Uno es lo que come, lo que lee… Y lo que baila

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Participantes en el festival Danzas sin fronteras.

En las fronteras de la piel. En las fronteras del tiempo. Del espacio, la edad, la música, las miradas y todas las sonrisas. Porque si hay un denominador común en quienes acuden al festival Danzas sin Fronteras, celebrado este agosto en la sierra de Toledo, es que ríen y bailan sin descanso. En grupo o en pareja, al ritmo de fandango, mazurka, vals, scottish, círculos circasianos, danzas africanas, griegas o persas.

Cuando Aka termina de impartir su taller de danza africana, hace un baile para saludar al percusionista. “Sin el percusionista yo no puedo bailar. Tiene una labor muy importante, tenemos una conexión, nos conectamos y luego transmitimos esa sensación bonita a los demás”. Lo hace porque quienes tocan los instrumentos forman parte del arte de la danza junto a quienes bailan. “Después de hacerme bailar con su instrumento, de hacerme sentir tan bien trasmitiendo a los alumnos, le saludo en un gesto de respeto y agradecimiento por haberme hecho disfrutar tanto”. Y a juzgar por las caras de quienes han recibido el taller, el disfrute ha sido colectivo, además de sudar la gota gorda con esos saltos.

La escena sucede en el Festival Danzas sin Fronteras, que este año se ha celebrado mediado el mes de agosto en Navamorcuende, en el campamento El Piélago, en plena sierra de Toledo. Y sucede porque Javier Muela conoció un día a Delia Señor y hace 15 años se lanzaron a impulsar este proyecto independiente y autogestionado. “Intentamos traer danzas de todo tipo a la gente porque es un elemento participativo e integrador; eso es el baile en todas las culturas. No se trata de mirar quién baila en la tele, donde sale uno y hace una coreografía perfecta como un espectáculo. Aquí se trata de bailar y disfrutar”, explica Javier. Cada danza trae una emoción. “Si solo bailas un tipo de baile no experimentas todo. Hay bailes alegres, sensuales, espirituales, bailando un poco de todo puedes experimentar muchas cosas diferentes. En esa línea estamos”.

Todo empezó porque en 1983 hizo un curso de danzas sagradas con una comunidad espiritual de Escocia. “Flipé. Yo pensaban que eran danzas rituales y resulta que eran danzas tradicionales de distintos lugares (Grecia, Bulgaria, Bretaña). Al volver a España viví en una comunidad, en un pueblo okupado, y empecé a enseñar a la gente que venía, hacíamos fiestas y empecé a dar cursos. Entonces conocí a Cuca, mi compañera desde hace 28 años -baila mucho mejor que yo, claro- y empezamos a dedicarnos juntos a esto”.

Para Delia (a quien todos llaman Cuca) lo más importante es que se trata de un festival familiar, un encuentro que se ha ido consolidando año tras año. “Esto es más de corazón que de otra cosa. Hay gente que viene desde el principio, hemos visto crecer a los niños y son nuestro grupo de adolescentes. Para ellos es también su cita anual y nos demandan talleres de danzas urbanas que hemos ido incorporando. Hay muy buen rollo entre la gente. Nunca ha habido problemas, todo el mundo viene a disfrutar”.

Entre las propuestas se puede aprender tanto breakdance como danza persa, egipcia, castellana, country, balcánica, celta, gallega, andalusí… Y ponerlo en práctica por la noche en los conciertos de música en directo, por los que han pasado en esta edición grupos como Fetén Fetén, Pan de Capazo, Sous le Pont, La Porteña y Tourlou. Los más madrugadores pueden practicar yoga, meditación o taichí en un entorno muy favorable, en plena sierra, rodeados de árboles. Porque se trata de conectar con uno mismo para poder conectar con los demás. Porque bailar es comunicarse, encontrarse, mirarse, compartir, intercambiar, aprender. Como recuerda Javier, la gente antes en los pueblos se encontraba bailando. “Ahora es triste que la gente se encuentre bebiendo. Niños, padres y abuelos estaban bailando juntos. Aquí puedes ver eso. No es un espectáculo de jóvenes atletas de 20 años bailando una muñeira de forma inalcanzable o profesoras de danza oriental de belleza icónica. No es lo que queremos transmitir. Se trata de que cualquier persona, de cualquier edad y con cualquier cuerpo, sepa que puede bailar y divertirse”.

Nos encontramos tres generaciones de una misma familia en el festival. José Ignacio empezó a ir desde el principio con sus tres hijos. “Es un ambiente tan agradable que se respira fraternidad entre todos, creo que los bailes en grupo contribuyen mucho a eso, a unirse, cogerse de la mano en corro, seguir al otro, dejarse llevar”. Y se ha traído a su padre, José, de 82 años. “Me ha parecido estupendo, da tiempo a todo. No soy muy de bailar, mi mujer sí lo era, pero he tenido a mi hijo de profesor y he aprendido bailes nuevos. Lo he pasado muy bien”. Su nieta Alena, de 17 años, viene desde que tenía dos. “Tengo recuerdos borrosos, de pequeña iría más a los cuenta-cuentos, los juegos, pero desde hace cuatro años me he empezado a interesar más por la danza”. Este año ha sido muy especial porque ha participado como voluntaria. “Estar tres días antes, preparando el montaje y todo ha sido muy simbólico, con mucha energía. Me ha conectado mucho, conoces a la gente más profundamente”. Aunque le ha tocado estar en cocina, ha sacado tiempo para ir al taller de hip hop y al de giro sufí. “No me he mareado, me encantó. Me sentía totalmente libre”.

Los participantes se alojan en tiendas de campaña o cabañas, y disponen de un eco-bar con productos biológicos. Carmela, profesora jubilada, ha venido al festival porque necesitaba desconectar. “Me encanta el ambiente, muy relajado, con gente muy variada, niños, adolescentes, mayores… La organización es perfecta, los voluntarios lo hacen con mucho cariño. Me lo estoy pasando pipa. Me hacía falta cambiar de aires y mover el cuerpo”. Toma aire para seguir con el taller de danza africana con Aka Jean Claude Thiemele, profesor que fue director artístico del Ballet Nacional de Costa de Marfil. “Estoy encantado de poder venir a compartir este taller aquí. En Costa de Marfil tenemos diferentes bailes, para fiestas, para cuando sale la Luna, para el tiempo del arroz, de la lluvia…”. Pero en su taller hace bailes sencillos para facilitar que la personas puedan aprender rápido y disfrutar. “Cuando lo has aprendido, puedes sentirlo más a gusto y transmitir. La gente se divierte. Muchas veces digo: no lo pienses, baila, siéntelo, disfrútalo, no quiero que sufras, ya saldrá”. Por eso antes de explicar los pasos hace un ejercicio para burlar a la mente. “La mente se bloquea, se pone en un momento de shock porque está haciendo algo diferente, mueve otro tipo de músculos con otros ritmos y hay que darle tiempo al cuerpo para asimilar primero y luego ya piensas si hay que ir a la izquierda o a la derecha”.

Dice Javier que la forma de vida moderna y la globalización nos ha traído mucha desconexión, apenas bailamos en grupo o en pareja. “Entrar en diferentes lenguajes es lo interesante. El mundo es muy plural y lo que te acerca a la gente es eso: la danza trasciende la política y los prejuicios. Durante el franquismo se asociaba el flamenco a la dictadura, igual que se asociaba el folclore al stalinismo. Yo hago danzas de Israel y no soy sionista ni apoyo en absoluto al gobierno judío”. La danza es una expresión cultural de los pueblos, es una forma de celebrar, compartir y sentir a través del cuerpo y la música. Por eso estas gentes que bailan y ríen como una tribu multicolor en este refrescante festival llevan pintada la alegría en el rostro. Javier no lo duda, la danza es terapéutica, como lo es la música. “Uno es lo que come, lo que lee y lo que baila”.

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Comentarios

  • Mentalmente

    Por Mentalmente, el 30 agosto 2016

    A ves uno come lo que otros cagan y orinan.

    La basura de uno es el tesoro de otro.

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