Es el sistema ultracapitalista el que destruye las familias, no la izquierda

El líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo. Foto: Partido Popular Galicia.

Es otro ‘fake’ de la derecha actual. Ese que hace correr el bulo de que la izquierda quiere destruir la familia, o al menos la familia tal y como la derecha la entiende. Yo diría que defender los derechos públicos, como la sanidad y la educación, y tratar de mejorar las condiciones laborales de los trabajadores es defender la familia. Los salarios bajos, las jornadas abusivas, los contratos precarios sí van en contra de la vida familiar, así como esperar semanas para ir al médico o asistir al colegio en aulas abarrotadas. Pero ya se sabe que a la derecha ‘la realidad’ le importa más bien poco.

Fueron de los mejores momentos: las veces que mi padre no estaba alcoholizado y volvía a casa, y estaba mi madre, y bajaba mi tía del sexto, que era como mi abuela, y pululaba por allí la joven que nos cuidaba. Había muchos adultos en casa, mucho trajín, hablaban de cosas que yo no comprendía, encendían fogones de gas, cambiaban entre los dos canales de la tele, ponían la mesa, se decían alguna mala palabra. Yo estaba con ellos, pero estaba a lo mío, jugando con un cochecito como si el estampado de la alfombra fuera un mapa de carreteras. Cuando había mucha gente en casa, me sentía arropado, tenía sensación de familia, de pertenencia, de formar parte de un grupo, como también me pasaba en las cenas de Nochebuena cuando nos reuníamos tíos, primos, sobrinos, y los más pequeños nos perdíamos a jugar bajo la mesa, entre las piernas de los adultos.

El resto del tiempo no era así: mi padre era ausente y problemático, yo no tenía abuelos, ni hermanos, fundamentalmente mi familia éramos mi madre y yo, con mi tía apoyando desde esa abuelez postiza. Yo estaba conforme con no tener hermanos porque, acostumbrado a la soledad familiar, se me hacía imposible entender la idea de compartir el amor de mamá con otras personas. Me sentía muy precario emocionalmente. Pero también envidiaba esas familias extensas que salían en las sitcoms de la tele o que tenían algunos amigos, que se reunían los domingos y llenaban un merendero de pueblo, que en los cumpleaños generaban un gran jaleo en los otros pisos del edificio.

Soy padre talludito de una hija única. Fui hijo único y eso tiene ciertas ventajas: acaparas la atención y la herencia; dicen que la soledad y el aburrimiento del hijo en monodosis aumenta la vida interior, la imaginación y la creatividad. Me sigue gustando pasar mucho tiempo solo, y nunca me he sentido cómodo asistiendo a colegios, oficinas, universidades o redacciones (solo a las discotecas, porque iba ebrio). Tal vez si no hubiera hablado tanto para mis adentros de niño, sin nadie con quien jugar, no me ganaría ahora la vida escribiendo: escribir es hablar en público con uno mismo. Pero seguiré añorando una familia nutrida hasta que me muera, y no se la daré a mi prole: me da la impresión de que en nuestra generación, dadas las circunstancias económicas y culturales, van a abundar los hijos solos.

La derecha actual hace correr, entre otros, el bulo de que la izquierda quiere destruir la familia, o al menos la familia tal y como la derecha la entiende. Yo diría que defender los derechos públicos, como la sanidad y la educación, y tratar de mejorar las condiciones laborales de los trabajadores es defender la familia. Los salarios bajos, las jornadas abusivas, los contratos precarios van en contra de la vida familiar, así como esperar semanas para ir al médico o asistir al colegio en aulas abarrotadas. Estar en contra del matrimonio homosexual o contra la educación sexual, como lo está cierta derecha, es un brindis al sol que no defiende en absoluto la familia, sino todo lo contrario. Es palabrería.

Es cierto que algunas corrientes dentro de la izquierda han puesto en cuestión ciertos modelos de familia autoritarios y machistas, pero es que defender la familia, que, por lo demás, es algo biológicamente inevitable, porque todos somos hijos, y la inmensa mayoría somos primos, hermanos o madres, no implica aceptar críticamente todo lo que ocurra dentro de ella. La familia cambia con el tiempo, y ese cambio puede ser a mejor o a peor.

De hecho, el modelo de familia ha cambiado dramáticamente en las últimas décadas, haciéndose cada vez menos extensa, más nuclear, menos importante culturalmente, más débil. No ha sido la izquierda la promotora de este proceso, sino todo lo contrario: el sistema socioeconómico capitalista. La precariedad laboral, la dificultad de acceso a una vivienda, la cultura del individualismo y la competición, las jornadas laborales infinitas, la querencia por los placeres y las experiencias antes que por la responsabilidad familiar, etc… son algunas de las causas de la pérdida de peso de lo familiar. La familia sigue ahí, pero no encaja demasiado bien en el modelo que el capitalismo propone.

A modo de curiosidad, muchos de los grandes líderes de izquierda realmente existente en este país (no la que la derecha imagina) tienen familias no desdeñables: Pedro Sánchez, dos hijos. Pablo Iglesias e Irene Montero, tres hijos. Nadia Calviño, cuatro hijos. Mónica García, tres hijos. Alberto Garzón, dos hijos. Yolanda Díaz, una hija. ¿Son estos papás y mamás los que quieren destruir el concepto de familia? No lo parece. Curiosamente, algunos de los líderes de la derecha más escandalosos, como Isabel Díaz Ayuso o José Luis Martínez Almeida, no han formado familia, no tienen hijos, cosa que me parece muy bien, porque eso es decisión de cada uno. El actual líder del PP, Alberto Feijóo, se lo tomó con calma: fue padre a los 55 años (y renunció a la baja por paternidad).

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