«Terenci Moix contribuyó a que este país fuera más abierto, libre y moderno»

Fotograma del documental ‘Terenci: La fabulación infinita’.

Anaïs Schaaff es de las que opinan que resulta difícil hablar de alguien como Terenci Moix, porque rara vez se le hace justicia a su grandeza. “Por mucho que intentes explicarte, nunca llegarás a transmitir lo brillante o divertido que era”, apunta la guionista en ‘Terenci: La fabulación infinita’, una serie documental de Filmin (cuatro episodios, estrenada el 22 de septiembre) poco complaciente que ahonda en las luces y las sombras de unos de los novelistas españoles más geniales.

Con ayuda de varias personas de su círculo más allegado, su directora, Marta Lallana, ofrece un recorrido por la ajetreada vida de Terenci, cuyo verdadero nombre era Ramón Moix Messeguer, desde su infancia y adolescencia en el casco antiguo barcelonés. El documental deja patente que esa primera etapa estuvo marcada por la soledad y el rechazo que experimentó aquel escritor autodidacta de mente inquieta, espíritu libre y homosexualidad declarada.

“Alguien como Terenci no podía encajar y vivir en una dictadura como la del franquismo, cargado de ese catolicismo rancio que lo convertía todo en censura y pecado”, comenta a nuestra revista Álvaro Augusto, guionista del documental. “De ahí la necesidad de escapar, de huir. Siempre. Primero, en las salas de cine. Luego, físicamente. Y eso le lleva a Roma, París y Londres, ciudades más abiertas y culturales que cualquier urbe española de la época”.

Icono de la cultura catalana, Terenci logró con sus primeros libros romper con la mojigatería presente en obras como La plaça del Diamant, una novela de Mercè Rodoreda que algunos autores consideraban un referente y que para él resultaba aburridísima. “Terenci se propuso hacer exactamente lo contrario”, apunta Augusto, “una literatura que no fuera gris y taciturna, sino que fuera festiva y lúdica, pero con profundidad emocional y carga reflexiva». Al abordar de forma explícita y natural temas tabúes hasta entonces, como el sadomasoquismo o la homosexualidad, sus libros fueron un soplo de aire fresco entre el aburrimiento de aquella España.

Gracias a su creciente popularidad, Terenci se convirtió en 1977 en el encargado de dar el pregón en el Carnaval de la Ciudad Condal, evento que estuvo prohibido durante toda la dictadura. “Todos los que estáis oprimidos, terminad con la opresión”, aparece recitando el propio autor en el segundo capítulo de la docuserie, que cuenta con cuatro. “Que no haya otro Señor que el pueblo triunfador. Todos los que estáis oprimidos, arrancamos la represión, que no valga otra bandera que el placer triunfador. Y si algún carca pensaba que quizá nos pasamos de rosca, palazo y a la mierda. No queremos carcas en casa”.

Terenci: La fabulación infinita, producida por Filmin, dedica buena parte del metraje a explicar cómo fue la vida sentimental de un hombre que una vez reconoció que solo había sido capaz de calibrar el amor de los demás si estos sufrían por él, “como si en cada amante hubiera un Cristo y en todo amor, un Gólgota terrible que necesito experimentar a mi vez para sentirme vivo”.

Esa curiosa forma de entender el amor la vivió en sus carnes el también escritor Vicente Molina Foix durante un tiempo. “Terenci era muy posesivo y muy excluyente”, asegura frente a la cámara. “Él quería tener su historia, y la historia de amor era para él más importante que el propio amante. Nuestra historia languideció durante un tiempo, hasta que finalmente se acabó. Creo que cogí un poco de temor al amor».

El autor de Chulas y famosas conocería luego, a la salida de un teatro, a Enric Majó, del que fue pareja durante tres lustros. “Terenci sabía vender sus productos y su encanto”, reconoce el actor catalán. “Era un gran publicista de sí mismo y de su entorno, lo que me favoreció en un determinado momento”. En ese sentido, Núria Espert admite también que su amigo Terenci “me obligó a hacer para televisión La Dama de las Camelias para que Enric hiciera de Alfredo, y me obligó a hacer Salomé para que Enric hiciera de Jokanaan”.

Según recuerda Majó, su entonces pareja era un tipo «brillante, inteligente y generoso», pero también «manipulador», lo que precisamente le llevó a escapar de su lado. Optó por instalarse en México, donde Terenci se presentaría un día dispuesto a reconquistarlo. “Allí me habían ofrecido trabajo, podía haberme quedado allí”, explica él. “Terenci vino a México con una vieja casa de pueblo en Ventalló, alquilada, y un perro. Eso es lo que me estaba ofreciendo para volver. Dije y este fue mi error. Me volví a Barcelona y convivimos durante diez años más”.

Pero Terenci digirió muy mal la ruptura amorosa. Por un lado, les dijo a sus amigos que se quería suicidar, y un día, tras sufrir una crisis nerviosa causada por una profunda depresión, acabó en el hospital. Por el otro, utilizó a los medios para poner a parir a su ex, que se llegó a ver bastante solo y desmoralizado a raíz de esa jugarreta. “Durante un tiempo, Terenci le hizo la vida imposible”, cuenta en el documental Luis Antonio de Villena. “A todos sus amigos del teatro y del cine les puso en un brete, diciendo que se olvidaran de él si contrataban a Enric Majó para algo, que él ya no los querría ver ni en pintura. Para Núria [Espert], que era devota de Terenci, no hubo elección”.

Durante una temporada, Terenci se volvió un hombre melancólico y hermético. Cambió el chip a mediados de los 80, justo después de ganar el Planeta con No digas que fue un sueño, una novela ambientada en el antiguo Egipto que narra la historia de amor entre Marco Antonio y Cleopatra. Su buena amiga la fotógrafa Colita cuenta frente a la cámara que, al ganar aquel premio dotado con 15 millones de pesetas, Terenci empezó a llevar un estilo de vida más lujoso y a cuidar su aspecto físico como nunca antes lo había hecho: “Tenía fama de feíto, pero a mí me decía: ‘Hazme unas fotos en las que me parezca a Burt Reynolds’. Hizo una transformación física bastante espectacular. Se puso peluquín, se hizo una limpieza de cutis, se ponía cremas y se empezó a lavar más, porque era un poco guarrete. Realmente, y lo digo con sinceridad, empezó a ser atractivo”.

El círculo más allegado del escritor recuerda que la intelectualidad y cierto sector de la crítica culta empezaron a mirarlo por encima del hombro al considerar que había rebajado su calidad y su ambición literaria en favor de las ventas. Pero él se pasó todas aquellas críticas por el forro. “Empezó a compaginar algunas buenas obras (como sus memorias, que es lo mejor que escribió nunca) con muchas otras que no pasaban de divertimentos menores pero que se vendían muy bien”, apunta Augusto. “Terenci sabía lo que era la alta literatura y sabía que lo que él hacía no se le acercaba ni remotamente. Pero le reportaba fama y dinero, algo que le encantaba”.

Además, aunque era un escritor, Terenci vivía en realidad como una de esas divas de Hollywood a las que a veces entrevistaba en el programa Más estrellas que en el cielo, que lo consagró como personaje mediático. Su tren de vida de lujo incluía caprichos como querer comer percebes todos los días o dejarse una fortuna en carteles de películas antiguas. También se encaprichó de Pablo Parellada, un humilde estudiante de 19 años que en 1992 tuvo la ocurrencia de enviarle desde Madrid una carta en la que le confesaba su admiración.

Pese a la importante diferencia de edad entre ambos (Terenci acababa de adentrarse en la cincuentena), aquella misiva derivó en una relación amorosa que estuvo repleta de viajes y duró alrededor de seis años. “La nuestra fue una relación típicamente griega”, explica Parellada. “Una relación entre un señor que aporta su madurez y un jovencito que aporta su juventud y sus ganas de aprender. Pero esa relación, por muy romántica que fuera, no fue comprendida ni por mi entorno ni por el suyo. Recibí un trato muy injusto por parte de muchos de sus amigos, en gran medida, porque exigían que yo tuviera la misma madurez que ellos, lo cual era imposible”.

Además de explicar que la secretaria de Terenci (Inés) boicoteó su romance como pudo, Parellada aprovecha su entrevista para confesar que el escritor acabó con un problema de impotencia que estaba directamente relacionado con su tabaquismo: “Ya cuando conocí a Terenci se fumaba tres cajetillas de Ducados al día, lo que era insoportable. Era un cigarrillo detrás de otro, con una forma caprichosa de comportarse. Si entraba en un taxi y el taxista se quejaba al verle encender un cigarrillo, él se bajaba inmediatamente y cogía otro. Canal + le propuso presentar la gala de los Oscar en Los Ángeles. Le iban a pagar cinco millones de pesetas, pero él se negó porque en Estados Unidos no dejaban fumar”. Esa adicción al tabaco ocasionó también el enfisema pulmonar que deterioró gravemente su salud física, y que en abril de 2003 le llevó a morir con apenas 61 años.

«Creo que Terenci contribuyó a que este país fuera más abierto, más libre, más moderno», concluye Augusto. “Fue uno de los primeros referentes LGTBI, además de abrir camino para todas las generaciones siguientes. Mezcló la baja y la alta cultura a su antojo (algo que ahora es habitual, pero por aquel entonces no) y fue el mejor y más entusiasta difusor de cine que hemos tenido (en un momento donde el cine seguía siendo despreciado por ciertas élites culturales). Además, predijo la importancia de los mass media y de acuñar un personaje (algo que antes solo había hecho Dalí) que era una mezcla de histrionismo, ingenio, cultura, mordacidad y exageración». Cuando se le pregunta por qué cayó su figura en el olvido durante un tiempo, el guionista responde sin dudar: “Precisamente porque él fue su mejor creación. Y su mejor publicista. Sabía venderse como nadie. Desaparecido él, desaparece parte del atractivo en el que descansaba su obra”.

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