Tres lecturas muy recomendables en torno a la naturaleza para el verano

La escritora Mary Oliver.

Para entrar con buen pie y buena cabeza en julio, os proponemos tres lecturas en torno a la naturaleza. Tres libros exquisitamente editados por Errata Naturae: ‘La escritura indómita’, de la poeta norteamericana Mary Oliver, que recoge textos que muestran cómo la poesía y la naturaleza la salvaron de una niñez y una adolescencia muy dolorosas. En Biofilia’, Edward O.Wilson, uno de los biólogos más importantes de la actualidad, nos lleva de paseo por su vida y por algunos de los lugares donde ha realizado sus investigaciones. Y ‘La vida en el océano’, con textos e ilustraciones de Julia Rothman, nos propone un viaje refrescante, divertido y crítico con el papel de los humanos.

¿Os imagináis un libro en el que uno subrayara todas las páginas, cada frase, cada palabra? Pues es lo que he deseado yo al leer La escritura indómita, de la poeta norteamericana Mary Oliver y que ha publicado con la exquisitez de siempre Errata Naturae, con una estupenda traducción de Regina López Muñoz (qué gusto da leer traducciones cuando quien traduce no solo conoce la lengua que se vuelca, sino su propia lengua, algo que muchas veces se da por sentado y no es así). Confieso que no conocía la poesía de Mary Oliver, aunque su obra goza de una gran acogida tanto por parte de la crítica como de los lectores en Estados Unidos, según cuenta en el prólogo Elena Medel.

En La escritura indómita dialogan varios textos ensayísticos y autobiográficos, escritos desde el corazón y la lucidez de una poeta que ama la naturaleza, que vive en ella. Poesía, ecología y vida se entrelazan. La poesía y la naturaleza salvaron a Oliver de una niñez y una adolescencia muy dolorosas. Cuando en su casa había jaleo (sufrió malos tratos y abusos), ella se refugiaba en el bosque cercano con un libro de Walt Whitman, “el hermano que no tuve”, dice en el ensayo que le dedica.

En realidad Whitman resuena en todos los textos de La escritura indómita. El vitalismo de Hojas de hierba, la fuerza de sus palabras, le ayudaron a pensar que la vida no era esa soledad que sentía entonces, que tenía amigos que le hablaban de la belleza y de la vida, aunque esos amigos estuvieran muertos, como el propio Whitman. ¿Pero qué es la muerte en realidad? La poesía, como todo lo espiritual, es un diálogo entre los vivos y los muertos. “En Ohio, en la década de 1950, un puñado de amigos me mantenía cuerda, alerta y leal a mis mejores y más disparatadas inclinaciones. Mi pueblo no demostraba ni mejor ni peor disposición hacia la realidad de la poesía que cualquier otra pequeña localidad del país: no represento un caso excepcional de infancia solitaria. Distanciarme de las convenciones de aquella época y lugar fueron un requisito inevitable, sin duda, para vivir la vida que estaba eligiendo de entre todas las vidas a mi alcance. Por supuesto, a ninguno de mis amigos los conocí del modo habitual: eran desconocidos y solo vivían en sus escritos. Pero no por ser amigos fantasmales eran menos fieles, influyentes y asombrosos. Es decir, decían cosas asombrosas y para mí aquello transformó el mundo”.

Nada de autocompasión. De todos los textos, algunos publicados antes en revistas, me han fascinado especialmente dos: Pluma, papel y un soplo de aire y Sobrevivir. En el primero hay un extracto de las anotaciones que escribe en la pequeña libreta (“pequeña, de siete centímetros y medio por doce y medio, y cosida a mano”) que lleva 30 años en su bolsillo de atrás. Libreta en la que escribe desde la lista de la compra, la primera vez que ha avistado un ave o frases que le recuerdan una experiencia determinada y que acaban formando parte luego de un poema o de un texto en prosa. Frases como estas:

“Espero no llegar a los cien / en los brazos de mi familia. / La vocecilla mortífera

de la vanidad”.

“Es mejor para el corazón romperse / que no romperse”.

“Una vida entera y en esto se resumen todo: belleza y terror”.

“Cultura: poder, dinero y (ergo) seguridad

Arte: esperanza, imaginación, la necesidad de expresarse / que tiene el alma”.

“Quizás soñar sea meditar antes de la existencia del lenguaje. Ciertamente, los animales sueñan”.

“Si matas el conocimiento, ¿cómo se llama lo que has perdido?”.

“Tras una infancia cruel, una debe reinventarse. / Y luego, reimaginar el mundo”

De eso, de reinventarse, de re-imaginar el mundo, nos habla en Sobrevivir, un texto con muchas resonancias autobiográficas: un paseo por el campo con su viejo perro, el encuentro con un zorro, recuerdos, reflexiones, la vida y la muerte como caras de una misma moneda, la conexión con la naturaleza (“Creo que todo tiene un alma”) en una especie de panteísmo del que la escritura y la lectura forman parte: “Leía como debería nadar una persona: para salvar la vida. Y así escribía también”.

Me ha costado escribir sobre este libro profundo y sabio, destilado a lo largo de los años, porque tengo la impresión de que cualquier cosa que diga, mis argumentos y mis explicaciones para animar a su lectura, quedarán siempre muy por debajo de lo potente que es en realidad. Solo diré que desde ahora forma parte de mis libros de cabecera, de esos que te acompañan a todas partes, como los buenos amigos y las personas queridas.

“La forma es certeza. La naturaleza lo sabe, y no existe mejor consejera”, escribe Oliver. Una forma, la de la naturaleza, que lleva años intentando descifrar Edward O.Wilson, uno de los biólogos más importantes de la actualidad. Lo cuenta en Biofilia (Errata Naturae, traducción de Teresa Lanero), un libro en el que este científico-poeta nos lleva de paseo por su vida y por algunos de los lugares donde ha realizado sus investigaciones. Como todo buen paseo, el autor va de una época a otra de su vida, de un lugar a otro, en textos que se habían publicado antes en revistas y en los que mantiene un sabio equilibrio entre la descripción científica, el rigor y la prosa literaria. Se detiene en lo minúsculo, en las hormigas y su fascinante estructura social, en las abejas. Nos transmite esa fascinación por lo que no vemos por ser tan pequeño y que despreciamos. Considera que su trabajo como científico es lo más parecido al del explorador, que uno nunca acaba de saber del todo, que el asombro por descubrir nos lleva a hacernos más preguntas cuando obtenemos algunas respuestas.

Abundan las reflexiones en torno al supuesto conflicto entre las humanidades y las ciencias, algo que él no acaba de ver del todo pues entiende, como algunos de sus antecesores, que la ciencia también busca la belleza, aunque sea de otra manera: “Los científicos no descubren para saber, saben para descubrir. Esa inversión de objetivos es más que una característica, es la esencia del asunto. Los humanistas son los chamanes de la tribu intelectual: los sabios que transmiten el folclore, los rituales y los textos sagrados. Los científicos, por su parte, son los exploradores y cazadores. Nadie premia a un científico por lo que sabe”, escribe en el capítulo La especie poética, uno de los que más me han interesado, y que casi puede leerse como la propuesta estética de su autor.

Biofilia es un libro motivador, que interesará tanto a los especialistas como a los lectores en general, pues encontrarán entre sus páginas a un científico con alma de poeta. El paseo con Wilson, por su vida como científico, nos llevará a interpelarnos sobre lo que somos como especie y como individuos.

La exploración, los nuevos descubrimientos en torno a lo que nos rodea, deberían llevarnos a amar este planeta azul que nos ha dado la vida a los humanos, a valorar más nuestra casa. Pero nos encontramos al borde de un precipicio y aún no hemos pisado el freno. Quizás ese asombro por la naturaleza habría que inculcarlo desde pequeño, cuando más salvajes somos, y más empatía tenemos hacia nuestros compañeros de viaje, los animales. He disfrutado como un niño con la lectura de La vida en el océano (Errata Naturae, traducción de Susana Rodríguez), con textos e ilustraciones de Julia Rothman. Como dice Rafa Ruiz en Toletis, también La vida en el océano es un libro para niños de 7 a 107 años. Esta ilustradora norteamericana, como su colega Wilson, nos llevan de paseo por la vida en el océano y su importancia en nuestra propia vida. Un paseo refrescante, divertido y crítico con el papel de los humanos. No se puede amar lo que no se conoce. Y este libro, lleno de belleza, nos enseña el camino.

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Comentarios

  • Vicente

    Por Vicente, el 02 julio 2021

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