Vamos a matar la Bicha

Foto: Pixabay.

“El Viernes Santo hay que salir a Matar la Bicha. Le decimos bicha porque trae mala suerte nombrarla. Es como si fuera el diablo. O peor que el diablo”. Nueva entrega de ‘El viaje de las heroínas’, la serie de Relatos de Agosto de ‘El Asombrario’ en colaboración con el Taller de Escritura de Clara Obligado.

POR ANA M BELLOCCHIO 

En Ibicuy todos sabemos que el Viernes Santo hay que salir a Matar la Bicha. Le decimos bicha porque trae mala suerte nombrarla. Es como si fuera el diablo. O peor que el diablo. Hasta el cura lo dijo el otro día en la misa. Yo lo escuché. ¿Y, si no, por qué la Virgencita que está en el altar, vestida tan hermosa ella, le está pisando la cabeza? Algo nos quiere mostrar. Eso le digo a Mariela. ¿A que te dije Mariela?

El martes veníamos del colegio las dos a mi casa para hacer los deberes juntas, y nos cruzamos con Miguel y sus amigos. Se venían riendo y me pareció que nos miraban. A mí se me hace que a ella le gusta Miguel. ¡Claro que sí! ¡A cualquiera le tiene que gustar! Es fuerte, tiene esa piel como estirada, que brilla un montón y la nariz chiquita. Mira fuerte Miguel. Pero se me hace que solo a ella. Bueno, todos la miran. A veces me da rabia. Pero cuando se lo digo me contesta que no, que es cosa mía… Bueno, el caso es que veníamos las dos y nos preguntan los chicos que si queremos ir el viernes a matar la bicha con ellos. Yo no sé si me  gusta, porque él va a estar todo el tiempo pendiente de ella… y que si querés ir por aquí, que si querés ir por allá. Me voy a sentir sola… Al final quedamos con ellos que nos iban a pasar a buscar por casa a las cinco.

El abuelo afiló el machete grande para él y el más chico que no brilla tanto para la abuela. Mamá preparó un palo enorme que tiene en la punta una horqueta. El tío había dicho que iba con el carro. Se reían el abuelo y el tío de las mujeres, porque querían ir arriba con los más chicos.

Para ese día, el cura y el intendente siempre preparan el carro grande que es el que va adelante, y  todos lo siguen atrás, enfilando por el camino antiguo que va al puerto. A nosotras nos habían dicho mil veces: ustedes quietitas y en silencio, porque la yarará tiene muy buen oído y si hacen ruido se escapa. Según el abuelo, nunca hay que ir detrás. Hay que hacer punta, porque el primero la alerta, ella se enoja y muerde al que va después.

Nosotras pedimos permiso a mamá y a la abuela para ir con los chicos. No les gustó mucho, y empezaron a discutir, pero se iba haciendo tarde y el abuelo se impacientó, así que aprovechamos y, muertas de risa, nos fuimos con ellos. Pero… las cosas son como son… Mariela estaba tan linda que Miguel no paraba de mirarla. Y se reían. Yo me sentía rara. No podía estar quieta. No sabía qué hacer con las manos. Miguel se puso un poco tonto y me tiró del pelo. Creo que me puse colorada. El resto de los chicos bromeaba con el asunto de la bicha. Y parecía que no le tenían miedo porque se reían. Para mí que mentían.

Es raro que tanta gente junta vaya en silencio, ¿no? Todo se movía lento. Nosotros también. Terminamos hablando despacito. La mayoría caminábamos. Otros iban en carro o a caballo.  Revisaban los matorrales y las arenas de los costados del camino. Con los palos largos separaban los pastos y movían las piedras. Sabemos que a ellas les gusta el calorcito que se queda guardado en los médanos. Ahí hacen los nidos.

Yo tenía la corazonada de que el abuelo iba a matar alguna. El sí que conoce los arenales. Fijo que ya había visto algún nido. Mariela, yo, Miguel y los demás íbamos tonteando por atrás, cuando escuchamos el ruido de un machetazo seco y después gritos y también algunos sapucais fuertes, como esos que me ponen los pelos de punta a veces de noche. Les dije: esa bicha la mató mi abuelo…, para mí que hablé bien fuerte porque me miraron raro.  Me reí por dentro de Miguel, que daba vuelta algunas piedras, con el palo grande…Y era tal cual… Miramos, desde donde estábamos, cómo, mi abuelo y otros, la colgaban en el carro de adelante. Todos las podíamos ver, y también oler. Como las habían matado a palazos, o a machetazos, iban sangrando o lo que fuere. Una sangre rara, para qué voy a decir una cosa por otra. Yo pensé: seguro que voy a soñar con esto un montón de tiempo. Como iba diciendo, eran siete, todas muy grandes, bueno, eso me parecía a mí. Se movían los caballos, se movía el carro y también se movían ellas.

Fue matar mi abuelo a la bicha y algo cambió de lugar. Me pareció que Miguel me trataba diferente. Vi que Mariela al final no era tan alta como yo, que con zapatos bajos y todo, la paso en la fila del colegio.

Sin pensarlo, le quité de las manos la horqueta grande a Miguel, y corrí hacia la parte alta de la barranca, donde hay muchas piedras blancas y algunos pastos duros. Empecé a moverme, buscando. Miguel me siguió… estaba detrás de mí. Pero la que estaba delante era ella, que me miró y se preparó. Yo me moví rápido para adelante, y ella, como mi abuelo siempre dice, picó al que venía detrás.

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