Sofonisba y Lavinia entran con todos los honores en el Museo del Prado

Autorretrato tocando la espineta Lavinia Fontana Óleo sobre lienzo 1577 Roma, Accademia Nazionale di San Luca.

‘Marte y Venus’. Lavinia Fontana. 1600 – 1610. Madrid, Fundación Casa de Alba.

Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana rompieron todos los moldes posibles allá por el siglo XVI. Mujeres artistas que consiguieron ser reconocidas y honradas por su talento y cuyas obras podemos ver ya en Madrid, por fin en el Museo del Prado.

Es difícil imaginar cómo mujeres dotadas de talento artístico fueron capaces de desarrollarlo abiertamente y hasta de vivir de él de forma autónoma siglos atrás. Y sin embargo algunas lo consiguieron, logrando el reconocimiento y la admiración de la sociedad de la que formaron parte.

Es el caso de dos pintoras excepcionales, Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana, que protagonizan la nueva exposición del Museo Nacional del Prado: ‘Historia de dos pintoras’. Se ha inaugurado esta misma semana y podrá visitarse en la galería C del edificio de los Jerónimos hasta el 2 de febrero de 2020, dentro de las celebraciones por el bicentenario de la pinacoteca.

El director del Museo del Prado, Miguel Falomir, nos sitúa: “Este es un paso más en el proceso de normalización de la presencia de las mujeres artistas en el museo. Ya presentamos una exposición dedicada a la pintora flamenca Clara Peeters en 2016 y esta es aún más ambiciosa, ya que está dedicada a las dos pintoras más importantes del Renacimiento europeo. Para mí su virtud principal es llamar la atención sobre la inexistencia de un solo modo de ser mujer artista en la Europa de entonces. Había distintas formas de sentir y de posicionarse en el complejo mundo del arte en los siglos XVI y XVII y eso es lo que tenemos aquí. Dos pintoras nacidas con apenas 20 años de diferencia, en localidades italianas relativamente próximas, pero que entendieron y practicaron la pintura de formas muy distintas”.

Sofonisba Anguissola pertenecía a la nobleza de Cremona, mientras que la posición de Lavinia Fontana no era tan privilegiada; en todo caso, ambas se vieron comprendidas e impulsadas por sus respectivos padres. El de la primera la educó (a ella y a sus seis hermanas) en una cultura humanista, donde las artes ocupaban un lugar predominante, y desde su alto nivel social apoyó a su hija, que, gracias principalmente a sus retratos, se dio a conocer y se convirtió en un auténtico ídolo.

‘Autorretrato tocando la espineta’. Lavinia Fontana. Óleo sobre lienzo, 1577, Roma, Accademia Nazionale di San Luca.

‘Retrato de familia’. Sofonisba Anguissola. Óleo sobre lienzo, h. 1558, Niva (Dinamarca), The Nivaagaard Collection.

Lavinia Fontana, por su parte, contó con la escuela de su progenitor, Prospero Fontana, pintor de prestigio en la escena de su Bolonia natal, una ciudad en aquel momento económica y culturalmente potentísima. Ella fue nada menos que la primera mujer artista que tuvo un taller propio, la primera que fue reconocida como una profesional, que convirtió la pintura en su modus vivendi, y una pionera también en pintar desnudos, algo absolutamente insólito para una dama.

Leticia Ruiz, jefa del departamento de Pintura Española hasta 1500 del Prado y comisaria de esta exposición, comenta que la misma “está dedicada a dos mujeres que trazaron sendos peldaños, no solo en cuanto a la producción pictórica de ambas, sino respecto a la visibilidad, a abrir unas compuertas que hasta entonces habían estado cerradas. El XVI fue un siglo muy notable tanto para reconocer los méritos de las mujeres como para permitirles una formación. Así podemos entender que hayan existido estas dos figuras”.

Si bien las obras de dichas artistas han sido exhibidas con anterioridad de forma monográfica, esta es la primera vez que se realiza una exposición conjunta, lo que ha supuesto un gran reto, ya que las pinturas proceden de más de una veintena de colecciones europeas y americanas y actualmente, según indica la comisaria, hay numerosas instituciones en todo el mundo interesadas en hacer muestras de mujeres.

Atreverse con el erotismo del desnudo

¿Qué encontramos al entrar en la sala C? Nos recibe Minerva desnuda, un imponente óleo sobre lienzo de Fontana que está colocado al inicio de la visita con toda la intención. Como indica Leticia Ruiz, “esta pintura quiere convulsionar nuestras mentes, que están acostumbradas a pensar en las obras de las mujeres en términos de bodegones, retratos pequeños u obras devocionales. Hemos querido que esté una representación muy bella de Minerva, una obra formidable. Es toda una declaración de principios, porque hablamos de la diosa de la guerra, del conocimiento, de la sabiduría… que, desnudándose, se transforma en Venus, la diosa del amor. Una visión múltiple en torno a una de las principales deidades femeninas. La artista lo hace cuando la anatomía, el desnudo, era un tabú en la enseñanza de las mujeres. No aprendían eso en las academias, porque no podían aprenderlo, iba contra el decoro femenino. Es una representación mitológica muy compleja, una llamada de atención al visitante apenas entra en la sala”.

Más allá de esta espectacular diosa desnuda encontramos la zona de los retratos. Sofonisba es una de las pioneras en retratarse a sí misma y probablemente la que en más ocasiones lo hizo. También vemos autorretratos de Lavinia (ella fue mucho más prolífica que su compañera, si bien la exposición ofrece una muestra equilibrada de ambas pintoras, con 65 obras).

Según comenta Leticia Ruiz, “en sus autorretratos descubrimos cómo ellas querían ser vistas. Toda sociedad tiene unos perfiles para las mujeres de cada época, pero en el caso de estas dos artistas se muestra una serie de virtudes que ellas mismas van reflejando. Sofonisba se autorretrata de una forma impresionante, en relación a las demás. Y cuando Lavinia, recién casada, va trazando su trayectoria como pintora profesional y autónoma, está recurriendo a la imagen de Sofonisba para ennoblecer esa práctica y vincularse a una mujer que ya entonces se había convertido en un mito de las cortes italianas”.

‘Autorretrato en el estudio’. Lavinia Fontana. Óleo sobre cobre, 1579, Florencia, Galleria degli Uffizi, Galleria delle statue e delle pitture.

Una sección de lo más interesante es la dedicada a la época en que Sofonisba pasó en la Corte española, bajo el reinado de Felipe II. Ella fue nada menos que dama de compañía de su tercera esposa, Isabel de Valois, a quien además impartió clases de dibujo. Durante estos años trabajó amoldando su estilo propio al del retrato de corte español. Entonces su máximo representante era Alonso Sánchez Coello, retratista oficial del rey. De hecho, algunas de las obras de Sofonisba Anguissola en un principio se le atribuyeron a él. Leticia Ruiz explica el motivo: “Ella no firmó sus retratos. Y pasado el tiempo se pierde memoria de la pintora y en algunos casos hasta la referencia de las personas retratadas. Así, el retrato que hizo a Isabel de Valois en los inventarios aparecía como de Sánchez Coello. Pero es que hay que tener en cuenta que durante algún tiempo ni siquiera se reconocía a la reina como la retratada. Los distintos pintores que van redactando los inventarios en el mejor de los casos saben reconocer a los grandes pintores. Así, retratos que no están firmados y son de la época de Felipe II se atribuyen al que se consideraba, porque lo era, principal retratista del rey”.

En la exposición vemos un retrato realizado por ella al príncipe don Carlos que gustó tanto al protagonista, preocupado por su controvertido físico, que ordenó hacer copias. La artista suavizó los marcados rasgos del retratado y le vistió por completo de blanco, tocándole con una piel de lince.

En las zonas dedicadas a la pintura religiosa y mitológica vemos obras de Lavinia Fontana que hablaban de tú a tú a las de sus coetáneos masculinos. Su producción religiosa abarcó tanto trabajos de pequeñas dimensiones en todo tipo de soportes (tablas, cobres y telas), como enormes lienzos de altar. La sensualidad de sus figuras mitológicas, por su parte, con sus desnudos adornados con velos, transparencias y joyas, dan buena cuenta de su detallismo y de su capacidad de invención.

Antes de concluir la visita merece la pena detenerse a ver el diario de viaje de Antonio Van Dyck. En él, el entonces joven pintor escribe su encuentro en Palermo con Sofonisba Anguissola, poco antes de que esta muriera, a la increíble edad para la época de 90 años. Es sencillamente fantástico descubrir cómo fue esa emotiva charla entre los dos artistas.

A la salida de la exposición, aún hay algo más que ver, y es la instalación Habitando ausencias, de María Gimeno, una intervención plástica y performativa que coloca a las creadoras en el lugar que merecen y que la historia, o las distintas sociedades en que vivieron, les negó. Una síntesis visual que muestra a un total de 78 mujeres, grandes ausentes, cuyas obras están pidiendo a gritos ser conocidas.

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