El uso político del pasado para venderte que no tienes de qué quejarte

El pasado y el progreso se utilizan política e interesadamente para tratar de acallar quejas. Foto: Pixabay.

El pasado y el progreso se utilizan política e interesadamente para tratar de acallar quejas. Foto: Pixabay.

El pasado y el progreso se utilizan política e interesadamente para tratar de acallar quejas. Foto: Pixabay.

El pasado y el progreso se utilizan política e interesadamente para tratar de acallar quejas. Foto: Pixabay.

Empieza a ser un automatismo. Ante quejas más o menos generalizadas de determinados sectores sociales, se blanden datos históricos que vienen a decir que sí, que los jóvenes pueden estar mal, el empleo ser precario, la brecha salarial muy grande, la desigualdad y la precariedad excesivas, la inversión en salud y educación pública insuficiente e ineficiente, pero, ¿y lo mal que estábamos hace cien años? ¿Y hace mil? De aquí se deduce una impugnación subliminal nada inocente del malestar, que pasa así a ser un mero capricho de niños consentidos. Incluso la justificación de una potencial vuelta de la mili ha tenido en este discurso un aliado de última hora.

El psicólogo canadiense Steven Pinker publicó en 2011 Los ángeles que llevamos dentro, un interesantísimo y nutrido ensayo que venía a contrarrestar ciertas impresiones falsas: no vamos a peor, no hay más guerras que nunca, la incertidumbre se debe más a sensaciones propiciadas por el auge de las telecomunicaciones que a los datos objetivos. Introducir este matiz en el debate es un empeño loable que han seguido otros autores como Johan Norberg, entrevistado hace unos días en España tras la publicación en castellano de su interesante Progreso. 10 razones para mirar al futuro con optimismo, donde dijo: «Bill Gates es 10 millones de veces más rico que yo. Pero ¿Gates vive una vida 10 millones de veces mejor que la mía? Yo diría que no».

Si algo nos enseñó el centenario de Cortázar (y tantos otros) es que uno no es responsable de sus admiradores ni del mal uso, cursi o interesado, que puedan hacer de una obra. Pinker escribió en plena crisis, y acaba de publicar tras ella otra defensa del progreso histórico basado en cifras bajo el título La ilustración hoy, que sigue la estela del anterior. El libro ha sido elogiado por Bill Gates como «el mejor libro que he leído nunca». Cabe preguntarse si nadie desconfía del potencial sesgo de un libro sobre el progreso histórico aplaudido, nada menos, que por uno de los hombres más ricos del mundo. Por otro lado, no es cierto, como sostiene Norberg, que un multimillonario tenga acceso a los mismos servicios esenciales que el común de los mortales, no digamos ya que los menos favorecidos. Si Steve Jobs sobrepasó con creces la tasa de supervivencia media del cáncer de páncreas fue por los estudios genéticos a los que se sometía para afinar el tratamiento, algo alejado de cualquier paciente medio. Pinker parece obnubilado por los elogios, porque no se explica de otro modo que haya reproducido tópicos tan cansinos y desmoralizadores como que «los progresistas detestan el progreso».

La querella se ha planteado, además, en términos falsos y hasta cierto punto insultantes. Frente a los optimistas pinkerianos se ha opuesto a los pesimistas, cenizos y malcriados que parece que votan populismo y se quejan por capricho. El acto de fe que se pide no deja de ser sorprendente, e irreal en términos evolutivos: hay que pensar en términos de especie y no de supervivencia. Claro está que sólo puede pensar en esos términos quien no tiene ningún agobio de supervivencia. Los libros de Pinker y Norberg funcionan –seguramente sin que esta sea su intención– como una gran coartada moral de los más insiders entre los insiders. Más que un debate entre optimistas y pesimistas, se trata de un disenso entre instalados y perjudicados, y estos últimos no son automáticamente pesimistas. Más bien al contrario.

Hace unos días escribía que los argumentos pinkerianos equivalían a consolar a un amigo al que se acaba de morir su pareja mostrándole el frío dato del número de viudos o viudas del siglo XIX. Pocos días después, en una conferencia dentro del ciclo ‘A morir también se aprende’ que ha organizado el profesor Sebastián Escámez en La Térmica (Málaga), el filósofo Javier Gomá establecía una analogía brillante. Hablaba del desconsuelo que sintió cuando su padre falleció (sufrimiento que consignó en el emocionante La imagen de tu vida), y de cómo su hijo le decía que había algo incoherente en su sufrimiento si, tal y como había planteado en su libro Necesario pero imposible, creía en la hipótesis de la continuidad de alguna forma de existencia humana tras la muerte. Nos contó Gomá que le respondió: «Si a ti te abandonara una novia de la que tú estás muy enamorado, y aún sabiendo con total seguridad que tendrás más parejas de las que quizá estarás aún más enamorado en el futuro, ¿sentirías algún consuelo con esa certeza?». Su hijo, claro está, le respondió que no.

Pinker, Norberg y otros no consuelan porque no responden a las preguntas de nuestro tiempo, aunque algunos así lo consideren, puede que incluso ellos mismos. Pensar en términos evolutivos e históricos es un lujo al alcance de muy pocos. Sus libros son lecturas recomendables y reconfortantes, pero el peso que muchos le conceden en el debate de las urgencias cotidianas no deja de tener algo de ventajismo interesado. Y contraproducente.

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Comentarios

  • c

    Por c, el 22 febrero 2018

    basicamente respecto al 1º párrafo
    creo que nos intentan como siempre confundir para que no se vea que solo el 10% de la poblacion tiene la riqueza mundial y que el resto e spproppaganda maniPPulacion cortinas d humo y rePPresion

    no e he enterado bien…creo que es un tema que necesita mas detalles y el articulo se queda corto ,ademas que usa tecnicismos…

  • Matt

    Por Matt, el 23 febrero 2018

    El análisis es certero. Yo añadiría a los que dicen que «nunca la humanidad ha tenido mejores niveles de vida» que tampoco nunca ha habido nunca tanta gente viviendo en condiciones infrahumanas.

  • Arturo

    Por Arturo, el 23 febrero 2018

    Una muy buena reflexión.

    El acto de fe que se pide no deja de ser sorprendente, e irreal en términos evolutivos: hay que pensar en términos de especie y no de supervivencia.

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