El Thyssen se hace realista. De Antonio López a Isabel Quintanilla
Formaron parte de un mundo propio que vivió en una época cerrada, oscura. Retrataron en sus cuadros el Madrid aldeano, pobre, sin glamour que aparece en las novelas de Zunzunegui o en las películas en blanco y negro que retrataban pueblos, ciudades y gentes envueltos en la sordidez de aquellos años sin ilusión. De Amalia Avia a María Moreno, de Antonio López a Isabel Quintanilla. El Grupo de los Siete. A ellos está dedicada la nueva exposición del Museo Thyssen, que puede verse desde ya y hasta el 22 de mayo.
Amalia Avia (1930-2011), María Moreno (1933), Antonio López (1936), Francisco López (1932) e Isabel Quintanilla (1938), Esperanza Parada (1928-2011) y Julio López (1930) formaron un grupo generacional que el escritor Andrés Trapiello llamó Los silenciosos: “Porque así es como han vivido la mayor parte de ellos y gran parte de su vida, recogidos, haciendo su trabajo, sosteniendo sin queja y con tesón una realidad que se estaba deshaciendo a su lado estrepitosamente”.
Velázquez, el arte griego, la pintura pompeyana. Juntos o por separado, todo el grupo bebió de las fuentes clásicas. Estuvieron becados en Roma, pintaron en grupo, se acercaron a los cerros de Vallecas y los descubrieron en comandita. Algunos vivieron casi puerta con puerta en una colonia de casas bajas cercana a Chamartín, en Madrid. Y del grupo surgió la voz más potente, Antonio López. Él ha eclipsado muchas veces el trabajo de los demás y es ahora, en los últimos años, cuando se va aclarando la obra de sus coetáneos.
Paco, Julio, Amalia, Mari, Antoñito, Maribel y Esperanza, el grupo generacional de los siete que vivieron, pintaron, se emparejaron. El Jarama de Sánchez Fersolio fue la punta de lanza que les hizo darse cuenta de que podía haber un realismo moderno, un estilo objetivo, sobrio, despojado de retórica, silencioso, que documentara la vida, que la mostrara. “Desde El Jarama», asegura Guillermo Solana, director del Thyssen de Madrid y comisario de la muestra junto a María López, hija de Antonio López y María Moreno, «se les entiende un poco mejor que desde una tradición realista más académica”.
La idea de Guillermo Solana ha sido la de mostrar la obra poco conocida de algunos miembros del grupo. Cuando se conocieron, a principios de la década de los 50, eran una panda de amigos en efervescencia formados en Bellas Artes que trabajaban juntos, pintaban en la Academia Peña, se ennoviaban entre ellos, se casaron y algunos conservaron amistades. “Fueron un grupo», dice Solana, «con muchas cosas en común y viéndolos te das cuenta de que hay extraordinarias afinidades entre ellos. Para mí ha sido muy interesante mostrar esos parecidos y redescubrir a Isabel Quintanilla, sacar a la luz obras de Francisco López que están muy relacionadas con Quintanilla, su mujer, o de María Moreno, que tiene una obra desconocida. Ha sido muy estimulante. No es una exposición masiva, son obras muy seleccionadas. Y aunque la presencia de Antonio López es menor en obra a la de sus compañeros, es muy importante en esta exposición por lo inédita o por el gran tamaño de sus cuadros”.
Nunca les ha gustado que se les llame realistas, sino figurativos. Huyen de la etiqueta por la mala fama que durante años ha tenido el realismo. Guillermo Solana recoge en el catálogo de la muestra las palabras de Antonio López respecto a la idea de trabajar todos juntos: “Por algún motivo, yo no sé por qué, nos han agrupado dentro del realismo, y más en concreto en el realismo madrileño, pero ha sido ya a toro pasado. Éramos amigos, y ha resultado fácil poner nombre a todo esto. Pero en realidad sentíamos una cierta aprensión, y yo todavía la siento respecto al hecho de formar un grupo de manera voluntaria, y como una especie de estrategia, con unas reglas y unas normas”.
El grupo tuvo una relación ambivalente con el arte abstracto; en la época en que estaban de moda El Paso, Millares y Saura, los realistas iban a contracorriente, aunque el pintor Lucio Muñoz, marido de Amalia Avia, les inoculó el virus del informalismo, sobre todo en las primeras obras de Antonio López. Más tarde, reaccionaron, se quitaron complejos y reivindicaron un lenguaje figurativo como contemporáneo y el arte de demorarse en la belleza de un humilde patio con flores como algo fundamental.
El recorrido por las 90 obras de la exposición va de la casa al mundo. Del bodegón a la vista urbana, de lo más íntimo a lo más global. Los interiores son claves en este grupo generacional, como lo son los patios y jardines; los realistas practican el arte del umbral, con la puerta o la ventana como marco que da a otro espacio. Los baños desportillados, sucios, de Antonio López son la metáfora de la representación de la sordidez de la España que iniciaba el desarrollismo. En cambio, los de Isabel Quintanilla están limpios, aseados, no son WC de gasolinera o de bar de carretera.
Todos son en su pintura muy domésticos, tremendamente caseros e incluso un poco agorafóbicos, casi con prevención a salir de su espacio. Incluso cuando pintan calles lo hacen como si fueran el interior de su hogar; en sus obras nunca ves el cielo, sólo muros. El jardín siempre tiene tapias, muretes que protegen el interior. Tanta intimidad se convierte en paisaje en las dos últimas salas dedicadas a vistas urbanas, con las fachadas tan características de Amalia Avia, los grandes paisajes de Madrid de Antonio López o las vistas de Vallecas de María Moreno y de Isabel Quintanilla.
Viendo los interiores de estos pintores, sus bodegones, es fácil ver el paralelismo con la pintura holandesa. Hay algo de humilde pureza en esas representaciones tan domésticas como las granadas de Isabel Quintanilla que podrían haber salido de la mano de Zurbarán. Pero de repente encuentras un detalle que moderniza los cuadros, la vajilla de Duralex, las botellas de Coca Cola, la máquina de coser Singer, el bote de Ajax. Documentan tanto la realidad que el suyo es casi un trabajo de antropología.
En una entrevista que le hice a María Moreno en 2005 para El País Semanal, la pintora hablaba de su lucha por captar la realidad: “Casi nadie lo dice porque ahora se hace un tipo de arte que no cuenta con la naturaleza. Se representa muy mal, como un medio, no como un fin. La naturaleza es inocente, no veo en ella más que bondad, y cumple su función perfectamente”. Era rotunda cuando aseguraba: «Para terminar en la abstracción hay que pasar antes por la realidad. Y la realidad es lo que ven tus ojos. Tratar de entenderla es un proceso tan importante y largo como llegar a la abstracción».
La pintura de Quintanilla surge a cámara lenta. Es el gran descubrimiento de la exposición. El visitante verá cuadros desconocidos porque su obra está en museos de Alemania y en colecciones privadas. Hace unos años, cuando la visité, pasaba más horas en su estudio, entre sus cuadros, con las ventanas a un jardín pequeño, que en su casa. Su marido, el escultor Francisco López, trajinaba entre sus esculturas mientras ella pintaba a su lado un lienzo de grandes dimensiones en el que aparecía su nieta, Ana Isabel. Ella pinta despacio y poco. No mucho más de cuatro o cinco cuadros al año, algo que justifica: «Hacemos una pintura que nos lleva mucho tiempo. Yo veo abrirse las flores a cámara lenta». Y reivindica para la pintura un regreso a la pasión, a la lucha constante: «Si te quieres enriquecer, tienes que ir viendo cómo cambia la luz, cómo se abre una flor, cómo avanzan las sombras. Has de ver algo que te estimule».
Antonio López es, por derecho propio, el líder del grupo. Su obra tiene un público rendido y la exposición que el Thyssen le dedicó en 2011 fue, junto a la de Hopper en 2012, las de más éxito, ambas empatadas en número de visitantes, 322.000. La personalidad del pintor de Tomelloso es tan fuerte que eclipsa a los demás. Si sus óleos de la Gran Vía son reconocidos a la primera, las mismas vistas pintadas por su mujer, María Moreno, pasaron en su día desapercibidas. Quizá por eso la traca final, lo más potente, se muestre en la última sala con las vistas urbanas de Isabel Quintanilla, Amalia Avia y María Moreno. De Antonio López se exhiben varias Granvías ya conocidas pero retocadas o cambiadas. Y hay una obra inédita, Ventana de noche, la ventana de su estudio que mira al exterior, un óleo de grandes dimensiones muy potente.
‘Realistas de Madrid’. En el Museo Thyssen-Bornemisza hasta el 22 de mayo. www.museothyssen.org
Comentarios
Por Pilar Garrido Cendoya., el 09 diciembre 2022
Por fin he encontrado la ocasión de enterarme de hechos culturales. Espero no ser defraudada.
Soy anciana, vivo para leer.