Versos contra el neoliberalismo que nos agota

La poeta Azahara Palomeque, autora de ‘Currículum’.

Primera de las dos entregas en las que abordaremos una pregunta: ¿Buenos tiempos para la poesía? Nos contestarán cuatro jóvenes poetas. Comenzamos entrevistando a Azahara Palomeque y a Juan Ramón Santos, que aprovechan los versos para arremeter contra un inhumano sistema liberal construido a fuerza de engaños, como esos que insisten en que el trabajo dignifica y que Estados Unidos es la tierra de las oportunidades.

Sin perder el lustre del prestigio, durante muchos años la poesía parecía haberse convertido en un género minoritario y endogámico. La broma era que había tantos lectores de poesía como poetas, o viceversa. Lo que daba una idea de lo reducido del mundillo, pequeño y con fama de estar lleno de envidias, desprecios y rencillas entre las distintas corrientes, minoritarias entre lo minoritario. Fernando Aramburu, gran lector de poesía, retrató muy bien y con una amable ironía este ambiente en la novela Ávidas pretensiones, con la que obtuvo el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral.

La llegada del nuevo siglo y la aparición de las redes sociales ha traído, paradójicamente, un bum de escritores de poesía que, no siempre, cumplen con el rigor mínimo que se le exige al género. Varios autores han analizado el fenómeno en ensayos como el de Martín Rodríguez-Gaona, La lira de las masas. Internet y la crisis de la ciudad letrada: una aproximación a la poesía de los nativos digitales (Páginas de Espuma).

Pero al margen de esta nueva tribu poética y básicamente muy joven que han traído las redes, han surgido también otras voces, otros ámbitos, que diría Capote, de una generación intermedia, con nuevas miradas sobre lo poético y la realidad y que se sitúan entre la generación anterior y lo efímeramente moderno y evanescente de lo que se publica en las redes. Para situarnos en el momento actual que vive la poesía, hemos hablado con cuatro de estos poetas (Azahara Palomeque, Juan Ramón Santos, Tes Nehuén y Carmen Zurbano) a cuenta de sus últimos libros.

Publicaremos las entrevistas en dos entregas; ahora, esto es lo que nos han contado Azahara Palomeque y Juan Ramón Santos.

Azahara Palomeque: contra un sistema que agota la energía de la gente

Acaba de publicar Currículum (Ediciones Aéreas), un libro incómodo que desmonta, entre otras cosas, la idea de la meritocracia y el sueño americano. Azahara Palomeque vivió varios años en Estados Unidos, es doctora en Estudios Culturales por la Universidad de Princenton y autora de varios ensayos y poemarios. Hace unos meses decidió regresar a España. Esa mirada de ida y vuelta es muy feraz en su escritura, siempre ácida y en busca de una belleza que a veces puede perturbar. En los próximos meses saldrán a la luz varios proyectos literarios suyos.

¿Cómo fue el proceso de escritura de ‘Currículum’?

Yo estaba buscando trabajo y, mientras preparaba currículums de verdad, me pareció tan absurdo el proceso, tan ridículo aparentar en cada entrevista que había nacido para X puesto, tan estúpido asumir ese lenguaje motivacional típico de Recursos Humanos, que decidí contar la historia en negativo, con todas sus trampas. Cuando por fin conseguí un contrato, mi trabajo resultó ser de lo más alienante y supe que debía continuar el proyecto como protesta silenciosa contra una meritocracia fallida y un sistema que agota la energía de la gente, su salud mental y física, que destruye vínculos afectivos a cambio de un sueldo. El trabajo es importante para vivir bien, pero no es un valor en sí mismo, y cuando ese bienestar no se logra, precisamente porque el trabajo lo impide, hay que denunciarlo.

Es una poesía que no siempre resulta fácil de leer; te interesa un lector activo, ¿no?

Discrepo parcialmente. Algunos poemas son simples, directos, tanto que casi actúan como manifiestos, como el primero: Ph.D., o incluso el comienzo del libro, que es un currículum tachado y puede considerarse un poema visual. Luego el contenido se va adensando, pero siempre hay pistas que indican qué quiero transmitir, ya sea a nivel semántico, rítmico o incluso respiratorio: por ejemplo, hay un poema que se llama productivos que está escrito de manera que, si lo lees en voz alta, te quedas sin aliento. Si consideramos los múltiples significados transmitidos con distintas herramientas líricas, yo no creo que sea una poesía difícil. Sí que me gusta que el lector piense, juegue conmigo, me acompañe, porque creo que ahí se cuece una poesía más auténtica. Cuando el mensaje es demasiado literal, abandonamos el reino de la literatura, nos desplazamos a otros territorios.

Hay un retrato descarnado de la emigración a un país como Estados Unidos, también de la precariedad laboral en España.

Currículum, como otras obras mías, desestabiliza el American Dream. En la supuesta “tierra de las oportunidades” existe una población mayoritaria que no llega a fin de mes, o que necesita varios trabajos para sobrevivir, que se esfuerza hasta desfallecer por integrarse en una mitología falaz que sólo deja desazón, también entre los más educados. Como esa ideología se ha adoptado en otros países, entre ellos España, y sigue haciendo tanto daño, me parecía el momento de desmontarla. Por otra parte, recuerdo que cuando publiqué American Poems (en 2015) alguien me dijo: “Ah, pero la gente de Princeton no va al paro”, y lo cierto es que sí, allí acabé unos meses. Este poemario también es una forma de dignificar la emigración y contar su cara más amarga: igual se sufre discriminación, porque tus rasgos físicos, tu lengua materna, te acompañan adonde quiera que vayas, y son más visibles que cualquier título.

¿Qué autores te interesan?

Tengo a mi familia de clásicos, como Pizarnik, Pessoa, Drummond y Lispector en Brasil, el Lorca de Poeta en Nueva York que tanto me ha acompañado. Pero también leo a autores y autoras contemporáneos, mucho ensayo, novela… Por ejemplo, este libro dialoga muy bien con la obra de Remedios Zafra, de ahí que ella me escribiera el prólogo o que citase uno de mis poemas en Frágiles. En general, me interesa la gente en cuya obra podemos detectar una fuerte conciencia histórica y política sin abandonar el gusto por la forma, la belleza, el cuidado estético. Por ejemplo: Chirbes, reivindicativo y verdadero orfebre de la palabra; Sontag, más analítica; Alexiévich, que es pura voz de otros sin renunciar al estilo; la última novela de Lara Moreno, que podría considerarse literatura social y es, a la vez, una preciosidad; Tokarczuk, Torné, Sebald, un Martín Santos, una Gaite… Ahora estoy leyendo a Agota Kristof y creo que tardaré mucho en recuperarme de tanta brillantez desgarradora.

¿Para qué sirve la poesía?

Borges diría: ¿Para qué sirve el olor del café?, ¿y un amanecer?, ¿y yo mismo? No todo debe tener un valor instrumental; si acaso, ahí radica su mayor utilidad, en no servir. A mí me ayuda, al leerla y al escribirla, a indagar en los entresijos del lenguaje, a abrirme las tripas, ver qué hay dentro; me sirve de ejercicio de introspección y también aprendo a interactuar con la palabra de manera que, a la larga, puedo decodificar mejor otras jergas, como la política o la publicitaria. Pero ésa soy yo; quizá a otro sólo le sirva de escapismo, o de terapia, o directamente no le sirva.

¿Crees que son buenos tiempos para la poesía?

Obviamente, no. Creo que nos encontramos en los picos de un neoliberalismo que comienza a desmoronarse, que ha perdido legitimidad social sin que aún hayamos descubierto otra fórmula para articular nuestras sociedades. Se habla tanto de transición, ecológica, energética, porque realmente sabemos que el sistema exige cambios más o menos profundos. Algunos apuestan por el reformismo y otros por mudanzas más radicales, desde todos los puntos del espectro político, pero lo que está claro es que lo presente no funciona. Al mismo tiempo, la crisis climática (y la de biodiversidad, y otras relacionadas) suponen una destrucción de la biosfera a un ritmo nunca antes visto en la historia de la Humanidad. El momento es complicado, lo cual no quiere decir que no podamos encontrar soluciones justas, equitativas y democráticas.

¿Qué piensas de los poetas que se han dado a conocer a través de las redes sociales, de internet? Muchos han sido muy criticados por no tener suficiente nivel ni atender a la tradición.

Tengo sentimientos encontrados. Por una parte, ha bajado mucho la calidad, por razones que tienen que ver con la sumisión del arte a estrategias de mercado; por ejemplo, si hace unas décadas la publicidad bebía de la poesía, ahora es la poesía la que se proyecta usando las herramientas del marketing, con lo que podemos constatar un neoliberalismo omnívoro que también devora la cultura, y con eso se pierde complejidad y diversidad. Por otra parte, las redes han permitido cierta democratización de la cultura y que muchos que no procedemos de cunas nobles podamos compartir nuestro trabajo sin necesidad de que el crítico carcamal X o la prestigiosa revista Z nos dé la palmadita en la espalda. Sigue habiendo un filtro, que es el que establecen las empresas tecnológicas, pero es diferente. Creo que soy capaz de ver los pros y los contras, sin apostar por un diagnóstico unívoco.

Juan Ramon Santos, autor de ‘Vida salvaje’.

Juan Ramón Santos: el trabajo dignifica, ¡ja!

Con Vida Salvaje (Hiperión), el escritor placentino ganó el Premio Valencia. Antes, Santos ya había transitado por la poesía después de haberse dado a conocer como narrador, en un proceso que suele darse a la inversa. La nostalgia, la presencia de la muerte, el afán en el trabajo del que habla el también escritor extremeño Luis Landero, la memoria y el aprendizaje se cuelan en este libro en el que aún late el corazón herido de un mundo que se pierde.

¿Te costó mucho escribir este libro? ¿Cómo surgió la idea?

Fue todo muy azaroso. En comparación con la narrativa, en la que –al menos en mi caso– siempre hay algo de premeditación, la poesía, cuando surge, lo hace de forma accidental. En el caso de Vida salvaje, en un determinado momento me encontré con que había escrito un puñado de poemas que giraban en torno a dos temas: mi experiencia con la muerte y mi experiencia en el campo, que me pareció que, aun siendo muy distintos, podían funcionar juntos, tal vez porque, si lo piensas, en ambos casos se trata de experiencia, de aprendizaje, y porque después de todo la muerte es un fenómeno absolutamente natural… A partir de ahí, el libro comenzó a crecer hasta llegar a lo que ha acabado siendo.

Hay una atención especial al mundo de la infancia, que en parte ya parece extinguido. ¿Sientes nostalgia?

Ayer mismo leí un poema de Louise Glück que termina diciendo: «Miramos el mundo una sola vez, en la infancia. / Lo demás es memoria». Pues eso. La mirada se desgasta, y nunca es tan intensa como al principio, cuando uno descubre las cosas por primera vez, en la infancia. Ya solo eso la hace merecedora de nostalgia.

También veo una reivindicación del trabajo en el campo, aunque fuese duro.

No soy un gran fan del trabajo. Más bien todo lo contrario. Mi educación fue cristiana, católica, y no puedo evitar seguir considerando el trabajo como un castigo. De hecho, me ponen enfermo ideas como la de que nos realizamos por medio del trabajo o que el trabajo dignifica, porque están cargadas de ideología. De la peor ideología. En mi caso puede haber, más bien, una reivindicación de unas formas de vida que, como dice uno de los poemas, «el tiempo, despiadado, ha consumido / hasta dejar apenas las cenizas», unas formas de vida a las que, precisamente por la dureza del trabajo y las condiciones de entonces, y por nuestra ciega concepción de progreso, hemos dado la espalda por completo, cuando seguramente algo (o mucho) tendrían aún de aprovechable, yo diría que incluso de necesario para el futuro, si realmente queremos tener un futuro. 

¿Qué autores lees y sigues?

Muchos. Soy un lector múltiple y ecléctico, aunque supongo que, como todo el mundo, tengo mis autores de cabecera. En el ámbito de la poesía, por ejemplo, a nuestros paisanos Álvaro Valverde o Basilio Sánchez, pero también a Eloy Sánchez Rosillo, Francisco Brines, Miguel d’Ors, Pessoa, Larkin, la Szymborska…

¿Sirve para algo la poesía, es un arma cargada de futuro? ¿Crees que vivimos un buen momento?

Pues no sé muy bien para qué sirve. Supongo que tiene mucho de refugio, de consuelo, de «casa de misericordia», como decía Joan Margarit, o de «cuarto del Siroco», como dice nuestro Álvaro Valverde, pero también, para los que amamos las palabras, como lugar donde experimentarlas en su máxima expresión, en el que despliegan, como en ningún otro medio, toda su intensidad, todo su fulgor, todas sus posibilidades. En cualquier caso, me molesta también bastante (me doy cuenta de que me voy volviendo poco a poco gruñón –y por lo tanto viejo–, porque parece que cada vez me molestan más cosas) que las cosas tengan que servir para algo, al menos en lo que, por lo general, entendemos por servir, pues al final va ligado a otra idea perversa, la de utilidad, que también está cargada de la más perversa ideología. En cuanto a la segunda pregunta, siempre he tenido la sensación de que empecé a leer Literatura demasiado tarde, y de que tengo mucha lectura fundamental pendiente, lo que hace que acabe leyendo casi más clásicos (entendido en sentido amplio) que contemporáneos o, por lo menos, que lo último, que lo más contemporáneo. Por eso no creo que haya podido leer lo suficiente como para poder emitir ese tipo de juicios de valor, aunque supongo, hasta donde yo puedo llegar (hasta donde he podido leer), que el momento es bueno.

¿Qué piensas de los poetas que se han dado a conocer a través de las redes sociales, de internet? Muchos han sido criticados por no tener suficiente nivel ni atender a la tradición.

No he leído ni uno solo de esos libros. He leído, como supongo que muchos, textos sueltos que me hacen pensar –como piensan muchos– que se parecen más al tipo de frases ñoñas con las que, cuando nosotros éramos jóvenes, se adornaban las carpetas de ir al instituto que a auténtica poesía. Aun así, lo que sí me parece es que se le ha dado demasiado bombo, y que la polémica es excesiva. No es más que un fenómeno comercial, algo que surge, como bien dices, en internet y en las redes sociales y que la industria editorial decide explotar, y lo hace (probablemente porque sepan que se trata de un fenómeno efímero) poniendo toda la carne en el asador, dándole muchísima publicidad para sacarle el máximo beneficio mientras dure (que es como, por lo general, se explotan este tipo de fenómenos, exprimiéndolos hasta dejarlos secos).

En narrativa sucede desde hace tiempo, yo diría que desde siempre. Cada año se publican decenas o centenares de novelas muy malas, pero que se publicitan por todo lo alto, premiando incluso algunas con galardones rimbombantes, y que la gente consume como si se tratara de alta Literatura, y no se pone por ello el grito en el cielo. Si lo piensas bien, muchos fabricantes de vino peleón redactan sus etiquetas con tanto exceso que, si uno que entienda poco, las lee y se las cree, podrían hacerle pensar que es un caldo con un 99 en la Guía Peñín, cuando no es más que vinarro, y es que un cierto grado de engaño siempre es legítimo. De hecho, todo el sistema mercantil, que sostiene, a la vez, nuestro sistema está basado en ese grado de engaño, que en ocasiones, claro, se vuelve excesivo. Supongo que si los poetas se han indignado tanto es porque, en definitiva, da rabia que para una vez que la poesía adquiere protagonismo y se vuelve súper ventas, sea con obras que tienen más bien poco de poesía, pero al menos siempre les quedará el consuelo de que es un fenómeno transitorio, pues la gente se acaba cansando de todo…

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