Siete viajes a bosques junto a sus aves más simbólicas

Retrato de un urogallo común. Foto: Karel Stepan / Shutterstock.

Urogallo común, «en estado de severa amenaza». Foto: Karel Stepan / Shutterstock / SEO/BirdLife.

Mientras observo en la distancia a una pareja de buitres negros en su nido sobre la copa de un pino silvestre, se cruzan en mi oído el repiqueteo de un pico picapinos sobre un roble melojo y el silbido melodioso de una oropéndola en el fondo del valle, encaramada en lo alto de un álamo negro. El planeo majestuoso de un águila imperial ibérica sobre el dosel forestal adorna la escena. Bosques y aves, una de las mezclas más perfectas y bellas que ofrece la naturaleza, se convierten en protagonistas de este artículo, en el que no falta otra rapaz forestal, la culebrera europea, ni las palomas rabiche y turqué, endémicas del bosque más representativo de Canarias, la laurisilva. Aquí van siete aves para siete bosques.

Sí, de acuerdo, podría haber incluido a alguna rapaz nocturna, como el mochuelo boreal en los bosques de pino negro del Pirineo catalán; o al córvido más forestal, el arrendajo, entre robles melojos de gran parte de España; o, en fin, al cárabo europeo, el chotacabras cuellirrojo, el azor común y los agateadores (común y norteño), repartidos por variadas forestas. Pero no caben todos, así que vamos con algunas de las alianzas más representativas entre la avifauna y los bosques peninsulares e insulares.

Urogallo cantábrico, en “estado de severa amenaza”

El entrecomillado no es ni mío ni de ninguna ONG, es del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, que catalogaba así la situación del urogallo cantábrico hace justo un año, cuando presentó un censo que solo contabilizó 292 ejemplares, frente a los 500 que había hace 20 años. Una lástima comenzar la gira entre bosques y aves con este dato, pero es tan contundente que hay que reflejarlo. Como contundente es la dependencia forestal de los urogallos; de bosques caducifolios la subespecie cantábrica y de coníferas la pirenaica, cuya población también va en picado. Los ejemplares de la cantábrica se dejan ver y oír en Asturias y León, sobre todo donde haya arándanos.

Esta gallina salvaje es muy exigente con bosques maduros, cerrados, extensos y tranquilos, pero lo que le priva son los arándanos. Tanto que más que vegetariana exclusiva en la edad adulta, habría que llamarla arandaniana, ya que come frutos, brotes, tallos y hojas de esta planta. Si escasea el arándano, se tira a por los mismos alimentos que ofrecen acebos, hayas, robles o abedules. Pero hay que recalcar que es necesario emplearse a fondo en la recuperación de esta especie. Varios proyectos europeos y españoles para su conservación y recuperación la tienen muy en cuenta. El más reciente es el denominado “Gestión forestal FSC para la conservación y mejora del hábitat del urogallo cantábrico (Tetrao urogallus cantabricus)”. Coordinado por el Forest Stewardship Council (FSC España), cuenta con el apoyo de la Fundación Biodiversidad y promueve actuaciones selvícolas encaminadas a la mejora del hábitat y otras para potenciar la conectividad ecológica del territorio, por ejemplo mediante acuerdos de custodia del territorio.

Los bosques de los siete pájaros carpinteros

“La confluencia de bosques diferentes dentro del área mediterránea más septentrional, cercano a montañas y lindando con las zonas más eurosiberianas de la península, hace que en un espacio relativamente pequeño entre Navarra, principalmente, País Vasco y Aragón, aparezcan los picos picapinos, menor, mediano y dorsiblanco, el picamaderos negro, el pito real ibérico y el torcecuello euroasiático”. Ya que estamos con Gorka Gorospe, ornitólogo, experto en rarezas, guía de la naturaleza, ilustrador y perfecto conocedor de los bosques de los Pirineos más occidentales, le pedimos que nos dé nombres propios de lugares donde tener la suerte de identificar las siete especies mencionadas. No lo duda: “Parque Natural del Señorío de Bertiz y Selva de Irati, en Navarra”.

El nombre lo dice todo: Selva de Irati. Es nombrarla y venir a la memoria esas masas de hayas y abetos que abrazan y permiten que te sumerjas en un baño de bosque de verdad. Lógico que todas las especies de pájaros carpinteros presentes en España, tan forestales ellas, piensen lo mismo y la elijan como morada. A Gorospe le preocupa especialmente la situación de los picos mediano y dorsiblanco: “El dorsiblanco tiene toda su población, unas cien parejas, en Navarra, con una o dos más en Aragón; junto a la de los Pirineos franceses se trata de un población aislada, con la siguiente a unos mil kilómetros, en los Alpes, y afectándole mucho el cambio climático, que le obliga a subir cada vez más en altitud, y la mala gestión forestal”.

Buitre negro retratado por Juan Bécares. Foto: SEO/BirdLife.

Trescientos buitres negros al lado de Madrid

El alto valle del río Lozoya, Rascafría (Madrid) sobre todo, junto a la vertiente segoviana de estas montañas de la sierra de Guadarrama, con Valsaín a la cabeza, concentran en sus pinares de pino silvestre 307 parejas de buitres negros, según la monografía Población reproductora en 2017 y método de censo elaborada por la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife). Solo las grandes concentraciones de la provincia de Cáceres, en Monfragüe y la sierra de San Pedro, superan a la colonia madrileño-segoviana. Es decir, que a escasos kilómetros de la mayor conurbación de España se ve una de las colonias más numerosas del ave de mayor envergadura de España. Puede superar los tres metros de punta a punta de las alas.

Digámoslo rápido para compensar las malas noticias sobre el urogallo y el pico dorsiblanco. Bueno, mejor lo dice la propia SEO/BirdLife: “La población del buitre negro se encuentra en una evolución positiva a pesar de los problemas surgidos con su fuente de alimentación hace unos años”. También tiene mucho que ver la buena gestión forestal que se lleva a cabo en algunas de las áreas de distribución de la especie, como los montes de Valsaín, donde se ha sabido compatibilizar el uso forestal, el ganadero y el turístico con la preservación del paisaje. No en vano sus explotaciones están certificadas con FSC. Pero antes de terminar, y para citar también a los bosques de Baleares, no hay que olvidar la colonia que forma el buitre negro sobre pinos carrascos en la fachada marítima de la sierra de Tramuntana.

Oropéndola, el silbido que llega del bosque de ribera

No concibo mis paseos veraniegos entre fresnedas, alamedas y alisedas a caballo entre la sierra de Béjar, en Salamanca, y el valle del río Ambroz, en Cáceres, sin el canto entre silbante y aflautado de la oropéndola. Me pasa lo mismo con el autillo, otro que lanza un sonido similar desde lo profundo del bosque, pero más monótono y entre castañares y robledales de la misma zona. Una vez oída a la oropéndola, oriento los prismáticos hacia el origen del canto y, aunque no siempre doy con su ubicación, las veces que sí es para tirarse minutos observando la bella librea amarilla y negra de su plumaje, más discreta en el caso del verde limón de la hembra. La cúspide de los álamos negros suele ser el punto más habitual de mis observaciones.

Pero oropéndolas se ven en toda España (a partir de abril y hasta septiembre, ya que es un ave estival en la península), y no solo en bosques, ya que, como apuntan en el Atlas de las aves reproductoras de España, “su carácter arbóreo, que no forestal, explica su aparición en medios como huertos con grandes árboles frutales, parques y jardines, hileras de olmos y altas arboledas a lo largo de paseos y carreteras”. En el mismo atlas dan dos buenas pistas para oírla y verla: “Las máximas densidades se han dado en choperas plantadas y bosques de ribera naturales del embalse de San José/Castronuño en Valladolid con 13,3 aves/10ha (Urdiales,1986) y en alamedas del río Águeda en Salamanca con 8 aves/10 ha (Carnero & Peris, 1988)”. Aunque las citas son algo antiguas, la situación de la oropéndola no ha variado mucho y los paisajes mencionados siguen siendo propicios para ellas, de hecho en 2002 se declaró la Reserva Natural Riberas de Castronuño-Vega del Duero.

Oropéndola europea. Foto: YK-shutterstock / SEO/BirdLife.

Culebrera europea, de árbol en árbol, de Lleida a Cádiz

La culebrera europea es una de las rapaces diurnas más forestales, con permiso del azor común, el abejero europeo, el gavilán común y el alcotán europeo. También nos visita durante la época estival, aunque en este caso alarga su estancia más que la oropéndola, entre marzo y octubre. La primera culebrera que identifiqué por mí mismo fue hace algo más de 20 años en la sierra de Mariola, a caballo entre Alicante y Valencia. Me sorprendió en vuelo mientras buscaba la tejera de Agres, aunque lo que de verdad le gusta a esta rapaz más que el tejo son los bosques de pino carrasco que cubren gran parte del levante español, de Lleida a Cádiz, y que en estas sierras son los que dominan.

En la monografía sobre rapaces forestales Población reproductora en 2009-2010 y método de censo, también de SEO/BirdLife, se advierte: “Castellón acogió las densidades más destacadas de culebrera: promedió 0,9 territorios/10 km2 en toda la provincia, llegando a 1 territorio/10 km2”. En la misma publicación se añade que “según los datos del programa de seguimiento continuo de SEO/BirdLife (SACRE; Escandell, 2011), la especie se mantiene estable en el conjunto de España desde 1998 (está muy repartida por la península y por diversas formaciones boscosas), aunque en Andalucía podría estar experimentando un declive muy acusado”. Desgraciadamente es una de las especies más afectada por choques contra tendidos eléctricos.

Palomas entre laureles y tilos canarios

No las identifiqué en ese momento porque mi experiencia como observador de aves todavía estaba en ciernes y los prismáticos no eran aún un apéndice más de mi cuerpo; pero con el tiempo supe que, por el lugar donde las vi y los colores que me enseñaron, eran las palomas rabiche y turqué, ambas endémicas de las islas Canarias. Fue al norte de la isla de La Palma, primero por el sendero que lleva a la cascada de Los Tilos y segundo por el barranco de Los Franceses. En ambos casos te arropa una vegetación de tinte tropical, aún yendo por carretera, como la que une los miradores de Las Mimbreras y Los Poleos. Entre esta vegetación domina la laurisilva, que se retroalimenta gracias a la presencia de las palomas por la dispersión de semillas que realizan.

Dice José María Fernández-Palacios, autor de la ficha sobre laurisilvas macaronésicas que sirven como “bases ecológicas preliminares para la conservación de los tipos de hábitat de interés comunitario en España”, que “la laurisilva o bosque lauroide canario es una de las formaciones vegetales más característica del archipiélago, faltando sólo en las islas orientales (Lanzarote y Fuerteventura), más secas. Son bosques que se sitúan a barlovento, en las vertientes nororientales”. No en vano, el municipio de La Palma donde se sitúan los enclaves citados se llama Barlovento. Pero no solo de laureles, tilos y viñátigos de estas latitudes viven las palomas rabiché y turqué. Entre La Palma, La Gomera, El Hierro y el norte de Santa Cruz de Tenerife se acercan también a pinares de pino canario y otras zonas más abiertas. Gracias a un programa europeo LIFE y al plan de conservación para ambas especies, obligado al estar consideradas como “vulnerables” en el Catálogo Canario de Especies Protegidas, la rabiche se ha reintroducido en Gran Canaria.

Ejemplar de águila imperial ibérica. Foto: Talavasco Images.

El águila del monte mediterráneo

Concluimos este viaje por bosques junto a sus aves más simbólicas con otra especie endémica, en este caso de la península ibérica: el águila imperial ibérica. Posiblemente no estaríamos hablando de ella ahora en presente si la tendencia de caída en picado hasta las escasas 50 parejas que presentaba en la década de los 70 del pasado siglo no se hubiera revertido. Hoy en día debe exponerse como un ejemplo de recuperación, porque las parejas superan el medio millar. Monfragüe, en Cáceres; Cabañeros, en Ciudad Real, y el Monte del Pardo, en Madrid, son algunos de los sitios donde he contemplado a esta esbelta rapaz de hombros blancos, cuyos ejemplares jóvenes tienen también un fácilmente identificable tono pajizo. Todos los lugares citados tienen en común la presencia del bosque mediterráneo, preferiblemente abierto, con llanuras arboladas o dehesas de encinas y alcornoques.

Realmente, si el águila imperial ibérica da con zonas tranquilas, con abundancia de conejos sanos y con una pequeña arboleda donde montar su nido alejado de molestias, es capaz de establecer ahí su territorio. Por ejemplo, en Doñana cuenta con nueve parejas. Aunque en Andalucía se le dan mejor las zonas con más bosque y monte mediterráneos, como Sierra Morena, donde suma casi cien parejas. No obstante, sigue catalogada “en peligro de extinción”, ya que sus territorios no sobrepasan el cuadrante suroccidental de la península, entre las comunidades autónomas de Andalucía, Castilla-La Mancha, Castilla y León, Extremadura y Madrid, más las regiones portuguesas de Beira Baixa y Alto y Baixo Alentejo.

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