Juan Soto Ivars: “Estamos con las banderitas todo el día, pero el poder de los Estados ya ha desaparecido”

El escritor Juan Soto Ivars. Foto: Sara B. Leyva.

El escritor Juan Soto Ivars. Foto: Sara B. Leyva.

El escritor Juan Soto Ivars. Foto: Sara B. Leyva.

El escritor Juan Soto Ivars. Foto: Sara B. Leyva.

Propongo al lector un ejercicio de imaginación hacia el futuro; una postal en la que el liberalismo económico ha abocado a las sociedades a situaciones límite. En ella, los precios de la comida fluctúan según el día, los Estados han desaparecido (o han perdido todo su poder), las calles llevan los nombres de los artífices del “milagro económico” como José María Aznar, Daniel Lacalle… Este telón de fondo es del que se ha servido el escritor y periodista Juan Soto Ivars para enmarcar su última novela, ‘Crímenes del futuro’ (Candaya).

En esta novela, el escritor ha cedido la fuerza de la narración a las historias con minúscula, a la vida de la gente común, con todas sus alegrías y tristezas, amores y desapegos, dejando así que la otra Historia, la de los poderosos, se vaya abriendo al lector como un ligero susurro.

El libro se titula ‘Crímenes del futuro’, pero podría titularse crímenes del pasado, presente y futuro.

Los crímenes del futuro son los que cometemos ahora. Son crímenes del presente, pero que también se empezaron a cometer en el pasado. Las épocas se empiezan a torcer mirando muy atrás. Si queremos saber los crímenes de este presente, tenemos que ir a actos del pasado que en su momento se llamaron progreso. La novela juega con esa pregunta que imagino que se va haciendo el lector de qué fueron los puntos que llevaron a los protagonistas a estar viviendo así y que hicimos nosotros en esta época en que se publica el libro.

Para llegar a ese futuro indagas a través de la distopía; una distopía que, como has dicho, bebe mucho de nuestro presente.

En la historia de la literatura siempre se han publicado muchas distopías en épocas de incertidumbre. Son las épocas en las que parece que a los escritores les da por imaginarse cómo va a ser el futuro. Durante esta crisis económica han salido muchísimas. Esto no hace más que responder a la época de incertidumbre que estamos viviendo.

Al final la distopía intenta esclarecer el presente desde una exageración.

No sé si esclarecer el presente, pero sí que las preguntas que a mí me han surgido van hacia el futuro. A veces digo que la novela es un aviso, pero no lo sé seguro; podría ser que el futuro no sea tan fatalista.

Según esta visión tan fatalista, ¿tendremos calles en el futuro con los nombres de los actuales políticos neoliberales?

Nosotros estamos en un momento en el que nos dicen que el progreso es netamente capitalista-liberal. Yo antes de la crisis era de derechas en el sentido económico. Yo me creía el relato de que esto iba como un AVE, que había que dejar que los ricos generaran riqueza, que era su labor. La crisis me supuso la caída del guindo; hice el camino contrario del que se supone que tienes que hacer según maduras. Para mí este sistema capitalista me parece una estafa a gran escala y que está intentando desde los años 80 liberarse de la tenaza del Estado, que cada vez es más tenue. Si nuestra época entiende como progreso este sistema capitalista, no me parece descabellado que en el futuro las calles homenajeen a los artífices de esta sociedad. Las calles en mi libro están dedicadas a neoliberales convencidos como Daniel Lacalle, José María Aznar…

Por eso el sistema económico que aparece en la novela es el de capitalismo racional, ya que continuamente nos están diciendo que tenemos que ser racionales, dejarnos de sentimientos, que tener que ser individualistas… Si la cosa sigue por este camino, no me parece descabellado que les pongan estos nombres a las calles.

Se te han pasado nombres muy neoliberales como el de Albert Rivera o Juan Carlos Girauta.

Esto ya lo he hablado con mis editores y en la segunda edición voy a incluir a Rivera. Pero no sabía si poner una rotonda, ya que siempre da vueltas pero sin saber hacia dónde vas, o un callejón sin salida, que me parece más preciso. (Risas).

Este buen futuro que nos prometen desde el neoliberalismo, tú lo planteas en el libro como una catástrofe: mucha más indefensión de las personas, precios más altos, más pobreza…

A través del libro yo muestro mis preocupaciones. Yo no sé lo suficiente de economía para saber si puede haber un reajuste dentro del sistema. De hecho, mis personajes en la novela son muy ingenuos, lo que me parece una de las cosas divertidas de la novela. Hay un momento que unos revolucionarios le cuentan a la protagonista qué quieren hacer. El lector en ese momento se plantea que serán comunistas o anarquistas. Pero no, ellos quieren una socialdemocracia capitalista. Y hablan de ese sistema, que es del que han oído hablar, el que estamos nosotros ahora destruyendo, y en el que había sanidad y educación pública, jubilación… que había una serie de derechos que ellos ni han olido. Esa ingenuidad de los personajes me parece que es una constante: todos los revolucionarios han imaginado un pasado glorioso para intentar construir un futuro justo.

Lo que no me creo es que el optimismo de los liberales de ahora –y digo liberales con mucho asco porque para mí éstos son neoliberales– piensen que el mundo social vaya a mejor. El problema es que ellos ven las cifras en macro: defienden que hay más riqueza a nivel general, una clase media más asentada…, pero yo me parto de risa ante estos argumentos. ¿A mí qué me importa esto? En esta novela pongo a España como parte del Tercer Mundo y en China crece una clase media. Si en China se crea una clase consumidora, ¿qué pintamos nosotros? Esa es la gran incertidumbre que me lleva a escribir la novela.

Otro tema que aparece en la novela es la desaparición de los Estados tal cual los conocemos hoy en día.

Pero es que ya han desaparecido. Ahora estamos con las banderitas todo el día porque estamos llenos de miedo. Pero mira lo que pasó en Grecia. El poder que tiene ahora mismo un Estado para resolver sus asuntos internos es nimio. Tiene que ser un Estado fortísimo como Rusia o Estados Unidos. Fortísimo digo desde lo mercantil. Pero no es Estados Unidos o China quien manda, sino sus empresas. Por ello sostengo que los Estados ya han desaparecido. Por ejemplo, si saliera Podemos, su capacidad de maniobra sería mínima, ya que España ahora mismo es una deuda. ¿Quién manda entonces? ¿Qué es el Estado ahora? ¿Qué posibilidad tiene un Estado de salvaguardar su sanidad pública o la educación cuando es todo deuda? A nosotros nos hace falta una separación de los poderes políticos y económicos ya. Mientras no se sepa si manda el presidente del gobierno o Iberdrola, estamos en manos de los empresarios, no de los políticos.

La prueba de esto que comentas lo planteas en el libro desde una Cataluña ya independizada, pero a la que no le va mejor respecto a España.

Claro. A los bancos que tienen nuestra deuda les importa un huevo que te llames España o Cataluña; lo que quieren es que sigas teniendo deuda. Lo pienso mucho últimamente. La economía ha crecido en Cataluña y eso que toda la situación política está reventada. Entonces dices, ¿qué importancia tiene todo esto? No le hace ni una muesca.

También en el libro hay una crítica a la situación actual en la que en épocas de bonanza se olvida todo lo sufrido. Esto se puede extrapolar a la subida del precio del ladrillo que estamos volviendo a vivir.

Esto tiene una explicación muy sencilla: la moral que impera en nuestra sociedad es utilitarista. Esto quiere decir que algo es bueno o malo con el criterio de si funciona. Al liberarnos de una moral más filosófica, es la codicia lo que mueve la sociedad. Y ahora estamos en eso. A nosotros nos vendieron que los fondos buitre se iban a comer la carroña y a sanear el mercado de la vivienda que estaba destrozado. Ahora descubrimos que los fondos buitre son otra cosa, que están volviendo a subir el precio del alquiler y creando otra burbuja, ya que con los precios que hay, a día de hoy sale a veces más barato comprar una casa que alquilarla. Y volveremos a las mismas consecuencias, ya que nadie en el poder toma decisiones desde un punto de vista que no sea utilitarista. Todos esos pisos vacíos son un botín. ¿Eso es salir de la crisis? Me parto el culo.

Ante un futuro que pintas tan negro, ¿cómo no te iba a salir una novela así?

Claro, era imposible. Pero si te fijas, es una distopía que no es catastrófica; aquí no ha habido una guerra que ha asolado todo. En mi novela no ha pasado nada, nos hemos ido a la mierda sin que pase nada. Nuestra propia actividad económica es la que nos ha llevado a esta situación. Yo creo que eso es un punto que distingue esta distopía. Me parece que las sociedades se pueden ir a la mierda sin que haya un crack. Antes de la crisis, la mayor parte de nosotros no nos estábamos endeudando. Nos dijeron que había mucha gente que lo hacía, pero yo de la gente que conozco no eran así.

También cobra mucha importancia la violencia en la novela. Una violencia que está influenciada por ‘Los justos’ de Camus.

No lo había pensando. No sabría decirte las referencias, pero la idea básica es que a nosotros no nos separa de la violencia la cultura… A veces pensamos que somos una sociedad muy avanzada personalmente y que ya hemos aprendido como para repetir otra guerra. Pero yo estoy convencido de que lo que nos separa de la violencia es el precio de la comida. La comida basura en el sistema capitalista es tan barata que los pobres son obesos. Yo pienso que si los pobres son obesos, no van a coger un fusil. Ni siquiera van a hacer huelgas. En la novela los pobres son flacos, el precio de la comida fluctúa como el de la luz…, ahí es entonces cuando los pobres pasan hambre y cuando aparece la violencia.

El tema del precio de la comida no me parece tan descabellado según lo que está sucediendo. Yo interpreto que el precio de las salchichas del Día son un mecanismo de control del poder financiero. Un mecanismo muy efectivo, ya que estás engordando al pobre, dándole televisión y dejándole postrado. No sé hasta qué punto ese sistema de control acabarán descuidándolo. Si descuidan esto es cuando surgirá la violencia. Lo que no puede ser es que una sociedad retroceda. Esto ha pasado muy pocas veces en la historia. La sociedad produce violencia mientras va perdiendo derechos, pero estalla cuando se canaliza. Esto puede ser por un dictador o por el encarecimiento de los productos básicos.

Esto que hemos ido comentando es la Historia que subyace en la novela. Pero el peso de la narración la tienen los protagonistas, las historias escritas en minúscula.

Los autores de distopía muchas veces me parecen catedráticos del futuro. De hecho, todo lo que hemos hablado hasta ahora apenas aparece: es el escenario, es lo que pasa por detrás. A mí lo que me interesa es la microhistoria, lo vivido por la gente común. Que los viejos me cuenten cómo era la vida en el Franquismo, en la Posguerra… Me interesa mucho saber qué estaba haciendo la población por ejemplo durante el 11-M. Y muchas historias eran absolutamente bonitas, ya que se trataban sobre cómo la Historia interrumpió sus vidas. A mí me interesa mucho eso. Los personajes asisten a la Historia desde sus enamoramientos, desde sus amistades…, son personas normales. No salen apenas políticos, no hay poderosos. Simplemente la Historia te va llegando.

Partiendo de la base de que no eres economista ni especialista, ¿cuál crees que es la mejor forma para que nuestro futuro no se transforme en el presente del libro?

El problema es que el sistema está muy bien montado: no hay nadie a quien decapitar. Va a ir siempre en función de nuestras intuiciones. Es muy probable que si cortas la cabeza a una persona física, la empresa o la entidad no sufra ni lo más mínimo. Lo que hacen los revolucionarios en la novela es cargarse a todos los empresarios, pero lo que pasa es que no les sirve de mucho. Ahora mismo luchar contra el capitalismo es como luchar contra Internet. Es como una hidra. Por eso no tengo ni puta idea. Lo que sí sé es que hay que armarla como los franceses: a la mínima que les tocan un derecho, lían una gordísima. Y son bastante resistentes. No se me ocurre nada mejor que hacer. Yo en el pasado me he opuesto a huelgas en el periódico, pero ahora lo veo como la única solución.

Ser más conscientes del mundo en el que vivimos…

Yo lo que detesto de la izquierda es que trabaja desde el punto de que tiene que llegar a todas las cabezas. A mí sí me sirve ser más consciente, pero no sé si es una solución. El sistema de propaganda del capitalismo es muy efectivo, ya que te dice que vas a ser joven hasta los 70 años, que vas a disfrutar de muchos productos, que seas tú mismo… Para llegar a ser consciente tienes que hacer el viaje tú mismo. La izquierda yo creo que tiene que luchar por cosas concretas y dejarse de intentar que todos salgan a una a la calle. La mayoría de la clase obrera es de derechas. Lo decía Fernán Gómez: “Yo soy de derechas porque quiero ser rico”. Esto es una identificación que tiene que ver con el deseo de prosperidad. Y es muy difícil luchar contra esto. No me gusta lo de abrir los ojos, no me parece el camino.

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