Venecia, el nuevo eslabón solidario del artista urbano ‘Saype’

La obra gigante y biodegradable del artista franco suizo flotando sobre el Gran Canal de Venecia. Foto: Valentin Flauraud para Saype.

El Viajero Asombrado se traslada a Venecia para contarnos la nueva parada, la número 13, del Proyecto ‘Beyond Walls’ que el artista urbano Saype está realizando en distintas partes del mundo junto a la firma cafetera italiana Lavazza. Monumentales obras sobre el terreno que dibujan manos entrelazadas con la idea de crear la mayor cadena humana, manos que significan solidaridad, que la fuerza se consigue avanzando juntos y con respeto al planeta.

Hace unos meses conocí en la Piazza della Signoria de Florencia a un artista que me llamó la atención y me cayó estupendamente: Saype, un joven franco-suizo pionero de la pintura sobre hierba que había sido designado como uno de los artistas-activistas más importantes del momento por parte del fotógrafo Chivo Lubezki, que lo incluyó en su Calendario Lavazza 2022 junto a otras voces sensibles al cambio climático, comprometidas con la sostenibilidad y conscientes de la importancia de actuar cuanto antes.

En una animada conversación, Saype me resumió parte de su vida y del despertar de su vocación, y enseguida vi en él algo que me gusta mucho en el oficio: la inquietud y el descaro propios del autodidacta. Saype trabajó durante años como enfermero, y el sufrimiento con el que convivía tuvo mucho que ver en su posterior trabajo, obras gigantes realizadas sobre hierba, realizadas con pintura eco-responsable que crean vínculos entre las culturas y que están presentes a lo largo y ancho del mundo. Es un artista  muy mediático, detalle que aprovecha para propagar su mensaje combativo desde la reflexión. La revista Forbes lo designó como una de las 30 personalidades de menos de 30 años más influyentes en el mundo, especialmente del arte y de la cultura.

Por todo ello, cuando el otro día llegué a la Biennal de Venecia y me dijeron que estaría por ahí Saype, fue una alegría saber que me encontraría con él.

Lo primero que compruebo al llegar al Piazzale Roma es que los turistas han vuelto a tomar Venecia. Cuando se lo comento a un habitual del Bacareto da Lele, mi bar favorito de esta ciudad (en el que el spritz cuesta 1,70 y de los pocos donde se puede hablar con venecianos), me dice que tanto es así que muy probablemente en breve se imponga un cupo máximo de visitantes y que, según rumores de la administración, se amenaza con obligar a pagar entrada en determinadas fechas, lo que sería, obviamente, un despropósito que acercaría más aún a Venecia al parque temático que se dice que es.

A mí, la verdad, no me importa, yo siempre miraré Venecia con mis ojos hambrientos y recién nacidos de los 25 años, cuando llegué a vivir a la vecina Padova, cuando Venecia era un puerto, un refugio para mi vaivén emocional, un misterio y la ciudad más hermosa y especial que jamás había visto. No hay mejor ciudad en la que ejercer la deriva que esta, sobre todo porque perderse es una actividad lógica; lo raro es encontrarse o saber hacia dónde vas.

Yo no voy a ningún lado y por eso acabo donde quería, en el Ai Strani de la Vía Garibaldi, otra de mis debilidades. Luego, de vuelta, tras visitar la tienda Olivetti del gran Carlo Scarpa, pensando que sé donde voy, me pierdo, y doy vueltas alrededor de San Marcos creyendo que voy en la dirección adecuada, alejándome de ella. No tengo batería en el móvil y a los dos guiris como yo que pregunto están igual de perdidos y a la greña con Google Maps.

Nada, el viajero asombrado jamás se permite este tipo de enfados. La paciencia siempre es digna de ser reivindicada. Por suerte, me concentro en seguir las indicaciones que señalan Rialto y llego al puente. Lo atravieso como puedo, casi a empujones, abriéndome paso entre ese común delirio que se produce en los lugares concurridos de más en los que hay más móviles que personas.

Proceso de creación de la obra del artista urbano Saype para que posteriormente navegue por los canales de Venecia. Foto: Valentin Flauraud for Saype.

¡Un cóctel bellini!, o dos o tres

Cuando me encuentro con Francesca y Letizia, mis amigas de Lavazza, me comentan que el encuentro con Saype será al día siguiente, que de momento nos vamos a cenar al Harry’s Bar. ¡Al Harry’s Bar! No se me ocurre un lugar mejor para ir a cenar que el Harry’s Bar. Y No se me ocurre otra manera de superar el momento de ir a cenar al Harr’y Bar que ir a cenar al Harry’s Bar en un water taxi. Esto es muy fuerte…

Todo lo que sé de este mítico restaurante inaugurado en 1931 por Giuseppe Cipriani se va haciendo realidad ante mí: aquí se inventó el cóctel Bellini y el carpaccio, en honor al artista del renacimiento Vittore Carpacci. Se ve que en 1928 un turista estadounidense llamado Harry Pickering le comentó a Cipriani que no había ningún buen bar en Venecia, y tres años después regresó a Venecia con el dinero justo para convencerlo de abrir un bar juntos. Con el tiempo dejó de ser bar para convertirse en templo.

Reconozco a un periodista austriaco que vive en Seúl y trabaja en Viena, con quien me he encontrado varias veces y cuyo nombre nunca recuerdo ni pregunto. Es él quien señala los Bellinis y quien me incita a probarlos. Es emocionante. Voy a probar un Bellini por primera vez en mi vida. Aunque me resulte excesivamente dulce, repito una, dos y tres veces. Y ya en la mesa, pruebo croquetas y tramezzini. Todo me parece insuperable.

Me siento junto a Francesca y Letizia, con las que siempre hablo el italiano que aprendí en Padova y con el que me hago entender; ellas dicen que muy bien, pero yo tengo mis dudas. Solo por estar en esta mesa del Harry’s Bar con ellas merece la pena haber venido. El viajero asombrado flipa, una vez más, con lo maravilloso que es volver a los lugares en que fue feliz y enfrentarse a ellos sin nostalgia y haciendo cosas que en su momento, evidentemente, quedaban muy lejos de su alcance.

Sentado con el Bellini certifico que el Harry’s es una institución, un museo, un château, un parque natural, una hacienda, un cuadro, una playa, un puente… una obra maestra, en fin. Cóctel a cóctel, nos reímos bastante y nos encanta saber que el primer plato es el mítico Carpaccio Cipriani. A nuestro lado, un señor francés que no he logrado saber de dónde viene, saca de pronto el móvil del bolsillo y deja de charlar y de comer para ponerse a escuchar algo que no tiene fin con suma atención. Cuando alguien, 30 minutos después, le pregunta qué está haciendo, separa el móvil de la oreja y dice que está escuchando el debate Le Pen / Macron. Ah, muy bien, sigue, sigue.

A nuestro lado hay una chica alemana que no se cansa de repetir que es vegetariana y de ensalzar todas las virtudes de su decisión. Afirma que detesta la carne y beber vino, que en su casa jamás se come carne y jamás se bebe vino. Yo,  que estoy a su lado, no paro de beber vino y me siento mal, pero en fin, resisto; los Tagliolini gratinati que han llegado son los mejores que he probado en mi vida. Luego nos traen la carne, una cosa sobrenatural llamada Piccate di Vitello al limone. Ante algo tan bello no se puede hablar. Nos entendemos con la mirada. El francés está, pero no está; no come, sigue pegado al móvil, al parecer el debate le impide comer al mismo tiempo que lo escucha.

Cuando al cabo de un rato, Francesca, Letizia y yo vemos a la joven alemana rebañando la ultima gota de salsa del plato tras haberse zampado toda la carne, nos quedamos incrédulos, levantamos los hombros, arqueamos las cejas, nos sonreímos primero, en silencio, y reímos luego abiertamente. Mamma mia! “Buenísimo”, dice la chica con el plato blanco, y se queda tan ancha, tan satisfecha. ¿Algo se nos ha escapado? No entendemos nada, o lo entendemos todo. Mondo difficile...

Qué maravilla es volver al hotel en water taxi. El viajero asombrado no deja de asombrase con todo. No encuentra la Luna, pero no importa, estará en otra parte. Entre las olas y el viento del Gran Canal se lleva con él el recuerdo de los bellinis como se llevaba antes la intensidad de un escarceo furtivo en la oscuridad de un antro.

Un proyecto por la sostenibilidad

Al día siguiente, quedamos con Saype en la torre del Arsenal Norte, donde tiene lugar la rueda de prensa sobre su nueva colaboración con Lavazza, la obra número 13 de su proyecto Beyond Walls, tras recalar en puntos como París, Berlín, Estambul, Ginebra y Ouagadougou (Burkina Faso).

No es casualidad que se haya elegido Venecia, y durante la Biennale, para presentarla. Saype y Lavazza levan años promoviendo la sostenibilidad con sus acciones. Saype me comenta que Venecia es símbolo de belleza, sí, pero también de fragilidad, por eso conviene realizar este tipo de llamadas a la conciencia sobre el cambio climático y explicar que esta nueva plataforma flotante, que recorrió ayer un tramo del Gran Canal hasta atracar en este Arsenal, surgió para apoyar la iniciativa del Grupo Blend For Better (Mezclar para mejorar), con motivo del Día de la Tierra (22 de abril).

Cuando en nuestro primer encuentro en Florencia le pregunté a Saype cómo se había convertido en un land artista, lo primero que me dijo fue que la palabra artista era demasiado pretenciosa para él. “Yo no estaba predeterminado, mis padres no estaban en el mundo del arte ni nunca me llevaron a una galería o a un museo. Cuando empecé a pintar, mi madre se llevaba las manos a la cabeza al saber el dinero que gastaba en pinturas… Empecé con graffitis y, con la edad, encontré mi lugar en la sociedad, era una manera de decir que existía, de sentirme vivo. Pero los graffiteros estamos superados por la explosión visual, al final nadie miraba los grafitis. Me fui al campo, al este de la Francia, a un pueblo con 200 habitantes y rodeado de hierba. Los drones me permitieron ver el mundo diferente y al mismo tiempo empecé a leer mucho sobre el budismo, me interesa mucho el budismo, la concepción de la muerte, el sufrimiento; la literatura me ha ayudado a saber cuál es el sentido de mi existencia, qué puedo dejar. El budismo habla de Impermanencia, todo está evolucionando, todo se mueve… Y así fue como empecé a pintar sobre la hierba”.

Saype pasó casi un año realizando experimentos y recetas con pigmentos hasta conseguir pinturas absolutamente ecológicas y sostenibles. “He hecho test para analizar el impacto en la biodiversidad de los pigmentos y lo he minimizado al máximo”.

En un momento dado de 2016, Saype dejó de ejercer como enfermero, ya que empezó a ser conocido y requerido en distintos países. “El dinero me ha permitido ser libre; eso es lo más importante en un artista, la libertad”. Le pregunto si es peligrosa la fama: “A veces molesta, pero hoy yo soy más libre que antes, aunque, al mismo tiempo, tengo mas responsabilidad, he pasado del graffiti a hacer obras para la ONU, en EE UU, en Turín, en París, en Nairobi, en México, en Benín, tratando temas como la esclavitud, los flujos migratorios, los refugiados, la sostenibilidad…”.

Beyond Walls es un proyecto políticamente comprometido. Su mensaje viene a decir: “Tenemos la responsabilidad y la oportunidad de que, si queremos, podemos”. Y sigue siendo fiel a sus principios fundacionales: impactar en las mentes sin impactar en la naturaleza. “Nuestras vidas y nuestros actos están destinados a convertirse en huellas de nuestro paso por el mundo; de nosotros depende qué queremos hacer”.

Retrato del artista Saype sobre la plataforma en la que ha realizado su mural biodegradable en Venecia. Foto: Valentin Flauraud para Saype.

‘El momento Turner’

¿Tuviste alguna experiencia que te hiciera cambiar de punto de vista, un detalle fundacional?

“Sí, hubo un momento, ya de mayor, ver los cuadros de William Turner en la National Gallery; al estar delante de ellos, aluciné, tenía la impresión de que la luz salía del cuadro. Hoy soy muy sensible al trabajo de Vhils” [el artista callejero portugués que humaniza muros y paredes como Saype humaniza campos de hierba].

Recuerdo el credo de Turner: “La atmósfera es mi estilo”. Y salgo a la terraza para ver la Pieza flotante número 13 del proyecto Beyond Walls.

¿De dónde nació este proyecto?

“En 2018 vi un reportaje en la tele sobre una asociación llamada SOS Mediterráneo, que rescata a gente en el mar. Me emocionó mucho y durante dos meses mi equipo y yo estuvimos dando vueltas a la posibilidad de hacer algo con ellos. Luego conocí a la directora y me convenció cuando me dijo “somos apolíticos y no podemos dormir si sabemos que cada noche mueren dos o tres personas en el mar, con hijos y sin esperanza”… Por primera vez en mi vida autofinancié un proyecto para ayudar a la fundación, lo hice en Ginebra y fue increíble… porque muchos políticos después de este proyecto cambiaron de actitud. Seis meses después, vi un documental sobre el muro que quería construir Trump entre EE UU y México, decían que iba a costar miles de millones de dólares y yo me preguntaba: ¿Por qué Trump no le da ese dinero a los mexicanos; así, ellos estarían contentos y ya no querrían emigrar a EE UU?… En fin, tenemos que aprender a trabajar juntos de manera globalizada, esa es la intención de Beyond Walls: trabajemos juntos, aprovechemos que estamos en un mundo híper-conectado para trabajar juntos”.

“No tiene sentido esconderse, hay que encontrar soluciones comunes”

Según Saype, todo el proyecto habla de eso, ese símbolo de dos manos unidas significa que no tiene sentido esconderse, que hay que encontrar soluciones comunes. Saype no puede esconder la emoción de presentar la obra en el contexto de la Biennale: “Venecia representa la delicadeza y la cultura, pero también la fragilidad”.

Siento curiosidad respecto a la vinculación de Saype con una marca como Lavazza. “Es la única marca a la que estoy ligado. En 2018 hice un calendario con ellos, fui a ver lo que hacían en Colombia y me empapé del universo cafetal, fui a hablar con productores y me emocionó mucho ver lo contentos que estaban… Luego conocí a Francesca Lavazza (directora de imagen corporativa, cabeza visible y responsable de las campañas artísticas y culturales de la compañía) y al resto de la familia, y comprendí que aman el arte profundamente y por eso trabajo con ellos. Me ayudan, hacemos grandes proyectos y tenemos los mismos valores”.

Antes de despedirme de Saype, me cuenta que en breve se va a Belfast, a colaborar con una acción en el muro de La Paz, lo que no me extraña en absoluto. Comento fugazmente con el periodista austriaco la calidad de la cena de ayer y le deseo buen regreso a casa. El señor francés sigue a su bola, ya que tiene una mano libre; ahora al menos puede beber prosseco mientras habla.

La cadena humana en una ciudad símbolo de fragilidad

Letizia me avisa de que está por aquí Francesca Lavazza. En el encuentro con ella, le pregunto de dónde viene el interés de la compañía por el arte: “Esta sensibilidad y curiosidad siempre han formado parte de la familia, porque el café es el mejor social network que existe. ¿Quieres uno?”, me contesta y pregunta. “¡Cómo no!”. Y sigue: “Apoyamos la fotografía y trabajamos con artistas de street art para llegar a un público diverso, y con Saype para reivindicar la naturaleza, respetándola y revelando su valor. El arte es un lenguaje abierto, pero también un instrumento para el cambio; te estimula, te compromete y te da respuestas. Con Saype trabajamos en Colombia, lo llevamos a nuestra comunidad y a nuestras plantaciones y empezamos el Proyecto Tierra. Es un artista con el que compartimos valores; la cadena humana que él pretende visibilizar en sus obras la hemos traído aquí, porque Venecia es una ciudad en la que el impacto ambiental es muy fuerte; por eso flota sobre el agua, para representar solidaridad entre personas y entre paisajes. ¿Otro café?”.

“¡Venga…!”.

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