Ursula K. Le Guin: ¡no perdamos la ilusión de mundos utópicos!
Una de las deudas con las que nos dejó el siglo XX y que se ha agravado esta centuria es la pérdida de las utopías. En su nombre se han cometido crímenes y exterminios, sí, quizás demasiados, pero no por eso deberíamos dejar de creer en ellas. La realidad lo pone difícil y nuestra supervivencia en el planeta y la de otros seres vivos pende de un hilo. Aun así, deberíamos ser capaces de concebir una utopía, un mundo en el que nos gustaría vivir. La literatura lo ha hecho en algunas ocasiones. Una de las autoras que imaginó una sociedad libertaria, feminista y en paz con el planeta fue la escritora norteamericana Ursula K. Le Guin (1929/2018), referente de la literatura de ciencia ficción y una visionaria en muchos sentidos; fue, por ejemplo, una de las primeras escritoras en vislumbrar la hecatombe ecológica.
En sus novelas, Le Guin creó distopías para cuestionar el presente –capitalista, machista, violento, injusto y en guerra contra la naturaleza– y concibió utopías para encender una luz en la oscuridad. La poesía tiene algo de utópico y quizás por eso acompañó a esta novelista a lo largo de su vida en este proceso. La editorial Nórdica ha reunido en una preciosa antología una selección de los seis volúmenes de sus libros de poemas escritos a lo largo de 50 años y un puñado de los comienzos del siglo XXI.
Le Guin fue una visionaria en muchos sentidos. Fue una de las primeras escritoras en vislumbrar la hecatombe ecológica. “Nosotros que hemos vivido en lo alto de la cresta / de la gran ola de la posesión, / ¿creíamos de verdad que la ola nunca rompería / y que no acabaríamos ahogándonos?”, escribe en el poema La Cresta. Cuestionó también nuestro antropocentrismo: “Hacemos demasiada historia. / Con nosotros o sin nosotros / seguirán existiendo el silencio / y las rocas y el brillo lejano”, escribe en Infinitivo, desde una visión taoísta y panteísta de la vida.
También le dedica un lugar a la guerra, que por desgracia ha regresado a Europa: “Las grandes flotas grises dependen / no de la voluntad de un almirante / sino de la locura y la fatalidad. / Los hombres creen hacer las guerras. / Descubren su error / tarde y mal”, nos recuerda en El error.
Irónica y tierna, vitalista y crítica feroz del sistema, con un ojo puesto siempre en la belleza que nos rodea, en sus poemas Le Guin reflexiona también sobre la escritura: “El trabajo de un escritor / se ciñe a la palabra insustancial, / a la imagen que solo puede hallar / su existencia en otra mente”, nos dice en Escritores. Algo que había hecho ya en otras ocasiones, por ejemplo en el impagable Conversaciones sobre la escritura.
‘Todo lo que crece’, de Clara Obligado
La escritura y la naturaleza se funden también, incluso desde una mirada panteísta como la de Le Guin, en Todo lo que crece (Páginas de Espuma), de Clara Obligado. Un ensayo breve pero feraz (cómo me gustan estos libritos tan sustanciosos) que se adentra en los orificios de la memoria, el exilio, la necesidad de la literatura y ese jardín que perdimos después de comer la manzana prohibida. Dividido en dos partes, Sur y Norte, el libro entrevera la autobiografía con el fogonazo reflexivo en torno a la creación, la naturaleza/paisaje y la propia vida. Con una escritura híbrida, mezcla de ensayo y narración, podemos ver Todo lo que crece como la semilla de la que nacen el resto de los libros de Obligado, pero también como el tronco al que acuden las ramas en la madurez.
Escribir es un ejercicio de humildad y de esperanza, nos viene a decir Obligado. “Con nosotros, o sin nosotros, la vida se tomará su tiempo y seguirá adelante. / ¿Esto se llama esperanza?”, se pregunta. La autora huye de la idealización del campo, pero apela a nuestro vínculo con la naturaleza. Tanto es así que no solo deberíamos imitar a la naturaleza para aprender a vivir, también para aprender a escribir. “Leer la naturaleza como si fuera un libro, quién pudiera”. Escribir como el que cuida un jardín: basta excavar hasta las raíces etimológicas de la escritura y la agricultura para comprobarlo.
Nacida en Argentina, Clara Obligado llegó a España en los años 70. Otra exiliada más de las terribles dictaduras del Cono Sur que contaron con el beneplácito de la CIA. En Madrid fundó el Taller de Clara Obligado, uno de los más antiguos y prestigiosos del país, cuando en España (no en América Latina o Estados Unidos) aún pesaba la sospecha hacia la enseñanza de la escritura desde un elitismo trasnochado.
Desde hace años tengo la suerte de formar parte del claustro de profesores del Taller. Lo que nos reúne todas las semanas es el amor por los libros, por las buenas historias, por las palabras. Siempre he considerado que esas dos horas de clase a la semana son un privilegio, un paréntesis creativo donde tratamos de bucear en nuestro interior y, también, conocer al otro, a los otros. Mientras el mundo ruge a nuestro alrededor, nosotros nos sentamos alrededor de una mesa (algunos desde su casa) en busca de la “materia de lo imaginado”, la que dé forma a la copa, al pájaro tallado, en palabras de Ursula K. Le Guin. Escribimos. Leemos. Nos escuchamos. Nos reímos. ¿Qué sería la literatura, y la vida, sin el humor?
Sostiene Richard Ford, también profesor de escritura creativa en una universidad de Estados Unidos, que la escritura es en un 80% técnica y un 20% magia. En las clases trabajamos la técnica e intentamos convocar la magia. Hay quien lo hace con una copa de vino en la mano, con un café o un té o con un vaso de agua. A veces incluso nos acompaña también la música callejera y los gritos de los turistas desbocados. Pero nosotros seguimos invocando a la magia, tratamos de colmar la sed por las buenas historias, las narradas y la que aún quedan por contar. Sin prisa. Palabra a palabra. Frase a frase. Como un acto de resistencia en un mundo enloquecido y acelerado. Pues como nos recordó Agota Kristoff, una autora muy presente en las clases, “uno se hace escritor escribiendo con paciencia y obstinación, sin perder nunca la fe en lo que escribe”. Otra manera de concebir una utopía.
Y precisamente serán los escritores de los distintos grupos de trabajo del Taller de Clara Obligado quienes, otro año más, nos traigan sus historias aquí, a El Asombrario, a partir del 6 de agosto.
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