Una abuela muy valiosa para estos días, entre el humor y la supervivencia
Hoy quiero hablaros de la emoción y el confinamiento. De la lectura y del talento. Y sobre todo del sentido del humor, tan imprescindible en estos días de excepción. Entre las obras que considero esenciales para sobrevivir en casos extremos, hay una que nunca falla. Hoy quiero hablaros en ‘El Asombrario’ de ‘Los platos más picantes de la cocina tártara’, de Alina Bronsky. Con una abuela que es oro puro; que estos días también debemos enviar un mensaje especial de respeto a nuestros mayores.
Vivimos días muy complejos y quizá –y precisamente por ello- también ricos en muchos aspectos. La complejidad abre posibilidades que de otro modo seguramente no experimentaríamos. Estamos confinados, esa es la realidad resumida, pero no es la única. El confinamiento es un paréntesis impuesto por la excepción, un conjunto vacío que cada uno llena como quiere o puede. El confinamiento es un parón abrupto, no elegido, una ruptura que hay que vivir sí o sí en la intimidad. Hay que sobrevivirlo como sea porque es finito, esa es una música que nos suena mucho a los/as escritores/as. “Cuando escribo desaparezco de la vida cotidiana, me encierro y no estoy”, me he oído responder muchas veces durante estos años de entrevistas. “Cuando me confino y escribo, soy libre”. Es así de cierto y de incomprensible. Cada una de mis novelas es el resultado de un confinamiento de medio año durante el cual lo que habita fuera es amenazador. Lo exterior es el enemigo porque el mundo de la novela en la que trabajo durante esos meses es frágil y delicado y puede contagiarse de lo que ocurre fuera y morir, dejar de oírse. Mi plexo se alimenta de esos períodos en los que recargo las baterías de la emoción, no sabría explicarlo mejor.
Y de eso quiero hablaros hoy: de la emoción y el confinamiento. Y también de la lectura. Y del talento. Y sobre todo del sentido del humor, tan imprescindible hoy para la supervivencia. Hay novelas que difícilmente se explican si no es recurriendo a la experiencia más íntima. Son las que se quedan. En mi caso, cuando en mis charlas o en mi curso sobre la Voz y el Miedo me preguntan cuáles son las obras que considero esenciales para sobrevivir en casos extremos y/o para aprender a escribir, hay una que nunca falla. Es Los platos más picantes de la cocina tártara de Alina Bronsky, publicado por Siruela.
Confieso, antes de seguir, que como muchos y muchas de quienes me leéis, soy de humor difícil cuando tengo un libro en la mano. Sonrío quizá, raramente me río. La carcajada, después de haberla agotado en mi adolescencia con La conjura de los necios y el primer Sharp, no había vuelto a aparecer hasta que hace unos años cayó en mis manos la historia –y la voz- de Rosalinda. Confieso también que el título de esta novela me pareció tan poco atractivo que la aparqué durante casi un año. Error. En cuanto empecé a leer y tropecé con la descripción que la protagonista nos regala de su hija, a la que acaba de descubrir embarazada –“Sulfia no era inteligente. Se podía decir incluso que era bastante tonta. Aunque fuera mi hija. Peor aún: era mi única hija”–, entendí que había encontrado oro.
Oro parece y, efectivamente, oro es. Madre horribilis de la pobre Sulfia, una sufrida enfermera que intenta por todos los medios huir de su suerte familiar y de los planes cada vez más surrealistas que Rosalinda elabora para la supervivencia de las tres en una Moscú que se derrumba con la URSS, la capacidad conspiratoria de esta abuela tremebunda no conoce límites. Es una mujer dispuesta a todo para conocer el alivio, y cuando Rosalinda está “dispuesta a”, arrastra con ella a quienes la rodean. Sin clemencia. Sus reflexiones son poco menos desopilantes que sus actos y su voz tan políticamente incorrecta como el momento histórico que la enmarca. Estamos ante un todo vale en mayúsculas: una abuela que manipula a discreción, una hija que desea que la vida se la lleve antes de que su propia madre termine con ella y una nieta, la pequeña Aminat, que es el vivo retrato de su abuela, aunque en versión 3.0: la pequeña de la familia es un demonio tártaro por cuyas venas corre una sangre que es lava.
Pero la risa, la de quienes estamos aquí, al otro lado de sus vidas por escrito, es apenas la música de fondo que enhebra esta fascinante aventura hacia un mundo mejor sobre un paisaje único: el delirante entramado del post comunismo soviético. En el universo Bronsky la risa está de antemano permitida, porque en el fondo Rosalinda ama a hija y a nieta como una fiera. Ella entiende el amor así, desde la víscera, sin un bien ni un mal que la guíen. Su mente conspira desenfrenadamente para encontrar un mundo mejor y su corazón cubre a Sulfia y a Aminat como una manta vieja. Esta abuela es una de mis grandes hallazgos en años: personaje perfecto, genera y provoca tantas cosas con uno solo de sus párrafos que su lectura rompe el plexo y saca de nosotros lo que alivia. Los platos más picantes de la cocina tártara hace bien –os hará bien– porque ayuda a perdonar(nos) desde lo más íntimo y salvaje del humor.
Quienes en vuestro confinamiento añoréis a mi Mencía de El tiempo que nos une, estáis de suerte: hallaréis aquí a su gemela soviética. Desde el primer momento, adoraréis y odiaréis a Rosalinda, pero no podréis despegaros ya de ella y la risa –la vuestra– os hará bien, creedme.
Esta novela es el mejor libro de recetas que puedo ofreceros para estos días de conjunto vacío. Porque la supervivencia necesita del humor.
Y porque es, sobre todo, una de las más intensas historias que leeréis sobre un amor de abuela.
Oro puro.
Comentarios
Por ELENA, el 17 marzo 2020
Gracias, muchas gracias por esta estupenda recomendación. Las historias de las mujeres bien contadas son siempre interesantes. Esta en concreto, es vibrante, emotiva, divertida y muy inspiradora.