamos por la vida buscando algo; de lo contrario, vivir sería muy aburrido.

Ambas buscan la redención, pero sus caminos son dos laberintos enfrentados, dos vía crucis que tendrán como consecuencia distintos castigos. Ambas son cuerpos conectados a la tierra, ambas provienen de lugares antagónicos, pero las dos agonizan a la espera de una redención que no lleva su nombre. ¿Escribió ambos personajes de manera lineal para hacer más verosímil el enconamiento emocional que las forma o, por el contrario, las obligó a caer en esa tangencialidad tan densa que las hace casi repudiarse en cada escena?

Una vez que tuve claro que ambos personajes se reflejarían la una en la otra, permití que actuaran siendo fieles a mi deseo, pero, principalmente, al avance de la historia. No eran más que dos buscadoras deseosas de asumir su recién adquirida libertad; dos mujeres dispuestas a lo que fuera con tal de perseguir sus intereses. Me encanta explotar esa faceta femenina, porque durante años el papel de las mujeres dentro de las historias era pasivo, siempre dictado por algún hombre que decidía sobre ellas. Intento siempre que en mis novelas las mujeres hagan lo que les venga en gana, así tengan que pasar por encima de todo el mundo.

La denuncia es uno de los modus operandi de su espléndida y particularísima literatura. Todos sus libros están cuajados de ella. El abuso contra las mujeres, el abuso sobre determinados grupos sociales, contra los gobiernos, etc… ¿No tiene miedo de resultar incómoda y convertirse en una proscrita, en una diana en la que hay demasiadas miradas deseando poner el dardo sobre su corazón?

No me da miedo denunciar, porque estoy segura de que ninguno de los entes reflejados en la novela va a leerla. Es más; dudo que sus miembros hayan tenido (o vayan a tener) alguna vez un libro entre las manos.

Como le decía en la pregunta anterior, tiene usted una forma muy peculiar de ir  tejiendo las tramas que denuncian el abuso, la discriminación y la corrupción. ¿Cómo consigue que, a pesar del alto voltaje de sus páginas, ese hilo deje sabor a justicia y no a venganza?  

La clave está en mostrar. Contar lo que ocurre sin caer en el panfleto. El buen lector sabrá pellizcarse y decir si lo que cuento está mal, es injusto o reprochable, yo no, es deber del lector sacar sus propias conclusiones. Los personajes, mediante lo que les ocurre, tienen que generar empatía, movilizar el pensamiento, generar preguntas incómodas.

La consistencia de sus ecosistemas emocionales es tan subversiva como lo es esa manera en que usted apresa las imágenes, esa manera en que las engrandece desde una voz rotunda, única e incuestionable. ‘Escrito en la piel del jaguar’ es una novela agónica, un páramo en el que, si no fuese por sus agudas reflexiones, por la exactitud de sus denuncias y por ese oxígeno que insufla su imaginación, solo habría un desierto ahíto de marginalidad y de gestos esnobs; sin embargo, la envergadura narrativa de su novela hace de ella un oasis que mana continuamente para saciar las inquietudes del lector. ¿Supo enseguida que para arrebatarle lo inhóspito a esta historia debía desplegar desde el comienzo toda la artillería ética que la ampara?

En ese sentido yo creo que lo tuve fácil, porque mucho de lo que narro ocurrió en la vida real, en un lugar al que voy constantemente y que me genera muchos sentimientos encontrados. Allí converge la belleza y el horror; la leyenda y la realidad; lo salvaje y lo doméstico. Siempre que voy veo interpelados todos mis cimientos éticos y morales. Hay cosas que en la ciudad son mal vistas y allí son justificables. ¿Quién soy yo para juzgar? Yo lo único que hice fue trasladarle mi experiencia al lector, incomodarlo de la misma forma como me he incomodado yo tantas veces. Impregnarle el amor y el terror por la naturaleza en su estado más salvaje.

Si algo identifica su literatura es el dominio absoluto que tiene de los paisajes y de los habitantes que escoge para narrar sus historias; es usted dueña de una erudición que subyuga al lector desde la primera línea. Nada hay en sus personajes, aunque sean fugaces, episódicos, nada capaz de destruir el poder de su verosimilitud. Construye usted creyentes atávicos cada vez que entrega al público una de sus historias, ¿alguna vez se ha quedado paralizada al releer y quedar en evidencia ese súper poder que tiene?

Gracias por lo de súper poder, pero no creo que sea eso, tan solo soy muy metida, muy observadora y muy curiosa. Lo que me ocurre cuando descubro semejantes personajes, más que paralizarme, son unas ganas tremendas de retratarlos con palabras, usarlos en alguna historia. Supongo que también soy muy chismosa.

Matilda, Carmenza, Otoniel, Lila y Miguel son juguetes rotos, solo los diferencia la cantidad de añicos que deberá pegar el lector para recomponer su destino. Tilda es un personaje tan compacto que le hace la competencia a la misma Antigua Padilla. Tiene un poder moral extremo, porque su supervivencia no depende solo del agua como le pasa al resto de protagonistas. Matilda es una herida abierta que nadie tiene intención de curar. ¿No temió que ese secreto que lleva pegado a la carne contrapusiera la primigenia plasticidad del texto, que su impresionante manera de moverse por la trama opacara la rudeza casi onírica de Antigua?

Lo más curioso es que, cuando planifiqué la novela, Antigua era un personaje secundario, pero poco a poco fue ganándose el protagonismo. Hoy en día es mi favorito y el de muchos lectores también. Nunca temí que se robara el protagonismo, porque yo misma estaba fascinada con ella. Es una zahorí que busca agua con un péndulo y que defiende los pozos que encuentra haciendo huellas de jaguar en la arena. Ella le da una dimensión muy interesante a la historia. Hay lectores que aseguran que Antigua tiene el poder de transmutarse en jaguar. Otros perciben la asociación felina como un elemento simbólico. Algunos lectores ni siquiera ven al jaguar. Sin embargo, todas, absolutamente todas las interpretaciones, son válidas. Dejé un amplio margen a la ambigüedad como una forma de que el lector participara en la historia poniendo una cuota de imaginación y, principalmente, como una crítica de que los seres humanos tendemos a creer en lo que nos conviene y a invisibilizar las realidades incómodas de las cuales no queremos hacernos cargo.

‘Escrito en la piel del jaguar’ ahonda en las catástrofes ambientales, está plagada de avisos, pero también de salidas de emergencia. Desglosa la picaresca más nociva a la que debe enfrentarse la Tierra y la naturaleza en su conjunto. Usted es muy concreta y feroz a ese respecto, su respeto reverencial sobre ese conjunto tan necesario como maltratado hace que sus novelas busquen fórmulas alejadas de lo manido para reformular como debe ser la evolución que acabe con esa macabra esquilmación. ¿Sus historias nacen de ese afán de salvación? ¿Reivindica el expolio creando mundos que sirvan como piedra de toque contra los especuladores?

Los temas ambientales son una de mis mayores preocupaciones hoy en día. Por eso los trato constantemente, no solo en mis novelas, sino también en mis columnas de prensa. Yo ya estoy muy vieja como para soñar con cambiar el mundo; mi única herramienta son las palabras y por eso no dudo en usarlas para señalar ciertos temas. En la novela intenté sumergir al lector en una sequía, provocar que le diera sed, a ver si aprendemos a cuidar mejor los recursos hídricos.

En ‘Escrito sobre la piel del jaguar’ sobrecoge esa forma en que detalla la desesperación de los vencidos, de los olvidados, la distrofia de sus vidas alimentadas con alcohol, superstición y suciedad. Sus pasos y su dolor marcan la carne de quien lee de una forma salvaje. Es difícil entender su resignación, su silente colaboracionismo, aunque entiendo que es necesario para la exactitud de su novela. ¿Le resultó fácil resistir el azoramiento de la mayor parte de sus protagonistas? ¿Hubo veces en que estuvo tentada de aniquilarlos y sustituirlos por otros más reacios a la ocupación de Lila, Miguel y Antigua?

A mí me encantan los personajes vencidos, los perdedores, los derrotados, los que no logran cumplir sus sueños. Creo que nos reflejan más, nos permiten empatizar con sus circunstancias. Hoy en día no hay héroes, todos somos mortales, estamos cansados, resignados, habitamos un mundo que nosotros mismos estamos destruyendo y parece que ni siquiera nos importa. Vamos a quedar como la generación que alcanzó a darse cuenta del desastre que creamos y no hizo nada para detenerlo. Las generaciones futuras lo van a pasar muy mal y no van a perdonarnos.

En la superstición recae el estancamiento de muchos países, y sobre esta frase que hoy escribo para enunciar la última parte de este diálogo descansa una gran extensión del tuétano de su novela, ¿no es así?

Exactamente. Los mitos y lo mágico nos han servido para explicar lo que no podemos o no queremos entender, porque muchas veces es más cómodo de esa manera, pues nos evita hacernos cargo de aquellas cosas que no podemos cambiar. Tiene mucho de bello y de macabro, tanto que religiones, sectas, estafadores y políticos se apalancan en esta forma de hacernos ver el mundo. Abrir los ojos es la única manera de combatir esto, porque lo mágico y mitológico, sólo cuando es entendido como ficción, suele ser de una belleza regocijante; de lo contrario, es un mecanismo de manipulación.

Antigua tiene la boca llena de verdad, llena de sencillas rutas, y ostenta la hegemonía de lo ancestral justo hasta que llega a ese paraíso frente al mar al que la arrastra el ‘peterpanismo’ de Miguel. Cuando pone el pie allí, se convierte en un ente enfermo de avaricia. Sabía lo peligroso que resultaba para la trama la trasmutación de esa paria y, aun así, la ejecutó y salió victoriosa. ¿Esa trasmutación fue su objetivo inicial o bien ocurrió de forma inesperada?

Era mi objetivo inicial. Conozco a alguien a quien le ocurrió lo mismo que a Antigua. Sin embargo, quería ambigüedad en el final. Para algunos, ella se consumió en su avaricia; para otros, se convirtió en jaguar y quedó redimida. Cada lector elige qué pensar. No hay interpretaciones erróneas.

Para terminar, me gustaría preguntarle si la animalidad de cada personaje ha sido la piedra angular de esta historia. Lo digo por la brutalidad que Lila comete con Cumbia, por esa perversión con que desprecia la naturaleza de la perra frente a la connivencia con que acoge los funestos atajos de otros convivientes.

Lo de la perra también ocurrió en la vida real y también es de ambigua interpretación. Muchos se encariñaron con ella y me reclaman por haberle dado ese destino; sin embargo, yo pienso que el destino de Cumbia fue redentor. Ella lo eligió. Encarnó el eterno debate entre lo doméstico y lo salvaje y eligió lo segundo. Todos tenemos algo de Cumbia, esa pulsión entre dejarnos domesticar o vivir según nuestros ideales, pero los seres humanos somos demasiado cómodos y tenemos tanto miedo a lo imprevisible que preferimos la domesticación.

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