Un viaje de deseos y realidad a orillas del Báltico  

La escritora Bárbara Mingo.

A partir de la vida y muerte del pintor y músico lituano M. K. Ciurlionis (1875-1911), que a pesar de vivir solo 36 años compuso 250 obras musicales y pintó tres centenares de lienzos, Bárbara Mingo (Santander, 1978) construye una extraordinaria rareza, una joya, el luminoso diario literario ‘Vilnis’. El riesgo de alternar deseo y realidad. Una apología incontestable sobre la resistencia y la coherencia. Un viaje de estrategias oníricas.

En ocasiones un viaje es sin sospecharlo el comienzo de nuestra propia biografía:

“Durante los días que siguieron a mi vuelta a Madrid, cuando me despertaba y a la luz dudosa del amanecer miraba desde la cama los árboles que se mecen con el viento, vi a los perros de su cuadro En el bosque replicando su brinco en las copas aún oscuras”.

El hierro candente que marca el porvenir del epílogo que formarán nuestros movimientos cuando ya no estemos:

“Todas las camas del mundo son mi cama, apunté en el cuaderno”.

No es fácil enfrentarse a estas dos exigentes verdades que ofrece Bárbara Mingo en su luminoso diario literario Vilnis. Sin duda una obra arriesgada, pero por fortuna lejos de la ostentosa arrogancia de quien busca trasgredir:

“Yo lo escrutaba todo con una atención tan densa que podía haber hecho volcar el autobús”.

Vilnis es una delicia de principio a fin, un paseo exigente por la vida y la muerte de M. K. Ciurlionis, músico y pintor lituano que hizo de su obra el escudo capaz de proteger de las agresiones externas el futuro artístico de su país. Una narración brillante auspiciada por la sencillez reflexiva de la autora. Un itinerario sobre el que Mingo se desplaza sin ninguna cautela y en el que su exposición emocional es máxima a pesar de que los acontecimientos que presencia no provoquen grandes estruendos en su día a día:

“¿Me he venido al Báltico a dormir?”.

Vilnis es una ensoñación táctil sobre la que Bárbara Mingo desliza el poder de su observación hasta exprimir con disciplina e inteligencia la esencia de una vida. La plasticidad de su discurso estético es tan elocuente como las palabras que articula para narrar este periplo rayano en la ensoñación. Mingo inserta en cada página estrategias oníricas que hacen de este libro un cuento adictivo:

“¿Qué clase de indoeuropeo muerto hablan los ángeles que nos dejan estos mensajes?

¿Qué inclinaciones usan los ángeles para que yo haya tenido que coger un Ryanair hasta el Báltico para entender esto?”.

Es a veces la niña que cree en lo imposible y a veces la erudita que interroga a Flaubert, a Kafka o a Mann hasta encontrar la fórmula para eliminar los territorios baldíos que tiene la memoria propia o a la ajena:

“¿Pintaba al natural, o pintaba como quien recuerda un viaje? La imaginación es un país como los otros”.

Vilnis es un teorema visual hermoso y vinculante para el lector. Una ruta llena de lentas e impecables metamorfosis que convierten este pequeño devocionario artístico y ético en una joya.

Vilnis es además una novela honesta, bella y muy cuidada. Una rareza extraordinaria. La alternancia del deseo y la realidad hacen de ella un reto cualitativo que convierte la mirada del lector en un animal inquieto que busca el rastro de aquello que le salvará de cualquier trampa. Vilnis es pura intuición, pero también pura certeza; ofrece una ambivalencia que, sin embargo, no neutraliza ninguna de las infinitas posibilidades que ofrece.

Bárbara Mingo ha construido una apología incontestable sobre la resistencia y la coherencia. Acerca del sudor frío y en ocasiones paralizante que dejan caer los invasores sobre el futuro de los pueblos y de sus habitantes.

Un libro transparente de aliento inclusivo que os atrapará en cuanto comencéis a leer. Una fiesta en que la que la sencillez de los detalles deja un testimonio infrecuente y límpido.

‘Vilnis’. Bárbara Mingo. Caballo de Troya. 111 páginas.

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Comentarios

  • angel coronado

    Por angel coronado, el 04 enero 2022

    “Yo lo escrutaba todo con una atención tan densa que podía haber hecho volcar el autobús”.
    Cuando el volcán de La Palma escupía pedruscos del tamaño de un volcán, cuando una galerna cantábrica tumbó aquél árbol, aquél tejado, aquélla casa, todo fue tan natural.
    Pero esta frase no. Lo sería después de aceptar que no somos otra cosa que pura y simple naturaleza.
    “Yo lo escrutaba todo con una atención tan densa que podía haber hecho volcar el autobús”.

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