Una educación más sana: conectar los coles con la naturaleza
La Traviesa Ediciones continúa con la publicación de magníficos libros para reorientar la educación hacia la naturaleza, lograr aulas más verdes y saludables, nuevas generaciones más creativas y más concienciadas, de una forma natural, con el cuidado de nuestro entorno. Recientemente han publicado otro de estos volúmenes, que puede resultar imprescindible para familias y centros docentes con mentes abiertas: ‘Criando salvajes’, de Scott D. Sampson. Reproducimos aquí algunos de sus capítulos, llenos de sabios consejos y muy fáciles de aplicar entre nuestra infancia.
Aprender en el lugar
Retrocedamos un momento e imaginemos cómo nos gustaría que fuera un entorno de aprendizaje reinventado y verdaderamente centrado en el alumnado. Un entorno así celebraría la autonomía y la individualidad de sus estudiantes, aprovechando sus fortalezas e intereses para impulsar su curiosidad. En lugar de anularla, fomentaría la inspiración y el entusiasmo a través de muchas actividades prácticas, en el mundo real, muchas de ellas más allá de las paredes del aula. Se haría hincapié en el desarrollo de la personalidad sobre la base de valores fundamentales, como la belleza, la verdad y la bondad. Y, si se llevara a cabo con éxito, este sistema engendraría una fascinación por las maravillas de la vida y la Tierra, profundamente arraigada y duradera que, a su vez, se traduciría en un deseo de continuar aprendiendo durante toda la vida.
Sorprendentemente, en los últimos años ha surgido un importante movimiento dentro de la educación que encarna todas estas cualidades. Hasta ahora, las distintas corrientes de este movimiento solo están conectadas de forma dispar y se conocen con diversos nombres: educación basada en el lugar, educación experiencial, educación ambiental, educación para la sostenibilidad y aprendizaje expedicionario. Las escuelas de la tradición Waldorf y Montessori han estado durante mucho tiempo a la vanguardia de este movimiento. Aunque los distintos enfoques mencionados no coinciden siempre del todo (por ejemplo, algunas escuelas de educación experiencial no se centran en la naturaleza local), estas diferencias se ven superadas con creces por los aspectos comunes, como el aprendizaje experiencial, basado en la curiosidad, su enfoque práctico, basado en proyectos, a menudo al aire libre, con tiempo dedicado a la reflexión. Yo prefiero el concepto más neutro: educación basada en el lugar, en parte porque palabras como medioambiente y sostenibilidad tienen muchas otras connotaciones.
En su mejor expresión, la educación basada en el lugar utilizaría la comunidad local –que abarca la naturaleza y la cultura cercanas– como base de todo el plan de estudios. Tanto si la asignatura es matemáticas como lengua y literatura, ciencias o humanidades, el énfasis está en las experiencias en el mundo real y en proyectos integradores en los que la comunidad circundante es el punto de partida. Estos proyectos suelen implicar un estudio en profundidad que trasciende los límites académicos tradicionales, integrando, por ejemplo, las ciencias, las matemáticas, el arte y la lengua. Empezar por lo local resulta ser no solo una forma eficaz de comunicar ideas, sino que afianza el significado real de la educación. El servicio a la comunidad es una característica habitual y el alumnado participa en actividades como el cuidado de jardines y la limpieza de las riberas de ríos, la plantación de árboles o la puesta en marcha de programas de reciclaje. Otro elemento importante es que el profesorado y el alumnado pueden asumir cierto control sobre el plan de estudios, creando conjuntamente los contenidos basándose en intereses compartidos y en la colaboración.
Lejos de limitarse al entorno cercano, el aprendizaje basado en el lugar utiliza experiencias directas en paisajes locales para facilitar los estudios a mayor escala. Es mucho mejor conocer y vivenciar íntimamente el bosque local de robles o abetos, antes de sumergirse en libros y vídeos sobre la desaparición de la selva amazónica. Incluso si el tema está relacionado con acontecimientos históricos de un lugar lejano (por ejemplo, la guerra de Vietnam), muchas veces es posible empezar en la propia comunidad (por ejemplo, entrevistando a excombatientes de Vietnam). La lógica es que el aprendizaje activo requiere una experiencia de primera mano que, a menudo, suele limitarse al entorno cercano.
El modelo educativo dominante, basado en el arribismo (aprender para ganar dinero), contrasta con la educación basada en el lugar, sustentada en valores como la comunidad, la sostenibilidad y la belleza. Esta educación promueve exactamente el cambio radical y necesario que necesitamos si queremos restaurar el vínculo entre el ser humano y la naturaleza, además de preservar una ecología y una economía viables a escala planetaria. La innovación en educación ha demostrado una y otra vez que el entorno local proporciona un contexto idóneo para comunicar prácticamente cualquier materia, desde la historia y las matemáticas hasta la lectura y la ciencia. Las escuelas estadounidenses, vigésimas en el ranking mundial, tienden a ofrecer cada vez más horas de clase, estableciendo jornadas escolares más largas y menos tiempo dedicado al almuerzo y al recreo. En cambio, en Finlandia, que está entre los primeros del ranking, sus docentes optan por reducir las horas de clase y aumentar el tiempo de juego. Gran parte de este juego se realiza al aire libre en entornos naturales, incluso en los fríos meses de invierno escandinavos. De hecho, además del recreo habitual, el alumnado suele tener quince minutos de juego al aire libre entre clase y clase. En Finlandia también dan a sus docentes mucha más independencia para impartir el plan de estudios.
Las forest kindergartens también han sido pioneras por poner énfasis en el aprendizaje y el juego al aire libre para las edades más tempranas. Se originaron en Europa y ahora están apareciendo en toda Norteamérica y en otros lugares del mundo. Estas escuelas en el bosque están ganando popularidad, incluso en zonas relativamente pobres en naturaleza y en ciudades densamente pobladas. Dirigidas principalmente a edades de entre tres y seis años, estas iniciativas fomentan el juego y el aprendizaje en entornos al aire libre durante todo el año. En lugar de juguetes comerciales, los objetos de juego consisten sobre todo en piezas sueltas, naturales y sencillas de encontrar. Si te estás imaginando a niños y niñas llorando, temblando de frío o en medio del barro, te equivocas. Según todos los informes, la infancia disfruta al aire libre. El entorno también tiende a reforzar su sistema inmunitario y a mejorar habilidades físicas como el equilibrio y la agilidad. Aunque parezca mentira, las niñas y niños que asisten a las escuelas en la naturaleza tienen menos accidentes, en parte porque aprenden a evaluar los riesgos y ganan autoconfianza al moverse por entornos diversos.
El énfasis tradicional de la educación en tres conocimientos básicos
–lectura, escritura y aritmética– ha proporcionado al alumnado herramientas esenciales, útiles en muchas situaciones. Sin embargo, si aislamos a la infancia de la naturaleza cercana, encerrándola entre las cuatro paredes del aula y del hogar, se pierde el significado y la belleza de los cambios de estación, del canto de los pájaros o de las tormentas. Se acostumbran a la violencia de los entornos construidos y permanecen indiferentes ante el deterioro de los hábitats.
David Orr, catedrático de biología ambiental en el Oberlin College, decía que “toda la educación es educación ambiental… porque eligiendo lo que se incluye o se excluye, se enseña al alumnado que forma parte o no del mundo natural”. El planteamiento clave de Orr es que no incluir el medioambiente como parte del proceso educativo envía un mensaje oculto, pero muy claro: el medioambiente no importa. Si el aprendizaje se basa en lo local, el alumnado llega a comprender cómo surgió su lugar, cómo funciona hoy y qué necesita para prosperar en el futuro.
El concepto de aprendizaje experiencial basado en el lugar no es en absoluto una innovación reciente. El célebre filósofo y psicólogo John Dewey defendió este enfoque en su trascendental libro de 1938, Experiencia y educación. Más recientemente, David Sobel y otras personas defensoras del aprendizaje experiencial han aportado argumentos contundentes en apoyo de la educación basada en el lugar. Y múltiples estudios actuales demuestran que este enfoque, junto con el fomento del desarrollo de actividades para la comunidad y la promoción de la conexión con la naturaleza, aumentan el rendimiento académico en general. Un estudio de nueve años de duración, sobre la educación basada en el lugar –que abarca miles de encuestas y entrevistas a profesorado y alumnado de 100 escuelas urbanas, suburbanas y rurales en doce estados de Estados Unidos– concluyó: “Los resultados son claros: la educación basada en el lugar fomenta la conexión del alumnado con el entorno y crea colaboraciones dinámicas entre las escuelas y las comunidades. Impulsa el rendimiento de los estudiantes y mejora la calidad ambiental, social y económica. En resumen, la educación basada en el lugar ayuda al alumnado a desarrollar una actitud de cuidado hacia el medioambiente, al comprender mejor dónde vive y actuando de manera positiva en sus propios entornos escolares y comunidades”.
Una máxima de Sobel es: “Nada de tragedias hasta los diez años”. Demasiado a menudo enseñamos desde edades tempranas todo sobre el cambio climático, la extinción de especies y la desaparición de hábitats, incluso antes de que tengan la oportunidad de conectar con el mundo natural. El resultado, en lugar de concienciar, suele ser el alejamiento, provocándoles una gran sensación de pérdida y pesimismo sobre el futuro. Así que, antes de abrumar a los niños y niñas con las crisis de nuestro tiempo, dejemos que establezcan un vínculo con la naturaleza. Una vez que tengan ese vínculo, la protección llegará. Por supuesto, en la sociedad en la que vivimos, en la que la información fluye constantemente a través de los medios de comunicación, la mayoría oirá hablar del cambio climático y de otras crisis medioambientales. Podemos comparar esta situación con el frenesí mediático que rodea a los tiroteos en las escuelas en Estados Unidos, donde nuestro papel es explicar honestamente la situación sin fomentar el miedo.
El aprendizaje basado en el lugar es un sólido método educativo y su momento ha llegado. Y no es solo para el profesorado de centros escolares. Para que se consolide plenamente, familias, acompañantes y docentes del ámbito no formal (además de otras personas que mentorizan en la naturaleza) deberían adoptar este enfoque revolucionario. El profesorado que conoce el aprendizaje basado en el lugar suele reconocer su validez y su potencial. Sin embargo, varios obstáculos impiden que se adopte de manera generalizada: la falta de concienciación, la escasa formación en ciencias, la falta de conocimientos sobre la naturaleza local, la inercia del aprendizaje centrado en los exámenes, las ratios profesorado-alumnado y la escasez de recursos para la formación de docentes.
El sistema educativo estadounidense es un sistema enquistado, controlado a nivel local por los distritos escolares, por lo que una revisión completa de la escolarización llevaría muchos años. No obstante, daríamos un primer paso fundamental aumentando las horas de aprendizaje y juego no estructurado al aire libre y aprovechando el patio de la escuela como entorno de aprendizaje. Si eres padre o madre, plantéate la posibilidad de colaborar con la Asociación de Madres y Padres del Alumnado (AMPA), u otra vía, para reivindicar que se introduzcan en el plan de estudios más elementos basados en el lugar, más tiempo al aire libre en los recintos de la escuela y más excursiones de aprendizaje experiencial a entornos naturales. En última instancia, el cambio duradero de nuestro sistema educativo se producirá cuando podamos demostrar de forma convincente, a través de numerosos ejemplos en diversos entornos, que este método de aprendizaje supera a la educación tradicional a la hora de promover el rendimiento académico y el desarrollo saludable en niños y niñas.
Por último, conviene destacar que no es solo el alumnado el que se beneficia del aprendizaje al aire libre. El profesorado también sale ganando. Un estudio realizado por el King’s College London, en el Reino Unido, demostró que enseñar al aire libre refuerza la confianza y el entusiasmo docente y también fomenta estrategias de enseñanza más innovadoras. La docencia puede ser una profesión muy estresante, por lo que todo lo que mitigue este estrés durante la jornada escolar solo puede ser positivo. Los entornos naturales, incluso un árbol, un jardín o huerto escolar, pueden tener efectos fisiológicos calmantes que dan lugar a mayores niveles de atención tanto para el profesorado como para el alumnado. Y hablando de jardines y huertos escolares…
La comida es naturaleza
Hace diez años, la comida en la escuela primaria John Muir de Berkeley era igual que en cualquier otra escuela del país, caracterizada por alimentos procesados, envasados, grasientos, con alta huella ecológica y cargados de calorías. En 2005, todo eso cambió tras la iniciativa piloto para cambiar el almuerzo escolar. Ahora, las alumnas y alumnos de todos los cursos pasan bastante tiempo en el huerto del colegio y aprenden a cocinar. Los residuos de los alimentos se depositan en los correspondientes contenedores de recogida selectiva. (Desde que existe el huerto, solo una pequeña parte de los residuos acaba en el vertedero). La hora de la comida ya no es solo el momento para comer, ahora forma parte del plan de estudios .
Los jardines y huertos escolares son un fenómeno sorprendente y en auge. En ellos, el aprendizaje experiencial consiste en la preparación de la tierra, la plantación de semillas, el cuidado de las plantas, la recolección de las verduras y el compostaje de residuos para empezar de nuevo el ciclo. Este aprendizaje favorece que se valore el potencial y los frutos del trabajo en equipo. El alumnado de escuelas como la John Muir descubre las maravillas de la cocina y disfruta comiendo alimentos de temporada. Si tu retoño no come pimientos y pepinos, haz que participe en el cuidado de un huerto. Si cultiva sus propias verduras tendrá mucha más predisposición a comerlas que si no lo hace. Además, establecer hábitos alimenticios saludables en la infancia es una de las formas más eficaces de frenar la creciente ola de obesidad.
Los huertos escolares también ofrecen multitud de oportunidades para adoptar un enfoque basado en el lugar, un enfoque holístico de la ciencia, subrayando las interrelaciones entre todas las cosas. No hay nada como ver la manera en que las semillas que has plantado brotan de la tierra y se transforman, con tu cuidado, en deliciosos alimentos. Cada jardín o huerto es un minihábitat en sí mismo, repleto de productores de plantas, devoradores de plantas (como las babosas y los insectos herbívoros), diversos depredadores (como las arañas y los pájaros) y todos aquellos bichos descomponedores (gusanos y otras criaturas del suelo); así que ofrecen una visión privilegiada y de primera mano del flujo y los ciclos de la red de la vida. Puedes hablar todo lo que quieras sobre la función de reciclaje que realizan los organismos descomponedores, pero nada les impactará tanto como meter las manos de lleno, durante dos segundos, en el centro humeante de un montón de compost.
A la mayoría, la idea de que la comida es naturaleza nos parece extraña. Es de entender, dado que nuestra experiencia en la recolección de alimentos se ha reducido, hoy en día, a la compra de productos envasados en el supermercado. Los jardines y huertos son casi mágicos en su capacidad para volver a conectarnos con esa naturaleza. En el contexto adecuado, nos permiten tener una visión más amplia y sistémica de la naturaleza, en la que el ser humano puede ser una parte integrada y fundamental. También es fácil pasar de estos espacios verdes a una serie de temas relacionados, como la salud ambiental, la conservación del agua, los organismos transgénicos y el sistema alimentario industrial.
Igual de impresionantes son las estrategias de educación creativa, desarrolladas por multitud de docentes, para impartir todas las materias en los jardines o huertos escolares. El alumnado aprende matemáticas calculando el número y el espaciado de las semillas en una parcela concreta o determinando la cantidad de abono necesario. Se adentran en las ciencias sociales investigando los tipos de plantas que los pueblos nativos norteamericanos plantaban antes de la llegada europea. El paisaje cambiante proporciona abundante material para desarrollar proyectos de lengua y literatura, relatos cortos, poesía y blogs. Y el alumnado explora nuevas formas de arte creativo, como el grabado y la fotografía a cámara rápida (time-lapse). Parte del profesorado de Primaria ha logrado basar el programa de estudios de todo el curso en torno al huerto escolar.
Algunos proyectos innovadores, como ‘De la granja a la escuela’, aprovechan los huertos escolares para producir alimentos nutritivos, aportando a los comedores escolares productos cultivados en el entorno. En 2001 existían seis de estos programas en Estados Unidos. Hoy existen en todos los Estados y agrupan a más de 9.000 escuelas que forman redes ecológicas de colaboración activa. El uso de los alimentos locales es una excelente estrategia de mentoría para ayudar a conectar a la infancia con la naturaleza cercana. Aprender sobre las plantas y los animales que consumimos pone de relieve las profundas interconexiones que tenemos con otras especies y arroja luz sobre las repercusiones de nuestras decisiones cotidianas. La investigación formal de iniciativas como ‘Almuerzo escolar de Berkeley’ demuestra que estos programas también aumentan los conocimientos de nutrición del alumnado y su preferencia por los alimentos saludables.
Escuelas verdes
¿Y si los patios de las escuelas se transformaran aún más, convirtiéndose en paisajes ecológicamente diversos? Ese es el sueño y el poderoso razonamiento de Sharon Danks, de San Francisco. Danks recorrió gran parte del mundo, visitando 150 escuelas verdes y centrándose en particular en lo que hacían con el terreno que rodeaba los edificios escolares. Después escribió un libro, Asphalt to ecosystems: Design ideas for schoolyard transformation [Del asfalto a los ecosistemas: ideas para diseñar la transformación del patio escolar], en el que presenta un sorprendente repertorio de ideas.
Todo el mundo tiene una imagen bastante buena de cómo suelen ser los patios escolares: en su mayoría asfaltados, con alguna zona de tierra o de hierba y quizás algunos árboles y arbustos. Si se trata de un colegio de Infantil o de Primaria, puede que encontremos alguna estructura metálica para trepar.
Ahora imaginemos estos patios escolares, que no han cambiado mucho desde los años 40, siendo sustituidos por espacios con variedad de vegetación, incluidos muchos árboles y arbustos autóctonos. El agua de lluvia recogida por los canalones fluye hacia el suelo, nutriendo las plantas. En primavera, el alumnado da la bienvenida a las aves migratorias con cajas nido y juguetea con las hojas secas entre las sombras alargadas del otoño. Además de un huerto, hay un jardín para atraer mariposas y otro solo para colibríes e incluso un hábitat para abejas, que producen una deliciosa miel. El estanque y el humedal cercanos acogen a libélulas, ranas y zapateros, aunque lo que más les gusta a los niños y las niñas es tumbarse en el puente para ver de cerca a los peces de alegres colores.
Además de proteger la naturaleza, este tipo de espacio es sano para la infancia, ya que ofrece entornos verdes para correr y jugar, rincones donde encontrar tranquilidad y otros con sombra para refugiarse del sol. Los patios escolares verdes tienden a reducir el estrés y el comportamiento incívico, a la vez que fomentan una mayor concentración en el aula. También nutren las mentes, estableciendo conexiones con el mundo que les rodea. La energía solar impulsa el sistema de bombeo del estanque. El humedal filtra y limpia las aguas grises de la escuela, utilizándose para mantener la diversidad de la vida vegetal. Y los numerosos recursos que atraen a la fauna local ayudan al alumnado a comprender cómo funciona su entorno y cómo pueden contribuir a cuidarlo.
Para reforzar estas conexiones y hacerlas más visibles, el profesorado adopta un plan de estudios práctico y basado en el lugar, impartiendo muchas de las clases al aire libre. El nuevo entorno naturalizado se convierte en una fuente de inspiración para la ciencia y el arte, la música y las matemáticas. En muchos casos, el alumnado, el profesorado, el equipo directivo y las familias participan en el proceso de diseño e incluso en la construcción. Y, a diferencia de los recintos escolares tradicionales, la variedad de verdes lo convierte en un lugar vivo y dinámico, que cambia constantemente en función de las estaciones y a través de las continuas aportaciones del alumnado.
Así que tú eliges. O piénsalo así, ¿qué preferirías para tus retoños: el patio aburrido de la escuela de los años 40 o el patio renaturalizado de la escuela del siglo XXI?
Más información en La Traviesa Ediciones, editorial de educación ambiental.
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