Tres frenéticos días en Forosur_Cáceres_14

Fotografía de la serie ‘Paloma al aire’ de Ricardo Cases.

Fotografía de la serie 'Paloma al aire' de Ricardo Cases.

Fotografía de la serie ‘Paloma al aire’ de Ricardo Cases.

Cumplía su tercera edición bajo un formato derivado de la feria de arte contemporáneo, pero ha funcionado una vez más como debate, cita y reclamo, y también como encuentros entre artistas, coleccionistas y galeristas de toda España. En 2013 abordó las posibilidades artísticas del papel, el dibujo y la celulosa; en 2014, la fotografía, con un invitado de excepción, Pierre Gonnord. Este es el balance reposado de tres frenéticos días de visitas, presentaciones y exposiciones en ‘Forosur_Cáceres_14’, celebrado el último fin de semana de octubre.

Primera parada: Fundación Mercedes Calles-Carlos Ballestero. Exposición ‘Fotografías 1960-2008’, una monográfica itinerante dedicada a Rafael Sanz Lobato que puede verse hasta el 23 de noviembre en Cáceres y desde el 27 del mismo mes en Badajoz, fue el prólogo en blanco y negro de este trayecto. No hay mucho que decir de Lobato (de trayectoria y reconocimientos colmado) como tampoco de la exposición, que pretendía hacer compendio de su obra sin arriesgar lo más mínimo, pero de manera certera. Después vino ‘Gabinete Foto’, 12 proyectos articulados en torno a la fotografía contemporánea que fueron la oportunidad de oro para el lucimiento de galeristas y la adquisición de coleccionistas. Lástima que tuviera un recorrido tan breve porque funcionaría perfectamente como una exposición colectiva y utópica. Chema de Francisco, su comisario, organizó el conjunto siendo consciente de que el mundo de la fotografía no puede restringirse a un solo código expresivo, y así fue cómo obras de Joan Fontcuberta (Gema Llamazares) o Eduardo Arroyo (Álvaro Alcázar) pudieron compartir pared y espacio con artistas como Carlos Ventós (Validfoto), Manolo Bautista (Paula Alonso), Natalia Pastor (Guillermina Caicoya), Andrés Pachón, Ricardo Cases (Ángeles Baños), Luis González Palma (Blanca Berlín) o Dionisio González (Yusto/Giner), cuyos proyectos sí dieron cabida a propuestas arriesgadas que cuestionan algunos de los pilares más asentados de la civilización actual. La decadencia de las ciudades, el proceso corrosivo del urbanismo o el ensimismamiento de la belleza frente a la imperiosa necesidad de acción; también la abstracción o la producción fantástica de imaginar ciudades futuristas; o la veracidad del método documental puesto en tela de juicio desde sus primeros soportes fundacionales: el archivo y el catálogo. Todo esto hizo que Gabinete Foto se alzara como una de las secciones más sugerentes y reflexivas del fin de semana.

Y más exposiciones: ‘La deconstrucción del paisaje’, en el Archivo Histórico Provincial, y ‘El paisaje como narración contemporánea’, en la Sala de Arte El Brocense. La primera contaba con nueve artistas mexicanos (Oswaldo Ruiz, Laureana Toledo, Mauricio Alejo, Pablo López Luz, Manuel Rocha Iturbide, Patrick Silve, Daniela Edburg, Alfredo De Stefano, Alex Dorfman) y estos pusieron en solfa el paradigma del paisaje y el horizonte visual, tal vez enunciados desde una óptica abstracta demasiado convencional, por no mencionar el gesto controvertido del comisario, el propio Manuel Rocha, que se autoexpuso. La segunda, que por el contrario puede visitarse hasta el 22 de este mes, está compuesta por 24 obras de la Colección Alcobendas de Madrid: Ángel Marcos, Pablo Pérez Mínguez, Carlos Cánovas, Concha Prada, Mayte Vieta, José Ramón Bas, Felix Curto o Rosa Muñoz son algunos de los representados. José María Díaz Maroto ha optado por llevar a Cáceres una página de la fotografía dedicada a la proyección de futuro sin olvidar por ello el pasado.

Asimismo, este año se incorporó ‘Open Studio’, cuya esencia era abrir las puertas de los talleres de los artistas para que el público entrara, saliera, palpase y percibiera el hábitat creativo donde gestan y conciben sus obras: Matilde Granados Belvís, Andrés Talavero, Ana H. del Amo y Sebastián, Roberto Massó, Hilario Bravo y César Romero. Por desgracia no pudimos visitarlos todos, pero sabemos que hubo fotografía, pintura, arte sonoro, escultura, dibujo, y algo llamado arte multidisciplinar que todavía no me atrevo a definir con seriedad. Apenas tuvimos tiempo para pasarnos por el Palacio de los Ovando y degustar el plato fuerte del día, la muestra de Pierre Gonnord. Con Gaia, el fotógrafo ha retratado personas que ya no sólo viven en la tierra, sino que se nutren de ella y mecen el fruto del barro en sus manos. El resultado es espectacular, como siempre, pero la fórmula empieza a agotarse. El verdadero sentido de esta obra es el afán genuino, propio del viajero, que pretende mapear el territorio humano con una cámara, pero la dimensión experiencial de esa travesía –espero y deseo equivocarme– tiene un breve recorrido si no se transforma. Tiempo al tiempo.

Al fin y al cabo, lo que más nos interesó fue recoger las voces a debate y escuchar la opinión de los profesionales para poder, sobre todo, calibrar una visión global de futuro en este ámbito de la creación artística. Para ello nos trasladamos al Centro Cultural San Jorge desde donde un nutrido grupo de expertos provenientes de diversos campos profundizaron en el abanico de ventajas, inconvenientes, pero también de posibilidades, que ofrece la fotografía. Los temas fueron variados y el descanso inexistente. La primera de dos jornadas empezó con una disertación sobre la dimensión digital del arte, pero no del hecho de exponer o coleccionar, sino de concebir la comunicación en red. Fernando Castro Flórez moderó una mesa a la que asistieron como invitados Javier Díaz Guardiola (ABC), Araceli Corbo (MUSAC) y Semíramis González, todos ellos volcados en la virtualidad de la experiencia artística desde distintas atalayas. Los tres presentaron sus trabajos y se demostró que las redes sociales superan algunas barreras comunicativas que de otro modo son insalvables. Internet descentraliza el poder, democratiza y ofrece visibilidad, decía Araceli, pero “muchos artistas no saben utilizar las redes para desarrollar sus proyectos”. Y mientras Javier hacía distinción entre nativos y conversos digitales y señalaba algunas falacias que han pasado a la actualidad como que los blogs no tienen ideología o que la digitalización, si ha transformado algo, ha sido el investirnos a todos de poder emisor, “mentira”, Semíramis puntualizaba que las redes e Internet han fomentado inevitablemente el diálogo, el expresarse en comunidad. “Un medio de comunicación es también un medio institucional”, apuntaba Fernando Castro. Hubo parte del público que lanzó al aire la opinión de que las redes sociales –Internet en general– han deshumanizado al ser humano. Fernando intervino de nuevo certeramente: “Vivimos en el imperio del like”. Porque la verdad es que todavía no estamos seguros de si la Red es la promesse de bonheur de Stendhal o si, por el contrario, nos ha convertido en ciudadanos esclavizados al servicio de nuestras propias cadenas.

Después se dio paso a ‘La fotografía en el museo’, una mesa que moderaba Mª Jesús Ávila y en la que Nimfa Bisbe (directora de la Colección La Caixa) confrontó la labor coleccionista de la entidad bancaria con la opinión que Pepe Font de Mora, como director de Foto Colectania (Barcelona), y la voz magistral de Agnès de Gouvion Saint Cyr (hasta 2010 Inspectora General de Fotografía del Ministerio de Cultura de Francia), auténtica protagonista de la velada, tenían sobre el dilema tan controvertido de coleccionar y exponer. Después de escuchar la presentación de Nimfa Bisbe, que a duras penas trató de justificar por qué la colección que dirige nunca ha estado orientada a la fotografía, Foto Colectania dio un puñetazo en la mesa demostrando que su meritoria labor de fomento artístico –acaban de cumplir 12 años– es fruto de un trabajo cultivado. Enseñar colecciones internacionales de fotografía y de autores reconocidos, en series concretas y no a través de retrospectivas: esta es su misión. Y si la comparación entre los dos primeros fue apabullante, tanto como la paella con oreja y la famosa torta del Casar de la provincia en la cena de bienvenida la noche anterior, la aparición de De Gouvion en la sala fue como una tormenta de sentido común y savoir fare. La escritora y comisaria francesa expuso con lucidez el plan rector que toda colección de fotografía debe tener presente si quiere ser exhibida. “La fotografía es esencialmente libro. El problema es la materia y su dimensión, pues vivimos en la estética de lo ordinario y la banalidad”, sentenció en un perfecto francés.

En la última sesión matutina del sábado se reunieron Rafael Tous, Ángel Nieto, Lola Garrido y Fernando Meana para hablar del coleccionismo privado en fotografía. Jaime Sordo planteó con acierto esta mesa en dos bloques, uno de presentación y otro de debate. Fue enriquecedor ver cómo los cuatro coleccionistas discutieron desde posiciones contrapuestas; porque es en esa misma distancia donde se comprueba que hay muchas formas de coleccionar, y por suerte, no son ni parecidas. Si Ángel Nieto habló de obras de estómago y obras de corazón, lo hizo para amurallar la diferencia existente entre coleccionar algo propio y dar cabida a la educación del gusto, es decir, obras que sientes como tuyas y obras que aprendes a querer con el tiempo. Cuentan con unas 250 obras y coleccionan mirando hacia el futuro, la proyección, el ahora. Por su parte, Rafael Tous nos contó que él colecciona historias y que este gusto filantrópico lo ha empujado a recopilar material etnográfico de todo tipo, sin contar con las cerca de 60.000 fotografías que ha ido recogiendo por medio mundo. Después estaba Lola Garrido, que dijo que “de 800 piezas, 650 han sido equivocaciones”, pero que no por ello había dejado de renunciar al estímulo económico de poseer, y por último Fernando Meana, el cual aseguró que a pesar de haber llegado a comprar obras de Rauschenberg o Judd, nunca había realizado una transacción con la intención de contabilizar su rentabilidad en términos fiscales. La segunda parte, la más interesante, confrontó estas visiones en un diálogo abierto en el que hubo espacio para sincerarse o apretarse las cintas de la coraza. Lola Garrido apeló con honestidad –tal vez demasiada– al narcisismo del coleccionista y gesticuló con fuerza al explicar al auditorio la excitación que se siente cuando alguien como ella adquiere alguna ganga. De nuevo Rafael Tous salió al quite confesando su escepticismo frente a los precios del arte contemporáneo y el mundo de las casas internacionales de subastas: “Que una fotografía [de Thomas Struth] cueste lo mismo [unos 4 millones de euros] que los Girasoles de Van Gogh, es algo profundamente absurdo”, a lo que Lola Garrido respondió que las casas de subastas han sido y son el parqué del arte contemporáneo.

Fotografía de la serie 'fe' de Toni Amengual.

Fotografía de la serie ‘fe’ de Toni Amengual.

No llegamos a la sesión de tarde con Pierre Gonnord, Eduardo Nave, Juan Millás (ambos Colectivo NOPHOTO) o Miguel Trillo –tío grande como pocos que mantiene intacta a día de hoy su condición de genio y figura. Debatieron sobre ‘El autor viajero. Geografía y mente’, pero como el tiempo se nos echaba encima, aguardamos puntuales el autobús que salía al Museo Vostell de Malpartida donde Nieves Correa y Abel Loureda presentaron Exchange & MVM –performances paralelas a la programación de Forosur_Cáceres– con cuatro acciones site-specific que, culpa de los horarios, tampoco pudimos ver al completo. Este año el Museo Vostell no absorbió la acogida multitudinaria del año pasado, no hacía falta, pero la notable afluencia de gente siempre es algo emocionante en este lugar, donde lo mismo se topa uno con unos chiquillos subidos a los riscos de los Barruecos como con parejas de ancianos que descansan, viendo atardecer, sobre el poyete de la laguna. Ver cómo el paisaje es capaz de hacer congregar en un mismo punto a gente tan dispar y a la vez tan atraída por el arte contemporáneo sigue siendo algo profundamente estimulante.

 

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La Fundación Helga de Alvear ha organizado la exposición ‘Las Lágrimas de las Cosas’, abierta al público hasta el 11 de enero; pudimos visitarla un día antes de la inauguración, a puerta cerrada, guiados por su coordinadora, Mª Jesús Ávila. Con todo, fue inevitable que la cristología de la llamada Procesión Magna (variante cacereña de la Semana Santa) no se solapara con las explicaciones de nuestro cicerone. El efecto fue rocambolesco, paradigmático, pintoresquista. De un lado, presumiblemente, la razón del arte; del otro, la superstición religiosa. Ambos nos mirábamos con idéntica incredulidad, pero tambores, trompas y trompetas no cesaron hasta cumplir su recorrido. Hoy que lo pienso con cierta distancia, no tengo la sensación de que seamos tan distintos, pues la religión también coexiste bajo formas bien distintas, pero esa es otra historia, volvamos. La comisaria Marta Gili ha dispuesto en Las Lágrimas de las Cosas un mensaje dinámico lleno de actualidad y de sentido común. El año pasado con Sobre Papel –comisariada por Estrella de Diego– la selección de obras comprendía obras de todo tipo y tal vez el desarrollo progresivo era ciertamente laberíntico y yuxtapuesto. En esta ocasión, como respuesta, la fotografía parece haberse prestado con mayores garantías a un mensaje más preciso, pero también más funcional para el visitante.

De acuerdo que el título, basado en dos versos latinos de la Eneida de Virgilio que dicen así: “¿Hay algún lugar en la tierra que no esté lleno de nuestros esfuerzos?… Hay lágrimas en las cosas y lo mortal conmueve el alma”, quizá sea de una altivez que sólo las grandes casas pueden permitirse. Y bueno, si Walter Benjamin llevara razón cuando dice que la relación íntima de las personas con las cosas es fruto del acto de posesión, cosa que me parece sobremanera fútil y que cualquiera, sin ser promotor fundador de la primera Escuela de Frankfurt, podría haber dicho, tal vez si esto es así, como decía, puede que lleguemos a una conclusión cabal de este préstamo literario, pero nunca podría justificar, como así pretende, el itinerario artístico contemporáneo, porque eso sería apropiación indebida e instrumentalización vaga y banal de la cultura. El caso es que por cefas o nefas –gracias Pedro Jota– la exposición poco tiene que ver con Virgilio, era de esperar, pero ojo, porque el engranaje que da cabida al movimiento y desarrollo de la misma es perfecto y eso es lo que importa. Agradable, amarga, corrosiva, impactante, sonora y digestiva. Se puede estar de acuerdo o no con algunas partes de la exposición, pero Marta Gili ha hecho un buen trabajo. Todas las obras, sin ser estrictamente actuales, combinan el sugerente estímulo de la contemporaneidad con el espacio necesario para articular pequeñas historias que unen pasado, presente y futuro.

Fotografía de la serie C.E.N.S.U.R.A de Julián Barón.

Fotografía de la serie C.E.N.S.U.R.A de Julián Barón.

La aséptica energía de las obras de Thomas Ruff, cuyo ejercicio fotográfico se bebe, extrae y succiona la realidad viva del hombre para simplificarlo al sustrato técnico, material o puramente objetual, logra dialogar directamente con el ensimismamiento lírico de Rodney Graham y sus árboles concebidos como personas, cuya dislocación visual (están fotografiados al revés) cuestiona el orden establecido de la mirada y, sobre todo, la canonicidad de nuestra percepción izquierda-derecha-arriba-abajo. Y es que a esta exposición podemos darle la vuelta cuando queramos, no hay recorrido, sino campos narrativos. De tal modo nos topamos con La pareja de Oppenheim, homenaje supremo a Van Gogh y auténtica vuelta de tuerca sobre el concepto de Einfühlung, o propinarnos una dosis refractaria de inmortalidad viendo cómo la Guitarra arrastrada de Christian Marclay, con todas las significaciones políticas y raciales que implica, no sucumbe ante el brutal maltrato físico de un hombre.

Ai Weiwei, Jitka Hanzlová, Nan Goldin, Martin Boyce, Candida Höfer, Ryuji Miyamoto, Pierre Huyghe, James Casebere, Helena Almeida, Jeff Wall, Thomas Demand, Ignasi Aballí, Hans-Peter Feldman, Jack Goldstein o Gordon Matta-Clark son algunos de los artistas representados en la muestra, y les aseguro que muy pocos son casuales. Una exposición grata que, en definitiva, les invito a visitar si tienen la oportunidad de acercarse por Cáceres.

 

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Faltaba un último cartucho de debates: ‘Comisarios en torno a la fotografía’. Horacio Fernández, José Mª Díaz-Maroto y Leonor Nazaré (asesora del CAM Gulbenkian), moderados por Rafa Doctor, charlaron en torno a las inconveniencias y posibilidades que ofrece la fotografía respecto al comisariado. El encuentro fue algo almidonado por la exposición que Leonor, portuguesa, se esforzó al hacer en español, leyendo su comunicación, consumiendo tiempo de debate y excediéndose así del tiempo estipulado. Horacio Fernández y Díaz-Maroto consiguieron enderezar la mesa, presentando casos prácticos y abriéndose a un público receptivo que, a pesar del madrugón, llenaba tres cuartas partes de la sala. Horacio fue al grano: “Curadoría es acercar las obras a la gente a la que se dirigen”. Y Maroto, en una intervención posterior, dijo que comisariar es “crear, ordenar y enseñar”. Lo que en principio estaba guiado al funcionamiento de exposiciones y prácticas concretas, finalmente mutó en consideraciones en torno al concepto de foto-libro. No se llegó a ninguna conclusión, dado que la gente también preguntó sobre Internet y la posibilidad de futuro que supone para muchos artistas utilizar plataformas más sostenibles de desarrollo. Es evidente que el escepticismo todavía existe por mayoría. Gran parte de los profesionales son precavidos y prefieren no concebir la red como elemento sustitutivo de la dimensión analógica.

El último bloque era el segundo encuentro de coleccionistas al que opté por no ir y, en su lugar, llevé a cabo un pequeño experimento de campo: preguntar a los cacereños sobre el conocimiento o desconocimiento de esta cita-encuentro de carácter festivo.

Fotografía de la serie 'A la hora en el lugar' de Eduardo Nave.

Fotografía de la serie ‘A la hora en el lugar’ de Eduardo Nave.

Aunque la organización puso al servicio de la prensa todo tipo de facilidades y su cuerpo de comunicación fue más que solvente, salvando lo salvable como es de esperar, pues no se puede ser ubicuo a pesar de que te paguen por ello, el resultado, como digo, fue demoledor. Tuve tiempo de preguntar a unas 60 personas (entre ellas familias y particulares, pero también turistas) y apenas diez supieron responderme. Contando con que tres o cuatro de estas diez sólo sabían qué es Forosur_Cáceres de oídas, el diagnóstico fue clarividente. Su programa no cala en la sociedad y tal vez sea cuestión ya no de medios o trabajo, sino de optimización de recursos. Un caso, por ejemplo: las señalizaciones son escasas en toda la ciudad. No hay carteles, tampoco banderolas. Los profesionales supimos cuáles eran los puntos de encuentro, pero la gente los ignoraba por completo. Si a esto sumamos que además coincidió (también el año anterior) con un paso procesional de gran valor provincial, estaremos ante un claro despiste de previsión. Por el contrario, su comportamiento en redes ha sido impecable. Se tomaron la molestia de registrar los debates –que son de interés público– en su canal de YouTube para que todos los que no asistieron en persona puedan verlos y escucharlos cuando quieran; y en Facebook o Twitter se pudo seguir casi a tiempo real. Pues sí, ellos lo hicieron.

La selección de ponentes ha sido totalmente acertada, diría incluso que mejor que el año pasado. También el pasado Gabinete Estampa, que este año dio paso al Gabinete Foto, ha funcionado mejor, con relatos más variados y acordes a los tiempos que corren

Ahora bien, si me preguntan por el balance general de Forosur_Cáceres_14 les diré que es un lugar de encuentro privilegiado para todo aquel que quiera conocer el complejo mundo del arte contemporáneo en detrimento, claro está, de gran parte del coleccionista, que sigue vetando su espacio a intrusiones populares. Acaso la falta de previsión termina por anegar todo afán aperturista, es cierto, pero no debemos olvidar que el arte también necesita patronos que promuevan las artes y galeristas que las exhiban y, por último y por raro que pueda parecer, artistas que lo produzcan. Si no logramos crear un hábitat armónico entre estos agentes, la cultura podría llegar a convertirse en una especie de pirámide de Maslow del arte contemporáneo donde comen pocos y trabajan muchos. Y eso no lo queremos. Estamos aquí para recoger los beneficios culturales, pero también para invertir en el capital humano del que sigue dependiendo. No lo olvidemos.

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