Vampiros: 22 películas que te van a chupar la sangre

El personaje de Drácula encarnado por Christopher Lee en 1958.

El estreno hace unos meses de ‘El conde’, del chileno Pablo Larraín, en que un Pinochet vampiro resiste en la clandestinidad, y el anuncio del estreno este año de un ‘remake’ de ‘Blacula’ (1972), la primera película de vampiros protagonizada por un actor negro, evidencian la inagotable fascinación del cine por el vampirismo. Añadamos dos citas más: el Festival de Cine Cutrecom, que se celebra en Madrid hasta el domingo, con su sección principal dedicada a las peores películas del género, y el ciclo Jean Rollin: Paisajes vampíricos de cuatro películas, que dedica el Círculo de Bellas Artes al bizarro cineasta francés. Todo esto nos da pie a ensayar una síntesis imposible (una veintena de filmes) del cine que ha abordado un mito del terror que se alimenta de sangre humana, encarnación de un mal que hace el mal para perdurar.

“El barco de la muerte tiene un nuevo capitán”, se lee en uno de los letreros de Nosferatu, una sinfonía de horror, la principal, aún hoy, película de vampiros. Ese capitán, un Drácula, cuyo aspecto (calvo, orejas puntiagudas, uñas infinitas y con prominentes incisivos en lugar de colmillos) no logró imponerse como icono visual en el cine, avanza expandiendo la muerte en el viaje que lo conduce en barco desde los Cárpatos a Alemania. La película muda de F. W. Murnau de 1922 fue una adaptación encubierta de la novela Drácula de Bram Stoker. El director perdió una demanda de plagio presentada por la viuda de Stoker; pero ello no impidió que la película subsistiera, pues ya se había distribuido en Estados Unidos y había escapado al control judicial. En ella quedó fijada la representación del vampiro como una criatura del mal “que vive y se alimenta de la sangre de la humanidad”, y como proyección de deseos humanos (la posesión individual y colectiva, la transgresión, la sexualidad reprimida, las adicciones, la inmortalidad).

Nosferatu. (1922)

La repercusión del Drácula (1931) interpretado por Bela Lugosi, nueve años después, impuso la imagen más reconocible del personaje (la figura de un hombre atildado, de capa negra, que se transforma en murciélago); aunque, a diferencia de Nosferatu, poco subsiste en el filme de la conmoción, del terror que causó entonces, salvo la atmósfera inquietante de los paisajes montañosos, de los interiores sombríos del castillo donde vive el vampiro.

Dracula. (1931)

Rodada en la época sonora, la concepción visual y material de Vampyr (hay escasos diálogos) pertenecen, sin embargo, al periodo mudo. La película del director danés Carl Theodor Dreyer es deudora, al menos, del cine surrealista de Luis Buñuel. Su historia sucede como un sueño, el de un hombre que accede a un territorio poblado por la leyenda de una mujer vampiro que mata a sus víctimas mordiéndoles en la garganta. Sin truculencias, Dreyer crea momentos amenazadores que plasman lo impredecible y angustioso de la lógica del mundo onírico.

El cine de vampiros dominante en esa década hasta mediados de los años 40 constituye una de las apoteosis del estilo de producción desarrollado en los estudios Universal de Hollywood, instituyendo las imágenes canónicas de los monstruos que han dominado el imaginario cinematográfico del género hasta el presente (hombres lobos, frankensteins, dráculas, momias…). Ese dominio se desplazó a Inglaterra, a la productora Hammer, en las décadas de los 50 y 60, y con él acabó con la contención moral y visual impuesta por una pacata deontología hollywoodiense a aquellas cintas en blanco y negro. Las películas vampíricas de la Hammer estallan de color, violencia y sexo (naturalmente matizado, pero evidente) en la saga de siete obras de Drácula protagonizada por Christopher Lee entre 1958 y 1973. La mejor es la primera, Drácula, de nuevo otra variación de la novela de Stoker, que realzó el terror de la imagen del vampiro, mostrando por primera vez sus colmillos, la sangre deslizándose por las comisuras de los labios y los ojos inyectados en sangre

El baile de los vampiros. (1967)

A finales de los 60, la inventiva de la Hammer para explotar el filón vampírico se había agotado. Lo puso en evidencia una parodia rodada en Estados Unidos, El baile de los vampiros (1967), producto de los disidentes, contestatarios años 60, la primera de las revisiones de los géneros con la que el director polaco Roman Polanski asentaría su prestigio en Hollywood. El propio Polanski interpreta a un joven acompañante de un alocado científico en Transilvania a la busca del vampirismo. Bajo la burla de las convenciones del género, la conclusión de El baile de los vampiros es consecuente con la visión desolada del cine de Polanski, que reafirmaría en su siguiente película, La semilla del diablo. Uno no puede escapar del mal.

En ese tiempo de disidencia, Blacula (1972) se filtró desde el movimiento reivindicativo blaxploitation, una corriente de películas creadas por cineastas, intérpretes y técnicos negros en el contexto político estadounidense de lucha por los derechos civiles de la población afroamericana. La protagoniza el primer vampiro interpretado por un actor negro, William Marshall, cuyo personaje de príncipe africano vampírico del siglo XIX que revive en Los Ángeles en la década de los 70 actúa como un ángel vengador de sus antepasados esclavizados por Estados Unidos.

En 1979, una serie y una película recuperaron la representación del vampiro de Nosferatu en dos experimentos que demostraban la adaptación del género a nuevas circunstancias y autores. Tobe Hooper, director de La matanza de Texas, uno de los iconos del terror de los 70, rodó Salem’s Lot (1979), una serie de televisión en dos capítulos que adaptaba una narración de Stephen King. Una dentadura más prominente, unos ojos amarillos, rodeados de un halo rojo y una piel más gruesa acentuaron los perfiles más terroríficos de un vampiro que reina sobre un pueblo, al que llega un novelista para escribir su próxima obra. Y Werner Herzog, quien había declarado su devoción por el cine de su país anterior al nazismo, homenajeó a Murnau en una versión sin terror de Nosferatu interpretada por su actor fetiche, Klaus Kinski. Su película lee la del cineasta alemán y amplifica sus dimensiones con una música reiterativa, hipnótica, escenas oníricas, vastos paisajes alemanes e hieratismo en las interpretaciones.

En los años 80 y 90, tiempo de, como lo llamaron, posmodernismo, The hunger (1983) cumple con la prescripción posmoderna de esteticismo y aparente vacuidad. Tony Scott, el hermano menor de Ridley, filmó una Nueva York trasunto de una época de sida y adicciones, donde una sofisticada pareja de vampiros (Catherine Deneuve, David Bowie) se relaciona con una joven doctora que investiga para revertir la degradación del cuerpo que envejece. Hollywood vivió en ese periodo una regresión juvenil y revisó sus géneros (del western al terror, la comedia, el musical) rebosándolos de elencos adolescentes, como el de Jóvenes ocultos (1987), versión vampírica de las bandas juveniles que se mueven entre ritos de iniciación y violencia, y de jovencitos al borde de la treintena, como Tom Cruise en su apogeo y Brad Pitt ante su incipiente consagración en Entrevista con el vampiro (1994), evocación de la vida de un vampiro a lo largo de dos siglos.

Drácula de Bram Stoker (1992)

Más hacia atrás, al siglo XV, al origen de la leyenda, se trasladó Francis Ford Coppola en una revisión historicista de Drácula en Drácula, de Bram Stoker (1992). El director de El padrino modificó con un sugestivo derroche visual la iconografía hollywoodiense del vampiro, al que presenta bajo tres aspectos, el de Vlad el empalador, un sanguinario gobernante rumano medieval, que en siglo XIX toma la personalidad de un avejentado conde y más tarde el de joven seductor que descubre en una mujer la fisonomía de aquella que amó en el medievo. Desde los márgenes llegó, el mismo año de esta adaptación de Coppola, el debut del director mexicano Guillermo del Toro con Cronos, una metáfora vampírica sobre el paso del tiempo más que una película de vampiros, pues es otro animal, un escarabajo, el que, insertado en un mecanismo, extrae mediante punción la sangre de su propietario, al que a cambio le asegura la juventud.

Frente a la sutileza de Cronos, el derroche de vísceras y sangre de Abierto al amanecer (1996) retomó la vertiente paródica del género reuniendo a vampiros de innumerables categorías en un único escenario, un bar nocturno, construido sobre una gigantesca pirámide funeraria que yace oculta. Las manos de Tarantino y Robert Rodríguez dirigen este desmadrado y excesivo relato, un tono que repite Blade (1998), adaptación de un popular cómic que enfrenta a un ser mitad vampiro mitad humano con sus congéneres vampiros, constituidos en una especie de colectivo que pretende regir la sociedad desde las sombras.

Déjame entrar

Algunas de las más sugerentes aportaciones al género que se han creado en los primeros años del siglo XXI subrayan la descentralización del cine y la apropiación de su legado por directores en el margen de Hollywood. Desde Suecia sorprendió la historia mínima, íntima de Déjame entrar (2008), de Tomas Alfredson, donde dos inadaptados (una niña vampira y un niño acosado en la escuela) buscan la aceptación de sí mismos. Su terror sin estridencias ni exhibicionismos lo envuelve un ambiente gélido, similar al que la cineasta de origen iraní Ana Lily Amiropour recrea en un Irán ficticio en Una chica vuelve a casa sola de noche (2014). Con una acusada estética de cómic en blanco y negro, el filme sigue las andanzas de una joven vampira envuelta en una capa y velo musulmán que caza de noche en una ciudad de marginados y delincuentes. Como en Déjame entrar, el amor de la vampira con un humano transgrede el impulso que la lleva a matar para convertir al amante en un igual.

Las formas románticas de Crepúsculo y Solo los amantes sobreviven no pueden ser más opuestas. Simples en Crepúsculo (2008), una fantasía adolescente en la que el vampirismo se confunde con un preceptivo retrato de esa edad de transición (depresiones, incomprensiones, rebeldía) y complejas en Solo los amantes sobreviven (2013), de Jim Jarmusch. Sus dos protagonistas acumulan cientos de años de vida que, frente a las leyes vampíricas, los han vuelto comprensivos, pacíficos, si puede decirse así. Obtienen la sangre de los hospitales, porque la de los humanos se ha degradado a causa del deterioro medioambiental. Les sostiene el amor, la música y la literatura en medio de un mundo cuya decadencia les repele.

30 días de oscuridad

De vuelta a las fuentes de Hollywood, en 30 días de oscuridad (2007) quedan rastros de Río bravo y Asalto a la comisaría del distrito 13, por citar dos antecedentes. La acción de un grupo de humanos que resisten frente al mal (vampiros que abandonan su reclusión un mes al año en que se pone el sol en un pequeño pueblo de Alaska) la filma David Slade con un notable ritmo y suspense. Y en Abraham Lincoln: cazador de vampiros (2012), Timur Bekmambetov, un director secundario, atrae, sin embargo, con una recreación falsamente histórica sobre un futuro presidente americano emprendiendo batallas en el mundo subterráneo de vampiros que se proveen de la sangre de esclavos de las plantaciones.

El conde (2023)

Cerramos esta comprimida historia vampírica con El conde, la más interesante de este último pelotón de películas del siglo XXI. Su convención fantástica, su carácter paródico, sus postulados políticos inteligentemente combinados por Pablo Larraín revisten de un halo mítico (en negativo) la figura del dictador Pinochet, un vampiro que sigue chupando la sangre de los cuerpos de los chilenos desde un refugio recóndito donde vive con su mujer y un sirviente. La brillante manera en que Larraín aprovecha los elementos cinematográficos del vampirismo (la posesión de los otros, la inmortalidad, la violencia…) demuestra que es la sangre de los propios cineastas la que mantendrá vivo este género.

Proyecciones del ciclo de vampiros de CutreCon, el Festival Internacional de Cine Cutre de Madrid, que se celebra hasta el domingo:

Viernes 2 de febrero. Facultad de Ciencias de la Información

11.30. Sangre cubana. Filme amateur de vampiros rodado con teléfonos móviles.

Sábado 3 de febrero. mk2 Palacio de Hielo

11.30. Wizard´s Curse. Un malvado mago crea al vampiro supremo.

13.30. Mystics In Bali. Recrea el mito del Leyak, un vampiro de cabeza voladora.

21.10 Buffy La Cazavampiros. La famosa Buffy lucha contra las fuerzas del mal.

23.10. Vampire Girl VS Frankenstein Girl. Una comedia gore llena de mutilaciones.

Domingo 4 de febrero. mk2 Palacio de Hielo

11.45. Sesión doble: Chivalric Tornado. Las insólitas aventuras de un niño vampiro. Y Vampire Raiders Ninja Queen. Vampiros chinos extorsionan a empresarios.

16.30. Dracutón. Maratón de 4 películas dedicadas al conde Drácula: Killer Barbys Contra Drácula, de Jess Franco en su etapa más desvergonzada; Dracula 2012, con los peores efectos digitales; Vampire Assassin, un plagio de la saga Blade; y Dracula, un ejemplo cutre del cine vampírico de India.

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