Sonia Fides busca la fragilidad de los héroes en su nueva novela

Castillo de Sant’Angelo, Roma. Foto: M. Cuéllar.

Sonia Fides, escritora y colaboradora de ‘El Asombrario’ (su exitosa sección ‘Con firma de mujer’), tiene nueva obra publicada. Tras ‘La inequívoca fragilidad de los mosquitos’ y ‘Los Tigres no pueden esperar eternamente’ (ambas en Tres Hermanas Ediciones), ahora nos trae ‘El desorden de los héroes’ (paripébooks). Una novela con el sello inconfundible de Sonia Fides: frases cuidadas, escenas diseñadas como si de una película se tratara, diálogos punzantes, caracteres con un punto obsesivo, trama que indaga en lo más profundo de las incertidumbres, seguridades e inseguridades humanas. Todo en torno a un grupo de amigos que realizan dos viajes a Roma con 30 años de separación. Una novela sobre la vida, la amistad y el amor. Casi nada. Os dejamos un extracto.

“Roma, 2019.

La mañana vuelve a pegarse, sin la piedad que se le presume siempre al amanecer, sobre la piel del triángulo que formamos. El orden y el caos conviven como dos enemigos que se han quedado solos en el mundo y aunque me he levantado de la cama, tres corazones siguen latiendo sobre el inofensivo cuadrilátero que ahora forman las sábanas. Debería ser suficiente para que salga corriendo de la habitación, pero la paz que desprende el sueño de estos dos amantes improvisados que me ha traído la enfermedad, o eso que algunos llamarían justicia poética, me hace mucha falta todavía.

Clara abre de pronto los ojos con un movimiento tan impetuoso que me hace pensar que echa de menos el calor que acabo de llevarme al salir de la cama. Me hace una silenciosa invitación para que vuelva, pero la llegada de la luz me impide que siga formando parte de esa preciosa imagen. Le digo que no con la cabeza, pero sigo quieta mirando el milagro que tengo delante. Martín duerme con la rotundidad con la que duerme un niño después de librar su primera batalla contra una tormenta. Clara se despereza como si de sus movimientos dependiera la normalidad del resto del día. Aprovecho que vuelve a cerrar los ojos para salir. En el pasillo me doy perfecta cuenta de que después de esta noche la casa se ha convertido en un laberinto manipulado por la ternura. Es muy temprano, pero voy hacia la cocina, necesito encontrarme con Bruna, con su abrazo. Necesito el consuelo de su inagotable sabiduría o quizás la sustanciosa absolución que solo puede salir de la boca de un ateo. Está preparando chocolate para cuando se levanten mis amigos. La cocina huele como huele una casa de muñecas en la imaginación de esa niña que la recibe como regalo. Bruna oye mis pasos y gira su cintura con precisión.

–Estoy bien, tranquila, me he despertado pronto y he decidido venir a tomar café con usted. Ya sabe que pasar ratos en sus dominios es una de las mejores cosas que me ha deparado mi cambio de ciudad.

–Me parece estupendo, pero sé que está huyendo –lo dice y sonríe con complicidad–. A estas alturas ya debería saber que en esta casa no ocurre nada sin que yo lo sepa, los secretos también están a mi merced.

–Huyendo, huyendo, no, tan solo recuperando la cordura –le digo sonriendo yo también–. En realidad he venido a que me abrace.

–Supongo que sabe que los pecados no puede borrarlos el simple abrazo de una vieja –sonríe con firmeza, sabe que nos separan apenas cinco años, abre los brazos y me guiña un ojo–. Venga aquí.

–¿Quiere un tazón de chocolate caliente o prefiere esperar a sus amigos?

–Sí, por favor, hoy no esperaré a que se levanten. Voy a salir en diez minutos. Hoy es el estreno de N y quiero pasar unas horas con ella antes de que tenga que ir al teatro.

–Quedaron que nada de encuentros mientras durara la visita. Con la lata que le dio a la niña con que era lo que usted necesitaba, y ahora se va a presentar a verla de improviso.

–Necesito verla, contarle todo lo que está pasando, no es justo para ella.

–¿Y tiene que ser hoy, cuando estrena el ballet más importante de su carrera? ¿Cree que es necesario? Vaya a verla si quiere, pero no le diga nada.

Bruna tiene razón, esto va a acabarse en dos días y ya habrá tiempo para contárselo.

–Como siempre, usted gana, no hay por qué decirle nada, pero tengo muchas ganas de verla, de pasar un rato con ella, de saber cómo está. Debí haber pospuesto la visita hasta que hubiese pasado todo.

–Emma, usted no está preparada para contarle a sus amigos que está enamorada de una mujer, por eso escogió esta fecha y por eso eligió a N.

–Ay, Bruna, me temo que fue N quien me eligió a mí.

–Ja, ja, ja, en eso tiene toda la razón. ¿Qué ropa quiere que le prepare para salir?

–No se preocupe, cojo yo unos vaqueros y una camisa, voy a verla al hotel, estará allí hasta la hora de salir hacia el teatro. Es un encuentro informal.

–Ahora que lo menciona, ¿qué pasará esta noche? ¿No irá al estreno, o irá con sus amigos?

–Claro que iré, pero solo me acompañarán Clara y Camino. Los chicos van a ir a cenar a casa de un amigo periodista de Pablo, Martín y Mateo que  es corresponsal de un periódico español aquí en Roma. Lo tengo todo controlado.

–¿Está segura? –me dice mirándome con incredulidad.

–Segurísima –le respondo­. Clara hace meses que está al tanto de la existencia de N y no tengo problema alguno en que Camino sepa que estoy enamorada de una mujer.

–Querida, tener controlada la identidad de una de las incógnitas en una ecuación no garantiza que se vaya a ser capaz de resolver el resto del problema.

–Lo sé, lo sé. Los chicos lo sabrán el domingo antes de irse.

Mientras hablamos sobre esto, se oyen pasos por el pasillo. Necesito escabullirme antes de que alguien me vea. Uso el acceso directo que hay desde la cocina a la terraza.

Entro en la habitación sin cruzarme con nadie. Me visto deprisa, pero unos inesperados golpes en la puerta ralentizan mi objetivo.

–Adelante –digo, la cara de Clara se cuela por la ranura que nos enfrenta–. Buenos días, Claru. ¿Cómo estás?

Se sienta sobre el borde de la cama sin deshacer.

–¿Te vas? –me pregunta y en su pregunta subyace una desazón con la que no contaba.

­–Sí, cariño, voy a pasar unas horas con N, hoy es el estreno y quiero estar con ella hasta que llegue la hora de ir al teatro.

–No quiero que te vayas –me dice como si esa frase fuese la única verdad a nuestro alcance.

–No me hagas esto, Clara, sabes que me tengo que ir, que no es negociable.

–Al final tu experimento es ya una certeza y la quieres más a ella –no entiendo la crueldad de sus palabras.

–N no es ningún experimento, lo sabes muy bien, si alguien lo sabe bien eres tú. ¡No entiendo por qué te comportas así, Clara! ¿Por qué me haces daño de una forma tan gratuita? Tú sabes cuánto te quiero, sabes lo que significas para mí y sabes sobre todo lo que significa N.

–Lo sé –dice y comienza a llorar–, perdóname, es que desde que sé que estás enferma quiero pasar el máximo tiempo contigo, siento que…  –hace una pausa para no pronunciar ninguna frase fatídica, pero en su silencio se queda prendido mi oxígeno. Cuando consigo recuperar el aliento le digo:

–Aún no hay nada concreto, sólo un primer diagnóstico y este dolor que de momento podemos controlar. Tú siempre has sido la mujer más generosa del mundo, no cambies de hábitos justo cuando más te necesito. Solo será cuatro o cinco horas. Después vendré a vestirme y a recogeros para ir a la función tal y cómo habíamos planeado.

Parece que la he convencido, ha dejado de llorar y viene a abrazarme y a pedirme de nuevo perdón por su actitud.

–Anda, no seas tonta, a mí no tienes que pedirme perdón por nada, en todo caso soy yo quien tendría que pedírtelo por ser la anfitriona que abandona a sus invitados.

Reímos como si las frases incómodas hubiesen sido un espejismo propiciado por las raras y altísimas temperaturas romanas de estos días.

Acabo de abotonarme la camisa, le doy un beso a Clara y me dirijo hacia la puerta y en mi camino hacia ella me sale al paso la delgada silueta de Martín.

–Vas a salir –me pregunta como si mi marcha le importara.

–Sí, estaré fuera algunas horas, tengo asuntos personales que atender –le digo.

Salgo deprisa, sin mirar atrás, descubriendo que la contradicción es cuando    menos lo esperas esa mano que nos construye”.

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