El sexo en la desescalada: tres formas de desear en el confinamiento
¿Sabremos hacer funambulismo sexual en contextos de desescalada? ¿Nos da miedo, pereza, o estamos más salidos que el pico de una plancha? ¿Nos afecta ‘el síndrome de la cabaña’? El anhelo del cuerpo ha sido uno de los temazos del confinamiento. Por un lado, nos ha permitido descubrir nuevas formas de vivir la masturbación y habitar el anhelo del cuerpo propio. Por otro, el deseo del cuerpo ajeno pero ausente nos ha desquiciado. Las prácticas de ‘sexting’ y el consumo de pornografía se han disparado, clamando a gritos la cercanía de lo que está lejos. Otra entrega de esta sección quincenal, diálogos sobre encuentros, el eterno femenino resistente y las masculinidades errantes. Por Analía Iglesias y Lionel S. Delgado.
Las cicatrices emocionales que deja el confinamiento están empezando a verse. Estos meses hemos tenido que reeducar nuestra cabeza y nuestro cuerpo. Nos tuvimos que acostumbrar a unos espacios domésticos en los que antes no pasábamos mucho tiempo, debido a la vida ajetreada pre-Covid. El resultado: ansiedad, agobio en casa, enfrentamientos con cohabitantes no deseados… Pero también nuevos hobbies, cuidados de la casa y mucho pan.
Uno de los aspectos fundamentales en los que notamos el cambio es la sexualidad. Ese anhelo del cuerpo ha sido uno de los temazos del confinamiento. Por un lado, nos ha permitido descubrir nuevas formas de vivir la masturbación y habitar el anhelo del cuerpo propio (disparando las ventas en juguetes sexuales, por ejemplo). Por otro, el anhelo del cuerpo ajeno pero ausente nos ha desquiciado. Las prácticas de sexting o el consumo de pornografía claman a gritos la cercanía de lo que está lejos. También está la convivencia con ese cuerpo ajeno presente, esa pareja con la que convivimos y con la que tuvimos que negociar espacios, ritmos, encuentros (o no, y enfrentar la frustración).
En cualquier caso, el deseo ha sido ese gran interlocutor con el que tuvimos que negociar. El miedo, la incertidumbre, la falta de ejercicio, los cambios de alimentación, el encierro, la falta de espacios privados, la falta de espacios compartidos… Sería raro que, con todos esos condicionantes, nuestro deseo no se alterase. Y así lo hizo, y durante casi dos meses nos amoldamos a las nuevas circunstancias. Y nos ha cambiado. ¿Cómo recibimos ahora el inicio de la desescalada?
Primera estrategia: “Me quedé sin ganas, y estoy bien así”
“Las primeras semanas estaba todo el día cachondo. Luego me estanqué, cero apetencias. Y me he quedado ahí”. Me lo dice un colega cuando le pregunto sobre cómo está llevando el tema de la sexualidad en el confinamiento. Le entiendo. En mis primeras semanas, la masturbación era fundamental, casi por rutina. Intenté aprovechar la oportunidad para aprender nuevas zonas, para jugar con más de mis juguetes (tengo unos cuantos), pero la mayoría de las veces era una masturbación más bien anodina y burocrática.
El deseo luego bajó. Y durante unas semanas la cosa me daba más bien pereza. Ahora, durante esta última semana, el sexo sigue sin ser una prioridad. Y como yo, veo mucha gente clamando antes abrazos que orgasmos (aunque, bueno, tampoco los rechazamos si aparecen).
En general, después de tanto tiempo, hay gente que ve el sexo con desgana. Da eterna pereza volver a las rutinas del sexo express de chatear, quedar, beber, sacar temas de conversación, volver a contar tu vida por enésima vez, follar si surge, valorar si valió la pena y volver a empezar…
Al haberse alargado este confinamiento, veo a amigas que están creando nuevas normalidades bastante sostenibles. Que han conseguido explorar, escucharse y mimarse con calidad y cariño. Yo empecé poco a poco a tener mejores auto-encuentros, aunque varios amigos no se encuentran en las mismas. La masculinidad sigue marcándonos una mala conexión con nuestro cuerpo: el narcisismo masculino necesita validar su virilidad a partir de un agente externo, de ahí que no nos preocupemos mucho por nuestro placer, sino más bien por nuestro rendimiento.
En cualquier caso, que el deseo baje es normal y está bien. Siempre es útil cuestionar la lógica sexualizada que pone el sexo siempre en el centro. Hay mil formas más de tener intimidad con una misma y con otra persona. No follar es perfectamente normal.
Segunda: “Me genera mucha ansiedad pensarlo”
Como analizaba en mi último artículo, muchas sienten ansiedad ante la incertidumbre del panorama que se nos presenta. Esa ansiedad afecta a la hora de pensar la salida. He hablado con mucha gente que está sintiendo cada vez más nervios por salir en las horas de paseo, más indignación por el mal uso del permiso que hacen muchas, o por las imágenes que ven por los medios.
Recientemente, empezó a ponérsele nombre a eso de lo que hablaba hace un mes. El Síndrome de la cabaña hace que sintamos un miedo punzante ante la idea de salir de casa. Y eso, lógicamente, se aplica también al sexo. Algunas amigas me han dicho que sienten bastante inseguridad de tener cualquier contacto. Llevamos casi dos meses sin encuentros físicos. El dilema que supone haber tenido que tragar y tragar mensajes sobre la peligrosidad del contacto, autodisciplinarnos en asepsia y distancia física y que ahora se nos plantee la posibilidad del contacto es duro para muchas.
A esto se le suma la realidad del contagio cuando las redes de gente con la que compartimos la intimidad son amplias, una auténtica encrucijada para la gente que militamos en las no monogamias éticas…
Pero, como decía antes, esto es absolutamente normal también. El confinamiento nos pone contra las cuerdas en muchos sentidos, y como cuentan mis amigas de Indágora en un artículo que sacarán en breve, todas las estrategias de una persona para sobrellevar esta situación están bien.
Tercera: “Nunca me había comido un coño con tanto gusto”
Y luego…, luego están las personas que celebran con ganas esta relajación en las prohibiciones. Ya me han reconocido haber tenido citas Tinder, haber quedado varias veces para follar, haber aprovechado las horas de paseos para echar “un rapidito”. “Claro, es que después de haber pasado la cuarentena a base de sexting, ahora mismo ando más caliente que el pico de una plancha”, un tipo de comentario común en un debate que generé en mi cuenta de Instagram.
Cuando las restricciones se rebajan, la sensación de riesgo cae y nos permitimos algunos comportamientos que ya no podemos seguir posponiendo. No todas aguantamos la soledad de la misma forma. Encontrarse con la pareja que vive cerca, tener esa cita pospuesta, cambiar de cama por una noche… No necesariamente tiene que implicar el contagio, pero tampoco son comportamientos sin riesgo.
Cuando hablo con esta gente que ha tenido encuentros durante el confinamiento, las experiencias son bastante positivas. De hecho, lo único que incomoda en estos encuentros es el qué dirán los compañeros de piso, qué dirán los vecinos que les ven subiendo las escaleras, qué dirán los que lo sepan…Una cuestión de presión grupal. Pero las experiencias las valoran positivamente: no cuesta el contacto, el fantasma del contagio desaparece con el primer beso. Por lo que parece, esa gestión de las distancias cortas que tanto echaba en falta Analía, en su último artículo, la retomamos con facilidad.
Desescalada del virus, reescalada del deseo
El otro día salí a correr con mi compa de piso (con los metros de separación y todo eso), y de repente nos encontramos con un cambio inesperado: si durante el confinamiento duro las miradas se rehuían, se esquivaban los encuentros y había tensión en el aire, en las horas de paseo, las miradas se buscaban alegres. ¡Cuerpos! Cuerpos con poca ropa (es primavera y en Barcelona eso se nota), sudor, espacios compartidos… Las miradas de deseo se notaban. Mi compañera de piso estaba juguetona mirando culos de tíos (¡vaya culos!), mientras yo con mi mirada de investigador me fijaba en los que miraban. Había otro ambiente.
El deseo sigue siendo un verdadero desconocido. En circunstancias extremas y extrañas como las de este confinamiento, los vaivenes del deseo serán diversos. Ahora bien, ¿cómo interactúa el deseo con el límite? Quizás nos movemos mejor en todos o nadas. Quizás podemos sobrellevar la prohibición absoluta y disfrutar de la máxima libertad, pero somos incapaces de lidiar con un deseo pulsante cuando tenemos libertades recortadas. ¿Sabremos hacer funambulismo del deseo en contextos de desescalada?
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