Secretos y memorias de una madre y una hija en la guerra de los Balcanes

Fotografía de portada de la novela ‘Relojes en la habitación de

Fotografía de portada de la novela ‘Relojes en la habitación de mi madre’ de Tanja Stupar-Trifunovic en la edición de Tres Hermanas.

La guerra de los Balcanes palpita y sangra en ‘Relojes en la habitación de mi madre’, de la croata Tanja Stupar-Trifunovic, novela publicada por Tres Hermanas, sello nacido en 2015. Pero en realidad es una novela sobre la ‘guerra’ de las mujeres en la Antigua Yugoslavia. En realidad es una historia sobre una madre y una hija. No dejen de leer esta novela-diario-elegía-epitafio-epílogo, porque la metáfora demoledora que urde la autora entre la guerra externa y la interna de sus protagonistas no puede dejar a nadie indiferente.

Los héroes triunfan sólo con el consentimiento absoluto de su memoria. Así de contundente y de esquiva es la columna vertebral de esta novela. Y lo es porque este libro es el triunfo de una heroína con muchas memorias y con una fortaleza mayúscula para meter la mano dentro de todas y cada una de ellas. Posee la memoria de una guerra incomprensible (la guerra de los Balcanes), la memoria de una hija que necesita saber quién era la mujer que habitaba dentro de su madre, la memoria de una esposa que ama y elude. Relojes en la habitación de mi madre es un circo con muchas pistas iluminadas con esmero. En él no caben la sombras, porque el lirismo de las reflexiones de su «multiprotagonista» es capaz de deshacer la más oscura de las noches. Es la historia de una heroína que sostiene un país, que sostiene una guerra, que sostiene una religión, que sostiene una verdad de puños fuertes que golpea con vehemencia contra las puertas del cielo y contra las del infierno. Es una heroína que construye un limbo que no es inofensivo, sino una cárcel de palabras que nombra sin pudor a los verdugos y también a los supervivientes.

Tienes párrafos que te dejan sin aliento, que se convierten en micro-hipoxias emocionales que traspasan sin miedo todas las capas de la piel. Es una joya de aliento espejo, una hermosa parábola, un poema inacabable, una filigrana emocional y emocionante con las uñas afiladas. No hay ningún vacío que se haya colado entre sus páginas, pero sí hay abismos de lengua útil.

Todo el texto es de una belleza paralizante. Es mitad plegaria, mitad reivindicación. Es mitad realidad y mitad fantasía (esa fantasía hermosa y superlativa que es Anna, alter ego y sepulcro de la narradora). Es como un pez al que Dios, en una gracieta imperdonable, saca del agua de manera aleatoria una y otra vez como si no conociese sus necesidades y su naturaleza.

«Cruzo por mis propios días como una invitada»

«Las personas no pueden quererse sin tocarse las heridas que titilan igual que la alegría»

«Las chicas cuando son pequeñas aún creen en los ojos de los chicos»

No dejen de leer Relojes en la habitación de mi madre porque es un enigma de una belleza narrativa incontestable, porque es obra inaprensible por su volumen emocional. Porque está construida sobre la fría espalda de una guerra y la autora no la nombra y logra que su elipsis pese más que el ruido de sus bombas o el último suspiro de sus cadáveres.

«Qué más da, nosotras somos mujeres, muy pronto podremos engendrar un mundo mejor. Nosotras somos mujeres sin árbol genealógico, hasta los perros tienen una lista de antepasados más larga que la nuestra. Haz el favor de no avergonzarte de eso. Nosotras nos parimos a nosotras mismas andando entre dos casas incendiadas y dos hogares perdidos»

No dejen de leerla porque consigue asfixiar los peores secretos que deja esa batalla infernal que se libra entre la figura de la madre que necesitamos y la madre real. Stupar coloca a dos mujeres cara a cara, no a la madre frente a la hija. Y nos llena la cabeza de preguntas. ¿Se rinde una hija cuando lee o certifica por algún motivo que su madre se ha rendido? Sabe que llega un momento en que toda hija necesita saber quién es la desconocida que sostiene a su madre, la que la lanza contra el centro del mundo y la aleja de esa tumba de estómago esponjoso y bien visto que es la maternidad.

«Es imposible borrar un error que ya ha dado resultados»

«Si dejas entrar a alguien en un secreto, lo estropea»

No dejen de leer esta novela-diario-elegía-epitafio-epílogo de lengua larga, porque la metáfora demoledora que urde la autora entre la guerra externa y la interna de sus protagonista es un diálogo que nos convierte en otros, que nos llena la boca de heridas.

Lean Relojes en la habitación de mi madre y un tatuaje de líneas profundas marcará su piel para siempre. Recorran después el mapa que dejan sus metáforas y se obligarán a luchar para que la resurrección del siglo XXI no sea una utopía.

‘Relojes en la habitación de mi madre’. De Tanja Stupar-Trifunovic. Traducción de Pau Sanchis. Editorial Tres Hermanas. 247 páginas.

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