Un viaje por la memoria y las arquitecturas franquistas en el MUSAC
¿Qué pinta una vieja elefanta caminando por el interior de un sórdido túnel inundado? ¿Y un jinete a caballo recorriendo a trote bailarín los pasillos universitarios de la Autónoma? ¿Un travelling por las calles de ciudades ocupadas en el Sáhara, una Corea que no está en Corea, pueblos obligatoriamente perfectos para alojar a expulsados de pueblos que eran perfectos hasta que fueron inundados por embalses perfectos? Somos nuestra memoria, que decía Borges. Por eso es necesario aprender a vivir con los recuerdos, especialmente aquellos que representaron el ideario de una sangrienta dictadura y aún hoy siguen en pie. El Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León (MUSAC) dedica a las arquitecturas fascistas españolas una multipolar exposición que puede visitarse hasta comienzos de junio. Fundamental para no olvidar.
Tras 40 años de dictadura franquista, recién inaugurada la democracia en 1978, el arquitecto Rafael Moneo se preguntaba: “¿Cómo ser capaces de vivir ahora con nuestra memoria?”. Han sido necesarios 40 años más para empezar a eliminar símbolos y nombres fascistas del callejero, pero resulta inviable (y poco recomendable) querer eliminar también su arquitectura, a pesar de estar igualmente impregnada de esa misma ideología represiva y controladora que todos preferiríamos olvidar. Pero no podemos, pues la arquitectura ordena nuestra vida. Una exposición colectiva en el MUSAC muestra la visión de los artistas españoles frente a esa realidad constructiva que nos rodea y no vemos, o no queremos ver. Tan importante que está comisariada por el mismísimo director del espacio leonés, Manuel Olveira, quien espera ayudar con ella “a solucionar parte del gran déficit de memoria que tiene España”.
La exposición ‘Cómo vivir con la memoria’ se estructura estéticamente y no cronológicamente atendiendo a las diferentes tipologías constructivas, desde arquitecturas domésticas y urbanas, de represión como las cárceles, defensivas como los búnkeres, de control intelectual como escuelas y universidades, desarrollistas como túneles y pantanos, e incluso las levantadas al servicio de ese turismo masivo llegado de fuera y con el que por fin perdimos la inocencia de los tiempos criminales. Como también decía Moneo en otro texto, “la arquitectura, el mundo formal que nos rodea, puede ser eficaz bisturí para comenzar a desentrañar la situación mental de una determinada época”.
¿No pueden acusarles de revisionismo político?, le espeto sin rodeos a Manuel Olveira dada su condición de comisario pero también de director de un museo perteneciente a la Junta de Castilla y León. Su respuesta llega igualmente directa y libre: “Félix González Torres, el artista más poético del mundo, decía que todo lo que hace un artista es político. Todo lo que ocurre en un museo, como todo lo que se debate en el espacio público, es político, pero no partidista”. Y después de tan excelente puntualización concluye: “Esta exposición es una invitación a la reflexión y a la verdad”.
El resultado final resulta calidoscópico: 17 creadores indagando en el pasado reciente con los ojos del presente.
Ciudades gueto
Impacta el trabajo de Sergio Belinchón (Valencia, 1971) sobre las ciudades efímeras de sol y playa promovidas por Manuel Fraga, a la sazón en esos años ministro de Información y Turismo. Tipologías constructivas que no muestran ningún respeto por el paisaje, la cultura o el medioambiente. Donde a pesar del inmenso espacio aún por urbanizar se trataba de maximizar los rendimientos económicos de unos pocos, los amiguetes del régimen, levantando rentables construcciones masivas. La obra de este artista incluye grabaciones hechas por los propios turistas extranjeros durante sus vacaciones en España, sorprendidos por la presencia de elementos tan chocantes como las estatuas de Franco, tan vergonzantes para ellos, pues sería impensable encontrar otras parecidas dedicadas a Hitler en Alemania.
Alejandro S. Garrido (Madrid, 1986) ha investigado sobre cómo el estigma de los barrios Corea ha pervivido hasta la actualidad. Viviendas sociales que apenas serán capaces de contener la llegada a las ciudades del vertiginoso éxodo rural. Recibirán el nombre del dictador -Barriada de Francisco Franco, Grupo Generalísimo Franco- o el de una Virgen -del Perpetuo Socorro, La Inmaculada-, pero no tardarán en ser conocidos por el nombre de la guerra que libra contra el comunismo el nuevo amigo americano. Los barrios pobres de Corea (Huesca, A Coruña, León, Toledo, Palencia o Palma de Mallorca) conformarán así un archipiélago de sospecha hasta convertirse muy pronto en barrios de heroína, delincuencia y marginalidad.
Ciudades imposibles
Chus Domínguez (León, 1967) presenta un hipnotizante travelling visual y sonoro por las calles de las ciudades saharianas que el franquismo soñó como delirio imperial en medio de las arenas del desierto, pero abandonó a su (mala) suerte al final de la dictadura. Las muestra ahora tal y como son, olvidadas de los españoles y ocupadas manu militari por los marroquíes, persiguiendo la entelequia de unas viejas postales en blanco y negro realizadas entre 1940 y 1950 en unos espacios que entonces eran fantasmas urbanísticos y hoy ya no existen. Donde un director de cine y un periodista son siempre mal recibidos, lo que explica las cámaras y micrófonos ocultos utilizados en el proyecto para esquivar un férreo control policial cuya complejidad este relator puede certificar, pues fue su acompañante durante el accidentado rodaje por tierras del Sáhara Occidental.
Las postales de Bonifacio Hernández, un fotógrafo de Las Palmas de Gran Canaria prácticamente desconocido, son la línea argumental del recorrido que hace la cámara por esas ciudades africanas recién fundadas y que resultaron eficacísima herramienta de propaganda pues eran remitidas por sus habitantes (muchos de ellos pobres reclutas de reemplazo) como prueba de la supuesta calidad de vida que en ellas existía. Unas imágenes calificadas por el realizador leonés como “pertenecientes a mundos imposibles, fascinantes, ciudades vacías, espacios no habitados, preparados para recibir a ese nuevo español que estaba esperando ocuparlas”.
Esas postales, resalta igualmente Domínguez, “fijaron una vida nómada que convirtieron en sedentaria pues se consideraba un deber el civilizarlos”. Acompañan a las imágenes los textos salvajes, incluso sanguinarios, publicados por los más aplaudidos africanistas del momento, traducidos y leídos en la lengua nativa propia de cada una de esas ciudades a las que los militares hacen terrorífica referencia.
Ciudades elefante
Txuspo Poyo (Alsasua, Navarra, 1963) sorprende con una videoinstalación dedicada al túnel de La Engaña, aquel que debería haber conectado Cantabria con Burgos a lo largo de 6.976 metros. Diseñado como el más largo de España en esa época, fue iniciado gracias al sacrificio de centenares de presos políticos de la Guerra Civil pero nunca fue concluido, dando así al traste con la pomposa línea ferroviaria Santander-Mediterráneo. Una vieja elefanta de dos toneladas y media de peso y largos colmillos torcidos entra en la boca del túnel, patea, se restriega, resopla, salpica por la oscura galería inundada. Financiada la producción por la Fundación BBVA, el trabajo de Poyo resulta de impactante simbología (memoria de elefante) pero, qué quieren que les diga, no entiendo el sentido de gastar ese dineral para hacer sufrir a un pobre animal con el largo y penoso camino necesario para llegar hasta Pedrosa de Valdeporres por amor al arte.
También necesitada del concurso animal, pero sin duda mucho más amable, es la obra de Fernando Sánchez Castillo (Madrid, 1970). Arquitectura para el caballo especula con los espacios destinados al control y manipulación de masas a través de un jinete vestido con traje y corbata que recorre sobre una yegua blanca el interior vacío de la facultad de Filosofía en el campus de la Universidad Autónoma de Madrid. Muy pocos saben que ese edificio fue diseñado en época franquista para que los caballos antidisturbios pudieran entrar y moverse con facilidad por aulas y pasillos, y así poder aplastar cualquier tipo de revuelta estudiantil. Frente a esa realidad, los estudiantes de los años setenta lanzaban canicas al paso de los equinos para que resbalasen y el jinete fuera arrojado de su montura.
Ciudades obligadas
Begoña Zubero (Bilbao, 1962) recorre, cámara de fotos en mano, los pueblos de colonización. Trescientas localidades levantadas en las nuevas zonas regables surgidas de la construcción de grandes pantanos. El proyecto franquista llegó a movilizar a más de 55.000 familias, convirtiéndose en el mayor movimiento migratorio promovido por el Estado español. Entre los requisitos imprescindibles estaban el ser pobre, honrado y de derechas. Son arquitecturas de poder que mejoraron la calidad media de vida de las gentes en el campo, pero a cambio de perder su autenticidad y aceptar un control del sistema que decidió sin contar con ellos todos los detalles del nuevo pueblo y sus casas. “Un gran laboratorio urbano”, resume la autora.
Como complemento, la instalación de Fran Meana (Avilés, Asturias, 1982) analiza el papel simbólico de las grandes centrales hidroeléctricas que con tanta pompa inauguraba el Caudillo, siempre vestido de almidonado blanco angelical. La tecnología industrial aparece así como un poderoso agente de cambio, capaz de dominar la naturaleza. Un trabajo que puede ser considerado introducción (o colofón) a la muestra que igualmente puede verse hasta el verano en el MUSAC dedicada a 30 años del embalse de Riaño, 50 años de Porma: la soberbia del poder.
Ciudades castillo
El espectador más curioso no puede dejar de ver el magnífico proyecto de Ignasi Prat Altimira (Sant Esteve de Palautordera, Barcelona, 1981). Su serie fotográfica El mundo de los vencedores es el resultado de una paciente investigación en busca de las viviendas de los jerarcas golpistas. La arquitectura residencial de las familias de los jefes fascistas se muestra pomposa, historicista, amiga de los medievalismos, del barroco escurialense y los oropeles de la gente con pasta; casas, palacios y pazos erigidos gracias al mucho dinero amasado durante la dictadura o que directamente se apropiaron por la cara.
Tuvieron todo el tiempo del mundo para forjarse esa imagen triunfal desde la impunidad de un país que nunca les exigió cuentas y sí les concedió admiración temerosa. La mansión de los jefes en una España grande, pero también una España única, sin disidencias.
Ciudades metafóricas
Aprovecho el final de la muestra para lanzarle una última pregunta al director del MUSAC, en cuya compañía y sapienza he recorrido todas las obras expuestas. ¿Qué tienen en común un elefante entrando en un túnel inundado con una ciudad a medio construir en el desierto? La respuesta de Manuel Olveira vuelve a ser tan política como debe ser la de un artista o el responsable comprometido de un museo: “Son metáforas visuales de la impotencia de la dictadura, donde hubo una voluntad de control y pervivencia que en algún caso consiguieron -ahí está la frase de Franco de que todo queda atado y bien atado-, pero también es verdad que no pudo pervivir. Y de hecho tenemos democracia y libertad de expresión (cada vez menos), pero hemos creado un desastre en el Sáhara yéndonos sin haber arreglado lo que nosotros mismos provocamos”. La conclusión final, me señala con sonrisa inteligente, queda en manos del visitante.
‘Cómo vivir con la memoria. Actitudes artísticas ante arquitectura y franquismo’. Artistas: Toni Amengual, Sergio Belinchón, David Bestué, Albert Corbí, Juan Cruz, Domènec, Chus Domínguez, María García Ruiz, Alejandro S. Garrido, Iñaki Gracenea, Fran Meana, Rosell Meseguer, Txuspo Poyo, Ignasi Prat, Fernando Sánchez Castillo, Santiago Sierra, Begoña Zubero. Comisariado: Manuel Olveira. Coordinación: Carlos Ordás.
En el MUSAC, Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León, hasta el 3 de junio de 2018.
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