¿Tú también te quedaste congelada? No, estoy en rehabilitación intelectual

Foto: Facebook.

Iniciamos hoy nuestra serie ‘Relatos de Agosto’ en colaboración con el Taller de Escritura de Clara Obligado. Este año el tema sobre el que girarán los textos es el futuro. Fue la única consigna: el futuro. Y que cada cual imaginara lo que quisiera. En esta primera entrega asistimos a un coqueteo muy mediatizado por Facebook y la tecnología: “¿Tú también te quedaste congelada?”. “No, estoy en rehabilitación intelectual, dicen que soy una inadaptada y vuelo sin alas”. “No sabía que siguiera existiendo”. “¿El qué?”. “La Filosofía… “.

POR JUAN LAMA

–¿Y por qué no se apartó si lo vio llegar? –le preguntó un agente de la Compañía de Seguros, aunque la epidemia estaba ya muy extendida y no debería haberse sorprendido.

Ángel alzó los hombros por respuesta. Lo vio venir y no se explica por qué se quedó congelado.

–El seguro no le indemnizará por una negligencia suya.

Le dieron el alta y cuando llegó al coworking, que también le servía de vivienda, encontró el suministro semanal de Amazon amontonado bajo la litera. Abrió algunos paquetes y no detectó el olor a podrido porque el olfato lo había perdido hace mucho. Tres meses en el hospital. Abonado al gourmet prime, recibía los lunes el pedido con las 3 x 7 comidas semanales, una dieta adaptada a sus necesidades fisiológicas por un algoritmo culinario. Bastante desaborida le pareció al principio. A la dieta debía en parte la salud y el buen tipo que lucía a sus 85. “Qué fastidio. Ahora tendré que pagar un plus por el reciclaje de residuos alimenticios”.

Ángel tuvo suerte; entró en Uber a los 25, primero conductor y ahora jefe de Tráfico Aéreo del Sector 105B. Fue en 2021 y tenía seguro médico. En 2030 se acabó la Sanidad Pública definitivamente.

Para la cadera biomecánica y la rehabilitación le dieron una hipoteca a 30 años. Llevaba ahorrando desde los 40 para darse unas vacaciones en Benidorm. Ahora será imposible.

En rehabilitación conoció a otros a los que también les había pasado lo mismo. Era una epidemia, sobre todo la sufrían los jóvenes de 60. “No creo que lo hagan conmigo, soy un empleado modelo. El despido es el desenlace final; si no pago el tratamiento vitalicio, me caerán los años de golpe. Y la hipoteca, 30 años. Si me despiden y no saldo la hipoteca, se la cargarán a mi hija y a mi nieto. ¿Estarán vivos? No sé de ellos desde que hace 20 años interrumpieron las comunicaciones con Marte”

En rehabilitación conoció a Marga, 77 años, profesora de Filosofía. Le llamó la atención la desenvoltura de sus movimientos y su expresividad aérea.

–¿Tú también te quedaste congelada?

–No, estoy en rehabilitación intelectual, dicen que soy una inadaptada y vuelo sin alas.

–No sabía que siguiera existiendo.

–¿El qué? —preguntó Marga.

–La Filosofía.

–Bueno, así la llaman, se ocupa de explicar el Origen. Cuándo y por qué empezó a decidir Él. Y lo bueno de que no haya guerras ni enfermedades ni vejez. Una conquista evolutiva, dicen.

–¿Y lo sabes?, cómo empezó todo.

–No, mi especialidad es inversa, estudio cuando dejamos de tomar decisiones. Aquí estoy encontrando razones. Esta epidemia.

–Sí, ¿qué es? —Ángel puso las cejas en tejadillo al preguntar.

–Una pérdida. Esa es mi teoría.

–Cuéntame —inquirió Ángel.

–El instinto es servirse de una herramienta que la evolución pone a disposición de la especie, las alas. La inteligencia es volar sin alas –sentenció Marga recordando a Bergson.

–Pues no lo entiendo.

–El instinto es el uso inmediato del instrumento para conseguir el fin. No hay obstáculo ni intervalo entre la decisión y el acto. Un gorrión quiere volar y vuela, vuela incluso sin querer. La inteligencia es salvar un obstáculo para el que la naturaleza no nos ha provisto de instrumento. De la decisión al acto hay un trecho, una fabricación, una reflexión, un querer lo que no se puede.

–¡Hala!, sigo sin entender –a Ángel le pareció que ella volara al hablar, quizá eso fuera pensamiento.

–¿Cuándo fue la última vez que tuviste un problema?

–¿Un problema?

–Sí, algo que resolver o decidir.

–No sé.

–¿Estás casado?

–Sí, me casé.

–¿Y cómo encontraste esposa?

–Facebook me recomendó un perfil. Fuimos muy felices, luego a ella la despidieron, ya sabes, hace diez años. Jamás tuvimos problemas, fuimos muy felices, aunque nunca pudimos ir a Benidorm. La echo de menos.

–Lo siento. ¿Qué te pasó a ti? –Marga insistió con la mayéutica.

–Un patinete autónomo. Estaba en zona de tránsito, lo vi venir y me avisó, pero no reaccioné. No me había pasado antes.

–Exacto. Es la epidemia.

–¿Cuál?

–Estamos perdiendo el instinto, la inteligencia ya está olvidada. No tenemos reflejos. Los jóvenes lo sufren antes y Él los mantiene estabulados en el coworking; en cuanto salen del confinamiento, tropiezan con algo o algo con ellos, se les caen las cosas de las manos.

–Aquí son muy torpes con la sincronización –observó Ángel, que ya había notado en él mismo la falta de reflejos.

–Claro. ¿Tú has conducido?

–Sí, trabajé como conductor antes del automatismo –Ángel se sentía hechizado por Marga.

–Por eso has tardado en sufrir la epidemia –Marga se sonrió al ver la expresión de embobamiento en Ángel.

–¿Y tú?, parece que no la tienes. Se te ve ágil y guapa –dijo Ángel lisonjero.

–No creas. Amarga la vida y quiero apurar hasta la última gota de este cáliz.

Ángel consultó con Facebook antes de decidirse. La incompatibilidad era absoluta, completamente desaconsejable, problemas a la vista. A pesar del riesgo de caída, Ángel quiso desafiar a Él. Decidieron volar a Benidorm aunque no pudieran.

 

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