Viaje a Beirut, la ciudad del ‘carpe diem’, junto a su corresponsal más veterano

El escritor y periodista Tomás Alcoverro.

El escritor y periodista Tomás Alcoverro.

El escritor y periodista Tomás Alcoverro.

El escritor y periodista Tomás Alcoverro.

Tras nueve años sin votar, hoy cuatro millones de libaneses están convocados por fin a las urnas en unas elecciones presidenciales. Buena ocasión para asomarnos a ‘La noria de Beirut’, libro recién publicado por Diëresis, del catalán Tomás Alcoverro, el corresponsal en Oriente Medio más veterano. Ha firmado más de 8.000 crónicas para el diario ‘La Vanguardia’ desde esta ciudad en la que sigue residiendo, considerada “el avispero del mundo”, pero con una energía y tolerancia dignas de admirar.

 Toda esa experiencia la ha condensado ahora en este volumen en el que desgrana su visión desde los grandes temas geopolíticos a los detalles de la vida cotidiana del Líbano. Estuvimos con él en la presentación de su libro en Madrid, en Casa Árabe

Tomás Alcoverro (Barcelona, 1940) es simpático y locuaz, le gusta encadenar anécdotas como subordinadas de una frase larguísima. Y a la pregunta de por qué sigue viviendo en Beirut, ya retirado, qué es lo que le gusta tanto de esa ciudad para no regresar a Barcelona, se confiesa: “Porque me considero un privilegiado. Allí los extranjeros, solo por ser extranjeros, estamos muy bien considerados, gozamos de cierto reconocimiento social, y además me gusta vivir en la ciudad que, respecto a su tamaño, cuenta con más diarios, sigue habiendo nada menos que 18. Y sin censura”.

Declara ese amor en las primeras páginas de su libro, que lleva por subtítulo “Vida en la ciudad que siempre renace”: “Beirut me sigue dando vida y he resistido y he podido regresar a ella tras mis estancias en París y en Atenas. Beirut, por todo esto, porque estalla en el aire como castillo de fuegos artificiales, y queda agarrada firme en la orilla del mar con su noria siempre girando, porque es la frontera entre todos los sentimientos y eso tan superficial que son las ideas, porque es el infierno, la imaginación, la ternura y la esperanza, y surge después de otra aurora roja, porque todos la habían desahuciado y nadie pudo arrancarla de su corazón, Beirut es también mi ciudad”.

La tolerancia y la convivencia entre religiones, el equilibrio de fuerzas de esa noria, que concentra todas las mareas de tensión de Oriente Medio, sigue siendo la seña de identidad de esa ciudad. “A pesar de haber vivido una guerra civil que duró 15 años, de 1975 a 1990”. explica Alcoverro, “Beirut ha sido y sigue siendo una ciudad fácil para trabajar un periodista, para llegar a la gente y ser recibido incluso por gente importante, y eso es algo que siempre hace brillar al corresponsal”.

“Fácil por un lado, pero muy complicada por otro”, reconoce. “Quien crea que conoce Líbano es porque se lo han explicado mal. Es un país especial, que no tiene nada que ver con el resto de países de la zona, democrático y occidentalizado gracias a la comunidad cristiana (“los cristianos libaneses, que pese a su pérdida de influencia política continúan dando a Líbano su especial carácter de libertad, no han tenido que emigrar en masa como sus correligionarios de Alepo, de Mosul, de Damasco”), con distintos grupos confesionales (se dice que habitan 18 grupos religiosos) que se respetan, con una estructura de poder basada en la distribución de acuerdo con esas confesiones. Un país pequeño y acogedor, de 10.454 kilómetros cuadrados (algo así como Asturias) y 4 millones de habitantes, más otros dos millones largos de refugiados en la actualidad. Con mucha vitalidad, con unas ganas increíbles de vivir, seguramente porque allí nada es seguro, y han decidido, más después de la guerra, aplicar el principio de carpe diem, vive ahora y mañana ya se verá, porque quizá el mañana no exista. Un país, una ciudad, que han demostrado la capacidad casi inagotable del ser humano de sufrir y aguantar, que ha vivido al límite. Un país muy propicio a los encuentros y que ve con muy buenos ojos a los europeos”.

Y dentro de esas tensiones, una especialmente cruel en los últimos tiempos, la del autodenominado Estado Islámico. A Tomás Alcoverro le preguntaron durante la presentación de su libro cuánto veía él de amenaza real en el Califato y cuánto de exageración y manipulación interesada desde Occidente. Y esto es lo que contestó: “Estaba claro que el Califato iba a ser derrotado militarmente antes o después, porque, para empezar, no contaba con fuerza militar aérea, pero es que su fuerza no era la militar, sino la ideológica. Recomiendo la novela La sumisión, de Houellebecq, que plantea cómo, en un momento dado, la prestigiosa universidad parisina de La Sorbona se islamiza aprovechando nuestra debilidad moral. Ahí veo yo la clave, en nuestra falta de fe en lo que tenemos; Occidente necesita un rearme moral, porque, si no, es ese vacío el que aprovechan los bárbaros del Islam”.

Sobre cómo puede resistir un país tan pequeño un peso tan enorme y desproporcionado de refugiados, Alcoverro explica: “Yo veo que Líbano tiene una desgracia que le persigue históricamente, que pierde a su propia gente, a menudo la más preparada, es el famoso éxodo de los libaneses por todo el mundo, y se va llenando de gente de fuera: armenios, palestinos, iraquíes, sirios…, en una proporción que yo no me explico cómo puede mantenerse. La idea del Líbano como refugio viene desde los maronitas. Líbano es un país pequeño y frágil que está soportando unas presiones demográficas muy graves. Ahora mismo hay más de un millón de sirios desplazados. A pesar de todo, de todos lo agoreros, la noria del Líbano sigue girando”.

Y lo desarrolla en el libro: “En estos tiempos de turbulencias telúricas en los pueblos del Levante árabe, Líbano, con sus cuatro millones de habitantes, se esfuerza en no ser arrastrado al abismo de la guerra de la vecina Siria, con 1,2 millones de refugiados acogidos en este pequeño país. La historia entre Beirut y Damasco, a solamente un centenar de kilómetros de distancia, es una historia de amor y rencor. Si los sirios ahora se refugian en Beirut, en guerras anteriores –como la que se extendió desde 1975 hasta 1990 o la última, de 2006- eran los libaneses los que encontraban las puertas abiertas de Siria, donde buscaban temporal cobijo”.

Para salir de tanto atolladero está “la solución a la libanesa”: “El pequeño Líbano sigue siendo caja de resonancia de los conflictos de Oriente Medio, desde el palestino-israelí hasta el enfrentamiento de suníes y chiíes”. “La república libanesa está muy avezada a periodos de crisis políticas que, si por un momento parece que provocarán el estallido del país, luego se apaciguan aunque nunca desaparezcan completamente en este círculo histórico. En su arte de la política practican la denominada “solución a la libanesa”, que si bien no pretende resolver el fondo del problema, permite aplazar sus conflictos siempre latentes y convivir en paz durante un tiempo”.

Un país también de serias y dolorosas contradicciones. A pesar de su occidentalización y de contar con una sociedad civil muy fuerte, registra injusticias como los abusos de semiesclavitud con las chicas de servicio llegadas de países como Senegal, Egipto o Filipinas.

Así lo cuenta en su libro, en el capítulo Pobres chicas las que tienen que servir (en los países árabes): “En la capital libanesa cualquier familia que se precie tiene una filipina, una etíope o una ceilandesa en su casa. Su presencia es signo de distinción social. Por 150 dólares al mes cuentan con sus servicios y su forzada entrega. Cuando salen a la calle, acompañadas de sus empleadores, caminan sumisas, algunos pasos detrás, tienen que cargar con los niños o llevarlos en brazos y estar a su servicio y antojo. No es solo en la península arábiga, en las monarquías del petróleo como Arabia Saudí o el Principado de Kuwait, donde hay escandalosos abusos sobre la mano de obra asiática y africana, sino también en esta república levantina. Es indudable que su situación aquí es más conocida y ventilada gracias a la libertad de prensa, casi inexistente en las demás capitales árabes”. “Un informe del 2008 del Human Rights Watch dio cuenta de que en el Líbano murieron 95 mujeres trabajadoras del servicio doméstico, cuatro de ellas suicidándose al arrojarse por el balcón. Estas muertes fueron provocadas por el enclaustramiento, los abusos y servicios sexuales, los malos tratos, la depresión. ¿Cuántas víctimas puede haber en el vasto y oscurantista reino de la Arabia Saudí, en los principados petrolíferos del Golfo?”.

El libro de Alcoverro es una declaración de amor en toda regla: “Beirut es una ciudad sensual y vulnerable, occidentalizada y tribal, árabe y mediterránea, hecha de espejismos, con una vitalidad arrolladora”.

“Llegué aquí en otoño de 1970, cuando nadie podía imaginar que la ciudad se convirtiera en campo de batalla”. “En aquellos años prósperos, Beirut no sólo era un mito para los occidentales. En El Cairo, en Bagdad, en Jartum, la llamaban novia de los árabes”.

Novia y noria: “La noria es la mejor metáfora de Beirut, con su ininterrumpido girar. Maruja Torres, gran amante de esta ciudad, me telefoneaba a veces desde Barcelona para inquirirse de su buen funcionamiento, ante rumores que a veces se propalaban de que había dejado de girar”. “Beirut es un ciudad propicia a los buenos encuentros y que me sigue insuflando vida. Nadie puede explicar Beirut, aprehenderlo, fijarlo en una cartulina como el entomólogo fija un insecto raro con una aguja. Nadie podía entender que en esta ciudad, desahuciada durante años, la vida tuviese suavidad, ternura”.

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Comentarios

  • Adriana Jalil

    Por Adriana Jalil, el 06 mayo 2018

    Me imagino q el libro está escrito en español , si fuera así como
    Podría conseguirlo, gracias !

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